¿QUIÉNES SOMOS?
(La
identidad de los nicaragüenses)
Por Freddy Quezada
INTRODUCCIÓN
Las
que aquí presentadas, fueron unas
reflexiones a propósito del “Síndrome de
Pedrarias”, un Foro efectuado hace varios años, en lo más crudo del
neoliberalismo, provocado por la aparición en Nicaragua de dos novelas sobre el
asunto “Requiem por Castilla de Oro”
de Julio Valle Castillo y “El Burdel de
las Pedrarias” de Ricardo Pasos Marciaq, que hoy actualizo para ustedes y,
al que he unido dos temas nuevos, que no se pueden abordar el uno sin el otro:
el poder del número de los “10 mil necios”
en nuestra época y el reflujo del poder de los letrados. Me explico
sobre esto último.
Leyendo
indolentemente una obra de Bruno Latour (2001), “La Esperanza de Pandora”, tropecé con la dura crítica que efectúa a
una de las obras de Platón, donde figura un célebre diálogo entre Sócrates y
Calicles, el sofista. Latour demuestra
cómo ambos, en medio de su rivalidad, que no es otra que la del saber y el
poder, la razón y el derecho, mantienen en el fondo una alianza en contra del
pueblo de Atenas (la episteme contra
la doxa), a quienes llaman los “10
mil necios”, pues no pueden ser sabios
ni retóricos, precisamente por su número,
y ocupar el lugar de quienes hablan (siempre pocos pero buenos) en
nombre y, ocultamente, en contra de
ellos.
Ambos
dicen, según Latour, que el pueblo de Atenas es menor de edad, cambia de
opinión a cada instante, se distrae con facilidad y no sabe lo que quiere. “Sócrates y Calicles tienen un enemigo común: el
pueblo de Atenas, la multitud congregada en el ágora, parloteando sin cesar, configurando las leyes
a su antojo, comportándose como chiquillos, como personas enfermas, como
animales, cambiando de opinión tan pronto se tuerce el viento”. (Latour,
2001:262)
Esta capacidad de poder representar a quienes no
pueden, no quieren o no desean hacerlo, por múltiples razones [a veces la de
simplemente emplear su tiempo en otras cosas y autorizar ser representados,
como reveló Benjamín Constant (1978)], es de donde deriva la autoridad bautista de todo definidor,
usualmente pensadores o intelectuales. Platón al separar la Academia del Ágora
(donde los filósofos llegaban hasta masturbarse) le asestó un hachazo a la
relación orgánica que se mantenía con la gente común y corriente. Los llamados
“10 mil necios”. Y tal tradición,
probablemente, haya sido recibida en herencia de la cultura de los sabios
mesopotámicos que impartían sus enseñanzas en cualquier lado donde hubiese
gente que deseara escucharlos. No se sentían superiores ni inferiores a los
demás. Se sentían parte literalmente de la gente común y corriente. Y su oficio
no era asumido como excepcional.
Aún hoy, todas las Universidades lo primero que enseñan, pero no dicen,
es hacer sentir superiores a quienes proceden de hogares populares y humildes.
Es una violencia que los separa para siempre, reproduciendo la escena
primordial que la Academia efectuó en su origen. Y la que hoy persigue reconciliarse con una masa que no lo ha
solicitado y la está sepultando con su desinterés.
¿Podemos
decir que definir a alguien y, con mucha mayor razón a toda una población, es
el ejercicio de una violencia discreta y refinada, cierto, pero violencia
epistémica al fin? ¿Y cuando esta masa “animal,
enferma y cambiante” se impone o se hace temer, como lo está permitiendo
nuestra época electrónica, qué efecto estará produciendo “el horror al gran
número” (Latour, íbid: 264) en la
aristocracia letrada? ¿Pánico? ¿Humillación? ¿Ira? ¿Desautorización? Creo que
son preguntas claves dentro de las cuales se ven arrastradas, entre muchas
otras, las de identidad de un pueblo.
De
otro lado, también el fenómeno puede ser tomado desde la perspectiva del
devenir y del Ser, de lo que cambia y de lo que no puede o debe hacerlo. Es
sabido que la genialidad de Platón consistió en combinar a su modo, al pensador
del Ser (Parménides) y al del devenir (Heráclito), construyendo su filosofía
que aún, mal que bien, continúa
dominándonos. Así, la esencia de una identidad estaría por encima del curso del
tiempo y sus accidentes, cuyos actores, obedecerían a un sentido que los habita y determina.
Pero, permítaseme la insolencia, por la que solicito disculpas, de seguir preguntando,
al fin y al cabo el único oficio, como el de los niños, que al parecer morirá
con los pensadores: ¿si priváramos de uno de los polos, el de Parménides, al viejo dualismo platónico y termináramos
abrigados por el devenir continuo, como en efecto se ven cubierto la mayoría de
los definidos, que resultaría de tal enfoque? ¿Líquido escapándose de las manos
de los definidores?
La
identidad moderna, sin entrar en el otro polo igual de fascinante, la
alteridad, se ha desplazado siempre, al menos desde la Revolución francesa, en
una ambigüedad (señaladas ya por Giorgio Agamben (1996) y Hanna Arendt) o
dicotomía insoluble: se es ciudadano de una nación, al mismo tiempo que uno se
inscribe de inmediato en Derechos Humanos o en fines emancipatorios universales,
como el socialismo. Stalin y todo socialismo en un solo país, se benefició de
esta ambigüedad. El nazismo llevó a su extremo el otro campo, hasta el grado de
anclarlo en la sangre racial, el suelo sagrado y la lengua sabia. Por eso
Habermas (1989) sólo permite ahora hablar de “patriotismo constitucional”. Pero
los clivajes sobre territorio, cultura y clanes ancestrales siguen reclamando
su peso en la formulación de las definiciones para que unos países se distingan
de otros.
En
manos de doctores y doctoras, con dos
licenciados (una mujer y este servidor), está la definición escrituraria de los
nicaragüenses y sus atributos fundacionales. Excluí a algunos miembros de la
Academia de la Lengua porque sus trabajos giran alrededor, en mayor o menor
medida, de los aquí presentados. Quise presentar sus títulos académicos que,
muchos de ellos y ellas, no los necesitan, en efecto, y es una actitud que
habla en alto de ellos y ellas, para decir lo que piensan, pero nunca lo ven
así, desde el lado de los receptores, los demás a los que juzgan. Dije “escrituraria”,
porque la identidad ha cabalgado también a través de la música y el baile, con
mucha más cobertura y probablemente mayor eficacia, pero subalternizados por el gramatologocentrismo. Pero ese es otro tema que
excede el espacio brindado para esta ponencia.
Un
doctor es un doctor. Una doctora es una doctora. Y, querámoslo o no, hay o debe
haber una distancia no sólo formal y jerárquica, sino, sobre todo, epistémica
para guardar la más profunda de las diferencias: la tenencia del saber. Si por
los de más alto rango fuera, con sus respectivas excepciones, los
profesores en las Universidades se
rendirían entre sí el saludo de cortesía militar que, por otro lado, se brindan
en los campamentos castrenses para distinguir, por la obediencia debida, los
grados dentro del cuerpo de oficiales. Pero entre todos ellos hay algo más
fuerte que los une y es su poder de definir.
Todo
pensador es un archivo humano que siempre piensa desde un conjunto de
referencias, cuya originalidad consiste en interrumpirlas, para agregarle el
fruto de las combinaciones efectuadas y pasar a fundar algo “nuevo”. Quizás a
eso se refieran, algunos de ellos, cuando dicen sentirse simples mortales a
hombros de gigantes.
Sin
embargo, esa característica, en el marco de una relación en que todo es un objeto
para un sujeto, relación epistémica cuya desembocadura final es la tecnología,
preparó la superación, o al menos el descentramiento, de los propios
pensadores. El pensador, archivo humano, terminó, en su ofrecimiento como
modelo, excedido por un archivo electrónico universal y monstruoso que lo
obligó a rebajarse y a ser humillado, al compartirlo con todos de modo masivo y
atropellado, en especial con la doxa,
la opinión pública, la masa, el pueblo, las audiencias, los usuarios, o como se
le defina a lo que Sócrates y Platón llamaron en su día los “10 mil necios”.
Dejaron
de administrar y ejercer con espíritu de dueño, discrecionalmente, el archivo
(cuando eran bibliotecas, librerías y centros de documentación) y pasaron a
sujetarse a él cuando se abrió para todos.
El triunfo de la venganza de los objetos, que preparó una especie de
'contrarrevolución copernicana', a contra pelo de la idea original de Kant,
donde el sujeto ejercía su señorío, lo representa, emblemáticamente, el dominio
del archivo electrónico. Tal el rebajamiento de los intelectuales que han
pasado de jueces a intérpretes, de definidores a facilitadores. Y que le
permite a la doxa, sin ningún
remordimiento ni temor, desacralizarlos en sordina, sin escándalos ni
tremendismos.
La
relación que guarda el papel de los archivos
electrónicos y los pensadores, o intelectuales, es la misma relación que
hay entre la memoria y el poder que ella misma, por acumulación, prepara sin
saberlo.
El
poder de un archivo universal, que es algo más que un Estado y más que la
biblioteca inocente que soñó Jorge Luis Borges, nos invita a dejarnos
administrar una memoria que, como Dios, será literalmente para todos y confiará
a cada cual un placer ahora a cargo de la publicidad que ya reencanta a nuestra
cultura y la está devolviendo a sus orígenes mágicos. Pues sólo en una sociedad
hechicera, la publicidad contaría con el poder que tiene: que unos pañales
Huggies, por ejemplo, no huelan a mierda y, con silbar su melodía, nos vuelva
felices y despreocupados.
De
nuevo, la promesa vuelve a girar alrededor de la reconciliación entre un
espíritu disponible y a la vista de todos
y una carne para disfrutarla. La novedad de la situación es la
prescindibilidad de la mediación de los intelectuales. La fórmula será algo así
como “Google + doxa”.
He
abusado, acaso, para señalar los tiempos duros que se avecinan, o ya están
aquí, para los pensadores clásicos o para quienes crean que aún existe la
posibilidad de continuarlos. Los 10 mil necios ya están ensuciando el castillo
y se necesitará algo más que la invocación, con un silbido, a “Huggies”,
para limpiarlo o, al menos, para
cohabitar con ellos.
El
privilegio epistémico de definir objetos, dentro de campos especializados,
desde una autoridad lograda a base de esfuerzos, méritos y sacrificios, está
siendo rivalizado y banalizado por hordas infinitas de usuarios ligeros que pueden componer una definición a base de
copiados y pegados o, si concedemos el beneficio de la duda, crear sobre las
referencias acumuladas, nuevos modos de conceptualizar a base de combinaciones
proporcionadas por un archivo siempre a la mano. Exactamente como lo hicieron los clásicos.
Sucede que ya no hay originales, ni los hubo nunca, como una vez lo dijo
Derrida, sólo huellas, copias y copias de copias.
¿Por
qué es materia de doctores y autores, un patrimonio de identidad que nos
pertenece a todos, a través de unos títulos directamente relacionados con creer (Biblia) y obedecer (Constitución), (autoritas y doctrina) que, a veces, llevados a sus
extremos, terminan en el despotismo? ¿Por qué el silencio de la mayoría, o las
opiniones que no escuchan los doctores,
o la indiferencia de los demás tomada por ignorancia, infinitamente mayor en
número que los definidores, no se respeta, considera o toma en cuenta? El fenómeno se inscribe dentro de una polémica que hay entre libertarios
y comunitaristas en el seno del liberalismo contemporáneo. ¿Hasta dónde una
descripción es una prescripción performativa que obliga a parecernos a una definición
formulada como un imperativo por autoridades letradas?
Todo
el temor y justificación de una autoridad, aunque sea la intelectual, siempre
amenaza con el caos, sino están presentes ellos mismos y con el desatino de los
legos, sino concursan en los exámenes de los objetos. Sin ellos no hay orden, sistema y sentido.
Son y se sienten garantías y guardianes, a la vez, del pensamiento recto.
Joseph de Maistre, un talentoso pensador reaccionario, decía que Dios siempre
necesita a los verdugos para mantener el orden. Imposible un mapa de
definiciones sin ellos. ¿Imposible?
He querido decir cuatro cosas en esta
introducción, que sirvan de amparo a la forma en que algunos definen la
identidad de los nicaragüenses:
a. es una violencia, pero de
carácter epistémico, el derecho que los pocos ejercen al definir a los muchos.
El problema, viejo, es el lugar de la verdad. ¿Está del lado del número o del
lado de una fórmula?
b. Desde Platón y su Academia,
los pensadores se separaron de la gente común y corriente de la que
desconfiaron y que ahora vuelve, con la furia de su número, a reclamar su
lugar. ¿Le llamaremos, como Tocqueville le llamó una vez a la democracia,
“despotismo de la mayoría”?
c. el paso del archivo humano
al electrónico, por el nivel de cobertura y accesibilidad, es la causa del
reflujo de los intelectuales. ¿La Academia quiere reconciliarse ahora con el
Ágora? ¿La Universidad con la calle?
d. la identidad encuentra en
la alteridad su sentido, igual a la inversa, pero la red que fundan, sin nada
por debajo que la soporte, ya sólo puede leerse como una relación desnuda de
poder entre definidores y definidos. ¿Será nueva estrategia subalterna, para
pasar de la servidumbre a la hegemonía, seguir dejándose nombrar en silencio?
1. Cómo somos
El
Dr. Álvarez Montalván (2006), dentro de la tradición del
"Nicaragüense" de Pablo Antonio Cuadra (1987) y de su
"habla" de Carlos Mántica (1989), definió con humor unas doce
características que identifican al nicaragüense. Entre otras, dijo que somos
"expresivos, confianzudos, irresponsables, impuntuales, perezosos, mal
hablados, exagerados, mágicos, autoritarios y familistas". De esta última,
hizo una tipologización muy rica que envidiaría cualquier antropólog@ para
comprender a la familia en este país. Creo que la definición es cierta
exceptuando, quizás, la Costa Atlántica. Pienso también, que muchos otros
países deben tener una imagen de sí mismos parecida a la nuestra. ¿Qué nos hace
diferentes? Al Dr. Álvarez Montalván no le oí en su exposición llamar a cambiar
nuestras características. Como buen conservador, se enorgullece de su identidad
y tradición. Mataría por impedir que cambiáramos.
2. Cómo debemos ser
institucionalmente
El
Dr. Alberto Saborío (2001), Dr.
Alejandro Serrano Caldera (2001) y Dr. Danilo Aguirre Solís (2001) con
pequeñas diferencias entre sí, exigen, dentro de la más pura tradición
emancipatoria de la Ilustración europea y el viejo dualismo modernizante
norteamericano, que seamos modernos en el respeto a las instituciones y el
derecho a las diferencias; que cambiemos lo que somos (atrasados, agrarios,
comunitarios y mágicos) por lo que debemos ser (modernos, institucionalizados,
amantes del Estado de Derecho y racionales). Son optimistas que desean lo que,
a lo mejor, precisamente nos tiene aquí
(y así) ahora.
3. Cómo debemos ser
revolucionariamente
El
Dr. Orlando Núñez (2006) nos ha soñado solidarios, hermanos y justos en la
distribución de la riqueza, empezando por el sector agrario a quien ha
defendido desde siempre. Su programa, Hambre
Cero, hecho suyo por el gobierno de turno, encierra su modo de ver el campo
y el rescate de sus valores cooperativos y de contribución a la riqueza
nacional. A pesar de no decirlo explícitamente en sus obras, Núñez advierte con
su concepción gramsciana, una identidad como fruto de luchas contrahegemónicas
y, últimamente, como empujes de la clase media baja, con dirigentes sin
apellidos coloniales, en la que, según él,
han coincidido liberales y sandinistas.
4. Cómo seremos toda
la vida
El
Dr. Oscar René Vargas (1999) presentó en aquella época cinco atributos, en la
línea del Dr. Álvarez Montalván, de 25 que asegura examinar en “El Síndrome de
Pedrarias”. En suma, dijo que somos prisioneros del "síndrome" y
estamos condenados a repetirlo para siempre. Aun cuando quisiéramos cambiar no
habría salida. Al parecer, el conferencista, leyó la tradición como un destino
del que cabría sólo lamentarnos. Se presentó como un desencantado marxista
(fruto quizás de la victoria inobjetable del neoliberalismo de aquel momento),
que regresaba a paradigmas premodernos parecidos a los del destino trágico
griego. Hoy, a la vuelta del socialismo del siglo XXI, del que se declara
seguidor, suponemos que el autor regresó a la definición clásica marxista o a
algunas de sus variedades blandas que nos define como pueblo trabajador, noble
e indoblegable, amante de la libertad y la justicia.
5. Cómo debemos ser
con enfoque de género
La
Licenciada Sofía Montenegro (1997), junto a mí los únicos sargentos del
campamento (como se ve hay muchos jefes y pocos indios) explicó el "Síndrome de Pedrarias" como el
fruto de una violación de la que fuimos objetos en nuestras ancestras
indígenas. Desde entonces sufrimos la ausencia paterna (un poco como Octavio
Paz dice de los mexicanos) que nos define y nos hace autoritarios y
patriarcales. La base de esta explicación sirve para justificar la redención
(esa necesidad judeocristiana y racionalista) de un género (que sólo mira la
mitad de una esfera) por el otro (que mira las dos) desde la lucidez de una
vanguardia ilustrada que nos impondrá la luz a machos alfas y mujeres alienadas
por ellos. El feminismo es la única hija rebelde, pero tardía, de la
Ilustración y sus valores de salvación, ejercidos hasta ahora en exclusiva por
sus hermanos varones, por medio del individuo (liberalismo) primero; de
emancipación de la Humanidad (Iluminismo) después; de la nación más tarde
(fascismo); de las clases sociales (marxismo) ayer; y, hoy, del género. No
dejan de ser continuidades de la idea primitiva de ganarse la gracia. Una
gracia, por supuesto, secular y atea. Es una encantadora promesa ilustrada, sin
duda, como otra fórmula más para redimirnos.
6. Cómo no somos
El
Dr. Erick Blandón (2003), con El Barroco
Descalzo, nos trae el aparato de los Estudios Culturales y el
postmodernismo de la diferencia, para deconstruir nuestros imaginarios
nacionales, en particular dos: el Guegüense en el reino escriturario y el
Torovenado en el oral. La propuesta de Blandón nos hace ver que los imaginarios
nacionales son recursos de poder que usan distintas capas sociales,
generalmente letradas, para mantener la cohesión social e identitaria del
Estado nación. Darío y Sandino, no escapan a estas lógicas que Blandón centra
sólo sobre el Guegüense, un personaje del Pacífico nicaragüense que se impuso a
todo el país, bajo el discurso de un mestizaje sepultador de la diferencia
étnica, sexual, de género y colonial.
Esta
manera exige la solidaridad entre los ilustrados, independientemente de sus
contradicciones (como la referida por el autor entre el Dr. Carlos Cuadra Pasos
y el Dr. Jaime Wheelock Román sobre Pedrarias Dávila) para inventar las
tradiciones (como demostró Erick Hobsbawn) o mantener una comunidad imaginada
(como la concibe Benedict Anderson). El método o los principios que usa Blandón
son tributarios del diferencialismo derridiano que elogia las diferencias sean
estas de sexo, raza, género, clase o colonialidad y que, en términos
emancipatorios, han pasado a constituir el movimiento queers.
7. Somos lo que
buscamos
Al
Dr. Sergio Ramírez Mercado (2000) le debemos esta idea, muy relacionada sólo a
unos mestizos cansados y necesitados de reposo de guerrero, que terminaron por
convertir el medio en fin; es decir, la búsqueda misma en identidad. Honrando
la memoria de Lizandro Chávez Alfaro, Sergio Ramírez también incorporó formal,
aunque tardíamente, nuestras tradiciones afrocaribeñas, siempre excluidas de
los escenarios esencialistas del pacífico, norte y centro de Nicaragua. Artistas,
como muchos en Nicaragua, han creído ver en el abrazo del arte la nueva forma
de redimirnos, después del fracaso de las utopías políticas modernas, al precio
de renunciar a una búsqueda que es, precisamente, la que ha terminado por
dotarnos de ella. Visto que la política, al crear realidades, ha terminado por
desencantar a quienes creyeron en sus utopías, los artistas han vinculado sus
oficios, dentro del resorte romántico que la lengua y el arte crean mundos
salvíficos, a una nueva oferta de sentido. Ya no alcanzo a ver si las nuevas
generaciones de artistas, cubiertos por el performance y las nuevas
experiencias audiovisuales a lomos de
las nuevas tecnologías, se detienen o, sobre la marcha reparan, en cuestiones
de identidad o de hibrideces culturales y artísticas.
8. Somos los “otros”
Desde
un punto holográfico, los ecologistas, los migrantes, tanto los que se van como
los que regresan, así como los que recibimos, son los que de verdad ponen a
prueba los sentidos de identidad nacionales y estrechos, porque dentro de las
partes ya está el todo. El espacio está recobrando un derecho a hablar (locus enuntiationis) como medio
ambiente y como movilidad de agencias que llevan y traen a cuestas, como los
caracoles, su propia casa como cultura. Los “Miami boys”, los “gringos
caitudos” o los “nicas”, como llaman los costarricenses a los nacionales
semiletrados, para distinguirlos de los nicaragüenses, en el sentido ilustre,
son parte de una identidad ya híbrida. Ricardo Piglia y Roberto Bolaño, dos
escritores migrados, uno vivo y el otro muerto, sudamericanos, pueden ser los nuevos paradigmas de
identidades debilitadas. En las artes plásticas probablemente se refleje algo
parecido con las instalaciones, el performance y ese arte contemporáneo que tanto odia Vargas Llosa.
9. No hay “somos”
Hay
quienes en Nicaragua, y en otras partes del mundo, desconocen la identidad o la
alteridad como esencias y trabajan y leen cada movimiento de los actores
sociales, sean quienes sean, como estrategias de jugadores (agonistas) que, a
veces bailan, y a veces se hacen la guerra; a veces dialogan y a veces simulan
oírse; a veces se acompañan en luchas sabidos que al día siguiente pasarán a
ser adversarios. Todo, para estas corrientes, son puestas en escena de actores
que salen a las calles para imponer sus intereses o defenderse de que les sean
impuestos. Unos no pueden concebirse sin los otros. Tejen redes cuyos
nudos son ellos mismos quienes la sostienen sobre un vacío que sólo los más
lúcidos alcanzan a reconocer y logran descubrir que no hay diferencia entre
bailar y hacer la guerra; entre preguntar y escuchar; entre ser y devenir.
10.
Somos lo que somos.
Nuestra
cultura no puede entenderse mientras no conciba seres sufrientes marcados por
el cristianismo. El sentido más fuerte de nuestra cultura es el dotar de
sentido, mediante recompensa y castigo, al dolor ajeno. El sufrimiento, sobre
todo el de los inocentes, no quiere, no debe y no puede quedar sin castigo para
los responsables, y sin recompensa (en el cielo, en el mañana, en el hoy) para
las víctimas. En estas coordenadas el intelectual, construye sucedáneos de
sufrientes: esclavos, siervos, individuos, trabajadores, colonizados, mujeres,
medio ambiente, etnias, minorías sexuales, y ahora subalternos, como destaca la
Dra. Ileana Rodríguez (2009) en sus obras maduras.
La
fuente de nuestras desgracias, probablemente, está en buscar cómo reducir una
brecha que, por el sólo hecho de querer cerrarla, se mantiene abierta. Lógica
del dualismo platónico. Si por un minuto todos los nicaragüenses aceptáramos lo
que realmente somos (esa foto que nos tomó jocosamente el Dr. Álvarez
Montalván), pero no como un destino ni esencia fija, y, además, sin buscar ni
desear cambiar, hacia arriba, abajo, adelante, atrás, a la derecha, a la
izquierda, por medio de los hombres o las mujeres, tal vez, cambiaríamos; mejor
todavía, nos disolveríamos en el "es" de las cosas, los seres y el
cosmos.
Desaparecería
el cambio, simplemente porque desaparecería la identidad o al revés; una cosa
no existe sin la otra. El dualismo se disolvería y regresaríamos donde todo sería quietud,
silencio, como ha estado desde siempre Tepeu-Gucumatz, nuestro Zeus maya.
Y,
por último, para declarar inútil el cierre circular de toda esta
especulación, permítanme terminar como
empecé:
11.
¿Quiénes rayos somos?
REFERENCIAS
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