Todo autor sueña y dice que su mejor obra es la que aún no ha escrito. Deja a los lectores creer que lo mejor de él está por venir. Es posible que haya algo de razón. Pero yo prefiero a autores que han visto arder, desde dentro, su propia obra como la mayor prueba de sus argumentaciones y su mayor alegría de creador. Un poco como aquellas cintas de espías, en la serie original de Misión Imposible, donde una voz dentro de la grabación, alertaba su destrucción en cinco segundos.
Thursday, November 14, 2013
Libros en llamas
LIBROS EN LLAMAS
Por Freddy Quezada
Todo autor sueña y dice que su mejor obra es la que aún no ha escrito. Deja a los lectores creer que lo mejor de él está por venir. Es posible que haya algo de razón. Pero yo prefiero a autores que han visto arder, desde dentro, su propia obra como la mayor prueba de sus argumentaciones y su mayor alegría de creador. Un poco como aquellas cintas de espías, en la serie original de Misión Imposible, donde una voz dentro de la grabación, alertaba su destrucción en cinco segundos.
Conozco cuatro obras, a lo mejor existan más, de las
que hoy deseo señalar su carácter bonzo, autocombustible: Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, el Tractatus Logico-Philosoficus, de Ludwig
Wittgesntein, El Tao Te King, de Lao Tsé y el
Abandono de la discusión de
Nagarjuna.
Todas
tienen una lección que está fuera de ellas o, tan profundamente en su seno que,
descubrirla, sólo se haría al precio de
perder los ojos por los destellos que ocasiona la propia combustión que le activan
miradas obsesionadas por desocultar una verdad siempre rehusable y fugitiva.
Cuando
Aureliano Babilonia llega a la página en que empieza a deshacerse todo su mundo,
nosotros estamos alineados con él y somos arrastrados hacia la desaparición de
todo el universo macondiano. Como un efecto retráctil, a lo Big Crunch, regresamos de donde salimos.
García Márquez, como nombre propio, es el único que termina alzado, como un
dios cruel que se prepara para repetir de nuevo el mundo, frente a la montaña
de cenizas en que se está convirtiendo todo. Asidos, detrás de Babilonia, será demasiado tarde cuando nos enteramos de
la mecha que tenemos en las manos y que nos desintegrará. Un libro que prepara desde
sí mismo su propio descuadernamiento, literalmente volando por los aires, hoja
por hoja.
El
Tractatus Logico - Philosoficus y el Tao
Te King son complementarios en su circularidad, perfecta como un cero o un
conjunto vacío, perdiendo su comienzo y su final en un abrazo de fuego, como
aquellos aros circenses cruzados por motociclistas temerarios. Aquel termina quemándose donde este empieza a
hacerlo. La primera frase del Tao, "El Tao que puede ser expresado no es el verdadero Tao", equivale
a la última del "Tractatus"
de Wittgenstein, “lo que siquiera puede ser dicho, puede ser dicho
claramente; y de lo que no se puede hablar hay que callar”.
Se descubre que nada sirve al inicio en aquel y al final en este. Basta leer la primera línea del Tao, para
renunciar a él. Y sólo al leer la última de Wittgenstein, nos enteramos de la
inutilidad de todo. En el Tao, todo
lo demás que viene, después de esa magistral primera línea, es para NO ser
leído. El Tao nos expulsa, está fuera, en la calle, en la gente común. Decir
que el Tao nombrado no es el Tao, es igual a empezar un libro diciendo: voy a
rogarles, señoras y señores, que no crean
nada de lo que diré aquí. En el 'Tractatus...'
de Wittgenstein es en la última línea donde uno se aclara, pues, sólo de lo
hablable se puede ser claro, de lo demás, nada menos que la realidad, hay que
callar. Sólo después de subirla es que uno se deshace de la escalera de
Wittgenstein para, al final, enterarse que no hay nada. Si uno supiera su
inutilidad, desde el inicio, no la sube.
Nagarjuna,
por su parte, más allá, prende fuego a todo, incluso a sí mismo. Que una cosa
sea la condición de otra, y viceversa, y ambas fundadas en el vacío, sirve sólo
para disolver a quien las dice y a sus contenidos. Para ello, en el Abandono de la discusión, Nagarjuna,
deconstruye, como decimos hoy, por medio de lotes de respuestas, a
contradictores de tesis y antítesis, hasta literalmente terminar consigo mismo
envuelto en un torbellino, anulado, como mago, despidiendo sólo una nubecilla. Puedo
apelar a un ejemplo muy singular para poder explicar cómo se puede ser
nagarjuniano, más
allá del clásico de Tiresias y el Orlando
de Virginia Woolf, en que ambos apuestan por la mujer. Un transexual que ha decidido correr todos los riesgos,
supongamos, llega a descubrir que su sexo de llegada es tan vacío y ordinario
como su sexo de salida. El instante que ese hombre/mujer ocupa para
arrepentirse, si quisiera regresar a su sexo original, es el mismo que le
servirá para reconocer el vacío en que todo, él/ella mismo/a, sea quien sea, incluido/a, se funda. No sólo los polos
son los vacíos sino, también, el agente que los recorre.
Pensamiento a debate,
obra de Aurora Suárez y este servidor, es otro libro, infinitamente menor,
desde luego, que se creó como un tributo a esas cuatro obras que celebran la
desaparición cosmogónica del todo en las partes, la inutilidad de los
recorridos y el vacío que soporta nuestras ilusiones. Obra que termina, y
quizás esa sea su humilde contribución, por situar además un nuevo sujeto desmesianizado e indiferente en su irrepresentabilidad: la gente común y
corriente.
Unas
pocas palabras sobre ella. No se trata de devolver dignidad a la gente común,
que no la ha pedido ni está exigiendo. Si se hace es que empieza a ser negocio
intelectual. Nada hay más difícil que la gente común y corriente se autodefina.
Lo que hacemos es oponerla a los intelectuales, quienes son los que la conceptualizan.
Desemanciparla significa, por otro lado, devolverle lo que le ha sido arrebatado, sin
que ella se entere, cosa por otro lado que no le interesa y vuelve inútil el gesto. La gente común es
la paradoja y la sabiduría andando. Sabe que no sabe. La verdad del Ser no la
circula, ocultándose entre los entes, como creía Heidegger, sino que coincide con ellos, como el Samsara y el
Nirvana que se determinan uno al otro, en palabras de Nagarjuna.
La
gente común es a la que hay que resolverle los problemas y por eso no puede ser
analizada para su cambio, porque si no ella sería el problema y el escenario se
privaría de receptores. El secreto de la gente común es que no se le puede
declarar problema. La gente común aún no lo es, por la sencilla razón que los
pensadores fueron quienes la inventaron para que reclamara soluciones. Nada
pondría más en evidencia el complejo de superioridad intelectual que hacer de
la gente común, un objeto, y estar claros que su separación de ella, los
desnudaría.. Por eso no puede ser estudiada. Cuando se lo hace, la descuartizan
en sectores, agentes, actores, clases sociales, razas, géneros, edades, colonizados,
etc, y ya no podemos reconocerla.
La
definición más parecida a lo que es la gente común es la que hacen el Tao, el
Brahman y el Zen. Es sabia pero no lo sabe. La gente común y corriente tiene
fundido ser y entes (son). Separar aquel de estos siempre fue una violencia del
pensar heideggeriano. Los pensadores jamás le han dado importancia a la gente
común y corriente (Sócrates le llamaba los “diez mil necios”) porque es lo más
cerca que tienen y, como al Ser, la han olvidado.
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1 comment:
Me obligara -con todo gusto- a comprar su libro...
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