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Monday, March 31, 2008

Prologo a "Intelectuales. Entre el mito y el mercado"


Los intelectuales. Entre el mito y el mercado

Por Freddy Quezada

No voy a ser neutral, ni académico en la presentación de este libro; no puedo y no quiero serlo. Este es un prólogo que está motivado por un profundo acto de solidaridad de Carlos Schulmaister del que me permito discreción, y el cual debe contarse como un tributo a su generosidad.

Casi todos los prólogos que conocemos empiezan alabando las virtudes de los autores de un modo formal y donde se centran realmente para bien o para mal, es en el contenido de la obra. Es un viejo modo de seguir la tradición socrática de separar al mensaje del mensajero, y ocultarse éste en áquel. El “uno” y el “se” reflexivo del que habla Heidegger, probablemente se refiera a esta borradura que asumen inconscientemente los mortales, pero que los intelectuales lo “saben”. El "cada uno es el otro y nadie sí mismo" se opone y complementa al mismo tiempo con el "cada cual para sí y Dios para todos", cuyos objetivos son borrar la presencia del que habla en nombre de todos.

Generalmente es intrascendente para un lector si el emisor es virtuoso o no, y tal idea le abre las puertas de salida del escenario, dominando la idea que lo interesante es sobre todas las cosas lo qué dice, no quién lo dice. La biografía y la episteme están separadas; el carácter y el discurso.

Cioran no salía de su asombro cuando leía las cartas aduladoras de Marcel Proust dirigidas a la nobleza de Francia y las contrastaba con la descripción decadente que hacía de ella en su obra “En busca del tiempo perdido”; es la hora y todavía uno se pregunta cómo hizo Rousseau para escribir sobre niños, cuando enviaba a orfanatos a los suyos; o aquel hombre que se prometió liberar a los proletarios del mundo, mientras embarazaba a su empleada doméstica, para dolor de su esposa y, negaba la paternidad de su hijo, secreto que guardó para siempre su mejor amigo, como en una vulgar telenovela venezolana.

Todo el éxito de los intelectuales contemporáneos se soporta en esta “borradura”. Nietzsche invirtió la fórmula radicalmente, sin mejorar el asunto, mandando a freír espárragos al mensaje y otorgando todo el poder a la voluntad del emisario.

En este caso, el mensaje de esta obra está a la altura de su mensajero. Es sincera, equivocada o no, escrita desde la rectitud de un hombre que pertenece a ese mínimo grupo de personas que en la actualidad corren a socorrer a una persona desconocida con desprendimiento y desinterés. Propongo que esta obra deba tomarse por quién lo dice y no sólo por lo qué dice, aunque esto último sea muy importante.

Hasta hace poco, los intelectuales se dividían, incluso para ellos mismos, en universales y específicos. Se tenían así mismos como representantes de un reino emanado de la razón, al que sólo ellos podían tener acceso, en virtud del medio mismo; es decir, la razón era su medio y su fin. Con el descrédito de las promesas de emancipación, de las que se sentían tribunal inapelable, los primeros se debilitaron y empezaron a ganar terreno los segundos. Pasaron, como lo advirtió uno de ellos mismos, de jueces a intérpretes; de vanguardias a facilitadores; de curas a sacristanes.

Entre los intelectuales específicos, todavía son muy pocos los que admiten desde su punto de vista, que los intelectuales sólo se representan a sí mismos y miran con temor las alternativas que se abren:

a) Son un grupo social específico que lucha por sus reivindicaciones, corriendo el riesgo incluso de diluirse y desaparecer, igual que cualquier otro, como lo advierte Walter Mignolo en una primer parte de esta cita: “si los intelectuales de hoy pueden desaparecer (…) pueden hacerlo por dos razones: porque, por un lado, los intelectuales mismos nos vamos convirtiendo en un movimiento social más…”.

b) Siguen creyendo, pese a que reconocen su carácter gremial, que ellos cuentan con una herramienta que no tienen los demás (el pensamiento) y se ofrecen como enlaces de los demás movimientos sociales como ellos, terminando por ser igual a lo que vienen de huir y negar, como lo recomienda Wallerstein “el grado en el cual el intelectual puede ser capaz de salirse él (ella) mismo del torbellino de las pasiones del momento, será el grado en el cual él (ella) podría ser capaz de servir como intérprete entre los múltiples movimientos, traduciendo las prioridades de cada uno de esos movimientos al lenguaje de los otros movimientos, y también al mutuo lenguaje que permitirá a todos esos movimientos comprender las decisiones intelectuales, morales, y por lo tanto políticas, que ellos enfrentan”.

c) Dicen que si desaparecen los intelectuales, dentro de los movimientos sociales que luchan contra la opresión pueden surgir, de todos modos, teóricos de su propia práctica, pensamiento de consuelo que amenaza al mundo, como la medusa, con nuevas cabezas si cortan las viejas, tal como lo presenta en la segunda parte de su cita, el mencionado Mignolo y, por el otro, porque podemos pertenecer a otros movimientos sociales (de carácter étnico, sexual, ambiental, etc.) en donde, o bien nuestro rol intelectual desaparece, o bien se minimiza en la medida en que (…) los movimientos sociales que trabajan contra las formas de opresión y a favor de condiciones satisfactorias de vida, teorizan a partir de su misma práctica sin necesidad ya de teorías desde arriba que guíen esa práctica” (negrillas mías).

Para todo esto Schulmaister dice: Los intelectuales no son distintos al resto de los mortales, por lo tanto, entre ellos también existen los genuflexos del Poder”. No son distintos, en efecto, ni en pensar ni en actuar, lo único que los diferencia de los demás, es que cobran por esos servicios, en cargos o moneda. “El sueño de un “intelectual orgánico” en Argentina es ser transferido a las áreas políticas por haber deslumbrado al señor jefe o a los superiores de éste por haber sido considerado una pieza interesante en las próximas elecciones”. Todos somos filósofos, decía Gramsci, lo que pasa es a que a unos se les paga por eso y a otros no.

Teorizar, independientemente de la práctica (no se pueden separar, pero los intelectuales lo hacen), es similar a mantener la división entre el mensajero y el mensaje en una obra. Todavía no se comprende que el pensamiento en sí, constituye una acción.

Cuando alguien pide que los subalternos, constituidos por intelectuales, produzcan más teóricos parecidos a ellos, lo que desean en realidad es contar con iguales entre los movimientos sociales, quiénes hasta hace poco estaban condenados a obedecerles. Y, así, huyendo del derrumbe, sin saberlo, recomiendan, otra vez, construir el fracaso en el seno de los escombros. Lo último en lo que piensan los intelectuales es en suprimirse. Presumo que debe ser doloroso perder una “esencia” noble y suprema obtenida a base de esfuerzos, desvelos y pasión de toda una vida y creer encontrar su recompensa, cuando se venden a una corriente o a un poder.


En dos de las cosas donde los intelectuales debieron acertar, fracasaron estrepitosamente: pronosticar, por un lado, y resolver problemas, por el otro, haciendo de las soluciones (fuente de polémicas entre todos ellos) el verdadero problema que no pueden resolver, porque viven de ellas.

Schulmaister señala al respecto: “En todos los casos en que la historia se les presenta intempestivamente como una roca en el medio del camino, ellos entran en estado de asamblea para producir sus famosos análisis críticos, sus interpretaciones y explicaciones ex post facto que para entonces no sólo no poseen ningún valor salvo el de la obviedad del error empírico general y del crónico fracaso de su teoría y su metodología, de sus proféticas utopías y de sus condiciones políticas para llevarlas a cabo”.

Al recorrer y releer muchos de los ensayos que forman parte de esta obra (Los intelectuales. Entre el mito y el mercado), se descubren diversos “actos” de la teatralidad intelectual desde una narrativa sencilla y fluida, amena y cuasi irónica, ética y mística y, que hoy me siento honrado en presentar. En el preámbulo, Carlos nos alerta para no entregarnos a ilusiones y, sin usar ningún “logos” por encima de él mismo, nos confiesa “…no integro clubes de fans, ni de cotizantes, ni capilla, banda o secta política alguna; por tanto no necesito, no he buscado ni deseo adquirir ninguna clase de legitimación simbólica para decir lo que pienso acerca de ellos”.

La verdadera naturaleza de esta obra, a mi juicio, es una verdad tan sencilla como insolente: juzgar a los jueces desde abajo e interpretar a los intérpretes desde afuera. Y tiene razón cuando nos dice: “No pretendo ‘desentrañar leyes ni tendencias’, ni ‘supuestos subyacentes’ sobre el comportamiento de los intelectuales, ni del mismo sistema que los produce y reproduce. No vengo en carácter de científico ni de epistemólogo, ni de mago ni sacerdote para esparcir un nuevo maná sobre los lectores, ni a tocar la flauta como Hamelin. Dios, supuestamente hay uno solo; en cambio, encantadores de ratas ya hay demasiados”.

Negación de la negación, Schulmaister manifiesta de forma clara y directa, un escenario donde los intelectuales están atrapados como arañas en sus redes y observan desde sus reinados cómo la nueva cultura crece lentamente.

Desnuda y desdibuja la miseria humana de los intelectuales, sin pretensiones de confesor, ni culpas de pecador. Describe la situación actual de esta élite, en especial en su país, Argentina. Pero, al contrario de la descripción que usan hoy los neoliberales (“las cosas son así, porque así deben ser”), Carlos usa una descripción de segundo grado (“como nos defendemos de nuestros defensores”), no muy lejos de esa otra que consiste en presentarse “uno” como lo peor, y anticiparse así al más furibundo de los críticos, esperando o no (¡qué rayos importa!) que sean otros los que señalen la exageración que “uno” muestra. Especie de recurso ad absurdum, se parte de lo que no es para llegar a ser lo que se es: movimiento puro.

Carlos Schulmaister en su obra, no usa citas, lo cual es hoy muy impopular. Apoya su discurso en sí mismo (sin recurso de autoridad) como en su tiempo lo hicieron Descartes, Wittgenstein y Krishnamurti desde otras tradiciones. “Deliberadamente casi no se hallarán citas de ningún tipo ni menciones de autores ni de términos o categorías clásicas ni a la moda”.

No es solamente una metodología la empleada con tal actitud, sino algo que para muchos es trillado y cansino: la ética. Un ocultamiento sólo es ético, cuando lo sostiene, aparte de lo mecánico, gramático y lógico de la construcción de un contenido, una hoja de vida abierta, sin amparos y a la vista de todos. Y cuando no lo dice él --no debe-- y son otros quienes lo señalan, triunfa y se corona la reconciliación entre el mensaje y el mensajero.

Se distingue en su contenido, una ética consecuente entre lo que se dice y hace, se piensa y dice. La única ética del intelectual, pues, es callar, desaparecer, eliminarse, no para sostener algún discurso (como lo ha hecho hasta hoy), sino para no sostener ninguno o fundirse con él y enseñar el rostro con una trayectoria abierta a todos los juicios, entre las manos. Ahora lo sabemos, nunca se trató de argumentos, sino de carácter; no de logos sino de ethos.

A ello debemos quizás ese final de punto medio, aristotélico y búdico, en el libro de Carlos

Schulmaister, “Finalmente…volver a pensar por nosotros mismos, para no volver a ser, ni adaptativos, ni destructivos (…); ni libertad sin responsabilidad, ni delito sin castigo; ni teoría sin práctica, ni práctica sin teoría; ni principismo abstracto, ni pragmatismo sin principios; ni individualismo sin solidaridad, ni colectivismo sin individuo”.

Monday, March 10, 2008

El nacionalismo latinoamericano

La guerra que pudo ser y no fue
EL NACIONALISMO LATINOAMERICANO

Por Freddy Quezada

Un presidente sudamericano huye a un baño, en medio de una crítica de otro, que espera su retorno para continuar el castigo y ver si lo regresa de nuevo con su ácido, a terminar la descarga; éste contraataca soltándole al rostro que las guerrillas son su problema y no el de él; otro, aplomado y seguro de sí mismo, llama a reconocer como beligerante a una fuerza de la que aseguraba hasta hace poco desconocerla como tal; dos más, una mujer y un indígena, presentes, guardan silencio para el siguiente número por una salida al mar; uno más, centroamericano, se asoma debajo de la carpa y se atreve a intervenir con un levantamiento de ruptura diplomática que nadie había terminado de digerir; un último, caribeño, se premia a sí mismo por haber reconciliado a la fauna, guardándose la silla, el látigo y su pechera a rayas, para la próxima función de todas estas locas de atar, que ignoran que lo menos importante es si ganó Uribe o Chávez, sino el ahorro de una guerra entre jóvenes reclutas de todos los bandos.


¿Cuál subcontinente latinoamericano? Si estuvimos a punto de ver, aunque en clave circense, la precipitación de unas naciones contra otras. El nacionalismo siempre ha tenido más poder que las ideologías (al marxismo y al liberalismo juntos, lo hundió el nacionalismo de las dos guerras “mundiales” europeas) y siempre le ha impedido el regreso a las religiones cristianas, porque su fuente y asiento de poder ha sido el Estado - nación.

Lo que vimos en el recién terminado conflicto entre varios países latinoamericanos, me produjo la impresión que el nacionalismo latinoamericano, no importa si el de Uribe, Chávez, Ortega, Correa, Castro, o el de Calderón, es una bestia agresiva y peligrosa hasta para los mismos quienes la sirven. Nada hay más peligroso que un Estado nación agrediendo a otro. Y no es garantía de ningún tipo que haya al frente de él una mujer, un aborigen o un mulato, porque incluso ellos/as son prisioneros de los principios de todo poder. Y pueden decir dentro de cada una, todo lo que quieran, siempre y cuando se observen las reglas del juego nacional. Lo contrario también es cierto. El cosmopolistismo o globalización, como se le conoce hoy, no son más que máscaras de países específicos. Nada hay más francés que los derechos y humanos, ni más alemán que el ser y nada más gringo que la búsqueda de la felicidad. La globalización no es más que el american way of life impuesto a todo el mundo. El planeta entero no es más que una batalla de naciones débiles, medias y poderosas, como siempre ha sido desde los tiempos de Maquiavelo.

El nacionalismo, ese sentimiento político trabajado en Europa por los ilustrados de todos lo bandos, en América Latina siempre sirvió a los criollos (esos blancos que toda la vida miraron en Europa y después en EEUU su casa nostálgica) y que siempre fueron hegemónicos hacia dentro y hacia abajo (contra una mayoría de mestizos, aborígenes y afrodescendientes) cuando se independizaron, y subalternos hacia afuera y hacia arriba (con las potencias), aún después de serlo, condición que heredaron y complejizaron, después, los mestizos con su sustitución en algunos países de la región.

El nacionalismo latinoamericano está basado sobre estados nacionales débiles y medio hechos, a base de copias, crímenes y falsas coberturas territoriales, poblacionales y epistémicas. América Latina es una entelequia de intelectuales ilustrados ambiciosos, excluyentes y criminales. La América Latina de los desilustrados, de los semilustrados, y de los “otros”, no tiene nada que ver con sus sectores dirigentes. La relación que se ha establecido entre ellos es de puro poder y fuerzas. Y como bailan el uno con los otros u otras, son farsas y simulaciones que persiguen objetivos políticos haciéndose los dominados, unos, y creyeron ser los dominantes, otros.

Donde las clases medias crecieron y se ampliaron, como en México y algunos países del Cono Sur, fue para sepultar la presencia de los sectores no letrados (campesinos, pobres urbanos, tan grandes como ella) y diferentes (inmigrantes recién llegados, afros y aborígenes) con los esquemas de moda y de turno de EEUU y Europa. Es memorable todavía lo que se dijo una vez para explicar porqué Argentina era tan aficionada al psicoanálisis y ninguno de los demás países de América Latina ni siquiera supiera de qué iba el asunto. No propongo nada, porque no hay nada que proponer. No quiero condenar, sino describir, aunque sé que describir es prescribir y proscribir; no quiero juzgar, sino constatar; no maldigo, presento. Y yo no conozco solución alguna al nacionalismo latinoamericano (una contradicción en los términos), a lo mejor no la haya y eso, precisamente, ya lo sea.

Mi amigo, Fernando Mires, me envió esta valoración sobre el asunto desde su punto de vista que, como se verá, es diferente al mío. Es posible que sea él el que tenga razón y no yo. Se las dejo.


Lecciones de una guerra que no fue
(Cuatro tesis)

Fernando Mires
Tesis 1

En la guerra que desde hace tanto tiempo mantiene el estado colombiano en contra de la organización terrorista llamada FARC, tuvo lugar una acción militar que efectivamente violó la soberanía nacional de Ecuador. El tema, sin embargo, no puede ser entendido sólo desde una perspectiva jurídica sino que, además, a partir de otras dos perspectivas: la militar y la política. Argumentar a favor o en contra de una perspectiva en el contexto de la otra, como ha ocurrido quizás por equivocación de parte del gobierno ecuatoriano, o por premeditación por parte del gobierno venezolano, lleva a una radical confusión de los hechos.

Desde una perspectiva jurídica el gobierno colombiano no podía tener la razón, hecho que ha sido reconocido por todos los gobiernos latinoamericanos, e incluso por el colombiano, que pidió las disculpas correspondientes al gobierno ecuatoriano recibiendo en cambio una andanada de injurias que va mucho más allá de la polémica y de la confrontación política. La agresividad empleada por el Presidente ecuatoriano quien ha hado pruebas en otras ocasiones de dominar el idioma político, sólo es posible explicar a partir de ciertas implicancias extra -jurídicas.
El gobierno colombiano hasta entonces muy cuidadoso en el manejo de los temas fronterizos, se vio probablemente conminado a tomar una decisión. Por una parte, el problema jurídico de traspasar las fronteras. Por otra parte, la posibilidad de asestar un golpe estratégico a su enemigo militar, localizado en las selvas de Ecuador. De acuerdo a la fría lógica que ha mostrado en diversas situaciones, el Presidente colombiano calculó probablemente que la decisión militar debía tener primacía por sobre el tema de la juridiccionalidad territorial. Hay dos razones obvias que explican esa decisión, y las dos son militares. La primera, es que el gobierno de Colombia se encuentra en guerra en contra de las FARC, y en la guerra se impone la lógica militar sobre la jurídica. La segunda es, dado que las FARC como toda organización terrorista es extremadamente centralizada, la pérdida de la jefatura era clave para entrar a una segunda fase que es el desmantelamiento de las demás estructuras.

Que lo militar tenga primacía sobre lo jurídico es bajo condiciones normales algo impensable. Pero la guerra no es una condición normal. La guerra tampoco es un hecho jurídico pues apunta a la anulación del adversario. En la guerra declarada por las FARC al Estado colombiano, su objetivo es la destrucción del orden republicano de la nación. A su vez, la guerra del Estado colombiano, está orientada a la destrucción de las FARC.

Uribe calculó probablemente que la acción militar originaría serias controversias con el gobierno ecuatoriano. Lo que al parecer no calculó fue la sobre-dimensionalización de esa controversia de parte de Correa. Quizás Uribe pensó que a pesar del desacato jurídico cometido, en Correa encontraría sino un mínimo de solidaridad, por lo menos algo de comprensión para su lucha en contra de las FARC. Después de todo, las FARC no son un grupo de idealistas samaritanos sino que una de las más crueles y sanguinarias organizaciones terroristas de nuestro tiempo. Por otra parte, la agresión colombiana no ponía en riesgo la seguridad interna ni externa de Ecuador ni tampoco la vida de ningún ecuatoriano. Pero Colombia y Ecuador no son España y Francia, cuyos gobiernos, a pesar de las muchas diferencias que los separan, colaboran estrechamente en la lucha contra el terrorismo vasco.

No el gobierno colombiano pero sí las FARC son una amenaza para la soberanía territorial y para la estabilidad política de la nación ecuatoriana. Mientras Correa no se dé cuenta de esa verdad elemental, será siempre sobrepasado; incluso por el mismo.

Tesis 2

La agresividad, la virulencia y el activismo empleados por Rafael Correa en contra del gobierno colombiano transgreden normas y formas. Si Uribe cometió delito de transgresión de límites geográficos, Correa ha transgredido los límites de la diplomacia y de la política. El lenguaje de Correa no apuntaba ni a una salida ni a una solución, hecho que hace posible pensar que su gobierno no estaba interesado en una desactivación del problema sino que en un plan coordinado tendiente a aislar, “por ahora” políticamente, a la nación colombiana. Si Correa era parte consciente o inconsciente de ese plan no lo podemos saber. Es posible suponer, sin embargo, que el origen de ese plan no estaba en Quito, sino que en Caracas y, además, casi con seguridad, en La Habana.

Que el Presidente Correa rechazara enérgicamente la intromisión de tropas colombianas, cabía esperarlo. Esa debe ser parte del oficio de quien detenta el cargo presidencial. Pero la enorme magnitud de ese rechazo no la esperaba nadie. Hubiera bastado una declaración, quizás una interpelación frente a los tribunales internacionales, una queja frente a la OEA y el llamado a consultas del embajador ecuatoriano.

Correa no ha dicho, por ejemplo, que fueron las FARC las que violaron primero los límites de Ecuador y que la violación limítrofe del ejército colombiano sólo fue un efecto secundario. Las injuriosas referencias de Correa a Uribe podrían haber sido incluso interpretadas como la retórica de un presidente emocionado, si es que paralelamente hubiese hecho algunas propuestas para combatir a aquel enemigo de la humanidad que son las FARC y así evitar que volvieran a repetirse hechos tan lamentables. Pero no. Leyendo las diversas alocuciones de Correa, se obtiene la impresión de que para él las FARC son un grupo de marcianos que aterrizaron por casualidad en las selvas ecuatorianas.

Podría pensarse que el descontrol de Correa tiene un pie en su política interior. En efecto, la intromisión colombiana dejó al descubierto que no sólo circulaban terroristas colombianos en su país como Pedro por su casa, sino que, además, éstos estaban establecidos en la zona, a la que habían convertido en un centro de operaciones en contra de Colombia con la posibilidad adicional de que los de las FARC también agredieran o secuestraran a ciudadanos ecuatorianos. Que eso es lo que hacen con ciudadanos venezolanos en la frontera con Venezuela. Frente a la oposición política, e incluso, frente a algunos de sus partidarios, Correa hizo un pésimo papel.

¿Cómo es que el Presidente no había sido informado que una parte del territorio nacional estaba ocupado por terroristas extranjeros? O una de dos: O Correa lo sabía, o su administración militar es absolutamente ineficiente. En los dos casos (el primero es mucho peor) Correa apuntaba a un fracaso que su agresividad verbal no sólo no ocultaba, sino que, además, delataba. Como suele ocurrir en algunas ocasiones, sus invectivas en contra de Uribe podrían haber sido interpretadas como una “huída hacia adelante”. Sin embargo, cuando el presidente Chávez determinó la expulsión del embajador colombiano y enviar tropas a la frontera, la idea de que había una conjura entre Caracas-Quito en contra de Bogotá, comenzó a tomar fuerza. Correa, en lugar de distanciarse de la posición chavista, elevó aún más el tono de sus invectivas en contra de Uribe, la que, junto a Chávez, culminaría en un violento dúo de injurias en Caracas (6.03.2008). A ellas se sumó la voz de Fidel Castro, quien cada vez que escucha hablar de guerra, resucita. Siempre obsecuente, Ortega anunció al día siguiente la ruptura de relaciones entre Nicaragua y Colombia. De un día a otro, Colombia amaneció cercada.

Tesis 3

Aparentemente Colombia se encontraba situada en una mala posición. Cercada por tres países, más las FARC que operan desde el interior y a través de los límites, y por si fuera poco, sectores estudiantiles que protestaban en las calles por los procedimientos empleados por los grupos para-militares, a los que se supone en conexión con el gobierno. No obstante, esa es sólo la apariencia. El país que tenía las mejores cartas militares y políticas en ese absurdo juego era Colombia.

Desde una perspectiva militar, el poderío de Colombia en la zona es muy superior en un sentido cuantitativo, pero sobre todo, cualitativo al de los tres países del ALBA. No se entrará aquí a analizar la cantidad de armamentos que posee cada país, bastando decir que el de Colombia es muy superior al de los tres países del ALBA unidos. Además, no se trata sólo de la cantidad de armas. Los militares colombianos saben, además, usarlas. De tal modo que los presidentes del ALBA habrían tenido que perder el juicio los tres al mismo tiempo si hubieran decidido embarcarse en una aventura militar en contra del país vecino. Sabían, además, que Colombia recibiría la ayuda directa de los EE UU país que, al tomar una decisión, no tiene como equivocarse. Y no por defender los intereses del “imperio”, ni nada por el estilo. Mucho más dependiente del imperio que Colombia es Venezuela cuya “revolución” es financiada directamente desde los EE UU, ya sea por venta de petróleo, ya sea por compra de alimentos. El problema es que, por razones que nadie entiende, el ALBA, en especial Venezuela, ha buscado el apoyo de los enemigos naturales de los EE UU en otras regiones, sobre todo en Bielorusia e Irak. Esa habría sido la ocasión propicia para que Bush hubiera terminado su mandato con un triunfo militar al menos, empresa en la que con toda seguridad habría sido apoyado sin reservas por la señora Clinton y el señor Obama quienes tendrían así un problema menos al comenzar el gobierno, que seguramente compartirán ambos.

Desde una perspectiva económica quienes más habrían perdido en el cerco a Colombia, son Ecuador y Venezuela. En todo caso, mucho menos que Colombia.

Ahora bien, donde reside la mayor fuerza de Uribe es en el frente político interno. Más del ochenta por ciento de la población colombiana lo apoya y lo apoyará en la guerra en contra de las FARC y, si se da el caso, en contra de los eventuales aliados externos del terrorismo local. La mayor parte de la clase política colombiana, incluyendo a la izquierda, está y estará de su lado. En cambio, de los tres Presidentes adversarios de Uribe, el único que está todavía en la cima de su popularidad es Héctor Correa. El gobierno de Chávez se encuentra en una situación política miserable y el de Nicaragua también en rápido descenso. De tal modo que en un conflicto externo, el ganador político habría sido el gobierno de Uribe. Por si fuera poco, de los cuatro gobernantes envueltos en el conflicto, el más inteligente, y con mucha distancia, es Alvaro Uribe. Y tanto en la guerra como en la política, la inteligencia juega un papel importante.

Si Maquiavelo hubiera querido encontrar su equivalencia a El Príncipe en una región lejana, Uribe habría sido el candidato ideal. Nunca habla demasiado, sólo lo preciso y lo justo. Sabe tender trampas al adversario (caso Emanuel), tiene paciencia y una frialdad impresionante para dejarse insultar sin responder. Nunca pierde de vista el objetivo principal. Si es necesario, sabe ser también cruel, lo que en una zona políticamente civilizada es un gran defecto, pero en las condiciones pre-políticas que subsisten en Colombia, y sobre todo en los países vecinos, se convierte en una virtud. Sus relaciones con el paramilitarismo lo han ensuciado bastante, de eso no cabe duda, pero no lo suficiente como para que la mayor parte de la población colombiana que detecta que el enemigo principal son las FARC, deje de restarle su apoyo.

La que vive Colombia es una guerra. Y todas las guerras son sucias. Solamente a los chavistas que parece que de táctica militar entiende menos que de política se les puede ocurrir que el hecho de abatir a un terrorista como Raúl Reyes fue un asesinato. En las guerras no hay asesinatos. Hay ejecutados y abatidos. Raúl Reyes fue abatido por sorpresa, y el militar que no sabe que en la guerra hay que atacar por sorpresa, mejor que se dedique a coser y a bordar. O a cantar y a bailar. Raúl Reyes murió en su ley.

Pero si todas las guerras son sucias, las guerras en contra de grupos terroristas son más sucias aún. Es que uno de los propósitos de los comandos terroristas es el de ensuciar al enemigo hasta el punto de llegar a convertirlo en alguien irrepresentable. El gobierno socialdemócrata alemán de Helmuth Schmidt por ejemplo, se ensució tanto, que para salvar a los rehenes que mantenía la Rote Armee en Mogadicho, tuvo que ocupar aeropuertos africanos y pagar las debidas compensaciones. Una de las razones del declive del gobierno de Felipe Gonzáles en España, tuvo que ver con la responsabilidad indirecta del gobernante en actos ilegales (ejecuciones y torturas) cometidos en contra de los terroristas de la ETA. El gobierno de Israel tiene que responder a los ataques de las fracciones terroristas del Hama con medios que con toda seguridad nunca desearían emplear sus gobernantes. En Colombia, las FARC han igualmente logrado no solamente ensuciar políticamente a Uribe, sino que a la mayoría de los presidentes que lo antecedieron.

Después del terrorismo, no hay nada que sea moralmente más repugnante que el para-militarismo. Sin embargo, y esto es lo que cuesta entender a muchos, no el terrorismo es una consecuencia del para-militarismo, sino que el para-militarismo es una consecuencia del terrorismo. Si las FARC desaparecieran, más temprano que tarde el para- militarismo se desintegraría. Si el para-militarismo desapareciera, el terrorismo de las FARC continuaría actuando. Esa es la relación, y no otra.

Lo cierto es que pese sus abusos de poder, a la ilegalidad de los para-militares, y a la violencia, a veces excesiva de los policías que en algunos casos han hecho suya la lógica de los terroristas, Uribe continúa siendo el gobernante más popular de la región. Más aún: Chávez lo ha hecho más popular que nunca. Ahora bien, en caso de guerra, la solidez del frente interno es la condición más importante para un triunfo, más importante aún que la cantidad de armas. Eso lo sabe cualquier militar, y Chávez es militar.

La solidez de ese frente interno no la tiene Chávez ni en sueños, ni siquiera entre sus propios partidarios quienes cada cierto tiempo, como ahora está ocurriendo, libran luchas verdaderamente caníbales. El resto de la población venezolana, o es oposición, o es absolutamente indiferente al gobierno. Con Daniel Ortega ocurre algo parecido, más de la mitad de Nicaragua lo adversa. Y además, Ortega ...... Digámoslo así: Ortega no es uno de los gobernantes más prestigiosos del mundo.

Sólo Correa mantiene su popularidad, entre otras cosas porque es un político talentoso, cualidad que lamentablemente no ha mostrado en los últimos acontecimientos.

Desde una perspectiva internacional, Uribe ha sabido ganar el respeto de los gobiernos europeos. Cuenta, está de más decirlo, con el apoyo incondicional de los EE UU, con Bush o sin Bush. A Brasil interesa Venezuela sólo como socio comercial, y a las tímidas y asustadizas democracias del Cono Sur, el gobierno de Chávez les causa más problemas de los que quisieran tener. En fin, tanto la correlación nacional como internacional de fuerzas, favorecía, casi sin contrapeso, al gobierno de Uribe. Chávez, cuyo instinto político es innegable, se dio cuenta a tiempo, y decidió frenar, y como ya es su costumbre, en el mismo borde del abismo.

Tesis 4.

El principal enemigo del gobierno de Uribe, que es el de Chávez, se encuentra, POR AHORA, políticamente neutralizado.

Por ahora, es el antiguo lema de Chávez. Eso lo dijo el Chávez joven cuando fracasó su golpe de Estado: por ahora. Por ahora, el gobierno de Chávez se encuentra en una posición defensiva. Está siendo atacado por todos lados, incluyendo el propio. Un día son los buhoneros a quienes les entregó las calles y a quienes quiere erradicar de las calles. Otro día los obreros y empleados de Sidor. Una vez, y casi siempre, los estudiantes. Cuando menos se espera, los ultraizquierdistas “a la Lina Ron” le echan a perder sus escenas cinematográficas. La corrupción de sus aliados le comen el gobierno por dentro. Tascón, el eterno delator: Delator de profesión, delata a los otros, hoy a los suyos. Los motociclistas y batallones siniestros que amedrentan a la población y le restan cada día más votos para unas elecciones que nadie sabe si tendrán lugar y en las cuales, chavistas y antichavistas, todos juntos, quieren ser candidatos. Chávez los vuelve locos, los locos vuelven loco a Chávez. Chávez quiere salvar la revolución ¿Cuál revolución?
La revolución después de nueve años no ha comenzado, y antes de nueve años ya había terminado, antes de que comenzara. Mucho antes: la revolución de Chávez fue derrotada en 1990, cuando cayó el muro de Berlín.

El 2 de diciembre del 2007, Chávez perdió no una consulta popular. Perdió un proyecto de toma de poder. Después del 2.12.07, no tenía más alternativa que gobernar, aunque no tenía ningún programa de gobierno. Ni siquiera tiene un personal administrativo idóneo para gobernar. El Estado está ocupado por cuadros ideológicos y militares que rotan de un puesto en otro. Los verdaderos cuadros de gobierno están en la oposición. Es cierto que en un arranque de extrema lucidez inventó Chávez tres R. que nadie se acuerda ahora que significan. Al día siguiente se olvidó de todo y creyó de nuevo no en el gobierno, sino que en el poder eterno, aquel que no está en este mundo pero que lo obsesiona. Ese poder nunca lo podrá tener. Ni él ni nadie. Entonces inventó una guerra. “Cortinas de humo”, dijo el hábil Rosales. “Evadir la realidad”, afirma el general Baduel, quien pesa cada palabra como si las palabras tuvieran plomo. Ambos tenían razón. Todavía es tiempo de que el gobierno rectifique, pero el problema es que, a diferencias de Uribe, el Presidente venezolano se encuentra en una estado de extrema ideologización, alteración que le impide desarrollar sus ideas y pensar con libertad.

En cierto modo, el Presidente Uribe –que ironía de la historia– ha salvado con su accionar práctico la continuidad del gobierno venezolano. ¿Qué habría pasado si Uribe se hubiese dejado llevar por el falso orgullo y por las emociones que hizo gala el joven Presidente Correa? Es mejor que ni lo pensemos. Gracias a que en Colombia hay un Presidente que piensa políticamente, vale decir, alguien que es un político de profesión (y de vocación), ha sido evitado el hecho trágico de que muchas vidas humanas hubieran sido inútilmente sesgadas.