ULITEO LA PAGINA DE "NADIE" (ULISES) Y DE "TODOS" (PROTEO)

Saturday, December 13, 2008

Hagan sus apuestas, señores

HAGAN SUS APUESTAS, SEÑORES
Por Freddy Quezada


La política es, sobre todo, un juego; también puede verse como un arte. El ajedrez une ambas pasiones. Siempre he experimentado la sensación que la norma y el cálculo, el deber y el ser, juegan eternamente en el tablero de la democracia. Como si a un lado estuviera Montesquieu, moviendo una pieza, y del otro, Maquiavelo estudiando la siguiente jugada. Quien la vea de otro modo, la convierte en ética, religión, ciencia y sistema.

Para quienes no la miran como un juego, están las páginas de opinión de los periódicos físicos o electrónicos, los programas televisivos y radiales, si lo que desean es descargar sus lamentos, quejas, furias, descontentos, maldiciones, pronósticos y especulaciones o bien, celebrar sus victorias y aturdir de explicaciones a los adversarios que reclaman derechos violados. A favor o en contra de llorones de clase media o de bárbaros populistas; de la hipocresía sensiblera mestiza o de la violencia de los tonton macoutes, es como nos la pasamos cuando la situación política de Nicaragua, nos ofrece sus espectáculos más rudos. Pero se puede ver de otra manera.

En Nicaragua, las cosas se pueden ver también como un juego político, donde alguien que ganó un día, al siguiente se convierte en perdedor; o, simultáneamente, ganan en un lado y pierden en otro; o, más fascinante aún, reconocemos que dentro de todo Maquiavelo hay un Montesquieu y viceversa. El ejemplo más vivo es la censura del INC a Sergio Ramírez (de quien se están aprovechando los jóvenes artistas para descanonizarlo) y quien, al parecer, saldrá ganando más prestigio con la operación, lo que debiera agradecérselo al gobierno, sobre el verdadero censurado por todos los actores: Carlos Martínez Rivas.

Los espectadores de cualquier deporte no son objetivos para nada, al contrario, son los más fanáticos del mundo cuando han optado ya por un equipo, pero muchas veces cuando una gran cantidad de ellos no tienen un equipo favorito, prefieren al débil por el puro placer de gozar de un juego equilibrado, donde las reglas se respeten, los árbitros sean realmente imparciales y justos y se imponga el más hábil e inteligente. Es disfrutar del juego por el juego mismo. Pero no hay que confundir nuestros deseos con la realidad, aunque aquellos muchas veces crean a esta, quien, a su vez, los destruye.

En tres pisos, podemos observar la relación de fuerzas reales, sin entrar en escándalos éticos tomistas (del bien común traicionado) o en móviles ocultos (totalitarismos o imperialismos al acecho) que dejamos para historiadores y biógrafos, para ciudadanos ingenuos y calculadores de segunda. Veamos los pisos, en el tablero.

Por abajo: desde el 9 de noviembre el FSLN, es el dueño de las calles. Nadie, hasta el momento, les mete las manos. Bueno o malo, noble o perverso (eso se lo dejamos a las monjitas, a los curas, a los notables y a los analistas), lo cierto es que la oposición y buena parte de la población civil, está atemorizada. Es un hecho, por abajo el FSLN gana: 1 a 0.

Por arriba: El FSLN ha sido derrotado hasta el momento en la arena internacional. Desde que en la OEA sus funcionarios no cabildearon y resultaron con una derrota diplomática tan fuerte, no obtuvo apoyos significativos, ni siquiera en algunos de los países tenidos como aliados (Bolivia, Ecuador), el FSLN perdió puntos. Y sigue perdiéndolo en otros terrenos; el retiro de la ayuda de buena parte de países europeos, amenazas de suspensión de la CRM, DR CAFTA, etc., por parte de los EEUU, quien sigue maquinando en este piso. Otro hecho, por arriba el FSLN pierde: 0 a 1.

Por dentro: El FSLN está paralizado. Al menos en el seno de la Asamblea legislativa, donde no cuenta con el voto 47, para aprobar agendas y préstamos de su parte o anular las elecciones, de la parte contraria. No sabemos el desenlace. Hecho número tres, por dentro hay empate: 0 a 0.

Cada piso es fluido, pues cada uno de ellos cuenta con una resistencia que puede remontar el marcador.

La oposición por abajo (que ya cuenta por su lado con el apoyo de los medios de comunicación de mayor cobertura, ONG´s, notables, muchos intelectuales, apoyo de la Iglesia Católica, el COSEP y algunas embajadas de Europa y EEUU) puja por romper el temor y la apatía para ganar la calle con tímidos sectores medios y llamar a referendos.

Por arriba, el FSLN busca ponerse a cubierto en tratativas regionales como el Grupo de Río, ALBA, la presidencia de organismos centroamericanos y maniobra a nivel internacional con Rusia, para disminuir la ofensiva contra él, mientras espera la nueva actitud de Barack Obama.

Por dentro, el FSLN (que ya cuenta con tres poderes del Estado, en sus manos), busca el favor explícito del ejército y la policía, clave para especular en términos de fuerza, ante las resistencias de los adversarios, en cualquiera de los niveles.

Es una lástima que, para ilustrar la narración de este juego, ya no podamos contar con la colaboración de Enrique Armas, quien se decidió por un equipo, ni con la de Edgard Tijerino, quien ha decido callar sus locuciones políticas, por temor a verse perjudicado, actitud tan contraria a Víctor Jara quien, con las manos cortadas ante su verdugo, que le pedía cantar, le gritó: “a ver compañeros, démosle gusto al señor”. .. y a la señora.

Thursday, October 30, 2008

El derecho al silencio

EL DERECHO AL SILENCIO

Por Freddy Quezada

“Tiene derecho a guardar silencio o todo lo que diga puede ser usado en su contra”, se dice en series y películas policíacas norteamericanas y, siempre me asombro cuando el prisionero, no importa lo violento que viene de ser, obedece y calla. Toda persona casada, sabe lo que tal principio significa, cuando confiesa sus secretos al cónyuge, en momentos de armonía y, se maldice, cuando se le vuelve en contra, en momentos de conflicto. Ahora que sandinistas y exsandinistas, por ejemplo, se acusan mutuamente, uno disfruta de la verdad, aunque venga envuelta en cianuro, por ambos lados. Por lo visto, la verdad sólo la podemos conocer cuando se divide. Uno es esclavo de lo que dice, en efecto, y dueño de lo que calla.

Charles Baudelaire, el inventor moderno de lo “nuevo”, solía decir, “me gusta lo que no ha de verse dos veces”. En esos chispazos que las culturas producen como un relámpago, pocos advirtieron la sabiduría de este artista. Al contrario de lo que decía el poeta, sólo se pueden ver dos veces las cosas y las personas, si lo que nos interesa es hacerla distintas de otras, jeraquizarlas con respecto a otras o mantenerlas en la memoria, para buscar otras como ellas y anular su carácter insólito. Todas esas perversiones de lo nuevo como un “afuera”, lo hacen ahora tres poderosas máquina de las que hablaremos más adelante.

Muchos intelectuales dicen que no hay un “afuera” de la globalización, como casi todos los autores coinciden, a favor (desde Fukuyama hasta Stiglitz), crítica (desde Habermas hasta Baumann) o alternativa (desde Wallernstein hasta Negri), todos dicen que estamos dentro. Y los que creen que sí hay exterioridades (desde Escobar hasta Grossfoguel), le llaman “afuera” a “otras” culturas, pero no a lo “nuevo”, base de los esquemas de cambio, desarrollo y ascenso, que vienen de ser sepultados por el paradigma postmoderno, postcolonial y decolonial de la diferencia. Es, pues, el espacio (diferencia) contra el tiempo (novedad). Sin embargo, el verdadero “afuera” de la realidad global, es la novedad, pero no la moderna, la temporal, sino la incapturable, la fugitiva, la que captamos con atención, sin memoria, cuando estamos frente a ella. Lo nuevo es incapturable. Mantenerlo “afuera”, desenchufado de las máquinas de poder, es una estrategia subalterna que perfila a los nuevos sujetos como “desconectados” en sus nomadismos urbanos y en sus “esencialismos” estratégicos (Spivak).


Boris Groys (2005), con su concepción que lo nuevo en arte, lo dicta el museo porque es el que prohíbe la reproducción afuera; Michel Foucault (1980) con su revelación acerca del poder de los archivos y su uso discrecional en las luchas entre científicos, políticos y críticos; y Jiddu Krishnamurti (1995) señalando a la memoria, y al pensamiento que es lo mismo para él, como los responsables que nos impiden ver lo nuevo en su originalidad, los tres, nos han alertado, cada cual a su manera y desde sus perspectivas, sobre cómo lo “nuevo” lo convierten en colección, archivo y pensamiento. En diferencia, jerarquía y memoria.

Lo “nuevo” nos necesita siempre para poner a prueba una inteligencia que todos tenemos y que sólo lo nuevo puede colaborar en su fortalecimiento. El que no aprende es el que sabrá qué hacer. Hace poco un científico definía la inteligencia exactamente de ese modo: “es lo que uno hace cuando uno no sabe qué hacer”. Y, precisamente, lo único ante lo que uno no sabe qué hacer, es ante lo nuevo. Lo demás sólo sirve para controlarnos.

La sociedad contemporánea sea metropolitana o colonial, combina todos los modos de sujeción, y en la que es vital la complicidad de los que monopolizan el conocimiento. Desde la represión más abierta hasta el control más discreto, pasando por regímenes discliplinarios de verdad y discurso, el poder y los intelectuales, a favor o en contra de ellos mismos, no importa, reparten todas sus estrategias en tres máquinas que son uno y trino: el museo, el archivo y el pensamiento. Todas al servicio de ubicar, describir, separar, juzgar y controlar a todos, incluyendo a los tenedores de ellas.

Por favor, fíjense bien en la paradoja que emplearé a continuación. Todo lo que he dicho hasta aquí no es cierto; pero teníamos que usar el blog del END como medio para decirlo, porque sabemos que pasará al archivo y logrará distinguirse de los millones de documentos que contiene. Ha sido dicho así, para desconcertar a las máquinas de poder al hacerles archivar “algo” e indicarle que nos estamos burlando de Google, el archivo de los archivos, por ejemplo. Que nos resistimos a entrar en el museo de reglas (la sociedad), del que habla Groys, vagabundeando en el desierto, para que los amos no nos “distingan” de otros contenidos, o para que la memoria, una vez más, no nos mire porque siempre vigila desde el pasado. Lo “verdadero”, pues, no lo he querido decir y sólo lo conocen, como en el cuento de Balzac, 13 personas, que han decidido no hacerlo circular por ningún medio y guardarlo como un destornillador subalterno, con el que desarmaremos a las tres máquinas, para humillarlas con nuestro silencio estratégico.


REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS

Groys, Boris (2005) Sobre lo Nuevo. Ensayo De Una Economía Cultural. Pre-textos. Valencia.

Foucault, Michel (1980) Microfísica del poder. Madrid: Ediciones de La Piqueta.

Krishnamurti, Jiddu (1995) Sobre la Mente y el Pensamiento. Kairós Barcelona.

Saturday, October 04, 2008

Crítica y Emancipación

CRÍTICA Y EMANCIPACIÓN

Por Freddy Quezada

No hace mucho, hice un trabajo en clave de humor sobre la crítica y la utopía, ilustrado con aquella figura de Marilyn Monroe donde trata de bajarse la falda ante un viento indiscreto. Lancé al aire cuatro consideraciones. Hoy rebajaré un grado el humor empleado entonces, visto que el cambio de Utopía a Emancipación no representa un gran giro y me faculta para decir casi lo mismo.

Ha salido el primer número de Crítica y Emancipación, revista de la CLACSO que continúa la tradición inaugurada por Crítica y Utopía, su vieja revista, aquella de los tiempos guerrilleros y de los intelectuales comprometidos. Cómo es la vida ¿no? Todo lo que presenta en positivo el editorialista en su bienvenida al primer número, yo lo presentaré en negativo a partir del nombre mismo. Nada más atrevido.

Tómese como un juego, pero no como crítica, ofensa, insulto o burla. También puede considerarse como admiración: después de tantas derrotas y evidencias en contra de sueños y soñadores, estos intelectuales siguen insistiendo con imaginación, creatividad y tesón en unas ilusiones colectivas que, otros colegas suyos, observan con desconfianza y donde ya empiezan a sospechar que el mal no está fuera de ellos, sino en ellos mismos.

Los nuevos tiempos, de seguro prontamente conocidos como postneoliberalismo, después del derrumbe de Wall Street, el equivalente a la caída del Muro de Berlín, parece haberle señalado a los autores de la revista, que sólo necesitan el cambio de un sinónimo por otro: de Utopía (el viejo seudónimo medieval de la salvación religiosa) a Emancipación, vieja máscara moderna, también, de la liberación de las víctimas de cualquier tipo. Se mantiene intacta, es de recibo agradecer, la crítica pero sólo al presente, reconstruyendo desde ahí el pasado (que ya incluye a aborígenes, afrodescendientes y emigrantes) y seguir imaginando el futuro. No es mucho, pero de algo tienen que vivir los intelectuales de nuestro tiempo, sobre todo los que encabezan organismos académicos e investigativos internacionales.

Se ha debilitado el neoliberalismo, el paradigma del éxito, enhorabuena, pero no olvidemos que aún subsiste su gemelo enemigo, el paradigma de la diferencia, que corre, desde hace rato, por las venas de sus críticos revolucionarios y cuyo veneno paradójicamente ya circula en la misma sangre de quienes lo condenan ¿Cómo ganarle a un enemigo que nos hizo creer a todos en la lógica del vencedor, si derrotarlo es darle la razón; y cómo negarle un derecho a “su” diferencia, si fue la que mantuvo sobreviviendo a sus adversarios?

Los conceptos son simplificaciones de la infinita variedad y movimiento de diferencias que tiene el mundo. Es imposible dar cuenta de todas las variedades con una sola definición. No tenemos más remedio que reconocer su carácter arbitrario y poderial. Pensar, pues, es matar las diferencias. Y verlas en su infinitud, como se puede hacer ahora a través de los fractales de Mandelbrot, a contrariu sensu, es no pensar, tal como le pasaba a Funes el memorioso, en el cuento de Jorge Luis Borges.

Por cierto, Funes podía reconstruir, a punta de ver diferencias, si mal no recuerdo, todo un día, en dos. Ese plus (exceso de habla), ese desbordamiento de un día en dos o tres, a base de diferencias, se parece mucho a lo que hacen hoy las escuelas contemporáneas del pensamiento (desde el postmodernismo hasta los decoloniales, pasando por el marxismo abierto). Han descubierto la diferencia como derecho y como jerarquía, juzgando a aquel, como deseable, y a esta, como enemiga. La diferencia de esa diferencia es que no los paraliza, como a Funes, sino que los excita con nuevas narrativas melodramáticas, como las llama Nirmal Puwar.

Todo, pues, se transforma en una simulación del pensamiento, porque es un simulacro de vuelo, de despegue de lo real, que es exactamente lo que hacen los intelectuales. Separan al observador de lo observado por medio de la conciencia, perdiendo con la operación, lo que después se afanan en buscar y no se saben los responsables de una pérdida que, al problematizarla con la crítica, les justifica su oficio prometeico.

Hoy las escuelas de pensamiento, están más preocupadas por presentarse como "diferentes" que como "nuevas", aunque la diferencia de esa diferencia no sea ni nueva ni diferente, porque ambas provienen, no solo de un tiempo eurocéntrico una, o del espacio postcolonial las otras, sino de un mismo punto de vista intelectual, todas.
Cada cosa nueva, el archivo, el registro y la escritura, tal como el museo con las artes, según Groys, lo convierten en diferente. Un paradigma es igual a otro en su diferencia, incluso el que habla de que hay una relación de poder entre ellos. Pero cuando lo “nuevo” se hace pasar por “diferente”, lo que está haciendo es presentándose como el archivo mismo, que reúne en su seno todas las diferencias, al convertir todo lo nuevo en diferente. Hay una traducción del tiempo en espacio. Es lógico que se llame a una coexistencia, pero no a una ruptura que es del orden de lo nuevo. Lo nuevo sigue siendo desconocido, fuera de la memoria, el pensamiento, el archivo. Lo mejor en consecuencia es callar, porque lo real, lo siempre nuevo, no tiene referencia más que en sí mismo y no necesita de archivos y "novedades" para su captura.

Los decoloniales creen que el "Ojo de Dios", el punto de vista desde la eternidad, es exclusivo de los eurocéntricos y creen que un punto de vista diferente lo resuelve un locus espacial subalterno, cuando de lo que se trata es de la borradura de los propios intelectuales, sean de donde sean.

Tales autores se desgarran entre decididir si hay algo totalmente "diferente" fuera de la globalización (y declararlo puro e inocente) y al cual nadie (o sólo algunos intelectuales "lúcidos" que no quieren decir cómo lo lograron) pueden aproximarse para comprenderlo y medir su cantidad de dolor y fabricarles una redención. O si lo que existen son combinaciones fronterizas (Anzaldúa), híbridas (Canclini) e intersticiales (Bahba) que imponen juegos que, tomados en serio se convierten en mortales, convirtiendo el pensamiento en lo que siempre ha sido: estrategia, agonística.

Desde Descartes sabemos que se critica sólo lo que se considera problema. Lo que no es problema, no es digno de ser pensado, decía Heidegger. Hasta ahora el pensamiento siempre se ha considerado a sí mismo como la solución de todo tipo de problemas. Estamos todavia a la espera de hacer del pensamiento precisamente un problema y aplicarse a sí mismo sus propios procedimientos. Un poco como Godel aplicó los fundamentos matemáticos para "demostrar" la indemostrabilidad de los fundamentos matemáticos.

El problema de todo intelectual moderno es el presente. No le gusta, le molesta, quiere trascenderlo, esta es su parentela con los dioses; no sólo viven fuera del tiempo, sino también de “su” tiempo, juzgándolo desde los fines que ellos mismos se inventan.

Mejor lo ejemplifico con el cuento de Jorge Luis Borges, “Funes el memorioso”, para darme a explicar:

A) Funes es “ellos” (no intelectuales) cuando coincide su cobertura de las diferencias en un día; es el mapa igual al territorio, hay una relación sencilla de 1 a 1 (todos piensan y todos ven diferencias o semejanzas y no se sienten especiales por ello), y no es que no hablen los subalternos, o que no los escuchen los hegemónicos, si no que se escuchan entre ellos sin mediaciones de un pensamiento que no lo separan de sí mismos.

B) Funes somos “nosotros” (intelectuales) cuando desbordamos el día y el mapa empieza a tener más importancia que el territorio, al que empieza a dominar.

C) Pero, un tercer momento no debe hacernos olvidar que Funes es una criatura de Borges, y este una ficción de sí mismo con la complicidad de canonizadores y críticos. Borges, también, es un malentendido, tal como él mismo se decía, y también un “otro” en dos tiempos y en dos espacios, como lo refiere en sus cuentos donde se encuentra el Borges joven con el Borges viejo. Borges, pues, es la suma de todos ellos (donde ya estamos nosotros). Además, desde luego, del real. El Borges real es esa brecha intersticial de la relación uno a uno (1:1), mapa = territorio, como en los filamentos de los fractales, que se encuentra la misma figura en todos los sitios y que no conoceremos más, por mucho que profundicemos, porque ha sido conocido desde el primero. ¿Complejo? Sí.

Otro modo de decirlo: Todo se parece a la película “Los crímenes de Oxford” donde el perseguidor del responsable que desencadena unos asesinatos en serie es él mismo, sin saberlo, como si la mariposa de la “teoría del caos” que provoca el huracán en New York, fuera hasta esa ciudad a averiguar quién ocasionó el desastre. Y paren, por favor, el maldito tren que quiero bajarme.


Los conceptos, esa unidad representable, ese valor de cambio, de los intelectuales, si no han podido reflejar las diferencias a riesgo de anularse, mucho menos que simule el movimiento, como si lo ha hecho la imagen primero, al menos en uno de sus momentos, y la imagen móvil, después, en todos ellos, pero sólo como serie de una posibilidad que se muestra cerrada y finita, cuando todos sabemos que es lo contrario: abierta, infinita y autopoietica, en sus combinaciones y variedades.

El intelectual moderno (sobre todo el que cree en los cambios) lo que mejor conoce y ha perfeccionado es la crítica. Pero necesita una pareja, y esta es el salto, el sentido, el destino de la flecha que el arquero disparará y sólo puede ser un sitio que se presente como la desembocadura de algo que los demás intuyan, pero que les sea reservado en exclusiva, sólo a ellos. Tal sitio empezó siendo un no sitio: la utopía, sucedánea del cielo, luego le siguió la emancipación en la historia, dentro del lenguaje, desde la pureza de la alteridad, o desde la inocencia de la subalternidad, etc. Cualquier cosa, con tal de no ver el maldito presente.

Así, pues, esta pareja (ser crítico y deber ser emancipador) está indisolublemente unida por una misma lógica y un vínculo que al mismo tiempo que las une las separa: la acción.

Sin embargo, no se puede criticar por criticar (a menos que se haga desde un segundo piso, como yo en este momento, criticando a los críticos y emancipándome de los emancipadores para que, en el siguiente piso, otros hagan lo mismo conmigo, en una regresión infinita[i]), ni tampoco actuar por actuar, en nombre de salvarnos para cualquier causa.

Aquellos siguen siendo charlatanes, aunque ahora no lo hagan desde cafetines, sino desde Universidades, ONG’s y Centros de Investigación; y los otros, continúan siendo los activistas que necesitan de una capa de intelectuales (aunque nazcan dentro de ellos mismos) que les presenten de modo nítido y profundo sus propias aspiraciones. Este es el modo en que los intelectuales explican la separación de los dos conceptos y critican a los críticos, por un lado, y a los activistas, por el otro. Es una manera de situarse en el centro de todo.

Digo que la crítica sólo se hace a un presente que duele, está torcido y se debe corregir por medio del paradigma de la justicia y la defensa de los demás. Es el ser al que no tenemos la valentía de mirar de frente y no juzgarlo. La crítica sistemática, metódica, integral, científica, histórica, epistémica, sólo se hace al presente, y por parte de un grupo selecto. Cuando se le hace al pasado, se le hace desde ese mismo presente que, además, están redimiendo con un mañana: su lugar favorito. Es un no lugar, un u topos, muy parecido al que ocupan cuando reflexionan y esconden su vida personal que, se sabe desde Platón, no la necesitan para hablar, porque ellos siempre hablan desde lo más parecido a la eternidad, que es la teoría.

Pero, en sus astucias de la razón, también hacen lo contrario, hablan desde lugares específicos, al mismo tiempo que simulan anclarse en él y seguir teorizando desde su única patria: la universidad y su pasaporte de visa múltiple: la escritura. Cada crítica de unos intelectuales a otros, es como una capa de cebolla que cree que está avanzando hacia un núcleo y no puede ver que "no puede ver", tal como lo hizo su predecesora y lo hará su sucesora.

Nadie odia más al presente, que quienes huyen de él todos los días. Y la más bella de las huidas, así como la cobardía más elegante, es la de pensar y crear, creyendo que sólo un grupito lo puede hacer. Pero en verdad, todos somos intelectuales, la diferencia es que unos cobran por eso y la mayoría, no.

Lo “otro”, correlativo y complementario, de este escape del presente, es la emancipación. Como no nos gusta el maldito presente con todas sus criaturas, que las imaginamos dentro de un universo de víctimas y verdugos, buscamos el reposo de todos y de nosotros mismos, para recompensarnos el sacrificio de ser visionarios y primeros, en descubrir el bálsamo para las heridas, en la promesa, en el mañana, donde todos seremos libres, iguales y respetuosos de nuestras diferencias.

Los intelectuales han monopolizado el pensamiento en su exclusivo provecho. Las personas no intelectuales tienen mil modos (todos ricos, vivos y muy jugosos) de “criticar” a esos mismos enemigos que abstraen los intelectuales: mienten, traicionan, se hacen los tontos, se callan mientras pasa la tormenta, critican por la espalda, simulan, no entienden ni papa pero hacen como si, son indiferentes, serviles, ingenuos, heroicos contra el sistema cuando se deciden, etc, etc, etc. Dentro de un concierto así, la crítica intelectual de cualquier tipo, sólo sería un modo, ni el más importante ni el mejor, entre otros.

Resumo lo que quise decir:

1) La crítica de la crítica, y a su vez el riesgo que se vuelva autorreferente, se resuelve relativizándola. Hay que decirlo sin miedo: la crítica es un instrumento exclusivo de intelectuales y no es el único ni el mejor, sino uno cualquiera, para enfrentar o coexistir con un sistema considerado enemigo o indiferente, pero poderoso.

2) Sólo se puede juzgar a los intelectuales, observando que ellos hablan por los demás para liberarlos de algo, haciéndolos, a su vez, un objeto de estudio específico, como ellos hacen con los subalternos.

3) Digamos que se acepta, provisionalmente, esta crítica de segundo piso (alguien la objetará desde un tercero o la devolverá desde el primero)[ii]. Es seguro que le seguirá la pregunta típica de esta manera de pensar: ¿cuál es la alternativa que se propone? Respondo seriamente: jugar.

Hice alusión, en un punto de este texto, a que pertenezco, un poco como Gödel frente a Russell, a una especie de meta- metalenguaje que se sirve del meta lenguaje, como él se sirve del lenguaje objeto, y los resultados que se obtienen son paradójicos, indecidibles, de tal manera que debo terminar preguntándome ¿quién reconvendrá al crítico de los críticos y quién se librará del emancipador de los emancipadores? Por lo pronto, mi compañera, de seguro, quien no tardará en señalar mi mal lavado de trastos y en garantizarme una separación segura, si esta noche no observo con ardor mis deberes conyugales.

BIBLIOGRAFIA

Tomasini, Alejandro (2006) Filosofía y Matemáticas. Plaza y Valdés. México. D.F.




1“Desde el Tractatus, Wittgenstein había defendido la idea que la autorreferencia se produce cuando una función funge también como su propio argumento. Gödel hace ver que hay juegos simbólicos en donde esta limitante no vale y que cuando se pasa del lenguaje objeto al meta-metalenguaje la autorreferencia es posible. ¿Refuta Gödel a Wittgenstein?” (Tomasini, 2006: 38)

2 Las paradojas, según Russell, “surgen porque al hablar de una totalidad se incluye a esta dentro de sí misma como si fuera un elemento más. Así, la totalidad resulta ser simultáneamente tanto una totalidad como un elemento de dicha totalidad (…) Naturalmente cuando así procedemos lo que construimos no es una proposición sino un sinsentido” (Tomasini, 2006: 22). Gödel “demostró” que no es así.


Wednesday, September 24, 2008

Comentario a la obra "Cuánto Cuento"

DEL CREADOR, SUS CRIATURAS Y SUS EVENTOS
(Comentario a Cuánto Cuento)

Por Freddy Quezada

Empezaré diciendo que no puedo hacer ninguna crítica literaria sobre esta obra, en principio por no ser mi especialidad y, además, creo que lo fundamental ha sido dicho por Roberto Aguilar en el prólogo. Pero sí deseo contribuir en el campo epistémico: la relación entre el creador y sus criaturas (como universo propio) y entre estas últimas con la realidad.

La historia y la narración tienen una estructura parecida, ya advertida por Paul Ricoeur, fundamentada en Aristóteles. Ambas se basan en el sentido que le brindan sus creadores y se construyen como tramas argumentales con un origen, un destino y unos acontecimientos dramáticos.

Para el caso de la narración, son los artistas en general y los narradores en particular los que dotan de sentido a todas sus criaturas. En la historia, son los intelectuales en general, y los filósofos en particular, quienes señalan el camino por donde todos debemos avanzar y el drama de quienes se oponen a ese horizonte. La narración y la Historia, coinciden en poseer un sentido brindado por el creador en el caso de esta, o el punto de vista dominante del enfoque histórico, en el caso de aquella.

Tomaré, para lo que quiero decir, un cuento en particular “El rito del silencio”. Roberto habló del bosque, permítanme a mí, ahora, hablar del árbol. Previamente, debo distinguir un evento de un suceso.

Un evento es un hecho de la realidad cotidiana que vivimos todos. Un suceso, es el mismo evento inscrito en las coordenadas de un relato que puede estar a manos de artistas o intelectuales. Si el evento se desfigura totalmente, estaremos en presencia de los primeros y si guarda aún características empíricas verificables por medio de pruebas documentales y rigores causales, estaremos entre los segundos.

Para que un evento se convierta en suceso, decía Sartre, es necesario y suficiente contarlo. Pero ya en el terreno de la narración, un suceso debe responder a sus reglas. Y la primera de ellas, como decía Darío, es la de crear, es decir, inventar criaturas.

En “El Rito del Silencio” hay dos hombres que se han encontrado en la vida desde siempre y, a pesar de que se reconocen con la sola mirada, nunca se saludan, hasta que uno de ellos muere y el primer saludo, será el último. Es una especie de despedida, más que entre dos amigos, de un evento que se transforma en creación y que abandona el nicho de la cotidianidad evanescente, inasible, impresentable, fugitiva… y vuela.

Pero hay que pagar la deuda que, al cerrar la estructura de cualquier narración, contraemos al perder la belleza de lo real de un evento, que no podemos perseguir, encerrar o transformar a fuerza de una imaginación pura. El hombre muerto en el cuento, en la realidad, no ha muerto. Existe y vive. Así que son dos personas: una creada y otra real. Nadie sabe quién es, qué hace y qué piensa esta última; no les importa a los creadores.

El creado y el real, de ningún modo pueden coincidir, porque no tendría sentido el oficio del creador/intelectual (el territorio coincidiría con el mapa), por un lado; y por el otro, el real seguiría siendo lo que es (el territorio seguiría siendo igual a sí mismo) y en la gran mayoría de los casos, ni siquiera se enteraría de la desaparición de los creadores.

La ruptura del silencio de los dos hombres, que se paga con la muerte de uno de ellos, rompe el encanto y el misterio guardado hasta el último momento.

Es ese misterio de lo real, que no puede ser señalado, ni siquiera con el auxilio del dedo adánico ocupado por García Márquez, para señalar las rocas de Macondo, cuando las comparó con grandes huevos prehistóricos. Todo lo real se mueve en el instante siguiente, arrastrando consigo su pequeño universo fractal y autopoietico, para cambiar, una y otra vez, cada segundo y detenerse eternamente en cada uno de los momentos. Tal paradoja es una ilusión aterradora y un caos inaudito, que no pueden soportar unos creadores amantes de la armonía, así como del orden y la obediencia a las reglas.

Un rostro real, sin duda, es más bello que todas las pinturas juntas del mundo y de seguro, los no intelectuales, puestos a elegir en medio de las llamas de su casa, si rescatar a su perro o a su biblioteca, muy posiblemente salvarían a su mascota. No desconozco los méritos de la creación, sino que devuelvo algo de dignidad a lo real, como ese silencio místico de estos dos conocidos que los mantuvo unidos, antes del desastre de saludarse, y ser capturados por el creador, en una representación que destroza toda esa magia y lo simplifica para provocar un efecto estético.

La violación de un silencio llegado de lo real, en nombre de inventar o descubrir su secreto, ejerce su propia vacuidad, y así se protege, coincidiendo con el propio vacío que ya contiene la violencia misma de la representación. Busca "afuera" lo que ya tiene dentro, como medio, para hacerlo.

Los artistas y los intelectuales no pueden ni quieren conocer, si no es a través de sus propias mediaciones, a las personas de carne y hueso, que les sirven de base, alimento y barro. ¿Será por eso que no pueden conocerlas? ¿Y por eso viven escapando de ellas a través de ficcionarlas dentro de una burbuja, que empujan desde dentro, para ilusionarse con un avance o un goce? ¿Cómo se llega a descubrir esto?

Creo que situándose en un punto de vista de segundo orden, donde intelectuales y artistas son vistos como un grupo social que comparte ciertos rasgos identitarios (todos quieren representar “algo” o a “alguien” y todos quieren salvarnos por medio de la emancipación o la belleza) y cuyos frutos son, así como ellos mismos hacen con los seres reales, tomados como la materia prima y el barro para los observadores de segundo piso, de tal manera que cada obra que producen, será inscrita en otro conjunto de reglas narrativas, donde los creadores serán, esta vez, las criaturas.

Los que nos creemos en un segundo observatorio, tenemos que estar claros, a su vez, de ser objetos de un tercero y, así sucesivamente, hasta que uno de los niveles superiores tenga la humildad de reconocer la inutilidad de un vuelo que ya está contenido, por entero, en el primero. En otras palabras, el todo estará siempre en cada una de las partes.

No está en los creadores conocer sin mediación, porque de lo contrario, para ser los eventos, tendrían que negarse y desaparecer en esos mutismos que sirvieron de base al cuento “El Rito del Silencio”, como yo en este preciso momento, que paso a convertirme en el evento mismo, sin suceso alguno que medie, después de cerrar este comentario e invitarlos a leer la obra de Javier González Serrano: Cuánto Cuento.

Sunday, September 14, 2008

El Suicidio de los intelectuales

EL SUICIDIO DE LOS dioses
(Mientras cambio de opinión y/o
reconozco un nuevo error)

Por Freddy Quezada
Introducción

No es nada nuevo decir que a partir del Humanismo y el Renacimiento, los europeos pasaron a ocupar el lugar vacío de su divinidad derrotada o en retiro. Algunos de ellos, en exclusiva desplegaron como herencia, todas las virtudes (que se vieron como horrores desde las víctimas en sus colonias) del Dios cuestionado.

Cada crisis en el pensamiento euro-norteamericano apela a estos fundamentos. A partir de Nietzsche, se abrió la posibilidad de que Dios estuviera muerto, pero aún así, le sobrevivió en el mismo Nietzsche, quien estaba testimoniando intelectualmente su asesinato desde otro fundamento igual de trascendente: la voluntad de poder. Dios seguía viviendo en sus asesinos y retadores más temibles: los intelectuales.

Los que han perdido fuerza, a partir de las crisis de representación epistémica (hablar a, con, de, desde y en nombre de los demás) y de las crisis que sufren todo el espectro de las emancipaciones, desde las más duras (vanguardias, partidos, escuelas, paradigmas, corrientes, etc.) hasta las más blandas (movimientos sociales, coexistencias alternativas, diálogos pluriculturales, etc.). Podemos hablar, entonces, del suicidio de los pequeños dioses, únicos herederos (según ellos) del entendimiento de esa luz “mayor” que contribuyeron a despedazar un buen día de julio de 1789, fecha impuesta como importante para sus colonias a través de sus letrados.


DEL PENSAMIENTO

El pensamiento, es el gran problema de todo y no la solución. Concebido como la gran mediación entre el ser y la realidad, cuya paradoja descansa sobre la idea que nos acerca más a unos objetos y seres a los que pertenece (en virtud de que no hay separación entre el pensamiento y el pensador), en el momento exacto en que su empleo (para justificar al pensador) nos aleja de ellos: nada puede ser visto sin él.

El pensamiento es el verdadero fundamento de toda la cultura occidental. Y lo que más le fascina es perseguirse a sí mismo por medio de un juego de contradicciones que lo afirma aún más. Se ha creído indebidamente que la cabeza es la parte más importante de nuestro cuerpo, donde están cuatro de los cinco sentidos, más el sentido propio de la reflexión (filosofía/ciencia/técnica) y la imaginación (política/moral/arte). De todos los sentidos, dos son ausenciales (visión y escucha que se pueden reproducir en ausencia de los cuerpos) y tres presenciales (olfato, gusto y tacto que no se pueden reproducir). La imaginación, por medio de la memoria, los subsume todos para escenificarlos, pero sólo puede reproducir dos.

Así, pues, a dos sentidos sensoriales, tres dimensiones euclidianas y una representacionalidad intelectual, le llamamos “realidad”. Con esta cadena de definiciones, en realidad, andamos por el mundo “suponiendo” lo visto y pensado que, muchas veces, por efecto performativo propio o impuesto, lo materializamos de verdad.

El pensamiento, además de lenguaje, es sentido. El sentido desde entonces ha sido el ser. Sólo cuando el sentido se quiebra, produce esos latigazos de lucidez sufridos por nuestra cultura y que supo ver bien Husserl, desde las guerras “mundiales” dentro de su continente, para el caso de “su” ciencia europea. El ser, privado de telos, de sentido, es un haz de fuerzas, un campo de batalla e ilusiones, un nodo de entradas y salidas, todas inasibles, fugitivas, cambiantes, irrepresentables e impresentables. La relación básica que se ofrece es de dominio entre un sujeto que “crea” a su objeto y lo investiga para su servicio. Este será negocio, oficio, recreación, obsesión y campo de los intelectuales. Profesionales del pensamiento que harán de sus habilidades, porque es parte del oficio, hacerse pasar por imprescindibles para dar “voz” a los sin voz, argumentos para liberar a los desposeídos, explotados y oprimidos, así como iluminar a los invisibilizados.

DE LOS INTELECTUALES

Son intelectuales, aquellos capaces de generar una opinión entre los demás (con el concurso de los medios de comunicación social) e imponerla por demostración racional o seducción sensorial, a través de una cadena de afirmaciones, dentro de un juego de fuerzas a favor o en contra de algo o de alguien.

El “juego” consiste en tomar en serio lo que dicen. Usualmente desde el ámbito escrito (de mayor prestigio y profundidad) y audiovisual (de mayor amplitud y fuerza) consiguen sus audiencias y consensos. Generalmente, separan su vida cotidiana, de lo que dicen creer. Hasta donde yo sé, sólo el psicoanálisis (bastante devaluado) y algunos historiadores, lograron establecer una conexión entre lo que dicen los intelectuales y lo que ellos creen ser. Los intelectuales prohíben la exhibición de su vida personal (ad hominen), pero necesitan siempre para ilustrar y legitimar sus mensajes, las de los demás, usualmente figuras binarias (para atacar a unos y defender a otros) construidas desde ellos mismos.

DE LA REPRESENTACION

Los intelectuales, en el sentido indicado arriba, parten de fijezas homogéneas y de matar las diferencias reales (y construir otras como virtud y derecho o naturalización y jerarquías) entre los seres y las cosas. Producen subjetividades e intercambian unidades representables con sus iguales, muchas veces adversarios, que son parte del juego.

Da lo mismo eliminar o resaltar, el tiempo, el espacio y las diferencias para convertir en teoría cualquier cosa e imponerla por seducción, fuerza, demostración, convicción o violencia, a otros usualmente débiles, semiletrados o enemigos superiores a sus fuerzas (con nombres abstractos como “poder”, “sistema”, “capitalismo”, “socialismo”, “culturas”, “globalización”, “colonialidad”, etc.), para justificar un poder hurtado a ellos y pasable como resistencia. Sin embargo, hay que saber distinguir dos tipos de representación; las epistémicas, abordadas en este ensayo y, las legales y delegativas, en la cuales los ciudadanos expresan su voluntad y deciden, por medio de procedimientos notariales, de elección, registro y control, disponer de ella.

El problema de la representación epistémica han sido los intelectuales, de los que no me excluyo: no los subalternos o hegemónicos de cualquier tipo, lugar o tiempo. Su relación central es amar (como el Dios severo pero amoroso que venían de derribar) las preposiciones utilizadas para separarse de sus objetos. Estas son pensar; a, ante, con, de, desde, hacia, en, entre, para y por los demás, debidamente representados (incluso negando hacerlo y viéndose a sí mismos en la operación como transparentes). En este último caso se abren alternativas de las que hablaremos en su suicidio.

DE LA EMANCIPACION

Es la madre de las ilusiones modernas. El verdadero núcleo de la modernidad occidental. Junto a la representación, dota de identidad a los intelectuales. No tiene sentido representar a quien sea, si no es para salvarlo en la ciudad, en el cielo, en la historia, en el lenguaje o en, y desde, los márgenes del sistema. Y la emancipación activa, alternativa y revolucionaria (deber ser), tiene su “otro” oculto en la crítica, como método, como acción (ser), de un presente del que se desea escapar hacia adelante; siempre hiede, no nos gusta.

Y esa es la diferencia entre las personas “pobres” o los/as “otros/as” (nobles, indoblegables, puros e inocentes) que construye un intelectual y el pobre y otro/a “real” (la barriada, el lumpen, el delincuente, el violador, la inculta, el indio, el negro, el chino, el árabe, la puta, etc.), a menudo a merced de la definición de otro intelectual adversario. Entre un “pobre” real y un pobre “real”, la diferencia no son solo comillas, sino ilusiones redentoras. Ilusiones de unas criaturas que estamos condenados a no saber nunca quiénes son de verdad y, aunque lo supiéramos, lo mejor para todos es no definirlos, no decirlo.

Cada estudio registrable sobre los/as “otros/as”, sea ejecutado o no con la mejor de las intenciones y por el mejor de los estudiosos, siempre terminará en los archivos de los servicios de inteligencia de potencias y embajadas.

Toda la desgracia occidental, proviene de no estarse quieta dentro de una habitación – como señaló Pascal. Las sociedades se han tornado en un infierno de salvadores. Se parecen a esos autobuses urbanos en las que nos abordan los predicadores, sin pedirnos permiso, obligándonos a escuchar sus amenazas de condenarnos, sino seguimos su camino redentor. La emancipación es una heredera de la esperanza pasiva de las religiones y síntesis del telos moderno. En la cultura occidental aún hace estragos, incluso dentro de los que creen adversarla y suponen no emplearla, para dirigirse a los demás, rehusando reconocer que lo mejor es callarse.

DEL SUICIDIO DE LOS INTELECTUALES

Si partimos de que no podemos representar a nadie, ni siquiera a uno mismo, porque constantemente cambiamos como cambian los demás, y además reconocemos que nadie quiere ser salvado, porque ha sido un invento nuestro sobre ellos, entonces se abren varias salidas a) decimos todo esto como último grito, a guisa del canto de ese cisne negro que pedía Popper, como prueba, para falsar a todos los blancos, y luego disolvernos; b) tenemos que decirlo cada vez que podamos, como aquella paradoja de los trapenses, que ordenan a gritos callar a sus hermanos de orden, cuando violan el voto de silencio; c) lo decimos, lo sabemos y sin embargo, seguimos repitiendo el fenómeno como modus vivendi; d) nos dejamos arrastrar por el curso de las cosas que, con o sin nuestra voluntad, orientación, dirección o sentido “externo”, cambiarán de todas maneras, como lo dijeron taoístas y anarquistas y ahora, teóricos del Caos con la “autopoiesis”, en materia natural y en materia social la “poiesis”; e) no seguir diciendo estupideces y terminar de una maldita vez por todas, aquí mismo

DE LA VIDA

Si fuera consecuente con la opción e) anterior, este apartado debiera quedar en blanco sobre fondo blanco, como el cuadrado de Malevitch. Al desaparecer los intelectuales, como los lemmings que se suicidan en masa para autorregular su especie, la vida se reconciliaría consigo misma, incluyéndolos, sencillamente porque siempre lo ha hecho, sin ellos. Pero, cuidado, la desaparición puede ser una nueva coartada de su borradura. Son especialistas en hacerse desaparecer detrás de puntos ceros de reflexión, separados de sí mismos como biografías y cuyos discursos nadie se los hace cumplir, por medio de controles y penalizaciones.

Si lo lógico es suicidarnos y disparar a nuestra identidad desde un universo que no tiene “afuera”, porque nosotros, sucedáneos de Dios, hemos creado todas sus criaturas, levanto los brazos y me rindo: pertenezco a la opción c) y, precisamente a causa de saberme cómplice de este crimen, por esta vez como un gran lemming disfrazado de flautista de Hamelin, tocaré el instrumento para encabezar el despeñadero de todas las ratas y reírme del chillido de las muy putas.




Friday, September 05, 2008

Ética a la carta

Etica a la Carta

Por Freddy Quezada

Mis alumnos de Ética y Comunicación, me solicitaron presentarles un pequeño esquema de la
discusión sobre la ética en general y entre los comunicadores en particular.

En este trabajo, presentaré las variedades teóricas, tal como les he informado a ellos, como un camarero cuyo menú ofrecido, sólo el solicitante podrá elegir, excepto que pregunte por la especialidad de la casa y, en ese caso, será un placer de este servidor explicar sus bondades.

Para las particularidades de la profesión de comunicador, creo que es mejor emplear una metodología casuística y discutir caso por caso: que lo estamos aplicando con el empleo de algunas películas contemporáneas, referidas a situaciones empíricas que experimentan los comunicadores de todo el mundo.

Partiré de la siguiente idea: Sólo los libertinos y los santos pueden ser integralmente éticos. Dentro de una campana de Gauss, esa curva de distribución normal de datos que se representa en la estadística, serían las “colas” simétricas: los santos son los que hacen del ser un deber y los libertinos, de ese mismo deber, un placer. Jacques Lacan dijo una vez que Kant es el otro de Sade o viceversa. La mayoría de nosotros, sin embargo, estamos debajo del hongo de Gauss: traicionamos todos los días nuestros deberes, por los pequeños y grandes placeres que nos tientan y nos hacen practicar una doble moral. Este es el sentido básico de decir, que la mejor ética es aquella que no puede decirse y su esencia, la de ser traicionada. Sino lo hiciéramos, el planeta estaría poblado de personas como San Francisco de Asís y Madre Teresa de Calcuta en Ciudades de Dios y del Sol o de sátiros y pervertidos en Sodoma y Gomorra.

Con todo, no hay una sola ética. Buena parte de los especialistas del tema, hablan de una ética dialógica (Habermas, Appel, Cortina, Savater, Rorty, Dussel, etc.). Hoy, podemos hablar de un menú de éticas, de una carta discrecional, elegible según el gusto del ciudadano, como lo explicaba Gilles Lipovetsky en su obra “El crepúsculo del deber”. En efecto, hay una ética a la carta, dentro de la cual la ética del deber es sólo una de ellas, ni superior, como se creyó antes ella misma, ni inferior, como creen algunas de las que la derrotaron; sólo diferente; una entre otras. Veamos los tipos.

Ética clásica: Desde Aristóteles hasta Séneca. Es la ética de la realización y la plenitud de los hombres en las ciudades que, por principio, son buenos y tienden al bien común. El único lugar donde podían desplegar todas sus potencialidades, expresables en virtudes ciudadanas, era en la polis griega y en la civitas romana. De aquí que la ética sea a la vez política y filosofía, carácter y sentido. Séneca será el primero, ante la decadencia del imperio romano, quien empezará a decir que uno sólo se puede salvar en el cielo jupiteriano. Será la cama que encontrarán preparada los cristianos.

Ética cristiana: La salvación sólo puede ser encontrada fuera de las ciudades, en el cielo y, por medio de un juicio inapelable de Dios, que nos premiará o castigará, conoceremos también el infierno y la culpa. El paradigma será la garantía de no extraviarnos por un pecado original que nos hace, por principio, pecadores y corruptibles. El pivote central del sistema será la observancia estricta de los mandamientos de la ley de Dios.

Ética del deber formal: Kant continuará y secularizará la ética cristiana. Sólo hay deberes inflexibles sin tiempo, espacio ni justificaciones. El deber mismo es su propia recompensa. Nadie deberá tener excusas para cumplirlo. Variantes de este tipo se le encuentra también en Max Weber, quien opuso la ética del responsable (kantiana) a la del convencido (revolucionaria). Zygmunt Bauman, un sociólogo contemporáneo recoge, un poco a lo Che Guevara, la ética de la responsabilidad a través de hacer propio, el dolor abstracto y lejano de los “otros” que no vemos. En el nacionalismo, el deber más alto será defender a la patria, hasta con la vida misma si fuera necesario.

Ética del deber histórico: Para Hegel, sólo habrá deberes, en forma de leyes dialécticas, para con el espíritu y la historia eurocéntrica. Sólo habrán deberes para con la misión de los oprimidos y explotados, según Marx, su heredero. La revolución será el máximo y el más sagrado de los deberes. Y la Historia el más grande e inapelable de los tribunales. Ningún derecho para los enemigos de clase y todos para los trabajadores, pero hasta que cumplan con el deber de conquistar el poder.

Ética del poder: Maquiavelo dará al traste con toda la inocencia de la ética grecolatina y la hipocresía de la judeocristiana. No le importarán los fines discursivos hacia los que tiende el ser humano, ni la garantía de un discurso ético religioso, entre quienes precisamente descubrió las leyes del poder, donde la ética ejercerá el papel de un arma discrecional en manos de los tenientes del poder o aspirantes a serlos.

El poder será medio y fin, a la vez. Todo lo demás, en primer lugar la ética, tendrá un carácter instrumental y relativo; ejercible y tomada en serio, sólo por los súbditos. Es decir, una Ética para los gobernados y otra, de absoluta libertad, para los gobernantes. Sino fuera por su obsesión de poner al servicio de los nacientes Estados nacionales sus consejos, el maquiavelismo hubiese terminado siendo un delicioso juego para diplomáticos de carrera y ambiciosos en general, sin perjudicar a terceros, un poco como esos juegos electrónicos que les gusta a los niños y jóvenes de hoy, o como esos bailes de luchas ilusorias de los que habla la religión hindú. El rayo de lucidez maquiavélica, lo cerrará de nuevo el nacionalismo.

Ética del derecho: Ya no habrá salvación en las ciudades, ni en el cielo, ni en la Historia, sino sólo en el lenguaje, con el empleo de un vocabulario políticamente correcto y en la lucha por exigir el derecho de los diferentes. Con el descrédito en las grandes promesas emancipadoras de la modernidad, a partir de la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la URSS, Jean Francois Lyotard y otros autores, empezarán a glorificar a los movimientos sociales y su moral de pequeñas esferas. El derecho empezó a reinar sobre los deberes. Todo el mundo empezó a exigirlo a quienes, la víspera, sólo ordenaban obedecer. Así, hubo quienes preguntaron, entre estudiantes, por qué todos los pupitres tenían su paleta de respaldo a la derecha, violando el derecho de todos los zurdos. El derecho de los “diferentes” (muchas veces marginales, minoritarios, subalternos, colonizados, silenciados e invisibilizados) empezó a ganar carta de ciudadanía.

El derecho también contó con sus propios excesos. Llegó a ser respondido por sus enemigos de dos modos: reconocerlo, pero como jerarquía y naturalización, como lo hicieron antes los colonizadores, haciendo fila en la flecha del desarrollo para los inferiores o, reconocerlo, con todos sus atributos, pero enviándolos de regreso a casa, donde deberían practicarlo. Usando el tiempo en aquel caso (con las excolonias, por ejemplo) y el espacio en este (con los inmigrantes, por ejemplo), el eurocentrismo aún defiende sus intereses y su imperio en el área moral e intelectual.

Éticas alternativas: La diferencia reconocida como derecho, y vistas desde las ex-colonias europeas, ha llevado a algunas corrientes a reclamar la coexistencia con “otras” éticas, sentidos y cosmovisiones, que no sean subalternizadas (ego subalter), ni busquen imponerse a “otras” por medio de la jerarquización (ego conquiro) que vienen ellas mismas de sufrir por las éticas hegemónicas y despóticas de los centros dominantes, donde también hay “otras” éticas dentro del “Mismo”. China comunista, como ilustración de esto, siempre ha desautorizado las presiones de las Naciones Unidas sobre su régimen (por otro lado tan marxistamente occidental como el cubano) llamándolo Imperialismo de los Derechos Humanos.

Por su parte, existe también lo que podríamos llamar de modo impropio la ética “oriental”, o aquella que niega, renuncia y rechaza, el “deber ser” que funda toda ética occidental y la disuelve de dos maneras: a) funde el “ser” con el “deber ser” en un sólo punto, que es el todo que se ignora a sí mismo, donde pensar y actuar correctamente es lo mismo; b) coloca dentro del “ser”, al “deber ser” y hace lo mismo en el otro cuadrante, donde coloca el “deber ser” dentro del “ser”, como en el yin yang, anulando el “afuera” y el “adentro”, situados en ambos lados, a través de una sola unidad que se diluye.

Ética del placer: Es un contrasentido hablar de ética para el placer. Son términos excluyentes. También la época contemporánea es la época de Sade, una de cuyas reivindicaciones, separar el placer de la reproducción, en el presente, en el momento, por ejemplo, se convirtió en un nuevo valor, sobre todo entre los jóvenes, las mujeres y las minorías no heterosexuales.

La ética del placer, como la del poder, y la del humor, es no levantar barreras para acceder a ellos. La ética clásica en este sentido es un obstáculo. El Marqués de Sade partía de que el placer en todas sus formas, incluyendo su opuesto, el dolor, no debe ser impedido por nadie, ni siquiera por la cultura, esa forma de reprimir por medio del disciplinamiento y la educación del deseo, como descubrió Freud, en efecto, las pulsiones de Eros y Tanathos, de la pasión y la muerte.

Saturday, August 16, 2008

La patria del dolor

LA PATRIA DEL DOLOR

Por Carlos Schulmaister

En una clase para futuros maestros sobre el mito universal de la patria, una alumna me preguntó si mi particular mirada sobre la historia argentina obedecía a la altura desde donde observaba la misma, es decir, allí donde el contraste entre los sueños y la realidad de mi generación ya no me afectaba ni me hacía mella -algo así como un "nirvana" dijo ella aventurando una hipotética fuga de la realidad-, o si mis concepciones eran fruto de un terrible desconsuelo.

Contesté que no inmediatamente a la primera parte de su pregunta, aclaré que el lugar desde donde oteo el pasado y el presente no es precisamente un sitio de elevación.


Y si bien para la segunda parte de la pregunta -aquello del desconsuelo por el fracaso de las afecciones políticas e ideológicas mías y de mi generación- hago extensivo el no de la primera parte, debo precisar que no es un motivo de alegría para mí hablar de la patria con el sentido que lo vengo haciendo.

La patria es algo que duele para quienes son sensibles a ella, le dije. Pensando en eso dije aquel verso exquisito de Leopoldo Marechal: "La patria es un dolor que nuestros ojos no aprenden a llorar..."

Hasta allí nomás, respondí, pues, a mi alumna.

Luego de la clase continué recordando la pregunta y mi respuesta. Evidentemente, su brevedad, debida al hecho de tener que cerrar el tratamiento del tema de ese día, no me había dejado satisfecho ya que la pregunta revelaba la presencia de una alumna inteligente, capaz de pensar simultáneamente en la parte (mi concepción sobre la patria) y en el contexto histórico (obviamente personal) en el cual ella se habría gestado, amén de sentir curiosidad por develar esto último.

Como estas condiciones son necesarias para el pensamiento crítico (algo de cuya necesidad constantemente se habla y hablamos), el hecho de haberme dado pie para profundizar lo que pensaba en la feliz circunstancia de poder devolverla a la clase, resolví pensar detenidamente en lo sucedido y escribir estas reflexiones.

Si bien no acepto la versión metafísica de la patria, así como tampoco la clásica sentimental o estética ni la amalgama de todas ellas en su vinculación con el suelo nativo ni con la cultura nacional -para mí la patria es el amor al prójimo total, es decir, a la humanidad, sin fronteras ni propiedad sobre el suelo que tenemos de prestado- y aun reconociendo la importancia histórica de su existencia, me duele la patria como un espacio perdido o deshabitado de mi alma.

Pero mi dolor no es desconsuelo, resignación, ni olvido. Por el contrario, mi dolor es una catarsis, una purificación, un sufrimiento buscado para curarme otros dolores viejos, precisamente experimentados cuando creía en aquella clase de patria a la cual hoy mi cerebro y mi alma le dan la espalda.

De modo que si aquellos viejos dolores de la encarnación personal de la patria en mi alma debía sublimarlos en el pasado -como era de esperar, para ser patriota- este nuevo dolor de la purificación buscada lo vivo en una dimensión que puedo soportar con el corazón caliente, sí, pero con la cabeza fría, es decir, sin enajenar mi conciencia.

Aquellos viejos dolores que me ocasionaba esa clase de patria que había adoptado en mi juventud los viví como muchos contemporáneos y aun otros anteriores en la creencia de que movilizaban el tránsito de mi ser, de nuestro ser, hacia lo absoluto, es decir, hacia lo alto, pero en realidad ni mi alma ni mi cuerpo ascendieron nunca por esa vía a aquel solar imaginado. Y quienes creían y sentían lo mismo que yo respecto de esa patria tampoco ascendieron. Lo real fue que nos estrellamos contra el suelo y más abajo aun, hacia las simas del dolor y la incomprensión.

¿Por qué fue así? Porque la patria no tiene alas, sólo existen en la imaginación alterada.

En cambio, este dolor de soledad de patria, buscado serenamente para limpiar el alma, y si es posible para ayudar a otros a hacer lo mismo, sí permite volar, pero no en las alas imaginarias de una entelequia, sino en el vuelo poético de las efusiones del alma pues -como dijo nuestro poco reconocido Córdova Iturburu- "la poesía es hija del dolor".

Trascender, pues, no se logra por imperio de la voluntad ni de la razón; nadie se eleva más que hasta donde llega la fuerza del impulso que lo impele. Para elevarse primero hay que caer; luego, si por azar o por destino podemos rebotar nos elevaremos, pero no por causa de nuestro ego, sino de la levedad de nuestras almas.

Por eso creo que las palabras, en este caso con intención docente, que nacen de nuestro dolor compartido deben servir para sanar las heridas de las almas. Nunca para reabrirlas.

CARLOS SCHULMAISTER (*)

Especial para "Río Negro"

(*) Profesor de Historia

Friday, August 08, 2008

Tipología de letrados

TIPOLOGIA DE LETRADOS

Por Freddy Quezada

Esta tipología de letrados que presentaré, nace de un comentario crítico que me despertó la obra de Carlos Midence, “La invención de Nicaragua”, la cual carece de ella. Para aproximarme un poco más a esos “otros” de la ciudad letrada que, para mí, son los desilustrados, en nombre de los cuales han venido hablando, para bien o para mal, intelectuales modernos de todo tipo y lugar, decidí presentar una tipología tentativa sobre ellos.

No es una tipología educativa ni sociológica propiamente dicha, sino una caraterización de celdas abiertas de un panel articulador de diferencias de poder entre unas categorías y otras. Parte de que la diferencia puede ser enfocada de dos maneras: a) como valor y derecho, desde los cuales se puede hablar de un régimen basado en el respeto a la diferencia o en la coexistencia de todas las diferencias con el sistema hegemónico; b) como jerarquía, donde se racializa una imperialidad postcolonial que ahora domina desde la imagen. La "diferencia de estas diferencias" es la misma que hay entre xenófobos y postmodernos. La de aquellos que la reconocen para exigir que regresen a casa los "otros" en nombre de sentirse más cómodos y seguros; y la de aquellos que exigen reconocer la alteridad y convivir con ella.

Los estudiantes distinguen estos tipos de diferenciación desde su pirámide escolar. Y quienes se las procuran, por oposición, son los iletrados. Los estudiantes se saben frente a ellos, a veces en el seno mismo de su hogar o en el barrio, diferentes jeráquicamente, aunque se sientan parte de esa familia o de ese barrio. Al contrario, dentro del universo escriturario propiamente dicho, el letrado sólo puede exigir, entre sus iguales, derechos pero nunca superioridad.

Carlos Midence habla en general de los letrados, siguiendo la tradición de Ángel Rama y su obra canónica “La ciudad letrada” y vincula esta matriz a la poesía en Nicaragua como ficción fundante, siguiendo la tradición de Doris Summer, articulándola con la polis y su identidad como nación poética.

Todo el trabajo está cubierto por el paradigma del poder que han ejercido en condiciones coloniales /modernas, las elites letradas y las formas que tienen de seducir, disciplinar, controlar y racializar, precisamente, a los “otros” de esa ciudad. “Otros”, que todos los días quiebran sus normas jurídicas, corrompen su etiqueta, desfiguran sus reglas gramaticales, ignoran sus bibliotecas, se resisten a visitar sus archivos y museos, irrumpen periódicamente a través de revoluciones, o ahora, en los medios de comunicación, se presentan sin mucha mediación letrada como: en la nota roja, los talk y reality shows o con su desobediencia epistémica desde sus “otras” racionalidades (campesinas, desilustradas, étnicas y aborígenes).

Esa ciudad, cuyo vientre reproductor de pequeña abeja reina, son las universidades. Las cuales producen cuadros para el Estado (la verdadera ciudad letrada postcolonial, por su monopolio de la violencia legítima), las cúpulas de la sociedad civil y el mercado.

Dentro de los regímenes escriturarios, la norma es la diferencia que se establece entre todos los que la habitan como universo dominante. Pueden incluso tratar de anularse por medio de cosmovisiones, teorías, ideologías y hasta guerras, pero siempre compartirán esa hermandad de segundo grado que es la reflexión a través de la escritura y la lectura. No hay “afuera” en este universo, o no hay nada o están los bárbaros a los que hay que reducir. Las universidades y sus representantes, sean críticos o apologistas, la ven siempre desde adentro hacia el mundo que hay que refinar.

Todos ellos, pese a sus diferencias entre modelos (tomista, humboldtiano, napoleónico, norteamericano, reformista) y métodos (tradicional, aprender jugando, liberacionista, constructivista, facilitador, alternativo, aprender a aprender, etc.) nunca ponen en cuestión la violencia gramatológica o más bien, seducción, que ejercen entre los “otros/as” no letrados/as.

Obviamente, no todos los ilustrados son iguales entre ellos. Aún dentro de las recámaras de la “abeja reina”, se establecen campos de lucha, jerarquías que les llegan de mil fuentes (como demostró Bourdieu para las grandes universidades francesas) y que suponen parecer a las altas casas de estudios, verdaderos campamentos militares en tiempos de paz (con su cuerpo de oficiales, ordenanzas, simulacros, capacitaciones, contingentes ante desastres, entrenamientos, rutinas, mapas y burocracias). Del mismo modo se reproduce ese modelo, a veces con menos disimulo y elegancia, en los techos del Estado y de la sociedad civil.

El régimen escriturario (asediado desde siempre por amplias mayorías semiletradas) es débil en países como Nicaragua. Sus miembros son minoritarios y subalternos epistémicos de las metrópolis. Están expuestos constantemente a crisis periódicas.

Primero por factores económicos, quebrando la movilidad ascendente de la meritocracia académica, donde no siempre los doctores son los dirigentes principales de un país, a veces ni siquiera de la misma universidad para que la trabajan; donde los hijos heredan las empresas de sus padres, sepan leer bien o no; donde las destrezas en mercados reducidos no necesitan las calificaciones de las economías de escala y los más obedientes políticamente, muchas veces letrados básicos, escalan más rápido en las esferas del Estado y la sociedad civil, que letrados de mayor calificación.

Segundo, la crisis más fuerte le llega al régimen letrado, de los medios audiovisuales y su actual hegemonía, que ha encontrado a receptores semiletrados o iletrados completos, como rescoldo amplio y poderoso de sus propias estrategias de dominio y hegemonía frente al mundo de la imprenta y la escolaridad.

La universidad no sólo está involucrada en el fenómeno como institución, sino también como paradigma epistémico (ajustándose al mercado y a las nuevas tecnologías) y ha tenido que reconocer el debilitamiento del régimen letrado y escriturario en sociedades que jamás fueron, ni cercanamente, alfabetizadas. Nos engañamos al confundir nuestra misión “civilizadora” con la realidad, que nos hizo ocultar nuestro carácter siempre minoritario y elitista. Hay que decirlo con todas las letras: los letrados, en especial los superiores, nunca hemos sido mayoría en nuestro país.

Por aquí debiera empezar todo evaluación descarnada sobre las universidades en países postcoloniales. Esta conciencia de minoría cambia todo el modo de ver la sociedad, sus grupos sociales y las relaciones de poder que se establece entre todos ellos. Pero sobre todo el poder de crear, recrear o reproducir de los letrados superiores o intelectuales, ideas que, tarde o temprano, recogerán (y morirán o matarán por ellas), los no letrados.

La idea que el pensamiento, precisamente, es el núcleo más importante de todo ser humano y que es la cabeza, para todo occidental, el más valioso de los tesoros, como una vez lo señaló Osho (recordando la anécdota de Alejandro Magno contra un sabio hindú al que lo amenazó con cortarle la cabeza sino le respondía sus preguntas) lleva de la mano a la conclusión que los profesionales del pensamiento, es decir, los intelectuales, son lo más preciado, aunque no los más poderosos, entre todos los grupos sociales.

Sus conceptos madres, de los que no pueden prescindir, a menos que estén resueltos a suicidarse intelectualmente y desaparecer como grupo social, son la representación, sobre todo de los demás (y hasta de sí mismos cuando las cosas se vuelven críticas para ellos), y la emancipación, de la que siempre se presentan como confidentes del porvenir. Su mundo son las ideas y sus casas las universidades, pero tal cosa no los libra del mundo de luchas y estrategias que se encuentran en todos lados, tanto entre ellos, como de todos ellos contra los “otros”, ya sea para seducirlos o neutralizarlos.

¿Pero quiénes son los “otros”? Pregunta clásica que le hicieron una vez a Edward Said (La representación del colonizado) a la cual respondió, que precisamente de eso se trataba todo, de averiguar quiénes son para seguirlos dominando. No sé si yo traiciono esa estrategia de Said y en general de los postcoloniales, al hacer una tipología que, en cierto sentido, destruye definiciones únicas, homogéneas y universales. Es decir, propongo no definir nada, quebrar un concepto, desmenuzarlo, astillarlo y ofrecerlo de modo oblicuo para cubrir, precisamente, su retirada de una mirada colonizante y racializadora.

Estoy claro que la tipología que presentaré, adolece de un respaldo empírico y estadístico, fácilmente obtenible de los censos nacionales más recientes y algunas presunciones cuantitativas. Pendiente de ello, debo alertar que, sin embargo, el propósito no es atiborrar de cifras y hablar en su nombre, sino establecer una cartografía, que nos oriente en este régimen y nos pueda brindar mejores pistas que otros más clásicos, como el marxista de clases sociales, el neoliberal de empresarios y mercado, el postmoderno de movimientos sociales entre otros. Para el caso específico de las universidades, romper su condena de producir empleados o desempleados, altamente calificados, o egresados que produzcan ellos mismos las empresas que, a su vez, ofrecerán empleos.

Es de mi interés resaltar la conexión que guardan, dentro de regímenes letrados, hegemónicos pero minoritarios, en países postcoloniales: el Estado y los desilustrados diversos, subalternos, pero mayoritarios que lo acompañan en sus proyectos. Estado que ya ha definido a priori a los “otros”, y en contra de los cuales, ha logrado afirmar su identidad reconocida por todos.



Veamos los tipos:

a) los superiores, subdivisibles en dos: los que producen y los que reproducen ideas, retomadas luego por uno o varios de ellos, desde liderazgos nacionales (verdaderos despotismos ilustrados), autoritarios o democráticos, no importa para los fines de esta clasificación. Para el caso de Nicaragua, país postcolonial, nuestros letrados superiores son más bien del tipo de reproductores (a través del aspecto educativo, hoy débil, de los medios de comunicación) y sólo crean en el ámbito artístico, respondiendo de ese modo a la jerarquía epistémica que ha hecho el eurocentrismo donde el tercer mundo está condenado a producir cultura, pero nunca pensamiento;

b) los intermedios, que constituyen la base letrada del régimen, constituida por profesionales, profesores, estudiantes y trabajadores calificados de todo tipo, son la cadena que legitima todo el sistema, le da su peso y brinda esa ilusión óptica del poder de un gran número de “ciudadanos” que los marxista descomponen en clases sociales y lo postmodernos en movimientos sociales, pero que, en realidad, están racializados en criollos, mestizos, mulatos, “negros” e “indios”;

c) los semiletrados, verdadero grueso de la población, que se subdivide en dos tipos: los que no cultivan la lectura y la escritura, alegando olvido, porque no lo necesitan en sus operaciones cotidianas, y los que se dedican (como los niños y jóvenes de clase media) a los multimedias (radio, mp3, televisión, Internet) por encima de la lectura o la escritura formal, prefiriendo la música, las películas y los juegos electrónicos;

d) los iletrados, son los que están totalmente fuera de la ciudad letrada en el ámbito rural (campesinos analfabetas), en el urbano (indigentes y desestructurados), los que dominan “otro” régimen escriturario (inmigrantes recientes) o cultural (afrodescendiente, aborigen).

Cuando la Historia, era el terreno de la lucha entre letrados, las "masas" nos siguieron hasta que se cansaron de las promesas de la ilustración liberal o marxista. Ahora que las "masas" saturan los medios de comunicación, son los ilustrados quienes se ven amenazados de ser arrastrados por ellas.

Apelaré, para ilustrar este desgarramiento de los letrados, a un hermoso cuento que miré en un programa espiritual llamado Maytte, donde la consejera habla de un profeta que llegó a un pueblo nuevo y empezó a ser escuchado inicialmente con entusiasmo, hasta que fue desapareciendo poco a poco su audiencia y terminar solo predicando. Una persona que pasaba por ahí, le preguntó una vez por qué seguía insistiendo en cambiar a las personas que ni siquiera llegaban ya a escucharle y le dijo: "Ya que no pude cambiarlos, ahora lucho porque ellos no me cambien a mí".