ULITEO LA PAGINA DE "NADIE" (ULISES) Y DE "TODOS" (PROTEO)

Friday, November 15, 2013

¿Quiénes somos?

¿QUIÉNES SOMOS?

(La identidad de los nicaragüenses)

Por Freddy Quezada








INTRODUCCIÓN

Las que aquí presentadas,  fueron unas reflexiones a propósito del “Síndrome de Pedrarias”, un Foro efectuado hace varios años, en lo más crudo del neoliberalismo, provocado por la aparición en Nicaragua de dos novelas sobre el asunto “Requiem por Castilla de Oro” de Julio Valle Castillo y “El Burdel de las Pedrarias” de Ricardo Pasos Marciaq, que hoy actualizo para ustedes y, al que he unido dos temas nuevos, que no se pueden abordar el uno sin el otro: el poder del número de los “10 mil necios”  en nuestra época y el reflujo del poder de los letrados. Me explico sobre esto último.

Leyendo indolentemente una obra de Bruno Latour (2001), “La Esperanza de Pandora”, tropecé con la dura crítica que efectúa a una de las obras de Platón, donde figura un célebre diálogo entre Sócrates y Calicles, el sofista.  Latour demuestra cómo ambos, en medio de su rivalidad, que no es otra que la del saber y el poder, la razón y el derecho, mantienen en el fondo una alianza en contra del pueblo de Atenas (la episteme contra la doxa), a quienes llaman los “10 mil necios”, pues no pueden  ser sabios ni retóricos, precisamente por su número,  y ocupar el lugar de quienes hablan (siempre pocos pero buenos) en nombre y, ocultamente,  en contra de ellos.

Ambos dicen, según Latour, que el pueblo de Atenas es menor de edad, cambia de opinión a cada instante, se distrae con facilidad y no sabe lo que quiere. “Sócrates y Calicles tienen un enemigo  común: el  pueblo de Atenas, la multitud congregada en el ágora,  parloteando sin cesar, configurando las leyes a su antojo, comportándose como chiquillos, como personas enfermas, como animales, cambiando de opinión tan pronto se tuerce el viento”. (Latour, 2001:262)

Esta capacidad de poder representar a quienes no pueden, no quieren o no desean hacerlo, por múltiples razones [a veces la de simplemente emplear su tiempo en otras cosas y autorizar ser representados, como reveló Benjamín Constant (1978)], es de donde deriva la  autoridad bautista de todo definidor, usualmente pensadores o intelectuales. Platón al separar la Academia del Ágora (donde los filósofos llegaban hasta masturbarse) le asestó un hachazo a la relación orgánica que se mantenía con la gente común y corriente. Los llamados “10 mil necios”. Y  tal tradición, probablemente, haya sido recibida en herencia de la cultura de los sabios mesopotámicos que impartían sus enseñanzas en cualquier lado donde hubiese gente que deseara escucharlos. No se sentían superiores ni inferiores a los demás. Se sentían parte literalmente de la gente común y corriente. Y su oficio no era asumido como excepcional.
Aún hoy, todas las Universidades lo primero que enseñan, pero no dicen, es hacer sentir superiores a quienes proceden de hogares populares y humildes. Es una violencia que los separa para siempre, reproduciendo la escena primordial que la Academia efectuó en su origen. Y la que hoy persigue  reconciliarse con una masa que no lo ha solicitado y la está sepultando con su desinterés.

¿Podemos decir que definir a alguien y, con mucha mayor razón a toda una población, es el ejercicio de una violencia discreta y refinada, cierto, pero violencia epistémica al fin? ¿Y cuando esta masa “animal, enferma y cambiante” se impone o se hace temer, como lo está permitiendo nuestra época electrónica, qué efecto estará produciendo “el horror al gran número” (Latour, íbid: 264) en la aristocracia letrada? ¿Pánico? ¿Humillación? ¿Ira? ¿Desautorización? Creo que son preguntas claves dentro de las cuales se ven arrastradas, entre muchas otras, las de identidad de un pueblo.

De otro lado, también el fenómeno puede ser tomado desde la perspectiva del devenir y del Ser, de lo que cambia y de lo que no puede o debe hacerlo. Es sabido que la genialidad de Platón consistió en combinar a su modo, al pensador del Ser (Parménides) y al del devenir (Heráclito), construyendo su filosofía que aún, mal que bien,  continúa dominándonos. Así, la esencia de una identidad estaría por encima del curso del tiempo y sus accidentes, cuyos actores, obedecerían  a un sentido que los habita y determina. Pero, permítaseme la insolencia, por la que solicito disculpas, de seguir preguntando, al fin y al cabo el único oficio, como el de los niños, que al parecer morirá con los pensadores: ¿si priváramos de uno de los polos, el de Parménides,  al viejo dualismo platónico y termináramos abrigados por el devenir continuo, como en efecto se ven cubierto la mayoría de los definidos, que resultaría de tal enfoque? ¿Líquido escapándose de las manos de los definidores?

La identidad moderna, sin entrar en el otro polo igual de fascinante, la alteridad, se ha desplazado siempre, al menos desde la Revolución francesa, en una ambigüedad (señaladas ya por Giorgio Agamben (1996) y Hanna Arendt) o dicotomía insoluble: se es ciudadano de una nación, al mismo tiempo que uno se inscribe de inmediato en Derechos Humanos o en fines emancipatorios universales, como el socialismo. Stalin y todo socialismo en un solo país, se benefició de esta ambigüedad. El nazismo llevó a su extremo el otro campo, hasta el grado de anclarlo en la sangre racial, el suelo sagrado y la lengua sabia. Por eso Habermas (1989) sólo permite ahora hablar de “patriotismo constitucional”. Pero los clivajes sobre territorio, cultura y clanes ancestrales siguen reclamando su peso en la formulación de las definiciones para que unos países se distingan de otros.

En manos de doctores  y doctoras, con dos licenciados (una mujer y este servidor), está la definición escrituraria de los nicaragüenses y sus atributos fundacionales. Excluí a algunos miembros de la Academia de la Lengua porque sus trabajos giran alrededor, en mayor o menor medida, de los aquí presentados. Quise presentar sus títulos académicos que, muchos de ellos y ellas, no los necesitan, en efecto, y es una actitud que habla en alto de ellos y ellas, para decir lo que piensan, pero nunca lo ven así, desde el lado de los receptores, los demás a los que juzgan. Dije “escrituraria”, porque la identidad ha cabalgado también a través de la música y el baile, con mucha más cobertura y probablemente mayor eficacia, pero subalternizados por el gramatologocentrismo. Pero ese es otro tema que excede el espacio brindado para esta ponencia.

Un doctor es un doctor. Una doctora es una doctora. Y, querámoslo o no, hay o debe haber una distancia no sólo formal y jerárquica, sino, sobre todo, epistémica para guardar la más profunda de las diferencias: la tenencia del saber. Si por los de más alto rango fuera, con sus respectivas excepciones, los profesores  en las Universidades se rendirían entre sí el saludo de cortesía militar que, por otro lado, se brindan en los campamentos castrenses para distinguir, por la obediencia debida, los grados dentro del cuerpo de oficiales. Pero entre todos ellos hay algo más fuerte que los une y es su poder de definir.

Todo pensador es un archivo humano que siempre piensa desde un conjunto de referencias, cuya originalidad consiste en interrumpirlas, para agregarle el fruto de las combinaciones efectuadas y pasar a fundar algo “nuevo”. Quizás a eso se refieran, algunos de ellos, cuando dicen sentirse simples mortales a hombros de gigantes.

Sin embargo, esa característica, en el marco de una relación en que todo es un objeto para un sujeto, relación epistémica cuya desembocadura final es la tecnología, preparó la superación, o al menos el descentramiento, de los propios pensadores. El pensador, archivo humano, terminó, en su ofrecimiento como modelo, excedido por un archivo electrónico universal y monstruoso que lo obligó a rebajarse y a ser humillado, al compartirlo con todos de modo masivo y atropellado, en especial con la doxa, la opinión pública, la masa, el pueblo, las audiencias, los usuarios, o como se le defina a lo que Sócrates y Platón llamaron en su día los “10 mil necios”.

Dejaron de administrar y ejercer con espíritu de dueño, discrecionalmente, el archivo (cuando eran bibliotecas, librerías y centros de documentación) y pasaron a sujetarse a él cuando se abrió para todos.  El triunfo de la venganza de los objetos, que preparó una especie de 'contrarrevolución copernicana', a contra pelo de la idea original de Kant, donde el sujeto ejercía su señorío, lo representa, emblemáticamente, el dominio del archivo electrónico. Tal el rebajamiento de los intelectuales que han pasado de jueces a intérpretes, de definidores a facilitadores. Y que le permite a la doxa, sin ningún remordimiento ni temor, desacralizarlos en sordina, sin escándalos ni tremendismos.

La relación que guarda el papel de los archivos  electrónicos y los pensadores, o intelectuales, es la misma relación que hay entre la memoria y el poder que ella misma, por acumulación, prepara sin saberlo.

El poder de un archivo universal, que es algo más que un Estado y más que la biblioteca inocente que soñó Jorge Luis Borges, nos invita a dejarnos administrar una memoria que, como Dios, será literalmente para todos y confiará a cada cual un placer ahora a cargo de la publicidad que ya reencanta a nuestra cultura y la está devolviendo a sus orígenes mágicos. Pues sólo en una sociedad hechicera, la publicidad contaría con el poder que tiene: que unos pañales Huggies, por ejemplo, no huelan a mierda y, con silbar su melodía, nos vuelva felices y despreocupados.

De nuevo, la promesa vuelve a girar alrededor de la reconciliación entre un espíritu disponible y a la vista de todos  y una carne para disfrutarla. La novedad de la situación es la prescindibilidad de la mediación de los intelectuales. La fórmula será algo así como “Google + doxa”.

He abusado, acaso, para señalar los tiempos duros que se avecinan, o ya están aquí, para los pensadores clásicos o para quienes crean que aún existe la posibilidad de continuarlos. Los 10 mil necios ya están ensuciando el castillo y se necesitará algo más que la invocación, con un silbido, a “Huggies”, para  limpiarlo o, al menos, para cohabitar con ellos.

El privilegio epistémico de definir objetos, dentro de campos especializados, desde una autoridad lograda a base de esfuerzos, méritos y sacrificios, está siendo rivalizado y banalizado por hordas infinitas de usuarios ligeros  que pueden componer una definición a base de copiados y pegados o, si concedemos el beneficio de la duda, crear sobre las referencias acumuladas, nuevos modos de conceptualizar a base de combinaciones proporcionadas por un archivo siempre a la mano.  Exactamente como lo hicieron los clásicos. Sucede que ya no hay originales, ni los hubo nunca, como una vez lo dijo Derrida, sólo huellas, copias y copias de copias.

¿Por qué es materia de doctores y autores, un patrimonio de identidad que nos pertenece a todos, a través de unos títulos directamente relacionados con creer (Biblia) y obedecer (Constitución), (autoritas y doctrina) que, a veces, llevados a sus extremos, terminan en el despotismo? ¿Por qué el silencio de la mayoría, o las opiniones que  no escuchan los doctores, o la indiferencia de los demás tomada por ignorancia, infinitamente mayor en número que los definidores, no se respeta, considera o toma en cuenta? El fenómeno se inscribe dentro de una polémica que hay entre libertarios y comunitaristas en el seno del liberalismo contemporáneo. ¿Hasta dónde una descripción es una prescripción performativa que obliga a parecernos a una definición formulada como un imperativo por autoridades letradas?

Todo el temor y justificación de una autoridad, aunque sea la intelectual, siempre amenaza con el caos, sino están presentes ellos mismos y con el desatino de los legos, sino concursan en los exámenes de los objetos.  Sin ellos no hay orden, sistema y sentido. Son y se sienten garantías y guardianes, a la vez, del pensamiento recto. Joseph de Maistre, un talentoso pensador reaccionario, decía que Dios siempre necesita a los verdugos para mantener el orden. Imposible un mapa de definiciones sin ellos. ¿Imposible?

He querido decir cuatro cosas en esta introducción, que sirvan de amparo a la forma en que algunos definen la identidad  de los nicaragüenses:

a.    es una violencia, pero de carácter epistémico, el derecho que los pocos ejercen al definir a los muchos. El problema, viejo, es el lugar de la verdad. ¿Está del lado del número o del lado de una fórmula?

b.    Desde Platón y su Academia, los pensadores se separaron de la gente común y corriente de la que desconfiaron y que ahora vuelve, con la furia de su número, a reclamar su lugar. ¿Le llamaremos, como Tocqueville le llamó una vez a la democracia, “despotismo de la mayoría”?

c.    el paso del archivo humano al electrónico, por el nivel de cobertura y accesibilidad, es la causa del reflujo de los intelectuales. ¿La Academia quiere reconciliarse ahora con el Ágora? ¿La Universidad con la calle?

d.    la identidad encuentra en la alteridad su sentido, igual a la inversa, pero la red que fundan, sin nada por debajo que la soporte, ya sólo puede leerse como una relación desnuda de poder entre definidores y definidos. ¿Será nueva estrategia subalterna, para pasar de la servidumbre a la hegemonía, seguir dejándose nombrar en silencio?

1.    Cómo somos

El Dr. Álvarez Montalván (2006), dentro de la tradición del "Nicaragüense" de Pablo Antonio Cuadra (1987) y de su "habla" de Carlos Mántica (1989), definió con humor unas doce características que identifican al nicaragüense. Entre otras, dijo que somos "expresivos, confianzudos, irresponsables, impuntuales, perezosos, mal hablados, exagerados, mágicos, autoritarios y familistas". De esta última, hizo una tipologización muy rica que envidiaría cualquier antropólog@ para comprender a la familia en este país. Creo que la definición es cierta exceptuando, quizás, la Costa Atlántica. Pienso también, que muchos otros países deben tener una imagen de sí mismos parecida a la nuestra. ¿Qué nos hace diferentes? Al Dr. Álvarez Montalván no le oí en su exposición llamar a cambiar nuestras características. Como buen conservador, se enorgullece de su identidad y tradición. Mataría por impedir que cambiáramos.

2.    Cómo debemos ser institucionalmente

El Dr. Alberto Saborío (2001), Dr.  Alejandro Serrano Caldera (2001) y Dr. Danilo Aguirre Solís (2001) con pequeñas diferencias entre sí, exigen, dentro de la más pura tradición emancipatoria de la Ilustración europea y el viejo dualismo modernizante norteamericano, que seamos modernos en el respeto a las instituciones y el derecho a las diferencias; que cambiemos lo que somos (atrasados, agrarios, comunitarios y mágicos) por lo que debemos ser (modernos, institucionalizados, amantes del Estado de Derecho y racionales). Son optimistas que desean lo que, a lo mejor,  precisamente nos tiene aquí (y así) ahora.

3.    Cómo debemos ser revolucionariamente

El Dr. Orlando Núñez (2006) nos ha soñado solidarios, hermanos y justos en la distribución de la riqueza, empezando por el sector agrario a quien ha defendido desde siempre. Su programa, Hambre Cero, hecho suyo por el gobierno de turno, encierra su modo de ver el campo y el rescate de sus valores cooperativos y de contribución a la riqueza nacional. A pesar de no decirlo explícitamente en sus obras, Núñez advierte con su concepción gramsciana, una identidad como fruto de luchas contrahegemónicas y, últimamente, como empujes de la clase media baja, con dirigentes sin apellidos coloniales, en la que, según él,  han coincidido liberales y sandinistas.

4.    Cómo seremos toda la vida

El Dr. Oscar René Vargas (1999) presentó en aquella época cinco atributos, en la línea del Dr. Álvarez Montalván, de 25 que asegura examinar en “El Síndrome de Pedrarias”. En suma, dijo que somos prisioneros del "síndrome" y estamos condenados a repetirlo para siempre. Aun cuando quisiéramos cambiar no habría salida. Al parecer, el conferencista, leyó la tradición como un destino del que cabría sólo lamentarnos. Se presentó como un desencantado marxista (fruto quizás de la victoria inobjetable del neoliberalismo de aquel momento), que regresaba a paradigmas premodernos parecidos a los del destino trágico griego. Hoy, a la vuelta del socialismo del siglo XXI, del que se declara seguidor, suponemos que el autor regresó a la definición clásica marxista o a algunas de sus variedades blandas que nos define como pueblo trabajador, noble e indoblegable, amante de la libertad y la justicia.

5.    Cómo debemos ser con enfoque de género

La Licenciada Sofía Montenegro (1997), junto a mí los únicos sargentos del campamento (como se ve hay muchos jefes y pocos indios) explicó el "Síndrome de Pedrarias" como el fruto de una violación de la que fuimos objetos en nuestras ancestras indígenas. Desde entonces sufrimos la ausencia paterna (un poco como Octavio Paz dice de los mexicanos) que nos define y nos hace autoritarios y patriarcales. La base de esta explicación sirve para justificar la redención (esa necesidad judeocristiana y racionalista) de un género (que sólo mira la mitad de una esfera) por el otro (que mira las dos) desde la lucidez de una vanguardia ilustrada que nos impondrá la luz a machos alfas y mujeres alienadas por ellos. El feminismo es la única hija rebelde, pero tardía, de la Ilustración y sus valores de salvación, ejercidos hasta ahora en exclusiva por sus hermanos varones, por medio del individuo (liberalismo) primero; de emancipación de la Humanidad (Iluminismo) después; de la nación más tarde (fascismo); de las clases sociales (marxismo) ayer; y, hoy, del género. No dejan de ser continuidades de la idea primitiva de ganarse la gracia. Una gracia, por supuesto, secular y atea. Es una encantadora promesa ilustrada, sin duda, como otra fórmula más para redimirnos.

6.    Cómo no somos

El Dr. Erick Blandón (2003), con El Barroco Descalzo, nos trae el aparato de los Estudios Culturales y el postmodernismo de la diferencia, para deconstruir nuestros imaginarios nacionales, en particular dos: el Guegüense en el reino escriturario y el Torovenado en el oral. La propuesta de Blandón nos hace ver que los imaginarios nacionales son recursos de poder que usan distintas capas sociales, generalmente letradas, para mantener la cohesión social e identitaria del Estado nación. Darío y Sandino, no escapan a estas lógicas que Blandón centra sólo sobre el Guegüense, un personaje del Pacífico nicaragüense que se impuso a todo el país, bajo el discurso de un mestizaje sepultador de la diferencia étnica, sexual, de género y colonial.

Esta manera exige la solidaridad entre los ilustrados, independientemente de sus contradicciones (como la referida por el autor entre el Dr. Carlos Cuadra Pasos y el Dr. Jaime Wheelock Román sobre Pedrarias Dávila) para inventar las tradiciones (como demostró Erick Hobsbawn) o mantener una comunidad imaginada (como la concibe Benedict Anderson). El método o los principios que usa Blandón son tributarios del diferencialismo derridiano que elogia las diferencias sean estas de sexo, raza, género, clase o colonialidad y que, en términos emancipatorios, han pasado a constituir el movimiento queers.

7.    Somos lo que buscamos

Al Dr. Sergio Ramírez Mercado (2000) le debemos esta idea, muy relacionada sólo a unos mestizos cansados y necesitados de reposo de guerrero, que terminaron por convertir el medio en fin; es decir, la búsqueda misma en identidad. Honrando la memoria de Lizandro Chávez Alfaro, Sergio Ramírez también incorporó formal, aunque tardíamente, nuestras tradiciones afrocaribeñas, siempre excluidas de los escenarios esencialistas del pacífico, norte y centro de Nicaragua. Artistas, como muchos en Nicaragua, han creído ver en el abrazo del arte la nueva forma de redimirnos, después del fracaso de las utopías políticas modernas, al precio de renunciar a una búsqueda que es, precisamente, la que ha terminado por dotarnos de ella. Visto que la política, al crear realidades, ha terminado por desencantar a quienes creyeron en sus utopías, los artistas han vinculado sus oficios, dentro del resorte romántico que la lengua y el arte crean mundos salvíficos, a una nueva oferta de sentido. Ya no alcanzo a ver si las nuevas generaciones de artistas, cubiertos por el performance y las nuevas experiencias audiovisuales a lomos  de las nuevas tecnologías, se detienen o, sobre la marcha reparan, en cuestiones de identidad o de hibrideces culturales y artísticas.

8.    Somos los “otros”

Desde un punto holográfico, los ecologistas, los migrantes, tanto los que se van como los que regresan, así como los que recibimos, son los que de verdad ponen a prueba los sentidos de identidad nacionales y estrechos, porque dentro de las partes ya está el todo. El espacio está recobrando un derecho a hablar (locus enuntiationis) como medio ambiente y como movilidad de agencias que llevan y traen a cuestas, como los caracoles, su propia casa como cultura. Los “Miami boys”, los “gringos caitudos” o los “nicas”, como llaman los costarricenses a los nacionales semiletrados, para distinguirlos de los nicaragüenses, en el sentido ilustre, son parte de una identidad ya híbrida. Ricardo Piglia y Roberto Bolaño, dos escritores migrados, uno vivo y el otro muerto, sudamericanos,  pueden ser los nuevos paradigmas de identidades debilitadas. En las artes plásticas probablemente se refleje algo parecido con las instalaciones, el performance y ese arte contemporáneo  que tanto odia Vargas Llosa.

9.    No hay “somos”

Hay quienes en Nicaragua, y en otras partes del mundo, desconocen la identidad o la alteridad como esencias y trabajan y leen cada movimiento de los actores sociales, sean quienes sean, como estrategias de jugadores (agonistas) que, a veces bailan, y a veces se hacen la guerra; a veces dialogan y a veces simulan oírse; a veces se acompañan en luchas sabidos que al día siguiente pasarán a ser adversarios. Todo, para estas corrientes, son puestas en escena de actores que salen a las calles para imponer sus intereses o defenderse de que les sean impuestos.  Unos no pueden  concebirse sin los otros. Tejen redes cuyos nudos son ellos mismos quienes la sostienen sobre un vacío que sólo los más lúcidos alcanzan a reconocer y logran descubrir que no hay diferencia entre bailar y hacer la guerra; entre preguntar y escuchar; entre ser y devenir.

10. Somos lo que somos.

Nuestra cultura no puede entenderse mientras no conciba seres sufrientes marcados por el cristianismo. El sentido más fuerte de nuestra cultura es el dotar de sentido, mediante recompensa y castigo, al dolor ajeno. El sufrimiento, sobre todo el de los inocentes, no quiere, no debe y no puede quedar sin castigo para los responsables, y sin recompensa (en el cielo, en el mañana, en el hoy) para las víctimas. En estas coordenadas el intelectual, construye sucedáneos de sufrientes: esclavos, siervos, individuos, trabajadores, colonizados, mujeres, medio ambiente, etnias, minorías sexuales, y ahora subalternos, como destaca la Dra. Ileana Rodríguez (2009) en sus obras maduras.

La fuente de nuestras desgracias, probablemente, está en buscar cómo reducir una brecha que, por el sólo hecho de querer cerrarla, se mantiene abierta. Lógica del dualismo platónico. Si por un minuto todos los nicaragüenses aceptáramos lo que realmente somos (esa foto que nos tomó jocosamente el Dr. Álvarez Montalván), pero no como un destino ni esencia fija, y, además, sin buscar ni desear cambiar, hacia arriba, abajo, adelante, atrás, a la derecha, a la izquierda, por medio de los hombres o las mujeres, tal vez, cambiaríamos; mejor todavía, nos disolveríamos en el "es" de las cosas, los seres y el cosmos.
Desaparecería el cambio, simplemente porque desaparecería la identidad o al revés; una cosa no existe sin la otra. El dualismo se disolvería  y regresaríamos donde todo sería quietud, silencio, como ha estado desde siempre Tepeu-Gucumatz, nuestro Zeus maya.
Y, por último, para declarar inútil el cierre circular de toda esta especulación,  permítanme terminar como empecé:

11. ¿Quiénes rayos somos?

REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS

Agamben, G. (1996) “Política del exilio” en Archipiélago. Cuadernos de crítica de la cultura. No. 26 y 27. Barcelona

Aguirre, D. (2001) Historia, institucionalidad democrática y libertad de prensa en Nicaragua. Edit. CIRA: Managua.

Alvarez, E. (2006) Cultura Política Nicaragüense. Editorial Col. Presidencial Enrique Bolaños: Managua.  

Blandón, E. (2003) Barroco descalzo. Edit. URACCAN: Managua.
Constant, B. (1978) La libertad de los antiguos comparada a la de los modernos. Edit. CEL: Panamá.

Cuadra, P. A.  (1987) El Nicaragüense. Edit. Libro Libre: San José.

Habermas, J. (1989) Identidades nacionales y postnacionales. Edit. Tecnos: Madrid

Latour, B. (2001) La Esperanza de Pandora. Gedisa Editorial: Barcelona.

Mántica, C. (1989) El Habla nicaragüense y otros ensayos. Edit. Libro Libre: San José.

Montenegro, S. (1997) La Revolución simbólica pendiente. Edit. CINCO: Managua.

Núñez, O. (2006) La Oligarquía en Nicaragua. Edit. CIPRES: Managua.

Rodriguez, I. (2009) Hegemonía y Dominio: subalternidad, un significado flotante en http://blog.pucp.edu.pe/item/45014/hegemonia-y-dominio-subalternidad-un-significado-flotante-ileana-rodriguez Recuperado el 23 de septiembre del 2013.

Serrano, A. (2001) Hacia un proyecto de nación. Edit. CIRA: Managua.

Vargas, O. (1999) El Síndrome de Pedrarias. Edit. CERN: Managua.

Ramírez, S. (2000) “El otro lado del espejo” en El Nuevo Diario del 11 de mayo del 2000. Recuperado el 23 de septiembre del 2013 en http://archivo.elnuevodiario.com.ni/2000/mayo/11-mayo-2000/opinion/opinion6.html


4 comments:

Fernando Aleman said...

Brillante, profe! Saludos,

Fernando Aleman said...

Brillante, profe. Saludos,!

Fernando Aleman said...

Brillante, profe! Saludos,

Mariangeles said...

Buen post