ULITEO LA PAGINA DE "NADIE" (ULISES) Y DE "TODOS" (PROTEO)

Saturday, May 17, 2008

Mis otros "yo"

LOS OTROS “YO” DE UNO

Por Freddy Quezada


¿Habrá sido la intención de Steven Spielberg en su film "Inteligencia Artificial" transmitirnos esa alucinante paradoja entre la identidad y la alteridad promovida por el poder del sistema? Cuando el niño robot, buscando a su padres, encuentra a sus clones en serie y a su asombro le sigue una rabia destructiva ¿se habrá preguntado, por ventura, cómo un sistema que nos cultiva desde nuestros nombres propios una singularidad, que no tenemos, cuando nos llama a la igualdad, la violenta? O cuando decidimos luchar por esa igualdad, que no existe, nuestras diferencias nos lo impiden? O cuando esa identidad la distribuye a "otros", aunque sólo sean significantes, ¿vendremos a enterarnos de una vacuidad, no sólo de los nombres, sino también de los contenidos? Baudrillard llamó una vez a la realidad un simulacro que usa máscaras para ocultar una vacío.

A como sea, ahora sabemos que A no es igual a A. Y que dentro de "A", como en las polvaredas de Cantor en las que todos los números ya se encuentran en cualquier segmento de ellos, está todo el alfabeto.

Así, pues, “uno” nunca es uno. Nadie es sí mismo, porque estamos siendo el “otro”. Somos, siempre, varios “yo” en un punto que luego desaparece y se impulsa a sí mismo para mantener la ilusión. Toda la tradición “oriental”, desde mucho antes de Freud y Lacan, se ha consagrado a destruir tal ilusión. Es viejamente sabido, que el yo se descompone en el tiempo, en el espacio, en el inconsciente e, incluso, a cada instante estamos siendo habitados por un enjambre de escenarios que se nos ofrece y de los cuales, al decidir por uno, matamos todos los demás. La coartada que se usa, para explicarnos la identidad que poseemos, es la de contar con una memoria que une unos momento con otros, a conveniencia y solicitud, como un collar de perlas sin hilos, separadas unas de otras, por una especie de vacíos cuánticos, como esos trenes de alta velocidad, cuyos vientres jamás tocan los rieles.

Por ejemplo, en el tiempo, nadie puede decir que uno es igual al niño visto en los álbumes familiares, ni al adolescente vital y agresivo que fuimos; en el espacio, uno no se comporta lo mismo en un lugar que en otro. Hay que sumar a la fragmentación, los distintos roles que asumimos a veces sucesiva o simultáneamente, cuando somos subalternos, dominantes, receptores, productores, emisores, consumidores, etc. En fin, somos una colonia de “yo” despedazados, nube de puntos sostenidos por una tensión de rayos láser, como los píxeles de un cuadro que, de lejos, parecen brindarnos una imagen, pero de cerca son puntos separados por pequeños intersticios que, en el caso de la conciencia, son empujados por un horizonte o sentido al que nos entregamos. Sé que todo esto es muy complejo.

Pero de lo que hoy quiero hablar no es de esos “yo” internos, sino de los “externos”, de esos significantes (designadores rígidos) que se llaman como “uno” sin serlo. Me parece que Gabriel García Márquez también escribió sobre sus homónimos una vez y, si mal no recuerdo, se preguntaba que estaría haciendo en ese momento, el vendedor de seguros llamado como él.

Debo la curiosidad de este tema, a un comentarista de mi blog, cuyo seudónimo, "diosito lindo", expresión usada por las madres desesperadas cuando son testigos que sus hijos llevan más de tres deposiciones fecales y quien, supongo, para dar a entender que ando en las nubes, con ironía, me envió la resolución de una corte de EEUU condenando a Freddy Quezada por posesión ilegal de marihuana en el año 2001.

Obviamente no soy ese Freddy Quezada. Pero me di a la tarea de buscar en los robots de registros de INTERNET, a los demás "Freddy Quezada" en los que me reparto.

Hace algunos años, en la era preGoogle, en los viejos motores de búsqueda, siempre figuraba a mi nombre, el de un niño pintor méxico -- norteamericano a quien gustaba mucho de admirar sus pinturas, más parecidas a murales que a cuadros convencionales. No lo volví a ver en los nuevos registros.

Ahora resulta que “soy”, pues, (y pueden verificarlo visitando los links que les ofrezco) un karateka chileno, un guerrillero ecuatoriano, un acupunturista argentino, un travesti peruano y un marihuanero puertorriqueño.
En verdad, cualquiera de ellos, si se detuvieran a hacer lo mismo que yo, tendrían que agregar al espectro, mi condición de escritor. Sin embargo, creo no ser el único que puedo imaginarme como ellos (he dejado de creer en la tiranía de la escritura y la representación): ganando una bienal infantil, perdiendo una pelea de karate, huyendo de un ejército enemigo en medio de la montaña, buscando drogas en las calles de Rhode Island, curando el dolor con agujas o muriendo de SIDA en una clínica de Lima.

Ellos también pueden hacer lo mismo, sin enterarse, necesariamente, que hay “otros” con sus nombres. Lo hacen ya, de todos modos, sin que nadie se los recomiende, viendo películas, leyendo, oyendo a amigos, enemigos y desconocidos. Sus vidas, como la mía, son narraciones. Incluso con la de ellos, podría yo, si hubiese sido un guionista, componer otra y a lo mejor hasta ganarme la vida. Decir, por ejemplo: Freddy Quezada fue un niño que, después de parecer un gran pintor y un excelente deportista, seguido de unas ilusiones políticas que lo llevaron a militar en una guerrilla, explorando, luego, desencantado, culturas “orientales”, terminó volviéndose un travesti drogadicto, para irse muriendo de SIDA. Esqueleto argumental al que no se le ha agregado nada de imaginación, sólo una presentación lógica, a base de un recurso perezoso de homonimias.

No se tome, por favor, esta digresión como una vanidad, sino como un pequeño ejercicio epistémico, para demostrar que en las partes ya está el todo, como en un holograma. Encontré, para probar con un segundo ejemplo, 18 “Aurora Suárez”, y aunque sólo ante una de ellas puedo inclinarme para besar su mano y renovar mis afectos y votos de fidelidad, no me impide imaginar a las demás.

Todos podemos hacer la prueba con nuestros propios nombres, y si no son muy excéntricos, encontraremos todos los personajes del mundo real más inimaginables, yendo por la vida en aventuras fantásticas y diferentes, con lo más íntimo que creemos tener: nuestro nombre propio.

Así, pues, a la célebre frase de Borges, “he sido todos los seres” le agregaría, para completarla con el espíritu de nuestra época: “y ninguno”.

Thursday, May 15, 2008

Entre mitos y utopías

Nota de presentación: Este texto es de Carlos Schulmaister. Disfruten.
GUÍA BÁSICA DE MITOS Y UTOPÍAS

POR CARLOS SCHULMAISTER (Argentina)


Desmitificar es reconocer que un núcleo de significados encierra un mito (una explicación con dos posibilidades: una prerracional y otra falsamente racional). No reconocer el mito implica admitir sus aparentes significados como verdades. Luego resta analizarlo críticamente para demoler los falsos fundamentos de sus pretensiones explicativas y para rescatar el fondo de verdad que pueda encerrar y que escapa a nuestro conocimiento. En suma, se trata de interpretar luces y sombras del mito.

La vigencia de un mito implica cierto grado de vuelta atrás, de alejamiento del presente, pero mirando por el espejo retrovisor del auto mientras éste avanza, pues el mito no se impone por sí solo viajando del pasado al futuro, tradición mediante, sino que es tironeado desde el presente. Con ciertos mitos redivivos las sociedades, o grupos dentro de ellas, escapan imaginariamente de su propio tiempo histórico en busca de Arcadias a la medida de sus deseos y necesidades presentes soñando con resucitarlos, no en su totalidad sino en la parte o el significado que les permita relanzarlos hacia el futuro, pero en sustitución del futuro real. Me refiero a mitos con vitalidad, que son vivificados por generaciones actuales que adhieren a ellos sin importarles su larga antigüedad, o tal vez por eso mismo.

Aquellas con mayor cantidad de mitos vigentes suelen ser sociedades tradicionales y conservadoras, jerárquicas, sumisas, obedientes, formalistas y estables, temerosas de los cambios en las costumbres y las ideas, pues los mitos existen para obtener esos resultados.

Los escapes hacia atrás existieron en todos los tiempos y lugares en el pasado, pero también en el siglo XX, y aun en la actualidad. Tendencias de ese tipo se presentan también en ciertas subculturas dentro de sociedades actuales que cursan la etapa de la Globalización. En el presente, esas fugas pueden presentarse travestidas de progresismo, engañando así a la mayoría.

En otras sociedades, por el contrario, mitos similares ya no movilizan retrocesos históricos pues carecen de vitalidad, es decir, ya no se cree demasiado en ellos, por más que algunos sean artículos de fe religiosa vinculados a los libros “sagrados” de ciertas religiones.

La posibilidad del escape reside en el vigor del relato mítico para dominar, controlar o inducir la dirección del comportamiento y del pensamiento de hombres posteriores en miles de años a los imaginarios tiempos inaugurales del mito, produciendo en consecuencia la resistencia y la renuencia a desarrollar la aventura de poner en tensión el insuficientemente explorado potencial de las energías humanas (individuales y colectivas, materiales y espirituales) por fuera de los moldes tradicionales, considerados dignos de permanencia por su atribuida bondad intrínseca.

Inversamente, la utopía es un escape de la historia hacia adelante, y no necesariamente su afirmación plena, pero como es muy engañadora resulta altamente movilizadora socialmente. En realidad, pese a los discursos ideológicos a su servicio, e incluso por obra de ellos mismos, esa huída hacia adelante suele representar una deserción del presente inmediato, un intento de forzar la naturaleza de las cosas, por lo que equivale a una apelación a la magia, o al milagro. Eso sí, moviliza intensamente a minorías, cuando de acuerdo a sus excelencias debería movilizar a toda la sociedad.

La utopía, en principio, es todo lo contrario de los mitos. Si éstos son legitimadores de lo dado, es decir, de lo existente, del sistema, la utopía es el planteo de la justicia que debe ser como resultado de la crítica previa de lo existente. No obstante, en la práctica, la utopía, al igual que los mitos, es dominada por la ideología y se convierte en un mito al revés, una fuga hacia adelante. Esas son las utopías que hemos conocido, que a la larga no pueden realizarse y sus deficitarias implementaciones terminan en desviaciones que deben ser padecidas.

La razón, a mi juicio, es el desprenderse totalmente del pasado, de ese sedimento de incontables presentes agotados, por lo que sus promotores se ven obligados a continuar apelando e invocando al destino, al futuro, para dominar y controlar a amplias mayorías disconformes en el hoy, que es lo único que existe pese a su fugacidad. Si la utopía se mantiene con vitalidad sólo en la minoría la única manera de que prospere en punto a su realización es convirtiéndose en misionera y beligerante, y dejando en algún momento de ser democrática. Para entonces ya habrá desarrollado un inmenso cuerpo teórico destinado a explicar y justificar la necesidad de dar el salto histórico que la sitúe a la cabeza de las masas. En resumen: lo que la teoría crítica construye magníficamente, la praxis concreta lo desmorona y el fondo ético ideal originario es la primera víctima sacrificada.

La capacidad cuestionadora de sus mitos heredados no debe hacer perder de vista la tendencia implícita en la sociedad a identificar el presente, y sobre todo el estado de derecho y la democracia, en tanto que situaciones actuales relativamente extendidas, como un paradigma de racionalidad perfecto y acabado. A partir de allí, hay que reconocer el grado de mentira del presente, o mejor dicho, la renovada capacidad mitificante, alienante e irracional, de una racionalidad presente que pretende o intenta dar cuenta de los mitos supérstites y sobre todo de nuevas utopías. Como sujetos contemporáneos, nos preocupan más los mitos de la razón, la mitificación de la realidad producida por el extravío y la crisis de la racionalidad crítica.

Individuos y sociedades, en formas y grados diversos, tienen tendencias a situar en pasados y en futuros mitificados los impulsos históricos que traccionan en uno u otro sentido temporal al tiempo presente y su conciencia de si. Ello sucede así independientemente de la capacidad o incapacidad de aquellos de mirarse desde afuera del proceso.

Los mitos renacen en el presente, languidecen o bien ya quedaron en el pasado y están definitivamente muertos. Pero el presente también puede saltar hacia atrás buscando reverdecer antiguos mitos o creando otros conexos, como en las experiencias históricas fascistizantes del siglo XX. A la inversa, la utopía revolucionaria, con su salto histórico hacia delante y su asalto al futuro es en gran medida un salto al vacío, lo cual la diferencia de los atajos históricos, otra forma de acelerar el tránsito hacia el futuro reduciendo distancias sin saltos ni sobresaltos.

La huída del presente, en realidad, no obedece al “miedo” al presente, tan efímero y breve, sino a la angustia por la imposibilidad del futuro, el depositario de las estaciones imaginables de nuestra vida (lo que no ocurre con el presente, que es pura fugacidad) y el garante de nuestra finitud.

Pero el futuro personal no corre con uno, hacia adelante de uno, sino en contra de uno, como un dique que estalla o como una catarata incontenible que se nos viene encima sin que estemos vestidos para la ocasión. El presente devora el futuro como la locomotora de vapor consumía carbón. En definitiva, a lo que se teme es al futuro por ser un recurso no renovable (cuestión económica) y por lo que se piensa, se presume, se cree, y se teme que viene después (cuestión axiológica que condiciona la atribución de sentido a la vida).

En el futuro, lato sensu, hay dos futuros temidos de distinta manera: el inmediato y el mediato, y cada uno angustia de distinta manera en el fugaz pero desmesurado presente de la conciencia.

El culto del pasado y la arqueología de los mitos son un pretexto, una excusa para atenuar el miedo al futuro personal, imaginando la prolongación del tiempo por delante nuestro. El pasado es el depósito o el galpón de los trastos viejos de la vida, que nos permite disfrazarnos de tanto en tanto, en el carnaval de nuestra existencia, para adoptar una ficticia identidad, para tener un rostro, y también una familia, y una tribu, con lo cual nos quita soledad y angustia del presente, a cuenta del futuro.

La fascinación del futuro es una excusa irracional para reducir y controlar el miedo que provoca. El futuro que fascina es el lejano, separado y más allá del limitado futuro personal. El futuro abstracto no duele ni angustia, como lo prueba la indiferencia de mis amigos y de mis propios hijos ante la posibilidad de que sus nietos y biznietos se encuentren ante el peligro del anunciado choque de nuestro planeta con un cometa en el año 2126.

Ese futuro cuasi literario es un refugio colectivo de la especie, un útero tibio y placentero tal como lo es también el pasado mítico prehistórico, en los cuales se deposita optimismo y serenidad -a diferencia de los futuros personales de cada uno-, y donde precisamente, en cierto punto, se diluye toda individualidad.

En cambio, casi siempre para la mayoría el presente es tierra de nadie, es decir, un espacio no deseado, incómodo, pero potencialmente tentador. En general, al presente se lo apropia y lo disfruta el oportunista. Y a veces el loco.

Hay épocas en las cuales existen desmesuradas fugas colectivas hacia atrás, y otras en los que las fugas se dan hacia adelante con mucho brío y entusiasmo. Y también hay momentos y lugares donde el pasado y el futuro se unen complementariamente, como en las experiencias autoritarias de derechas, representando la conquista del futuro, en realidad, una mítica búsqueda del paraíso perdido. En tanto que en la revolución, la ruptura con el pasado se propone para siempre por más que a largo plazo eso sea imposible de lograr. Con todo, la utopía de la sociedad sin clases es tan sólo la resurrección del mito de la comunidad primitiva.

En América latina, por miedo al futuro -pues nunca fueron realmente progresistas- las oligarquías ensambladas con los imperialismos de turno promovieron golpes de estado tanto en el siglo XIX como en el XX. Temer al futuro las llevaba a proponerse clausurarlo. Habitualmente el mito vigente nos enseña todo lo contrario de lo que yo afirmo.

La utopía izquierdista de América latina en los ´60 y ´70 fue en parte una reacción a lo anterior, pero las luchas nacionales nunca fueron utopías sino desarrollos históricos de la conciencia política popular de cada momento, pese a haber recibido influencias del utopismo revolucionario. Los que saltaron el tiempo fugándose hacia adelante fueron los utopistas de izquierda, incluyendo principalmente a los Montoneros y a los grupos guerrilleros de izquierda. Ser utopista practicando cualquier forma de violencia no es, como mínimo, algo inocuo, y mucho menos un indiscutible modelo a seguir toda vez que esa identificación descansa en la lógica amigo-enemigo.

En Argentina, después de 1955, la resistencia peronista fue estrategia política de un gran conductor político de masas, sin que su grandeza impida ni evite revisar críticamente su trayectoria política. La superposición de la utopía revolucionaria, intentando acelerar la propia dinámica de la lucha movimientista peronista, unido a la agudización de las contradicciones internas de ésta, trajo como resultado su fracaso, la mayor represión popular conocida hasta entonces, y el retroceso de la evolución social de los argentinos.

La utopía futurista, desvinculada de la realidad de lo posible, siempre intenta forzar la realidad para eludir y borrar las responsabilidades históricas concretas y la necesidad de dar respuestas políticas y sociales ya, ahora.

En consecuencia, hay dos formas de imaginar el futuro: el futuro enlazado con el presente, el futuro racional, al que se llegará previsiblemente subiendo por la escalera peldaño a peldaño, incluyendo descansos y retrocesos; y el futuro desprendido del presente, al que se intenta llegar no por medio de ascensores pues no existen sino dando saltos: es el futuro mitificado. En la realidad, quienes crean posible escapar de los cercos de los “laberintos” por arriba han de fracasar inexorablemente a menos que le crezcan “alas” (algo imposible) o posean tecnología capaz de propulsarlos hacia ese “arriba”. En todos los casos, no podrán evitar los “porrazos”.

Lo mismo sucede con el pasado: el pasado construido y articulado con el presente es un pasado histórico, dinámico, provisorio, vital, y nosotros somos dueños de él. A la inversa, un pasado recibido, heredado, lejano, impreciso, desarticulado del presente personal, es un pasado mítico, estático, fijo, muerto, y aun así nos domina.

Y sin embargo, la huida del presente y de la racionalidad a través del mito y la utopía es sólo aparente, ya que ni el mito ni la utopía pueden desprenderse del presente donde son pensados ni pueden existir sin una dosis de racionalización, del mismo modo que la racionalidad va acompañada de la función mitificadora del sistema.

Hasta unas cuantas décadas atrás, la utopía era pensada como un imposible lógico. Hoy lo es como un inédito posible: cuando ella sobrepasa la mera entidad teórica se la comienza a percibir como una acumulación de energía puesta en tensión para lograr un salto cualitativo en las formas de organización y desarrollo de la vida colectiva en el sentido del bien común, y en ese sentido parece hallarse en marcha. En la práctica, las utopías se mitifican, se irracionalizan, tornándose irrealizables, con lo cual el antiguo significado de utopía vuelve a cobrar vigencia.

El fracaso y los terribles costos de las utopías totalitarias recientes han logrado que tengamos inclinación a poner en el centro de la utopía los riesgos, los extravíos y los resultados no deseados. Pero todas las utopías no han sido ni son homogéneas ni mucho menos violentas ni totalitarias. Y no tienen por qué serlo.

Friday, May 02, 2008

Polémica contra polemistas

CONTRA EL DURO, EL BLANDO Y EL ELASTICO

Por Freddy Quezada

Me parece que fue Thomas Kuhn quien dijo, a propósito de la inconmensurabilidad de los paradigmas, que los vencidos continúan dándole vueltas a sus ejes, como si nada hubiese pasado, mientras los paradigmas dominantes ya no hablan de ellos o lo hacen pero con otros recursos epistémicos y hasta con otro vocabulario. Usaba de ejemplos la diferencia entre el paradigma de Newton (mecánica) con el de Einstein (relatividad) y el de este con el de Bhor (cuántica). El decía, al final de sus días, que un paradigma no es superior a otro: sólo diferente y que luchan entre ellos para imponerse ante las comunidades científicas e ilustradas. Así que los paradigmas perdedores no han regresado, sino que ni siquiera se habían ido.

De una reciente polémica entre dos marxistas: uno “duro” y el otro “blando” llevada a cabo en END el 1, 8 y 15 de abril y que coincidió en el tiempo con las revelaciones que hizo La Prensa sobre las propiedades a nombre del ideólogo del FSLN, Orlando Núñez (el 22 y el 26 del mismo mes), y el derecho a réplica que ejerció ante las cámaras de televisión (usando categorías risibles como conciencia, posición y situación de clase), devolviendo a la agenda una vez más el viejo problema de la ética y de la revolución, decidí expresar mis ideas en este blog al amparo de las cosas que dijo Kuhn.

Para no ofender, ni calificar a nadie, llamaré al “duro” de tendencia trotkysta, el tipo a); al “blando” de tendencia socialista, el tipo b) y al “elástico” de tendencia gramsciana, el tipo c).

Expondré en forma numeral mis consideraciones, más bien en lo que los une a todos ellos.

1. Separar el mensaje del mensajero. Sólo del tipo c) sabemos algunas cosas que él alega privadas; de los otros dos, sabemos muy poco o casi nada, aunque del tipo b) en lo personal puedo dar fe de una pobreza franciscana y una honradez meridiana. Del tipo a) conozco algunas cosas personales, cuyo contenido no presentaré a la vista del público por el momento. Para todos los casos, ninguno de ellos estaría de acuerdo en que se hable de sus vidas privadas al máximo, para después ponerla en conexión con sus mensajes.

Falso: no se puede separar el mensaje del mensajero.

2. Es ético todo aquello que ayuda a los fines de un partido, ideología o causa y no lo es todo aquello que lo impida. Moral abstracta vs. Moral de partidos. Tipos a) y c) contra tipo b).

Falso: la esencia de toda ética es la de ser traicionada y la mejor la que no puede decirse. La ética es para los desempoderados; y para los poderosos, no existe más que como instrumento para mantener, aumentar o tomar el poder.

3. Hay una clase social (tipo a), alianza de clases y sectores (tipo b) o simplemente “pobres” (tipo c), que emanciparán a los demás (incluyendo a los enemigos) en virtud de algo especial y redentor que poseen, que puede ser su disciplina organizativa y carencia de propiedades, su vocación democrática o simplemente su aspecto y escasez de recursos en general.

Falso: ningún grupo social tiene virtudes prometeicas; ninguno.

4. Par todos los tipos la Historia es el máximo tribunal que sólo ellos conocen. Hablan como si alguna vez estuvieron al final de ella y han regresado llenos de lucidez a concientizar a los alienados que no pudieron viajar. Es una versión revolucionario del viejo mito de la Caverna de Platón.

Falso: la historia no tiene dirección ni sentido; es autopoietica.


5. Una Vanguardia (grupo muy pequeño de hombres y mujeres lúcidos/as) hablan por los demás (sin consultárselo) ignorando sus diferencias, sus humores, sus cambios y hojas de vida. Son representacionalistas. Hablan en nombre de un proletariado platónico (ideal, perfecto y utópico), mudo y obediente con ellos, como en el caso del tipo a) y del tipo b) y en el de tipo c) con sus “pobres” igual de silenciosos y adocenados con él. Los dos primeros lo ocupan para oponerse al capitalismo y el tercero a la oligarquía, y todos a un imperialismo sin diferencias.

Falso: Nadie puede representar a nadie; ni siquiera a sí mismo porque el derecho a cambiar de opinión y a equivocarse, lo rompe.

6. Siempre el “otro/otros” tienen la culpa de todo. Se absuelven de entrada y por principio de cualquier responsabilidad de lo ocasionado que se ofrece a su espíritu crítico que lo rechaza y lo obliga a proponer una utopía salvadora.

Falso: “Uno” es el primer responsable de lo que sucede y uno es el primer llamado a investigar, primero, si lo que pasa realmente es un problema y, dos, dejar que se autoresuelva, si lo es. Si un problema tiene solución, cuál es el problema y si no lo tiene, cuál es el problema.


7) Nada es más importante que la acción derivada de una certeza.

Falso: nada hay más ofensivo para un revolucionario de cualquier velocidad que llamarlo a la quietud, al abandono, al desorden y a la indiferencia, ya no digamos a la serenidad y a la meditación. La acción en sí misma ya es pensamiento y no está separada de lo que se dice.

8) Nada más superior que resolver los problemas socioeconómicos con una revolución suave o dura. Para unos “la crisis de la Humanidad se reduce a la crisis de dirección del proletariado”, para el siguiente, la mejor manera de desarrollar al país es con una democracia participativa con rasgos socializantes y para el último, sólo una democracia popular, ciudadana y directa puede ser digna de superar el atraso político y económico.

Falso: las soluciones es el terreno favorito donde les encanta pelearse a los marxistas de cualquier signo: trotskos, socialistas o gramscianos. Pero ese es precisamente el problema, las soluciones venidas, todas, de paradigmas euronorteamericanos, cuyos representantes blancos y mestizos, se mueren por imitar.

9) La fuente de la solución de todos los problemas sociales y económicos es la socialización de los medios de producción y su respectivo control de parte de los trabajadores. El desarrollo de las fuerzas productivas derrumbará los Estados nacionales.

Falso: el tipo de propiedad no es garantía alguna de ningún tipo de felicidad ni justicia e irónicamente quien desarrolló las nuevas tecnologías y debilitó a los estados nacionales fue el capitalismo mismo. Por parte de los trabajadores, ahora son una minoría (un milagro como dicen algunos) en todas partes del mundo, tanto como las etnias y los aborígenes.

10) Si el tipo a) y b) tuvieran el poder del tipo c), la garantía de que no nos traicionará ninguno de ellos, con tanto poder entre las manos, es la racionalidad interna, justa y autosostenible del discurso.

Falso: hay que controlar a los mensajeros que son los verdaderos sostenedores del mensaje. Si, por ejemplo, el tipo a) acusa el menor asomo autoritario, lo destituimos de inmediato, con la mitad más uno de los integrantes, como una vez le ocurrió de verdad a ese dirigente; si la táctica del tipo b), por muy buena gente que sea, es inadecuada a ojos de una mayoría significativa, la cambiamos para aliarnos con un enemigo en contra de otro peor; al tipo c), si sus discursos pierden encanto, lo despediremos sin más trámites.

11) La base de todo es la contradicción, una parte de la cual derrotará a la otra en virtud de encerrar en su seno una dirección histórica irreversible que la hace superior y prometeica. Al final habrá una reconciliación total entre la especie humana y la naturaleza. Recobraremos el paraíso que una vez perdimos.

Falso: nadie sabe hacia dónde vamos, menos un cretino como yo.