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Wednesday, December 30, 2009

Crítica a una crítica crítica

COMENTARIO A LA OBRA DE CARLOS REYNOSO: “MODELOS O METÁFORAS: CRÍTICA DEL PARADIGMA DE LA COMPLEJIDAD DE EDGARD MORIN”.

Por Freddy Quezada





Carlos Reynoso es un caballero que anda por el mundo defendiendo el honor de la ciencia a la que sirve y restablecedor de su reputación, amenazada por la duda, la frivolidad y la ligereza de los charlatanes.

Yo, que me creo otro hidalgo, ya sin el favor de mi señora, aunque con su nombre más alto todavía en mis banderas, cruzaré aceros con él, que le agradarán al amigo Reynoso, porque forman parte de nuestro oficio, y se divertirá conmigo, como en la bateíta, ese juego nicaragüense, en que dos niñas giran y giran, hasta que una se desprende, mareada, de la otra.


Carlos Reynoso emplea, para atacar a Edgard Morin, las mismas faltas que encuentra en él: amalgama citacional (con apellidos y fechas en la que uno no sabe si hay diferencias entre los autores apiñados o si la síntesis que hace Reynoso en su nombre es a favor o en contra); impresionismo científico (creyendo encontrar autoridad en laboratorios desde ensayos, investigaciones de corta vida, cursitos de ingeniería de software con pasatiempos de pinturas fractales, en nombres nuevos e idiomas eurocentrados, así como en los números de Avogadro, la campana de Gauss, la iterabilidad, o la ecuación de Verhulst, aprendidas en la secundaria); metáforas en el campo amigo (como muchas de la que cita en autores que admira, pero que le rehúsa a Morin cuando las invoca); dualismo a conveniencia (“lógico responsable” contra “contradictorio grosero”, modelador contra metafórico, caodeterminista --verdadero complejo-- contra aleatorista --falso complejo--, científico contra intelectual enciclopédico, o ese cierre de elección dual al final de la obra, etc.); poses de especialista (en algunas disciplinas que ya no necesita de actitudes de creyente en tierra de infieles o de guerreros que enseñen las virtudes de la espada); trucos polémicos (al prometer centrarse en los cinco volúmenes de El Método, cuyo último número llega, en su lengua original, al 2001, usando obras posteriores que ya no pudo conocer Morin, y que pueblan significativamente la bibliografía de Reynoso); confusión del profesor con el científico (uno repite las reglas, el otro las rompe); del intelectual con el sabio (uno explica, el otro crea nuevas salidas) y del popularizador con el especialista (uno divulga, el otro profundiza).


En síntesis, un antropólogo de profesión que no le perdona a un colega sus ligerezas (que él mismo autorreferencialmente comete) y que no se le ocurra a un “aborigen” (su objeto de estudio) alzarle la mirada. A lo mejor perderá la oportunidad de saber que unas cosas están dentro de otras y que un modelo es una metáfora (a veces más: una obra de arte!!! como los fractales de Mandelbroot), como en su tiempo lo fue esa poesía de la física llamada “modelo atómico” y hoy el modelo de las supercuerdas.


Morin es un popularizador (del tipo de Assimov, Hawking y Sagan), que sacrifica profundidad por audiencia (como lo hacen films del tipo “Jurassic Park”, “El efecto mariposa”, “Destino Final”, “Los Crímenes de Oxford”, etc.) y el régimen en que se inscribe Reynoso es el inverso. Son géneros de discursos diferentes con auditorios distintos y esto explica que no haya crítica del uno al otro, sino castigo (al exigirlo, incluso, Reynoso habla como si esperara reacción no de Morin, sino de sus epígonos que, al parecer, en el pasado, fue uno de ellos, ¿temor?), inusual, si nos atenemos al debate “científicamente correcto” que hoy tienen los especialistas.


Por principio, cuando uno ataca a un paradigma, que no es el caso de la presente obra, escoge al representante más lúcido y mejor dotado que, para el campo, serían, entre otros, Prigogyne, Thom, Margulis, Feigenbaum, Spencer Brown, Pask, Lorenz, etc., por cierto no citados (o de segunda mano) en la bibliografía de Reynoso. Si la complejidad no está en cuestión, como parece ser el caso, porque Reynoso más bien la defiende, por qué hablar en contra de uno de sus miembros. Por qué no le sacó ventaja a esas 488 clases de complejidad que refiere, actualizando ese magnífico manual de Briggs y Peat, sobre la teoría del caos, sin ofender a nadie? ¿Cuál sería el sentido de escoger a quien el autor cree que es el más débil pensador de un mismo paradigma, bajo el cual ambos se amparan? Sin perjuicio de más probabilidades, se me ocurren cuatro explicaciones.


  1. Porque cree que Morin es el más débil y superficial de sus miembros y hay que ponerlo en su lugar dentro de la comunidad científica. Aquí, Reynoso, se miraría como un juez implacable que dicta sentencia.

  1. Porque cree que Morin está atrasado y desinformado y hay que actualizarlo, corregirlo y educarlo a reglazos en los dedos. Aquí, Reynoso, se miraría como un profesor severo que imparte lecciones a sus colegas.

  1. Porque cree que Morin no tiene autoridad ni competencia, por su seudo cientificidad y charlatanería, para exigir control a los científicos. Aquí, Reynoso, se miraría como un especialista temeroso de que su oficio sea controlable por los ciudadanos, no en el aspecto técnico, sino en el programático y financiero.

  1. Porque cree que Morin tiene un reconocimiento inmerecido y debiera ser él, por los méritos demostrativos de su rebatimiento, el que debiese disfrutarlo. Aquí, Reynoso, se miraría como un celoso vulgar que no sólo quiere destruir a Morin, sino sustituirlo.

Puede que el mareado, en el juego, termine siendo yo, al no decidirme por el juez implacable, el profesor severo, el especialista alérgico al control, o el desconfiado que espera suceder al “Maestro”.




Thursday, December 17, 2009

¿Pueden hablar los semiletrados?

¿PUEDEN HABLAR LOS SEMILETRADOS?

Por Freddy Quezada

La próxima división de la sociedad, en medio de las tribus de migrantes que presionan a las metrópolis, se definirán por estratos educativos, cuyos componentes raciales serán postcoloniales, en el sentido en que Foucault, en Genealogía del Racismo, los señaló para Estados europeos (perdiendo la oportunidad, como todo eurocéntrico, de ver el asunto desde las colonias que no figuran para nada en su análisis) antes de su nacimiento, con las luchas entre francos y galos en Francia y normandos y sajones en Inglaterra, en medio del asalto de bárbaros germanos al decadente imperio romano. Foucault especula que antes de las luchas de clases que coronaron los estados nacionales burgueses y europeos, fueron luchas étnicas y, siguiéndolo, podríamos decir que también después tales luchas étnicas serán las protagonistas en los estados tanto imperialistas como postcoloniales.

Los semiletrados, como hongo en la campana de Gauss, están entre letrados e iletrados, que constituyen las “colas” en un extremo y otro. En términos numéricos, los semiletrados abundan en países postcoloniales y lo que importa es el cuadro de fuerzas que establecen con los otros estratos en nuestros países.

    1. LAS “COLAS”

Los letrados tienen una escala interna que va desde el letrado básico, como los obreros o los ciudadanos en general que saben leer, escribir y manejan muy bien las cuatro operaciones aritméticas, hasta los de alto rango que, a su vez, van desde los que copian ideas ajenas, como los profesores, hasta los que crean sentidos propios y paradigmas originales, como los intelectuales. Estos últimos son los que usualmente se conectan con los círculos de poder, o de resistencias, con lo que a veces se confunden. En una época fue célebre el “despotismo ilustrado”, entre ellos. Todo esta “cola”, sacraliza la escritura como eje del más alto modo de pensar.

Los iletrados plenos son los que del todo no saben leer, escribir y establecen mil modos para moverse en el mundo letrado. Muchos son de origen urbano, contra el imaginario común que nos hace creer que la mayor parte procede del campo. A veces son el fruto de regresiones cuando dejan de ejercitarse continuamente en la lectura o en la escritura, como los alfabetizados que dejan de ser monitoreados. Se tiene la imagen de ellos, de bárbaros desalmados y se les atribuye todas sus faltas y atrocidades a su carencia de educación, como si la educación resolviera todos los problemas.

    1. EL HONGO

Los semiletrados pueden ser subdivididos en tres conjuntos: a) los clásicos; b) los postmodernos y c) los inmigrantes

A) los clásicos son aquellos que saben leer a medias, pero no pueden escribir. Lo que saben muy bien son dos de las cuatro operaciones aritméticas (sumar y restar), siendo más lentos para multiplicar y, aún más, para dividir. Muchos son frutos de deserciones escolares tempranas; otros, producto de decidirse por trabajar antes que estudiar; muchos, también, proceden de programas de alfabetizaciones relámpagos o educaciones para adultos. Son increíblemente prácticos y en los proyectos de los altos letrados que los halagan, y hablan por ellos, se les conoce como gente de acción y decididos a todo. Sus propios familiares, les reclaman, a veces, cuando algunos alcanzan la educación superior, reconocimientos y consideraciones debidas. Las universidades, lo primero que hacen con miembros de orígenes humildes, es separarlos epistémicamente de sus familiares iletrados o semiletrados, hasta el grado de hacerlos sentir superiores. Los semiletrados, cuando llegan a leer periódicos escritos, usualmente prestados o en números atrasados, lo hacen con mucho esfuerzo, por el interés que les despiertan temas como deportes, páginas de sucesos, farándula y lotería.

B) los postmodernos son aquellos que sabiendo leer y escribir más o menos bien, prefieren informarse y educarse, a través de los medios audiovisuales, por la contigüidad y gratificación que les significa divertirse ahí mismo. Muchos de ellos pertenecen a estratos socioeconómicos altos y cultivan sistemáticamente el olvido, que les parece odioso, de leer y escribir, operaciones que a veces deforman por medio de técnicas de lecturas rápidas, chateos o iconología.

C) los inmigrantes son aquellas personas que saben leer y escribir bien en su propia lengua, pero lo hacen mal en lengua ajena. Cultos en su idioma, se los observa torpes y desorientados, como campesinos en ciudades, en una lengua que no dominan bien. Cuando se hacen bilingües, combinan todo.

La relación de poder es fascinante y el hechizo que ejercen los intelectuales todavía es inmenso, al grado que cuando se habla del país legal en Latinoamérica, se sitúan a los letrados en él, y cuando se habla del país real, no sólo a los oligarcas, caciques y gamonales, como dice Carlos Fuentes, sino también a los mestizos semiletrados, a los aborígenes y a los afrodescendientes. La gente que los intelectuales emancipadores defienden, nunca pueden leernos o comprendernos, de aquí que sean un invento y, en consecuencia, no puedan hablar. En Estación Central, la película brasileña, se hace con los semiletrados, lo que toda la vida han hecho los intelectuales, vivir de ellos.

Los dictadores latinoamericanos, déspotas ilustrados, no han sabido hacer mejor las cosas porque hayan sido letrados. Uno se pregunta, entonces, que no era necesario que la madre de aquel dictador boliviano de los años cuarenta, hubiese deseado, de haber sabido que su hijo sería presidente, enseñarle a leer y a escribir.


Saturday, December 12, 2009

Letrados: entre la rivalidad y la invención

LETRADOS: ENTRE LA RIVALIDAD Y LA INVENCION

Por Freddy Quezada

Todas las revoluciones modernas, desde la francesa hasta la nicaragüense, han sido letradas. Han contado, también, con el apoyo de amplias capas semiletradas y desilustradas. El poder y peso de estas últimas, aumenta en las revoluciones que se alejan de las metrópolis y se acercan a las excolonias. Todos recuerdan a Carlos Fonseca, por ejemplo, pero nadie a “Charrasca”. El rol de los intelectuales en los países postcoloniales, es reducido, en efecto, pero poderoso, por el papel que desempeñaron durante la colonia, en medio de una masa que les superaba en número, de aborígenes, esclavos y mestizos incultos, estableciéndose una jerarquía de diferencias no sólo educativas, sino de poder. Las ideas de un intelectual se imponen a las de otros, dependiendo del número de semi e iletrados, que maten o se dejen matar por ellas.

Un intelectual cuenta con la capacidad de crear y hacer circular sentidos, ideas, conceptos, y, en algunos casos, sistemas e imágenes dotadas de una dirección emancipadora. Casi todos, a excepción de intelectuales mansos, se alinean en bandos en función de un sujeto sufriente que, según cada cual, necesita que lo defiendan.

El rival de todo letrado no es un villano, usualmente creado por él mismo, causante de sufrimientos a los demás, sino otro letrado igual a él, que construye “contravillanos”, u otros héroes.

No hay exterioridades fuera de los universos intelectuales, generalmente dualismos dramatúrgicos, equilibrios frágiles o síntesis necesitadas de contradicciones y enemigos.

Nadie, “afuera”, puede saber realmente quiénes son los sujetos construidos dentro, por los letrados. Obreros, campesinos, aborígenes, afrodescendientes, pobres, pueblo, migrantes, niñez, mujeres, naturaleza, son los héroes e inocentes para muchos intelectuales; y los villanos, para ellos, son los capitalistas, colonizadores, ricos, oligarcas, patriarcas, depredadores e imperios; todos, siluetas fugitivas, inasibles, cambiantes y subdivisibles hasta sus opuestos!!! Otra parte de intelectuales, le oponen a los primeros, un seriado alternativo que va desde ciudadanos hasta Estados democráticos, pasando por individuos autónomos, responsables, tolerantes y emprendedores.

Por medio de los intelectuales, en una suerte de dialéctica negativa, sólo podemos saber lo que no son los sujetos que construyen. La gente real es incapturable e inarchivable, mientras no se separe de sí misma. El no escindirse, la incapacita para interesarse en lo que se dice de ella al representarla y ofrecer salvarla. Acaso, debido a ello, sorprenda al descargar esos rayos inesperados, trabajados desde sus silencios estratégicos y sus astucias polisémicas, que asombran, de vez en cuando, al más lúcido de los analistas. Los intelectuales se esfuman al denunciar sus rivalidades entre sí y su invención de los”otros”. El que lo hace, desaparece con ellos.

En realidad, el mensajero está fundido con el mensaje, del que los intelectuales creen separarse. Al final, todo se reduce a una batalla entre mensajeros, altamente letrados, por un mensaje del que se creen a distancia y que es su arena de lucha. La fórmula de los intelectuales sería así: Pensamiento = realidad – pensamiento. La de la gente, paradójica, sería: No pensamiento = realidad + pensamiento.

Los altos letrados han impuesto sus figuras, porque en realidad gran parte de la gente (usualmente letrados básicos, semiletrados e iletrados) nunca se han interesado por romperlas y quiénes realmente lo hacen, son sus iguales y opuestos, pero en las mismas coordenadas de alta letralidad.

Así que, cuando discuten o se ponen de acuerdo es, en resumidas cuentas, entre ellos. A gran parte de la gente real no le importa, sea porque no los entienden y no quieren, o no pueden, estar en los universos altamente letrados que no les reporta un beneficio tangible e inmediato.

Por cada cosa que archivamos de la gente, ésta, al ignorarlo, por el sólo hecho de seguir moviéndose, la destruye y aumenta más la incertidumbre, también sin saberlo, sobre sí misma. Esta es la base de no saber, quiénes son en verdad “la gente”, por parte de los letrados de gran vuelo. El poder de los archivos (memoria) es hacernos ver sólo lo que ya vimos. Para ver lo que es, se necesita prescindir de ellos.

Paul Ricoeur hizo notar la relación que hay entre historia y dramaturgia. Son procesos de composición muy parecidos, decía. Al crear conceptos, los intelectuales crean sujetos y causalidades, universos pequeños, semejantes a los dramas teatrales donde unas personas hacen de villanos, otras de héroes y otras de pueblo. Yo, al despedirme, como las manos dibujándose a sí mismas de Escher, estoy haciendo en este momento lo que denuncio, al hacer de los intelectuales, los villanos; a mí, de desenmascarador y a los lectores, ustedes, de falsos jueces.

Alzado ante unos detritus detrás de otros, como en los retretes, y hechizado por la contemplación de mis miserias, me disuelvo al halar la cadena y arrastrar conmigo a los colegas en el vértigo acuático.