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Sunday, August 28, 2011

Nuevas tecnologías y Educación

LAS NUEVAS TECNOLOGIAS

Y LA EDUCACION SUPERIOR

Por Freddy Quezada


En unas caracterizaciones jocosas, atribuibles al seudónimo Artemio Cruz, se caracteriza, entre otros intelectuales nacionales, a Jorge Eduardo Arellano, como un “competidor lento e impreciso” de Google. La idea, si no malinterpreto el sentido del chiste, es que el mejor de nuestros historiógrafos y compilador de registros escriturarios, no puede rivalizar con el archivo electrónico más popular y visitado del mundo. Leer más

Tuesday, August 16, 2011

Los nuevos ideólogos del sandinismo

Los nuevos ideólogos del Sandinismo

(En torno a la más reciente obra de Carlos Midence)



Por Freddy Quezada

De la nueva obra de Carlos Midence (Cambios y aportes históricos del Sandinismo al devenir nacional. Editorial universitaria UNAN-León, 2011) podemos decir dos cosas gruesas y, dentro de la primera, como subconjuntos, cuatro más. Leer más...




Saturday, August 13, 2011

¿Qué es lo contemporáneo? Giorgio Agamben

¿QUÉ ES SER CONTEMPORÁNEO?

Por Giorgio Agamben

# 1

La pregunta que desearía inscribir en el umbral de este seminario es: "¿De quiénes y de qué somos contemporáneos? Y, sobre todo, ¿qué significa ser contemporáneos?" (...) De Nietzsche nos viene una indicación inicial, provisoria, para orientar nuestra búsqueda de una respuesta. (...) En 1874, Friedrich Nietzsche, un joven filólogo que había trabajado hasta entonces en textos griegos y dos años antes había alcanzado una celebridad imprevista con El origen de la tragedia , publica las Consideraciones Intempestivas , con las cuales quiere ajustar cuentas con su tiempo, tomar posición respecto del presente. "Intempestiva esta consideración lo es", se lee al comienzo de la segunda Consideración "porque intenta entender como un mal, un inconveniente y un defecto algo de lo cual la época justamente se siente orgullosa, o sea, su cultura histórica, porque pienso que todos somos devorados por la fiebre de la historia y deberíamos, al menos, darnos cuenta". Nietzsche sitúa, por tanto, su pretensión de "actualidad", su "contemporaneidad" respecto del presente, en una desconexión y en un desfase. Pertenece realmente a su tiempo, es verdaderamente contemporáneo, aquel que no coincide perfectamente con éste ni se adecua a sus pretensiones y es por ende, en ese sentido, inactual; pero, justamente por eso, a partir de ese alejamiento y ese anacronismo, es más capaz que los otros de percibir y aprehender su tiempo.


Esta no-coincidencia no significa, naturalmente, que sea contemporáneo quien vive en otra era, un nostálgico que se siente más cómodo en la Atenas de Pericles o en el París de Robespierre y del Marqués de Sade que en la ciudad y el tiempo que le tocó vivir. Un hombre inteligente puede odiar su tiempo, pero sabe que pertenece irrevocablemente a él, sabe que no puede huir de su tiempo.

La contemporaneidad es, pues, una relación singular con el propio tiempo, que adhiere a éste y, a la vez, toma su distancia; más exactamente, es "esa relación con el tiempo que adhiere a éste a través de un desfase y un anacronismo". Los que coinciden de una manera excesivamente absoluta con la época, que concuerdan perfectamente con ella, no son contemporáneos porque, justamente por esa razón, no consiguen verla, no pueden mantener su mirada fija en ella.

# 2

En 1923, Osip Mandelstam escribe la poesía "El siglo" (la palabra rusa vek significa también "época"). Contiene no una reflexión sobre el siglo, sino sobre la relación entre el poeta y su tiempo, es decir, sobre la contemporaneidad. No el "siglo" sino, según el primer verso, "mi siglo" (vek moi):


Mi siglo, mi bestia, ¿hay alguien que pueda
escudriñar en tus ojos
y soldar con su sangre
las vértebras de dos siglos?



# 3

El poeta, que debía pagar su contemporaneidad con la vida, es quien debe mantener fija la mirada en los ojos de su siglo-bestia, soldar con su sangre la espalda quebrada del tiempo. El poeta –el contemporáneo— debe tener fija la mirada en su tiempo. ¿Pero qué ve quien ve su tiempo, la sonrisa demente de su siglo? Me gustaría aquí proponerles una segunda definición de la contemporaneidad: contemporáneo es aquel que mantiene la mirada fija en su tiempo, para percibir no sus luces, sino sus sombras. Todos los tiempos son, para quien experimenta su contemporaneidad, oscuros. Contemporáneo es quien sabe ver esa sombra, quien está en condiciones de escribir humedeciendo la pluma en la tiniebla del presente. Mas ¿qué significa "ver una tiniebla", "percibir la sombra"?

Una primera respuesta nos es sugerida por la neurofisiología de la visión. ¿Qué sucede cuando nos encontramos en un ambiente sin luz, o cuando cerramos los ojos? ¿Qué es la sombra que vemos en ese momento? Los neurofisiólogos nos dicen que la ausencia de luz desinhibe una serie de células periféricas de la retina, llamadas, precisamente, off-cells, que entran en actividad y producen esa especie particular de visión que llamamos sombra. La sombra no es, por ende, un concepto privativo, la simple ausencia de luz, algo como una no visión, sino el resultado de la actividad de las off-cells , un producto de nuestra retina. Esto significa (...) que percibir esa sombra no es una forma de inercia o pasividad sino que implica una actividad y habilidad particulares, que, en nuestro caso, equivalen a neutralizar las luces que provienen de la época para descubrir su tiniebla, su sombra especial, que no es, de todos modos, separable de esas luces.

Puede llamarse contemporáneo solamente al que no se deja cegar por las luces del siglo y es capaz de distinguir en éstas la parte de la sombra, su íntima oscuridad. Con esto, todavía no hemos respondido a nuestra pregunta. ¿Por qué debería interesarnos poder percibir las tinieblas que provienen de la época? ¿Acaso la sombra no es una experiencia anónima y por definición impenetrable, algo que no está dirigido a nosotros y no puede, por lo tanto, incumbirnos? Al contrario, contemporáneo es aquel que percibe la sombra de su tiempo como algo que le incumbe y no cesa de interpelarlo, algo que, más que cualquier luz, se refiere directa y singularmente a él. Quien recibe en pleno rostro el haz de tiniebla que proviene de su tiempo.


# 4

En el firmamento que miramos de noche, las estrellas resplandecen rodeadas de una espesa tiniebla. Teniendo en cuenta que en el universo hay un número infinito de galaxias y de cuerpos luminosos, la sombra que vemos en el cielo es algo que, según los científicos, requiere una explicación. Me gustaría hablar ahora de la explicación que la astrofísica contemporánea da para esa sombra. En el universo en expansión las galaxias más remotas se alejan de nosotros a una velocidad tan grande que su luz no puede llegarnos. Lo que percibimos como la sombra del cielo es esa luz que viaja velocísima hacia nosotros y no obstante no puede alcanzarnos, porque las galaxias de las que proviene se alejan a una velocidad superior a la velocidad de la luz. Percibir en la oscuridad del presente esa luz que trata de alcanzarnos y no puede: eso significa ser contemporáneos. De ahí que ser contemporáneos sea, ante todo, una cuestión de coraje: porque significa ser capaces no sólo de mantener la mirada fija en la sombra de la época, sino también percibir en esa sombra una luz que, dirigida hacia nosotros, se aleja infinitamente de nosotros. Es decir: llegar puntuales a una cita a la que sólo es posible fallar.

Por eso el presente que la contemporaneidad percibe tiene las vértebras rotas. Nuestro tiempo, el presente, no es sólo lo más distante: no puede alcanzarnos de ninguna manera. Tiene la columna quebrada y nos hallamos exactamente en el punto de la fractura. Por eso somos, a pesar de todo, sus contemporáneos. La cita que está en cuestión en la contemporaneidad no tiene lugar simplemente en el tiempo cronológico: es, en el tiempo cronológico, algo que urge en su interior y lo transforma. Esa urgencia es lo intempestivo, el anacronismo que nos permite aprehender nuestro tiempo en la forma de un "demasiado temprano" que es, también, un "demasiado tarde", de un "ya" que es también un "todavía no". Y reconocer en la tiniebla del presente la luz que, aunque sin poder alcanzarnos nunca, está permanentemente en viaje hacia nosotros.

# 5

Un buen ejemplo de esta especial experiencia del tiempo que llamamos la contemporaneidad es la moda. Lo que define la moda es que introduce en el tiempo una discontinuidad, que lo divide según su actualidad o falta de actualidad, su estar y su no estar más a la moda (a la moda y no simplemente de moda, que alude sólo a las cosas). Pese a ser sutil, esta cesura es clara: quienes deben percibirla la perciben infaliblemente y de esa forma certifican su estar a la moda; pero si tratamos de objetivarla y fijarla en el tiempo cronológico, se revela inasible. Sobre todo el "ahora" de la moda, el instante en que comienza a ser, no es identificable por ningún cronómetro. ¿Ese "ahora" es el momento en que el estilista concibe el rasgo, el matiz que definirá la nueva forma de la prenda? ¿O en que la confía al dibujante y luego a la sastrería que confecciona el prototipo? ¿O, más bien, el momento del desfile, donde la prenda es llevada por las únicas personas que están siempre y solamente a la moda, las mannequins , que, no obstante, justamente por eso, nunca lo están realmente? Porque, en última instancia, el estar a la moda de la "forma" o la "manera" dependerá de que las personas en carne y hueso, distintas de las mannequins –víctimas sacrificiales de un dios sin rostro– la reconozcan como tal y la conviertan en su vestimenta.

El tiempo de la moda está, por ende, constitutivamente adelantado a sí mismo, y por eso también siempre retrasado, siempre tiene la forma de un umbral inasible entre un "todavía no" y un "ya no". Es probable que, como sugieren los teólogos, eso depende de que la moda, al menos en nuestra cultura, es una signatura teológica del vestido, que deriva de la circunstancia de que la primera prenda de vestir fue confeccionada por Adán y Eva después del pecado original, en la forma de un paño entrelazado con hojas de higuera. (Las prendas que nos ponemos derivan, no de ese paño vegetal, sino de las tunicae pelliceae, de los vestidos hechos con pieles de animales que Dios, según Gen. 3.21, hace vestir, como símbolo tangible del pecado y de la muerte, a nuestros progenitores en el momento en que los expulsa del paraíso.) En todo caso, más allá de cuál sea la razón, el "ahora", el kairos de la moda es inasible: la frase "estoy en este instante a la moda" es contradictoria, porque en el segundo que el sujeto la pronuncia, ya está fuera de moda.

Por eso, el estar a la moda, como la contemporaneidad, comporta cierta "soltura", cierto desfase, en que su actualidad incluye dentro de sí una pequeña parte de su afuera, un dejo de demodé. De una señora elegante se decía en París en el siglo XIX, en ese sentido: "Elle est contemporaine de tout le monde". Pero la temporalidad de la moda tiene otro carácter que la emparienta con la contemporaneidad. En el gesto mismo en que su presente divide el tiempo según un "ya no" y un "todavía no", ella crea con esos "otros tiempos" –ciertamente, con el pasado y, quizá, también con el futuro– una relación particular. Puede, vale decir, "citar" y, de esa manera, reactualizar cualquier momento del pasado (los años 20, los años 70, pero también la moda imperio o neoclásica). Puede, por ende, poner en relación lo que dividió inexorablemente, volver a llamar, re-evocar y revitalizar lo que había declarado muerto.


# 6


Esta relación especial con el pasado tiene otro aspecto. La contemporaneidad se inscribe en el presente señalándolo sobre todo como arcaico y sólo quien percibe en lo más moderno y reciente los indicios y las signaturas de lo arcaico puede ser su contemporáneo. Arcaico significa: próximo al arché, o sea, al origen. Pero el origen no está situado sólo en un pasado cronológico: es contemporáneo al devenir histórico y no cesa de funcionar en éste, como el embrión continúa actuando en los tejidos del organismo maduro y el bebé en la vida psíquica del adulto. La distancia y a la vez la cercanía que definen a la contemporaneidad tienen su fundamento en esa proximidad con el origen, que en ningún punto late con tanta fuerza como en el presente.

(...)


Los historiadores de la literatura y el arte saben que entre lo arcaico y lo moderno hay una cita secreta, y no tanto en razón de que las formas más arcaicas parecen ejercer en el presente una fascinación particular, sino porque la clave de lo moderno está oculta en lo inmemorial y lo prehistórico. Así, el mundo antiguo en su final se vuelve, para reencontrarse, hacia los orígenes: la vanguardia, que se extravió en el tiempo, sigue a lo primitivo y lo arcaico. En ese sentido, justamente, se puede decir que la vía de acceso al presente tiene necesariamente la forma de una arqueología. Que no retrocede sin embargo a un pasado remoto, sino a lo que en el presente no podemos en ningún caso vivir y, al permanecer no vivido, es incesantemente reabsorbido hacia el origen, sin poder nunca alcanzarlo. Porque el presente no es otra cosa que la parte de no-vivido en cada vivido y lo que impide el acceso al presente es justamente la masa de lo que, por alguna razón (su carácter traumático, su cercanía excesiva) no logramos vivir en él. (...)

# 7

Quienes han tratado de pensar la contemporaneidad pudieron hacerlo sólo a costa de escindirla en más tiempos, en introducir en el tiempo una des-homogeneidad esencial. Quien puede decir: "mi tiempo", divide el tiempo, inscribe en él una cesura y una discontinuidad; y, sin embargo, justamente a través de esa cesura, esa interpolación del presente en la homogeneidad inerte del tiempo lineal, el contemporáneo instala una relación especial entre los tiempos. Si bien, como hemos visto, el contemporáneo es quien quebró las vértebras de su tiempo (o percibió la falla o el punto de ruptura), él hace de esa fractura el lugar de cita y de encuentro entre los tiempos y las generaciones. Nada más ejemplar, en ese sentido, que el gesto de Pablo de Tarso, en el punto que experimenta y anuncia a sus hermanos esa contemporaneidad por excelencia que es el tiempo mesiánico, el ser contemporáneos del mesías, que él llama el "tiempo de ahora" (ho nyn kairos). No sólo ese tiempo es cronológicamente indeterminado (...) sino que tiene la capacidad singular de relacionar consigo mismo cada instante del pasado, de hacer de cada momento o episodio del relato bíblico una profecía o una prefiguración (typos, figura, es el término preferido de Pablo) del presente (así Adán, a través de quien la humanidad recibió la muerte y el pecado, es "tipo" o figura del mesías, que trae a los hombres la redención y la vida).

Esto significa que el contemporáneo no es sólo quien, percibiendo la sombra del presente, aprehende su luz invendible; es también quien, dividiendo e interpolando el tiempo, está en condiciones de transformarlo y ponerlo en relación con los otros tiempos, leer en él de manera inédita la historia, "citarla" según una necesidad que no proviene en absoluto de su arbitrio, sino de una exigencia a la que él no puede dejar de responder. Es como si esa luz invisible que es la oscuridad del presente, proyectase su sombra sobre el pasado y éste, tocado por su haz de sombra, adquiriese la capacidad de responder a las tinieblas del ahora. Algo similar debía de tener en mente Michel Foucault cuando escribía que sus indagaciones históricas sobre el pasado son sólo la sombra proyectada por su interrogación teórica del presente. Y Walter Benjamin, cuando escribía que el signo histórico contenido en las imágenes del pasado muestra que éstas alcanzarán la legibilidad sólo en un determinado momento de su historia. De nuestra capacidad de prestar oídos a esa exigencia y a esa sombra, de ser contemporáneos no sólo de nuestro siglo y del "ahora", sino también de sus figuras en los textos y los documentos del pasado, dependerán el éxito o el fracaso de nuestro seminario.

Sunday, August 07, 2011

Nuevas tecnologías y Universidades


NUEVAS TECNOLOGÍAS Y EDUCACION SUPERIOR

Por Freddy Quezada


Ya es un lugar común decir que las nuevas tecnologías vienen, o ya han transformado el mundo, dividiéndonos en sociedades “conectadas” y “desconectadas”, y no sólo en la educación, sino también en cualquiera de sus niveles. Por su cobertura, velocidad, interconectividad, capacidad de almacenamiento, renovación constante, recursos audiovisuales y virtuales. No insistiré en tal consenso que ya ocasiona tedio.


En Nicaragua, la UNI, UCA, UNAN-Managua y UPOLI siempre se han preocupado, de un modo desigual, y a velocidades distintas, por ofrecer servicios educativos con tecnologías de punta. De hecho, todas cuentan con programas de educación en línea que, tarde o temprano, se fundirán con los de educación a distancia. Las nuevas tecnologías juegan un papel fundamental para garantizar la excelencia de sus ofertas. Y, por supuesto, para asegurar la garantía de sus rendimientos y el prestigio de sus firmas, todas cuentan con sellos, emblemas y logotipos que avalan la legitimidad de sus títulos y acreditaciones frente a cualquier empresa o institución que estime contrataciones.


Lo que vale, pues, de estas iniciativas que, sea dicho de paso, iniciaron universidades modestas, jóvenes, y hasta de pequeña escala, al mismo tiempo que las grandes aún no se atrevían a experimentar a gran escala con educación en línea, es que ahora todas, grandes y pequeñas, corren a apostar por estas nuevas modalidades masivas que las colocará como la verdadera educación del futuro, siendo que la competencia se reducirá, y tal será la diferencia, por contar con un escudo o logotipo universitario, detrás de la cual probablemente se encerrará una educación parecida, por el empleo de los mismos medios y hasta de las mismas bibliografías. Curioso modo de producir una experticia de la que terminarán alimentándose los medios de comunicación universales. De hecho, desde ya se advierte la tiranía de asignarle nunca más de 5 minutos a sus explicaciones.


Lo que ahora quiero enfocar, con todo, son tres aspectos muy pocos explorados de la relación entre las nuevas tecnologías y la educación superior.


a) la abolición del espacio encierra una reingeniería laboral y jerárquica.


Anclarse en la vieja discusión si las nuevas tecnologías seguirán el camino comercial y externo de la televisión, cuando le correspondió enfrentarse/complementarse a la educación superior en la década de los sesenta; o si el libro terminará por desaparecer ante la avalancha audiovisual, puede perder de vista algo más profundo que encierra la abolición del espacio que trajo consigo la aparición de INTERNET.


El telégrafo, teléfono, radio y televisión, fueron los primeros medios que abolieron el espacio, pero dentro de un esquema industrial donde dominaban aún los bienes tangibles, las mercancías físicas y su transporte (por tierra, mar y aire) de unos países a otros. Al emanciparse los medios, y ganar más seguridad, por la velocidad de sus transacciones, y la garantía de su comunicación de punta, la abolición del espacio permitió una globalización en tiempo real y no sólo, como decía Heidegger, una Imago.


Pero la nueva situación, arrastró una relación laboral más flexible que el neoliberalismo se encargó de materializar sobre los escombros del socialismo y de las viejas conquistas sindicales. Y no sólo las bases de trabajadores sufrieron la transformación, sino también sus élites dirigentes interempresariales, incluidas ahora las instituciones educativas superiores estatales, privadas o mixtas.


A su vez, la desespacialización de las nuevas tecnologías, acercó a grandes sectores como segmento potencial a ser considerado por las nuevas estrategias de mercado de las empresas educativas, que empezaron a dotarse de herramientas y programas (antiguamente en manos de educadores a distancia, al modo clásico, con evaluaciones semipresenciales y a vuelta de correos) que combinaran misiones estrictamente académicas con objetivos de mercado, también a ritmos asimétricos. La velocidad más baja, corre a cargo de las universidades estatales que se desplazan con moderación, en un mercado que supondría más controles de calidad del que prescinde, cuando se encuentra sin regulaciones.


La situación borradora del espacio, ha producido una fractura entre los esquemas modernos verticales, físicos, jerárquicos (que funcionan aún en todas las universidades mencionadas) de una institución basada en un espacio euclidiano (de tres dimensiones) que aún cuenta con la tradición y la carga de sacralidad y respeto que se le acuerda a toda universidad en particular, pero también a toda institución moderna en general, y unas lógicas horizontales y retroalimentarias de las redes de las que se supone han de beneficiarse las instituciones universitarias con el mínimo de cambios en su sentido espacial euclidiano. Pero el ritmo del sistema superior, acabará por imponerse, no sin antes recibir resistencias, y tratar de responder con controles a quien se empezará a considerar más como competidor, que como instrumento. En ese sentido, la acreditación universitaria será la manera en que todos los profesionales sepan lo mismo de los programas euronorteamericanos, para trabajar en distintos lugares por el mismo salario.


Los edificios dejarán de construirse, los campos deportivos y bibliotecas de expandirse, las sedes regionales se suprimirán, las jerarquías de mando tenderán a achatarse, los despidos, reconversiones y recapacitaciones, tendrán que anunciarse, las alianzas tecnológicas con instituciones nacionales o internacionales, ya no importará, se harán moneda corriente, etc. Las consecuencias no sólo serán físicas, laborales o jerárquicas, sino también epistémicas. El modo de pensar será combinado. La educación supondrá mucho de relajamiento, diversión, entretenimiento e información de la que hasta ahora permite. Muchas universidades no dejan acceso libre a los estudiantes a Facebook, por ejemplo, y censuran páginas enteras a través de códigos moralistas para justificar prohibiciones de accesos a páginas pornográficas, terroristas, pedófilas, etc. y no sólo por el ancho de banda y la recarga de usuarios que soporta, sino también por la mentalidad humboltiana/kantiana de separar la diversión de la educación.


b) el número de usuarios cambia el perfil de la educación superior.


Una vez, Marx dijo que la época moderna se caracterizaba por la irrupción de las masas en la Historia. En lo que se equivocó no fue en el fenómeno, sino en la puerta. En realidad, la irrupción de las masas donde se expresó fue en los medios de comunicación y no como receptores pasivos, para recibir una orientación ilustrada de vanguardias lúcidas, como el propio Marx creía, sino como usuarios activos con estrategias propias y mezclas desiguales de episteme y doxas. En nuestra era, en efecto, el emisor sigue proponiendo, pero los receptores son los que relativamente disponen o negocian pactos de lectura.


Es curioso, por ejemplo, que en END y La Prensa, cuando comenzó la fiebre de sus versiones electrónicas, los comentarios de sus usuarios por medio de las pestañas interactivas, se hayan vuelto un aluvión imposible de detener sin hacer diferencias entre el comentario mesurado y las obscenidades e impertinencias. Mucha de la primavera del receptor de diarios electrónicos se debió a estas ventanas abiertas. Apenas regresaron, los medios aludidos, a regular, al viejo estilo autoritario y discrecional del emisor, se cayeron los índices de participación del receptor.


El acento de la enseñanza tecnológica pasará a correr a cuenta, en nombre del respeto a las diferencias, de la cultura de los receptores y será de ineludible cumplimiento que ellos y ellas incorporen la doxa, sus opiniones, su sentido común, su sabiduría popular y callejera, su magia, sus creencias, sus filias y fobias, a los nuevos programas, creando unos supermestizajes fecundos. Los medios, nos obliga recordarlo, son el mensaje. Sólo ellos pueden permitir esos nuevos perfiles que les llegan del relevo de las antorchas salvíficas, antes en manos de religiones e ideologías y, luego, del arte y la técnica (teckné, por cierto la expresión griega para ambos) como una vez pronosticó Heidegger.


Las nuevas generaciones, no sólo por el nuevo tipo de enseñanza y los modos en que la obtendrán, sino también por el número en sí mismo, alterará el perfil del conocimiento. Serán millones de radares que se activarán para obtener información de cualquier tipo, al mismo tiempo que se divertirán haciéndolo, vehículo del que se valieron en su primer aprendizaje y que, de seguro, jamás olvidarán. Siguiendo otra vez a Marx, las universidades que están apostando por estas nuevas tecnologías, a pesar del beneficio que están obteniendo por ellas, aún no se enteran que, sin saberlo, preparan a sus propios sepultureros en los millones de estudiantes que, de incorporarse en programas masivos, y prácticamente universales, enterrarán a la vieja universidad no sólo napoléonica, humboldtiana, jerárquica, moderna y autoritaria, sino a la euclidiana, presencial y lectiva.


De ahí que, probablemente, los escudos, emblemas y logotipos de las universidades en las certificaciones que extiendan a sus estudiantes en estas modalidades, sean apreciadas sólo con los cambios espaciales que estas universidades sufran. Entre menos visibles sean en el futuro, por su tamaño, o por su publicidad, pero sigan portando sus antiguos sellos emblemáticos, los centros de enseñanza preferirán las nuevas tecnologías y tendrán que diferenciar la calidad de su servicio y el logro de sus misiones académicas a través de nuevos ejes. Uno de ellos, hablaremos de eso al cierre de estas reflexiones, serán los archivos.


Osho, un sabio “oriental”, que estudió precisamente en una de las grandes universidades de Inglaterra, se preguntó una vez por el sentido de estudiar que tenían las universidades, cuando contaban con bibliotecas riquísimas (una de ellas la usó Marx para soportar su Das Kapital) donde uno podía llegar a instruirse solo, prescindiendo de profesores repetidores de esos mismos libros.


Harvard, Oxford, MIT, Salamanca, La Sorbonne, las Universidades de Berlín y Turín y otras, podrán desaparecer, o reducirse físicamente, pero sus archivos electrónicos (trabajados además del universal, con el valor agregado de los propios) serán el tesoro del futuro (donde se colocarán las nuevas inversiones) por el que cobrarán su acceso, como servicio sustantivo, a los nuevos educandos tecnológicos. No serán, pues, la historia, los pensums, los grados y postgrados, los campus y la amplitud de las universidades lo que se valorará, sino el tamaño y la calidad de sus archivos. Y tal será la diferencia entre unas y otras; y tal su precio y prestigio en los sellos de los títulos expedidos.


c) el papel de administrador de archivos que los vinculará a poderes de nuevo tipo.


En unas caracterizaciones jocosas, atribuibles al seudónimo Artemio Cruz, se caracteriza, entre otros intelectuales nacionales, a Jorge Eduardo Arellano, como un “competidor lento e impreciso” de Google. La idea, si no malinterpreto el sentido del chiste, es que el mejor de nuestros historiógrafos y compilador de registros escriturarios, no puede rivalizar con el archivo electrónico más popular y visitado del mundo. Nadie puede, en virtud que la parte no puede superar al todo, al que pertenece.


Pero un paradigma holístico, del tipo de Ken Wilber, podría decir, sin embargo, que todos sabemos que Google sí puede buscar lo que deseemos. Y así, el todo estaría en cada una de las partes y, para decirlo de una vez, todos seríamos mucho mejor que JEA.


Más todavía. A como el mundo se está presentando, vemos que el paradigma dominante tiende a repartirse los cuerpos, a través del mercado y la publicidad, y las mentes a vaciarlas, a través del almacenamiento de información por medio de sus monstruosos sistemas de acopio tecnológicos, que aligerarán nuestra memoria y dispondrá nuestros cuerpos a merced de los llamados del mercado. En ese sentido, continuamos la tradición platónica de separar cuerpos y mentes, acordándole la mayor importancia a estas; vieja tradición que va desde Platón hasta Matrix, film este donde aún se observan a unos cuerpos inútiles en medio de estertores causados por la imaginación.


Ahora bien, qué sucede con las nuevas tecnologías, los archivos y las universidades. El objetivo de todo archivo universal, competencia feroz contra la cual se lanzarán las nuevas firmas competidoras de Google, es la de controlar los registros de cada una de las personas y de todos los sistemas en los que viven. El encanto del nuevo sistema descansa sobra la complicidad de las víctimas, quienes no pueden reconocer que los resultados de los que se benefician, puedan en cualquier momento volverse en su contra.


Cada estudio, de cada experto en el mundo sobre cualquier objeto de estudio vivo, muerto, espiritual, humano, animal o mineral, estará a disposición de todos, pero no todos recibiremos sus beneficios o perjuicios del mismo modo. Cada uno o una lo recibirán en virtud de las coordenadas del poder en que se encuentren en el mundo real. Un profesor universitario a través de educación a distancia, o un político en busca de cooptación en las redes sociales, sabrán defenderse mejor, ante los mismos archivos usados, que un ama de casa en busca de información médica.


De hecho, hay autores que han demostrado que la búsqueda que hacemos en Google, responde a unos algoritmos que orientan a todo el sistema para servirnos, como resultado, lo que el sistema cree de nosotros y, así, hemos averiguado cómo nos tiene definidos. Dos personas, pues, que buscan la misma información, no encontrarán jamás los mismos resultados.


Es un poder en el más estricto sentido de la palabra. Y el modo que tiene de funcionar es a través de la jerarquía de la diferencia que, en la medida que el tamaño del archivo crece, tiende a combinarse consigo mismo produciendo regímenes de verdad, como agenda en la cabeza de los buscadores. El enemigo tenderá a ser lo que no está archivado (y la paradoja será que, cada vez que entremos a Google, en realidad estaremos saliendo a cazar lo “real” que se inicia exactamente con nuestra visita) y las estrategias de cómo atraparlo, serán las habilidades que enseñarán las universidades del futuro, a través de las nuevas tecnologías: a atrapar lo real, archivarlo, ordenarlo, distinguirlo y emplearlo, a discreción, a favor o en contra de quienes sean.


A su vez, estos últimos, si llegan a estar claros de estos objetivos, muy probablemente se resistan, mintiendo, modificando, callando y alterando, al mismo tiempo que usando, las informaciones dentro de estrategias de subalternos, para impedir o dificultar ser controlados por un sistema que, una vez más, ha prometido liberarlos, ahora como teckné. La nueva era, pues, no se diferenciará mucho de la actual, sólo cambiará el escenario de la lucha y el espectro de recursos con que nos heriremos.


6 tesis en breve



6 TESIS SOBRE EL PENSAMIENTO

COMO PROBLEMA Y NO COMO SOLUCIÓN

Por Freddy Quezada

Introducción

1) Pensar no está por encima de nada; 2) No separar pensamiento de pensador; 3) El pensamiento separado siempre ha sido el problema; 4) No hay nadie a quién defender; 5) Hay que ser enemigo profundo de sí mismo; 6) Ninguna promesa emancipadora; 7) No hay nadie a quién salvar; 8) Ninguna utopía; 9) Combatir a los intelectuales sin sus armas: la crítica y la emancipación; 10) Consejo inútil: seguir siendo lo que somos: supermestizos.

No estoy seguro de lo que voy a decir. Porque voy a decirlo contra los que, creo, sí están muy seguros de lo que dicen y, sobre todo, de lo que piensan, que es lo mismo, para el efecto. Leer más...