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Monday, October 17, 2016

Notas sobre el poemario "El ÁNGEL DESCALZO"

Reflexiones sobre el “Ángel Descalzo” 

 Por Freddy Quezada



En la primera presentación de esta obra, a cargo de Iván Uriarte, le confesé, en privado, a Adrián, el autor, que sentía que no le había hecho justicia al contenido de su obra. Me ofrecí para establecerla. Ahora que estoy aquí, frente al amigo, cumpliendo mi palabra, temo que tendrá que buscarse a un tercero que despeje la injusticia, porque lo que soy yo, creo seguirla continuando. Por razones de tiempo no pude rendir lo que el mensaje de esta poesía merece. Y con su comprensión e indulgencia me atreveré a leer estas notas en desorden que me han impuesto una agenda detestable que me encadena y las pocas luces que siempre me acompañan.

I. La Música

Ahora que la Academia sueca premió en Bob Dylan la música de sus letras, muy apreciada por la generación que ahora está aquí presente, reconoció tarde y después, como toda institución, lo que ya domina las calles y el espíritu de millones: la música, descentrando a la escritura, algo que sólo el oxígeno del planeta supera en cantidad. Pero el tipo de música que premia el Nóbel, es la más alta, la de la poesía. Esa misma que, en su día, dijo Borges que Darío le trajo al castellano desde el francés y que, de estar vivo, como contraparte, invertido y con la misma honra, se llevaría hoy el Grammy, por las letras de su música.

La poesía produce música, porque las cosas no se pueden decir, como la que hoy escucharemos de la voz de Adrián, cuando dos palabras que no se conocen entre sí, el poeta las hace encontrarse con asombro y las invita a cantar con nosotros. En muchos de los poemas del “Ángel descalzo” se acusa ese murmullo, no siempre pacífico porque, como creía Joaquín Pasos, la guerra tiene también sus cantos, que va creciendo de poema en poema, con ligeros descansos aforísticos, remansos de sabiduría oculta y divertimentos ingeniosos.

Adrián nos hace llegar su poesía como el temblor de las cosas con que, al abrazarse unas con otras, producen ese melodía suave e inteligente que nos toma de las manos, nos lleva hacia la cima de una colina, sin zapatillas, “prueba definitiva… que los ángeles caminan descalzos”, como la Novicia Rebelde que, con las manos en el pecho y girando sobre sí misma, nos hace mirar al cielo y cantar.
Atrincherado en un frente que se ha condenado a ser la última línea de la emancipación humana, después de la decepción que nos ocasionaron las demás y, para muchos, el regreso pródigo a una religión que siempre aguardó nuestro regreso, este soldado aturdido en medio de los fuegos cruzados, ebrio de pólvora, sangre y humo, cae de rodillas ante nosotros que no lo merecemos.

Pero si tal cosa es la forma y en ello Adrián sólo confirmaría el linaje al que pertenece desde que sus amigos lo conocemos, al continuar la tradición de la poesía de buen cuño, pues, no hay buenos y malos poetas, sino buena y mala poesía, debemos lealtad de oficio al contenido que cubre su melodía. A mi juicio, dos conjuntos de motivos se anuncian en el reino de su creación: la ironía y la nostalgia.

II. La Ironía

La ironía es un quiebre, más delicado que el humor pero con su mismo poder, de la correspondencia de las cosas. Acompaña a la rectitud de ellas, hasta un punto que elige el poeta para despertarnos, descargándonos una bofetada como suele hacerse en el budismo Zen. Y tal despertar puede ser violento, o sutil, servicios de lucidez que nos ofrece el poeta, según la discrecionalidad de un reclamo que nos guarda o de una protesta que nos hace llegar de un modo oblicuo y siempre musical. Advertible en la Anti - Oda a CMR, en Conversión y otros poemas relacionados con la revolución y su dirigencia, asistimos a esa ranura por donde el poeta nos invita a asomarnos para enterarnos de cómo son las cosas, cuando no funcionan. Y circular dentro de sus cortocircuitos, quemaduras y peladuría de cables para sonreír por la ilusión que, afuera, se creó para nosotros. Un “nosotros” que se recoge en círculos concéntricos cada vez más pequeños y parte a dejarse habitar por un silencio en abandono, pero vigilante y creador. Cito del Testamento de Judas: “no me ahorco por arrepentido, sino porque sé, cuánto vale para todos, mi silencio”.

III. La Nostalgia

Esta última familia de motivos merece, para un grupo como el nuestro, cerrar este pequeño y humilde homenaje a este poemario hermoso de Adrián. Los ecos y sordinas que hay en ello, nos devuelve a una fraternidad que hoy de nuevo nos reúne. Hemos sido hermanos dos veces. Como iguales ayer y como diferentes hoy. Supimos bajo una sabiduría que se ignoró siempre a sí misma, acordarle más valor a la amistad que a la verdad. Al revés de la famosa expresión de Aristóteles “Soy amigo de Platón, pero soy más amigo de la verdad”, fuimos más amigos entre nosotros que de la verdad a la que juramos defender y que ha terminado por ser repartida entre todos, en una época que renuncia a considerarla única y por fuera de los demás.

Sólo el que ha renunciado a fines, perseguibles de oficio, es el que ha decidido no seguir renovando con cada nuevo esquema que hace suyo, los recuerdos que le parecen eternos e inamovibles, sin advertir que con cada retrospección, volvemos a bañar de una luz diferente los sucesos. Nada cambia tanto como el pasado. La nostalgia nos lo oculta en nombre de una continuidad que no podemos tener. Si prescindiéramos de ella, el contacto que obtendríamos del tiempo sería parecido al de los alcohólicos anónimos y al del budismo zen: un día discontinuo, diferente del siguiente, y a la vez igual, absorbiendo los tres tiempos en uno solo que serían todos y ninguno. Lejos de esa sabiduría, llevada con simpleza y sencillez vecina sólo por los AA a los que conocemos más de cerca, nosotros no podríamos soportar la carga de renunciar a recuerdos demasiado épicos y tan generosos que llegamos a borrar nuestra identidad en provecho de otros, llegados a identificar con clases sociales y que, en verdad, terminaron siendo nuestros propios dirigentes.

La nostalgia que nos presenta Adrián, no la podemos recibir dulce, como la deseáramos, sino que carga la ironía con ella, cuando no la ira y la tristeza de un “no me olvides”, marchito en nuestras manos y viajando entre ellas con una luz que sólo nuestra amistad y generosidad sabrá siempre comunicarle.

“Yo no soy de los muertos que nunca mueren. Soy de los muertos sobre los cuales, muchos quisieran ahora, con una flor en la mano, perder la memoria”.