Ya es un lugar común decir que las nuevas tecnologías vienen, o ya han transformado el mundo, dividiéndonos en sociedades “conectadas” y “desconectadas”, y no sólo en la educación, sino también en cualquiera de sus niveles. Por su cobertura, velocidad, interconectividad, capacidad de almacenamiento, renovación constante, recursos audiovisuales y virtuales. No insistiré en tal consenso que ya ocasiona tedio.
En Nicaragua, la UNI, UCA, UNAN-Managua y UPOLI siempre se han preocupado, de un modo desigual, y a velocidades distintas, por ofrecer servicios educativos con tecnologías de punta. De hecho, todas cuentan con programas de educación en línea que, tarde o temprano, se fundirán con los de educación a distancia. Las nuevas tecnologías juegan un papel fundamental para garantizar la excelencia de sus ofertas. Y, por supuesto, para asegurar la garantía de sus rendimientos y el prestigio de sus firmas, todas cuentan con sellos, emblemas y logotipos que avalan la legitimidad de sus títulos y acreditaciones frente a cualquier empresa o institución que estime contrataciones.
Lo que vale, pues, de estas iniciativas que, sea dicho de paso, iniciaron universidades modestas, jóvenes, y hasta de pequeña escala, al mismo tiempo que las grandes aún no se atrevían a experimentar a gran escala con educación en línea, es que ahora todas, grandes y pequeñas, corren a apostar por estas nuevas modalidades masivas que las colocará como la verdadera educación del futuro, siendo que la competencia se reducirá, y tal será la diferencia, por contar con un escudo o logotipo universitario, detrás de la cual probablemente se encerrará una educación parecida, por el empleo de los mismos medios y hasta de las mismas bibliografías. Curioso modo de producir una experticia de la que terminarán alimentándose los medios de comunicación universales. De hecho, desde ya se advierte la tiranía de asignarle nunca más de 5 minutos a sus explicaciones.
Lo que ahora quiero enfocar, con todo, son tres aspectos muy pocos explorados de la relación entre las nuevas tecnologías y la educación superior.
a) la abolición del espacio encierra una reingeniería laboral y jerárquica.
Anclarse en la vieja discusión si las nuevas tecnologías seguirán el camino comercial y externo de la televisión, cuando le correspondió enfrentarse/complementarse a la educación superior en la década de los sesenta; o si el libro terminará por desaparecer ante la avalancha audiovisual, puede perder de vista algo más profundo que encierra la abolición del espacio que trajo consigo la aparición de INTERNET.
El telégrafo, teléfono, radio y televisión, fueron los primeros medios que abolieron el espacio, pero dentro de un esquema industrial donde dominaban aún los bienes tangibles, las mercancías físicas y su transporte (por tierra, mar y aire) de unos países a otros. Al emanciparse los medios, y ganar más seguridad, por la velocidad de sus transacciones, y la garantía de su comunicación de punta, la abolición del espacio permitió una globalización en tiempo real y no sólo, como decía Heidegger, una Imago.
Pero la nueva situación, arrastró una relación laboral más flexible que el neoliberalismo se encargó de materializar sobre los escombros del socialismo y de las viejas conquistas sindicales. Y no sólo las bases de trabajadores sufrieron la transformación, sino también sus élites dirigentes interempresariales, incluidas ahora las instituciones educativas superiores estatales, privadas o mixtas.
A su vez, la desespacialización de las nuevas tecnologías, acercó a grandes sectores como segmento potencial a ser considerado por las nuevas estrategias de mercado de las empresas educativas, que empezaron a dotarse de herramientas y programas (antiguamente en manos de educadores a distancia, al modo clásico, con evaluaciones semipresenciales y a vuelta de correos) que combinaran misiones estrictamente académicas con objetivos de mercado, también a ritmos asimétricos. La velocidad más baja, corre a cargo de las universidades estatales que se desplazan con moderación, en un mercado que supondría más controles de calidad del que prescinde, cuando se encuentra sin regulaciones.
La situación borradora del espacio, ha producido una fractura entre los esquemas modernos verticales, físicos, jerárquicos (que funcionan aún en todas las universidades mencionadas) de una institución basada en un espacio euclidiano (de tres dimensiones) que aún cuenta con la tradición y la carga de sacralidad y respeto que se le acuerda a toda universidad en particular, pero también a toda institución moderna en general, y unas lógicas horizontales y retroalimentarias de las redes de las que se supone han de beneficiarse las instituciones universitarias con el mínimo de cambios en su sentido espacial euclidiano. Pero el ritmo del sistema superior, acabará por imponerse, no sin antes recibir resistencias, y tratar de responder con controles a quien se empezará a considerar más como competidor, que como instrumento. En ese sentido, la acreditación universitaria será la manera en que todos los profesionales sepan lo mismo de los programas euronorteamericanos, para trabajar en distintos lugares por el mismo salario.
Los edificios dejarán de construirse, los campos deportivos y bibliotecas de expandirse, las sedes regionales se suprimirán, las jerarquías de mando tenderán a achatarse, los despidos, reconversiones y recapacitaciones, tendrán que anunciarse, las alianzas tecnológicas con instituciones nacionales o internacionales, ya no importará, se harán moneda corriente, etc. Las consecuencias no sólo serán físicas, laborales o jerárquicas, sino también epistémicas. El modo de pensar será combinado. La educación supondrá mucho de relajamiento, diversión, entretenimiento e información de la que hasta ahora permite. Muchas universidades no dejan acceso libre a los estudiantes a Facebook, por ejemplo, y censuran páginas enteras a través de códigos moralistas para justificar prohibiciones de accesos a páginas pornográficas, terroristas, pedófilas, etc. y no sólo por el ancho de banda y la recarga de usuarios que soporta, sino también por la mentalidad humboltiana/kantiana de separar la diversión de la educación.
b) el número de usuarios cambia el perfil de la educación superior.
Una vez, Marx dijo que la época moderna se caracterizaba por la irrupción de las masas en la Historia. En lo que se equivocó no fue en el fenómeno, sino en la puerta. En realidad, la irrupción de las masas donde se expresó fue en los medios de comunicación y no como receptores pasivos, para recibir una orientación ilustrada de vanguardias lúcidas, como el propio Marx creía, sino como usuarios activos con estrategias propias y mezclas desiguales de episteme y doxas. En nuestra era, en efecto, el emisor sigue proponiendo, pero los receptores son los que relativamente disponen o negocian pactos de lectura.
Es curioso, por ejemplo, que en END y La Prensa, cuando comenzó la fiebre de sus versiones electrónicas, los comentarios de sus usuarios por medio de las pestañas interactivas, se hayan vuelto un aluvión imposible de detener sin hacer diferencias entre el comentario mesurado y las obscenidades e impertinencias. Mucha de la primavera del receptor de diarios electrónicos se debió a estas ventanas abiertas. Apenas regresaron, los medios aludidos, a regular, al viejo estilo autoritario y discrecional del emisor, se cayeron los índices de participación del receptor.
El acento de la enseñanza tecnológica pasará a correr a cuenta, en nombre del respeto a las diferencias, de la cultura de los receptores y será de ineludible cumplimiento que ellos y ellas incorporen la doxa, sus opiniones, su sentido común, su sabiduría popular y callejera, su magia, sus creencias, sus filias y fobias, a los nuevos programas, creando unos supermestizajes fecundos. Los medios, nos obliga recordarlo, son el mensaje. Sólo ellos pueden permitir esos nuevos perfiles que les llegan del relevo de las antorchas salvíficas, antes en manos de religiones e ideologías y, luego, del arte y la técnica (teckné, por cierto la expresión griega para ambos) como una vez pronosticó Heidegger.
Las nuevas generaciones, no sólo por el nuevo tipo de enseñanza y los modos en que la obtendrán, sino también por el número en sí mismo, alterará el perfil del conocimiento. Serán millones de radares que se activarán para obtener información de cualquier tipo, al mismo tiempo que se divertirán haciéndolo, vehículo del que se valieron en su primer aprendizaje y que, de seguro, jamás olvidarán. Siguiendo otra vez a Marx, las universidades que están apostando por estas nuevas tecnologías, a pesar del beneficio que están obteniendo por ellas, aún no se enteran que, sin saberlo, preparan a sus propios sepultureros en los millones de estudiantes que, de incorporarse en programas masivos, y prácticamente universales, enterrarán a la vieja universidad no sólo napoléonica, humboldtiana, jerárquica, moderna y autoritaria, sino a la euclidiana, presencial y lectiva.
De ahí que, probablemente, los escudos, emblemas y logotipos de las universidades en las certificaciones que extiendan a sus estudiantes en estas modalidades, sean apreciadas sólo con los cambios espaciales que estas universidades sufran. Entre menos visibles sean en el futuro, por su tamaño, o por su publicidad, pero sigan portando sus antiguos sellos emblemáticos, los centros de enseñanza preferirán las nuevas tecnologías y tendrán que diferenciar la calidad de su servicio y el logro de sus misiones académicas a través de nuevos ejes. Uno de ellos, hablaremos de eso al cierre de estas reflexiones, serán los archivos.
Osho, un sabio “oriental”, que estudió precisamente en una de las grandes universidades de Inglaterra, se preguntó una vez por el sentido de estudiar que tenían las universidades, cuando contaban con bibliotecas riquísimas (una de ellas la usó Marx para soportar su Das Kapital) donde uno podía llegar a instruirse solo, prescindiendo de profesores repetidores de esos mismos libros.
Harvard, Oxford, MIT, Salamanca, La Sorbonne, las Universidades de Berlín y Turín y otras, podrán desaparecer, o reducirse físicamente, pero sus archivos electrónicos (trabajados además del universal, con el valor agregado de los propios) serán el tesoro del futuro (donde se colocarán las nuevas inversiones) por el que cobrarán su acceso, como servicio sustantivo, a los nuevos educandos tecnológicos. No serán, pues, la historia, los pensums, los grados y postgrados, los campus y la amplitud de las universidades lo que se valorará, sino el tamaño y la calidad de sus archivos. Y tal será la diferencia entre unas y otras; y tal su precio y prestigio en los sellos de los títulos expedidos.
c) el papel de administrador de archivos que los vinculará a poderes de nuevo tipo.
En unas caracterizaciones jocosas, atribuibles al seudónimo Artemio Cruz, se caracteriza, entre otros intelectuales nacionales, a Jorge Eduardo Arellano, como un “competidor lento e impreciso” de Google. La idea, si no malinterpreto el sentido del chiste, es que el mejor de nuestros historiógrafos y compilador de registros escriturarios, no puede rivalizar con el archivo electrónico más popular y visitado del mundo. Nadie puede, en virtud que la parte no puede superar al todo, al que pertenece.
Pero un paradigma holístico, del tipo de Ken Wilber, podría decir, sin embargo, que todos sabemos que Google sí puede buscar lo que deseemos. Y así, el todo estaría en cada una de las partes y, para decirlo de una vez, todos seríamos mucho mejor que JEA.
Más todavía. A como el mundo se está presentando, vemos que el paradigma dominante tiende a repartirse los cuerpos, a través del mercado y la publicidad, y las mentes a vaciarlas, a través del almacenamiento de información por medio de sus monstruosos sistemas de acopio tecnológicos, que aligerarán nuestra memoria y dispondrá nuestros cuerpos a merced de los llamados del mercado. En ese sentido, continuamos la tradición platónica de separar cuerpos y mentes, acordándole la mayor importancia a estas; vieja tradición que va desde Platón hasta Matrix, film este donde aún se observan a unos cuerpos inútiles en medio de estertores causados por la imaginación.
Ahora bien, qué sucede con las nuevas tecnologías, los archivos y las universidades. El objetivo de todo archivo universal, competencia feroz contra la cual se lanzarán las nuevas firmas competidoras de Google, es la de controlar los registros de cada una de las personas y de todos los sistemas en los que viven. El encanto del nuevo sistema descansa sobra la complicidad de las víctimas, quienes no pueden reconocer que los resultados de los que se benefician, puedan en cualquier momento volverse en su contra.
Cada estudio, de cada experto en el mundo sobre cualquier objeto de estudio vivo, muerto, espiritual, humano, animal o mineral, estará a disposición de todos, pero no todos recibiremos sus beneficios o perjuicios del mismo modo. Cada uno o una lo recibirán en virtud de las coordenadas del poder en que se encuentren en el mundo real. Un profesor universitario a través de educación a distancia, o un político en busca de cooptación en las redes sociales, sabrán defenderse mejor, ante los mismos archivos usados, que un ama de casa en busca de información médica.
De hecho, hay autores que han demostrado que la búsqueda que hacemos en Google, responde a unos algoritmos que orientan a todo el sistema para servirnos, como resultado, lo que el sistema cree de nosotros y, así, hemos averiguado cómo nos tiene definidos. Dos personas, pues, que buscan la misma información, no encontrarán jamás los mismos resultados.
Es un poder en el más estricto sentido de la palabra. Y el modo que tiene de funcionar es a través de la jerarquía de la diferencia que, en la medida que el tamaño del archivo crece, tiende a combinarse consigo mismo produciendo regímenes de verdad, como agenda en la cabeza de los buscadores. El enemigo tenderá a ser lo que no está archivado (y la paradoja será que, cada vez que entremos a Google, en realidad estaremos saliendo a cazar lo “real” que se inicia exactamente con nuestra visita) y las estrategias de cómo atraparlo, serán las habilidades que enseñarán las universidades del futuro, a través de las nuevas tecnologías: a atrapar lo real, archivarlo, ordenarlo, distinguirlo y emplearlo, a discreción, a favor o en contra de quienes sean.
A su vez, estos últimos, si llegan a estar claros de estos objetivos, muy probablemente se resistan, mintiendo, modificando, callando y alterando, al mismo tiempo que usando, las informaciones dentro de estrategias de subalternos, para impedir o dificultar ser controlados por un sistema que, una vez más, ha prometido liberarlos, ahora como teckné. La nueva era, pues, no se diferenciará mucho de la actual, sólo cambiará el escenario de la lucha y el espectro de recursos con que nos heriremos.
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