EL SUBSUELO DE LOS ARTICULOS DE OPINIÓN
Por Freddy Quezada
¿Balzac era el que decía que toda persona goza en secreto la caída de quien se cree superior a ella o, al menos, le hace ver en la desgracia su condición de iguales y, por ello, nunca le perdona su ascenso? Nada hay más divertido que reírse de uno mismo, por supuesto, pero cómo uno goza con las críticas, de cualquier tipo, a los demás.
Todos los artículos de opinión, incluyendo este mismo, el de al lado, arriba o los de abajo, se ven formalitos, coherentes, a favor o en contra de lo que sea, o de quien sea. Qué importa lo que digan, si lo divertido es ver las reacciones que provocan en la edición electrónica. Los artículos de opinión impresos, son la punta blanquita de un iceberg, donde debajo, en su edición electrónica, específicamente en la parte donde reaccionan los lectores, circula una cantidad de bilis gratuita, estulticia, calumnias, insultos, especulaciones, elogios inmoderados, servilismo claro y, en poca cantidad, valoraciones objetivas y críticas sensatas, todas amparadas por el anonimato, verdadero poder, en muchos de los casos, que permite el inventarse o poseer un correo electrónico.
En las ediciones de papel impreso, todas esas reacciones no se miran. Incluso muchos de los propios autores de artículos y editoriales en los periódicos, no saben que existen o, sabiéndolo, ignoran cómo llegar a ellos “en línea”. Y cuando creen que han impactado a un gran auditorio al que les ha hecho formarse una opinión desde sus propias ideas y cuando caminan por las nubes con un ego terrible, se estrellan de pronto con la asombrosa variedad de opiniones que encuentran en las reacciones interactivas de las ediciones electrónicas. El que se tenga por delicado y altamente sensible ni que se asome, porque corre el riesgo de ver derrumbarse toda su autoestima. Y no se crean, por favor, árboles con frutos para justificar las pedradas, ni ese lugar común de "Sancho, ladran, es que cabalgamos".
Lo peor que les puede pasar es que no encuentren reactores. Me pregunto si no será mejor, en esos casos, que estas damas y caballeros se reenvíen a sí mismos, con seudónimos, los más duros comentarios a sus propios artículos, y consolarse participando así en este vértigo divertido, como esos matrimonios aburridos que, para excitarse, fingen ser otros en la ejecución de las más eróticas y deliciosas infidelidades.
Alguien dice, en uno de los ejemplos más moderados que pude seleccionar, reaccionando a un artículo de una escritora connotada, que el presidente Daniel Ortega debió regalar al presidente Chávez los “manuscritos de Jaime Wheelock” y no los de Rubén Darío y, otro, más adelante, le responde, ya sin aludir al texto de origen: “mejor la pistola con la que se secaba el pelo”.
Hay en las reacciones de los lectores anónimos, un ejercicio impune de desacralización de la escritura (como de la que hablaba el recién fallecido Baudrillard) y de los escritores que son como campeonatos de lucha en el lodo o “molotera”, como le llamaban los niños a ese juego donde, primero lenta e individual y después colectiva y desordenadamente, se lanzaban encima unos de otros hasta terminar haciendo una pirámide humana.
Los comentarios, con todo, tienen la virtud de ser sinceros. Su poder les llega de su anonimato, como los que tiene el número cuando se sabe protegido. Al emitir un juicio destructivo, se hace con la alevosía y ventaja que brinda el anonimato o el seudónimo, que permiten la sinceridad de la descarga. No pasa ni en la radio ni en la televisión, a menos que, en vivo, los programas dejen el teléfono libre, cosa que ya casi no hacen. Uno, pues, debe tener la piel dura para saberse blanco de feria, como cuando le disparan al patito. O bajar a visitarlos y responderles en su terreno a tirios y troyanos.
Se dicen cosas impublicables e increíblemente groseras, en las pestañas interactivas, pero también complementos y críticas, algunas veces interesantes, de los textos aludidos que, cuando empiezan a dialogar entre ellos, olvidando el motivo del texto original, se genera un tejido intertextual fabuloso, muy parecido a lo que sucede en la vida real, sin llegar a coincidir con ella, donde están indisolublemente unidas la pasión y la razón, el poder y el saber.
Me recuerda que la razón sigue siendo sirvienta de las pasiones. Arriba, en el iceberg, está la sinceridad formal, la coherencia demostrativa y angustiada por objetivos; abajo, en el foso, la sinceridad de las pasiones desde las más altas hasta las más bajas y rastreras.
Una parentela en gran parte con lo que se cree que son los iletrados, tan despreciados y que, en este nivel, se les parece. Pasa que los verdaderos desilustrados, no leen y los que medio lo hacen, prefieren deportes, la cartelera, sucesos y los clasificados y poco les importa lo que discutan personas educadas que saben leer y escribir muy bien, donde unos usan una razón hipócrita y otros una pasión bocatera, para imponerse.
En la edición electrónica, son las plumas más notorias a las que disparan sin misericordia y con las poco conocidas (que dicen cosas de interés público) son generalmente más considerados y participativos. No está lejano el día en que el blanco sean las constituciones, decretos y leyes y no simples artículos de opinión, desde un círculo nacional de participantes cuyos resultados sean vinculantes. Será una democracia directa electrónica: un anarquismo postmoderno. Así se unirán el saber, el poder y el número.
Ahora, por favor, permitid calzar mis botas de fatiga, subir mi carcaj, colocar muy bien mi escudo y levantar mi hacha de guerra, que revisaré con alegría y diversión estas babosadas en la edición electrónica para responder a los enmascarados y saludar a los críticos sinceros. Disparen, niñas.