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Tuesday, August 22, 2006

Liderazgos y Cultura Popular

LIDERAZGOS Y CULTURA POPULAR

(I PARTE)

Por Freddy Quezada

EL SANDINISMO EMANCIPATORIO

“Ay Nicaragua, Nicaragüita, la flor más linda de mi querer...” probablemente sea el segundo himno de Nicaragua, como la Chica de Ipanema lo es del Brasil, Cielito lindo de México, Luna de Xelajú de Guatemala y Volver de Argentina. Están fundidos en el tejido del imaginario popular. Y nadie puede derrotarlos. Más cuando sus compositores están vivos. Mejía Godoy no es un cantante vulgar, salido de los medios de comunicación de masas y sellos disqueros para deleitar con salsas como Rubén Blades, merengues como Johnny Ventura o baladitas como Palito Ortega, todos ellos en aventuras políticas. Mejía Godoy es constructor de una cultura popular cuya signo diferencial de Camilo Zapata y Jorge Isaac Carballo, por ejemplo, es que cabalgó, para bien o para mal, sobre una revolución con amplia participación, al inicio, como todas ellas, de sectores “populares”. Mejía Godoy es un arquitecto de simbologías y sensibilidades nacionales – populares como las concibió Gramsci para explicar las identidades, sólo que antes y no
después de la construcción de un Estado nación.

Por otro lado, ser un héroe vivo cuyas hazañas la gente las recuerda con cariño y respeto; o ser un líder político, al margen de su ideología, que cuente con un arrastre precisamente “popular”, son características que las reúnen todos lo candidatos políticos de un sandinismo gaseoso que, por compartir ese atributo de liberarnos de algo, le he bautizado como emancipatorio.

Para el caso que nos ocupa, podemos subdividir el escenario político electoral nicaragüense, desde el punto de vista “popular”, en dos campos: sandinistas (tres subconjuntos) liberales (dos subconjuntos). Hablaremos en esta primer entrega de los tres subconjuntos sandinistas que pueden arrancar mayor volumen de votos en el seno de la población: FSLN, MRS y AC. El líder (Daniel Ortega), el artista (Carlos Mejía Godoy) y el héroe (Edén Pastora).

“Popular” es un concepto homogéneo que inventó la modernidad para legitimar sus instituciones, aparatos e imaginarios sobre sí misma y los demás. Dotado de soberanía (que después sería rebajada por la del Estado) parte de la idea de igualdad y libertad de las revoluciones inglesas y francesas (hasta hoy se empieza a conocer que no todos los “franceses” en la época de la revolución de 1789, hablaban el francés, ni la mayoría se creía parte de un “pueblo francés”, construcción que se levantó sólo mucho después).

Su poder es la cantidad; su debilidad, la cultura. Estas dos características llevaron a que los cultos, buscaran representar lo “popular” por medio de codificaciones de lo que creían que deseaban. Y terminaron por enfrentarse dos alternativas: la vanguardista y la democrática representativa. La una, suponiendo los deseos del “pueblo” y la otra incorporando a su aparato político su parte más beligerante y participativa. La cultura de élite, por su parte, disfrutó del beneficio de gobernar lo “popular”, hasta que se desarrollaron los medios de comunicación de masas que se la arrebató (erigiéndose en su juez) y empezó una lucha entre todas ellas, en la cual la alta cultura, hasta donde vamos, lleva la peor parte.

En unas elecciones no es garantía la popularidad de un candidato para ganar. La popularidad de alguien puede tener varias fuentes. Ser un artista que la gente lo escuche (cantante), lo mire (actor) o lo lea (escritor).

Sergio Ramírez, como Mario Vargas Llosa, acostumbra a burlarse de sí mismo cuando, a propósito de sus trapisondas candidaturales, recuerda que tuvo “más lectores que electores”; la popularidad puede nacer también de un ejercicio de liderazgo popular, populista o de masa, como quiera llamársele, como Daniel Ortega, obtenibles por la paciencia que brinda el largo tiempo de encabezarlas; o pertenecer a una mitología heroica ilustrada, como Edén Pastora (con algo de trágico por no romper con una aureola que otros llamarían destino, como una especie de “otro” de Humberto Ortega), diferente de Charrasca, el “otro” del “otro”, héroe popular desilustrado, moviéndose como todos los “pobres”, entre la legalidad y la delincuencia, sin paradigmas claros de cambios racionales y geométricos, propios de vanguardias ilustradas y representacionales.

Todos ellos, mantienen la idea de liberarnos de un yugo capitalista, corrupto y pactista que, quizás, el énfasis que ponen en cada uno de ellos, sea lo único que los distinga entre sí.

Lo que Daniel Ortega hace con Jaime Morales Carazo es inverso, pero igual, a lo que puede conseguir Edmundo Jarquín con Carlos Mejía Godoy. Atraer estratos altos no sandinistas (círculos financieros, empresariales, organismos internacionales por parte de “Mundo” Jarquín, o cúpulas de la ex resistencia, intelectuales “democráticos”, empresarios conservadores por parte de Jaime Morales Carazo) y apostar a volúmenes altos de votos por parte de Ortega y Mejía Godoy. Quien combine la fórmula ganará al menos la parte del león del gran sandinismo emancipatorio. A lo mejor, el héroe Pastora se alza también, por un efecto inesperado, con un alto favor público. Todos cubren áreas amplias, populares que, traducidas en números, pueden orientar una votación y decidir por medio de su caudal, un triunfo o una derrota.

Y es ocioso decirlo, pero en las elecciones como en el deporte, gana quien hace más goles y anota más carreras, es decir, para el caso, gana quien tenga más votos, no importa cómo, ni de dónde vengan.

Faltará por ver hasta dónde llega su simétrico liberal, que lleva desventaja en cuanto a artistas y héroes y sólo cuenta con líderes políticos y populares en estructuras y medios de comunicación. Algo que veremos en la segunda parte de estas valoraciones.

Lo complejo, cuando se convierte en política de masas, se convierte en religión en el sentido de multitud, obediencia y credibilidad. Creo que fue Bruno Bauer, dentro del austromarxismo, quien una vez dijo que el marxismo cuando “bajara” a las masas se convertiría en religión laica.

Y en verdad, no se necesita explicarle a los muchos, el proceso químico de una aspirina, por ejemplo, sino ofrecerle simplemente quitarle el dolor de cabeza con ella. Esta simplificación, siempre ha demostrado ser eficaz en política. Por eso la mayoría de los votantes, semi – ilustrados o totalmente iletrados, pobres, periféricos y ocupados en sobrevivir, prefieren el espectáculo a los aburridos programas de gobierno que sólo sirven para disputar y polemizar sobre ellos entre cultos y letrados. Es la fórmula de la esperanza, convertida en promesa, que no necesita de garantías escépticas y desconfiadas, lo que muchos piensan que buscan las masas.

Si Mejía Godoy logra traducir en votos ese impacto que generan sus canciones más canónicas (¿cómo? es la pregunta para su equipo de publicistas, al parecer uno de los mejores) tendrán, sino el triunfo, al menos una buena cantidad de diputados.

El héroe Pastora, que es un buen analista, tiene intuición y sabiduría de viejo zorro, puede levantar la gata de votos en las encuestas con la desconfianza de la gente en Ortega, pero no en Mejía Godoy. Porque su terreno es la oferta de promesa política, algo que es la misma de su competidor. Los liderazgos políticos son más frágiles que los culturales y los mitos, aunque a veces se realimentan. Y lo que creo que hace la diferencia es la fuente que nos informa, que nos orienta. La promesa política funciona con aparatos demostrativos, racionales, a veces puede parecer fideista, reducida a simplezas, pero siempre está sujeta a la prueba empírica, aunque sea a muy largo plazo y en no más de dos generaciones. Mientras que la cultura, el espectáculo y las motivaciones identitarias, se mueven en el campo de los sentidos (la mirada, el placer y la memoria) que por lo común paralizan la reflexión y el cálculo.

Concluimos tres cosas: 1) Los liderazgos culturales son más fuertes, pero en política no son tan seguros. 2) La cultura popular / de masas se divide ante elecciones políticas, volviéndose inestable e impredecible; el poder del número no es homogéneo, se parte y se debilita. 3) ¿A quién responderán más los votantes sandinistas emancipatorios? ¿Al líder, al cantautor, al héroe? ¿A la promesa que se quiere creer, al sentimiento que no queremos dejar ir, a la gesta que admiramos sin envidia? ¿A la esperanza, a la identidad, a la hazaña? ¿Qué dominará, maldita sea: mandar, agradar o reverenciar? ¿Quién, por todos los cielos, ganará?

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