LA BATALLA DE LOS LENGUAJES
Por Freddy Quezada
Mierda, fue una palabra que, al final de una de las novelas de García Márquez, provocó asombro y escándalo. Asombro por la calidad de la obra y escándalo por la incorporación de palabras de uso popular y masivo que empezaban a circular con carta de ciudadanía en el mundo culto. Aunque sabemos que el colombiano no fue el primero ni será el último. Aún hoy, la palabra no la reconoce el diccionario en castellano que el programa de Word para Windows trae de oficio, subrayándola en rojo, como si estuviera mal escrita o no existiera. Pasa que soldados exploradores de un lenguaje invaden desvergonzadamente el campo de los otros.
Zayda García publicó en El Nuevo Diario, un artículo que desencadenó una cascada de reacciones sobre un trabajo suyo llamado Y vos, ¿me entendés? Contra lo esperado, las reacciones en la pestaña interactiva de la edición electrónica superó en número a la de los más connotados escritores de esa sección del citado diario. En él se advierte el rechazo de Zayda, al tuteo en vez del voseo por parte de sectores nicaragüenses de todas la clases sociales. Invoca una manera de hablar nacional contra la diferenciación que quieren hacer las clases medias (más expuesta a los tuteos del Miami hispano, de mexicanos, venezolanos, traducciones de novelas brasileñas, subtítulos de películas de circulación universal y el mundo escriturario mayor) de las clases populares. Empleo que cuando lo ejercen estas últimas se oyen superficiales, falsos y grotescos, al menos en Nicaragua.
Es la aspiración de una parte de la población nicaragüense (la clase media) de querer emparentarse con sus iguales latinoamericanas y españolas y de miembros de clases populares, nacionales para el caso del voseo nica, de imitarlas. Todo gira alrededor de distinguirse del otro, para remarcar las superioridades y subalternidades.
Zayda habla de mantener la homogeneidad cultural e identitaria por medio de la defensa del regionalismo en el habla, pero de lo que se trata es de la guerra que se hacen entre las clases (el habla es sólo un aspecto) para distinguirse y mejorar la calidad de la subordinación de unas con otras. La guerra que los lenguajes se han efectuado entre sí, pasa por asaltos súbitos y en masa o por agrado y seducción paciente que, incluso, ignoran los que la reciben.
De los últimos tenemos, por ejemplo, la música clásica que conocemos pero ignoramos sus fuentes (música de muñequitos le decimos), porque la aprendimos viendo las caricaturas, como el
Barbero de Sevilla (de Rossini) en aquélla memorable escena donde
Bugs Bunny, después de un tratamiento capilar, hace crecer flores, en vez del cabello prometido, en la calva de Elmer Gruñón; o los nombres de personajes en las mangas japonesas (Ulises y Telémaco son los héroes de
Ulises en el Siglo 32; el Mum-Ra de los
Thundercats, es el dios egipcio Amon-Ra, etc.) que responden a celebridades cultas. Del mismo modo, películas épicas recientes nos hacen conocer dentro del formato audiovisual, episodios magnos como en
El Gladiador,
Alejandro, Troya, Anibal, 300 espartanos, etc
.
En sentido contrario, por ejemplo, la misma música de la que hablamos, se puede asociar a fuentes populares que después se masificaron por parte de los medios de comunicación. Así, las barberías presentaron al cliente culto, el mundo de las grandes orquestas (Glenn Miller, Ray Coniff, Bill Halley y sus Cometas) que mantenían en sus receptores radiales; en sus esparcimientos, podemos llamar al blues y al jazz: música de bar; al bossa nova y las baladas: música de ascensores, aeropuertos, supermercados y Malls; música de iglesias: el godspell y las gregorianas; música de piñatas: merengues y salsas; música de cantinas: rancheras y bachatas; música de casas limpias de clase media: semiclásicas y nostálgicas; música para meditar: melodías “orientales”; música de discotecas, las cuatro "R" de MTV: Rock, Rap, Reggae y Reggaeton.
El mundo escriturario mayor, grave, profundo y reflexivo, empezó a verse afectado por la invasión de los otros formatos, en especial por el audio visual, que dividió literalmente en dos a ese mundo. Así, los periódicos más severos empezaron a darle lugar cada vez más amplio a las imágenes, las prosas de las novelas más artísticas, empezaron a girar más y más alrededor de cómo imaginarnos las cosas (como películas) y no cómo reflexionar con ellas (como Harold Bloom dice que nos debe provocar Shakespeare) y así cada cosa culta empezó a rendirse ante el poder del número y la imagen.
Es lo que pasa con El Péndulo de Foucault y El Código de Da Vinci dentro, aún, de la escritura misma.
Desde que la cultura de masas (a través de los medios de comunicación) prometieron en su primer momento llevar a todos los ciudadanos la cultura de élite, para refinarnos el gusto estético deformado por las tradiciones orales, despertarnos el gozo interior con las artes nobles y elevar nuestro espíritu a las más elevadas cumbres, en el camino se enteraron que producían en grandes volúmenes y con facilidad asombrosa subproductos (periódicos, literatura basura, radio y telenovelas, películas, música popular, spots, etc) que terminaron con el tiempo y el mercado siendo los dominantes. Así, por mucho que nos impresionen los mejores anuncios de Shampoo, no nos importa saber que las "Cuatro Estaciones" de Vivaldi están detrás de casi todos ellos o las deliciosas piezas de Mozart, en la mejor publicidad de autos.
La batalla, en consecuencia, se desencadenó entre la cultura de élite y la de masas. La popular (agraria, oral, étnica y premoderna) despreciada y humillada por la culta, fue absorbida por los mass media. La cultura de masas reaccionó a través del mercado, poniendo a elegir, previa influencia de la publicidad, a los consumidores, en número y peso provenientes de la cultura popular.
La superficie le gana en volumen y demanda a la profundidad, que jamás pudo despegar de sus reductos elitistas y refinados, pese a la promesa de los mismos medios de comunicación que hoy la traicionan (recordemos la desconfianza visionaria que la Escuela de Frankfurt, menos Walter Benjamín, le tuvo) los cuales en honor a la verdad, se esforzaron por servirse de los medios para formar a las masas en su primera hora.
Sin embargo, esas primeras intenciones fueron superadas por el entretenimiento, la brevedad, ligereza y banalidad que ellos mismos iban produciendo como recursos de segunda mano en el acompañamiento formativo. El caso de la televisión fue paradigmático. Hubo un tiempo que se creyó que sería el vehículo más potente de formación al servicio de las formalidades de la educación clásica. Terminó siendo su peor enemigo.
Los lenguajes crean mundos y con ello imaginarios. Las representaciones recíprocas que se hacen los unos de los otros les sirve para subyugarse. El lenguaje popular, entre otras cosas, crea ghettos, calles, solidaridades, que se mueven entre la legalidad y el delito, etc y pueden usar el desprecio del que son víctimas en armas de protesta, que se toma en serio por su peso y magnitud.
El lenguaje culto, por su parte, crea sueños y también solidaridades en las utopías sesudas y profundas que produce y ese magnetismo es su fuerza ante los demás que se hace seguir. Pero para todos hay una escala de poder y crédito que sólo una de ellas disfruta. En un tiempo fue la alta cultura, hoy la rapidez y efemeridad de la moda del momento soportada por el poder del número y los medios.
Las subordinaciones no se hacen esperar, pero no son pasivas y las reacciones del subalterno cuenta con sus estrategias, venganzas, astucias, simulaciones, servilismos, cortesanías y dispositivos, donde se hace sentir a su manera y en su oportunidad. El caso típico es Discovery Channel, ese Caballo de Troya en las entrañas de la televisión, que los estudiantes de hoy suelen presentar como si fuera lo más ilustrado que uno puede citar.
Es una tentación otra vez, dentro de esta lógica, decir que todo está relacionado con todo. ¿Hegel regresa o sólo son ecos suyos en el holismo contemporáneo? Aquel creyó conocer con ello el futuro (que no es más que la proyección hacia delante del pasado para cerrar el círculo de su espiral) y este abolió el tiempo lineal.
Pero si es que el todo domina a las partes, tal como decía Durkheim, entonces dónde ha estado la diferencia todo este tiempo. Un día de estos descubrí un artículo profundo, serio y sabio, que ya había leído en formato independiente, en un suplemento de ocultismo y supercherías y no pude reconocerlo, pese a que era exacto al leído. No lo ví ni profundo, ni serio, sino como los demás que componían la edición de esa revista frívola. Algo parecido me sucede con la página educativa de la sección de opinión dominical de El Nuevo Diario, en la que creo adivinar lo que dirán sus autores antes de leerlos, pese al gran respeto que me merecen el Dr. Arríen, De Castilla y Lucio Gil. El todo, el marco, el contexto habla por ellos. Hay algo en lo que dicen que no puede romper ese marco, que no lo trasciende y llegar hasta uno con la fuerza de una lección real y no formal como en verdad se siente. Es el todo que en este caso no deja ver la riqueza de las partes y en el de Mundo Oculto, el suplemento de esoterismo, algo inserto de afuera se pierde, se diluye. Entiendo entonces ese principio estructuralista viejo y aparentemente superado.
El asunto me recuerda ese descubrimiento tan espectacular como sencillo de Boris Groys y su idea que las obras de arte no pueden ser reproducidas porque lo prohíbe el museo; así, el museo tiene el poder de designar que es lo nuevo en arte.
Del mismo modo, el evento no puede ser nuevo porque lo prohíbe la memoria, ella es la que designa el suceso y luego lo encaja en un relato lleno de sentido, casi siempre salvífico. Por eso lo nuevo, lo emergente nos desconcierta a todos, porque siempre miramos con la memoria, como decía Krishnamurti.
¿Cuál será la diferencia? El todo ahora está en las partes, en efecto, y las partes son autónomas. Pero visto así, la diferencia puede ser una vulgar cantidad, tamaño y claridad de líneas entre ellas, es decir, un poder.
Hablar nunca es igual a escribir. Este hiato es el mismo que se replica entre el pensamiento y la acción, el ser y el deber ser, donde a su vez dentro de cada uno se replican otra vez hasta el infinito. En ambos campos funciona la memoria. La diferencia, en cuanto a la escritura y al habla, es la técnica de segundo grado para aquella y la ausencia/presencia de la que habla Derrida. Pero dentro del habla hay diferencias como dentro de la escritura.
De nuevo, si la diferencia está en ambos lado, cuál es la diferencia. Los lenguajes son ciudades, decía Wittgenstein (subdivididas en barrios y zonas residenciales, agrego yo). Y a lo mejor, ese acoso que sienten las clases cultas en sus residencias, palacetes y mansiones con verjas y portones electrónicos de parte de los pobladores de asentamientos y barrios pobres, no sólo sea físico, sino un también un asalto verbal, culinario, curativo, danzario y sensorial.
¿Estaremos asistiendo a aquel día que temieron griegos y romanos, cuando predijeron que sus ciudades terminarían, en su decadencia, balbuceando el dialecto de los bárbaros o cada uno de nosotros ya somos, y ni siquiera nos hemos enterados, un Rafael, un Leonardo, un Miguel Ángel y un Donatello, es decir, unas Tortugas Ninjas, dirigidas por una rata sabia?