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Thursday, April 20, 2006

El Regreso del Marxismo (II parte)

LA REVANCHA DEL MARXISMO
Por Freddy Quezada
Hoy me siento mejor que Juan El Bautista anunciando la venida no de un señor, sino de dos. Hace diez años escribí que el marxismo de regresar, como retornó su gemelo enemigo, el neoliberalismo, tendría que hacerlo incorporando los atributos de los nuevos actores que desconoció en su primera hora, y a los cuales tuvo que soportar haciendo de la necesidad una virtud. No sé si con la nueva ola que parece bañar a América Latina y donde tres centros se perfilan como corrientes de la nueva izquierda con Cuba como el ala dura clásica, Venezuela como el ala radical pero legal, y Chile como el ala moderada y legítima (si uno fuera mal pensado creería en un reparto de papeles con una guerrilla, un sindicato y unos diputados articulados por un mismo discurso) terminará por hundir y yuxtaponer a los paradigmas culturales, subalternos y postcoloniales que apenas están despuntando en algunos países latinoamericanos, en unos más profundos que en otros.
Digo esto porque al enterarme que el Ministerio de Cultura de Venezuela premió a Franz Hinkelammert por su obra "Sujeto y la ley. El Retorno del sujeto reprimido" se prepara para estimular el pensamiento marxista de los que sobrevivieron al holocausto teórico neoliberal.
Franz Hinkelammert, teólogo de la liberación latinoamericana, a quien siempre le ha preocupado más lo que piensan los europeos, al parecer no evolucionó como sus compañeros (Hopenhayn apostó al postmodernismo y Dussel al postoccidentalismo), pues la obra premiada, donde calumnia a Wittgenstein y a Lyotard, a quienes cita pero al parecer no comprende, regresa a sus archienemigos Locke y Hume, con ese odio anti-inglés propio de ciertos alemanes, descubriendo la inversión del discurso de aquel (con el peligro que se le devuelva a Hinkelammert mismo y poner en duda todo lo que dice, tomándolo al revés, exactamente como a los que acusa al “aserrar la rama sobre la que están sentados”) y el escepticismo a este, al ver las cosas en su necesidad, porque, para Hinkelammert, lo mejor es verlas cómo deben ser dentro de cómo son. Pero lo peor es que, al no poder invertir el discurso de Nietzsche, como lo hizo con Locke, prefiere hablar de su vida privada al declararlo loco antes de serlo, autorizándonos a preguntar, en consecuencia, quién es el Hinkelammert personal y sospechar que puede ser el Marx tomista, renovado, “invertido” y de tacones, como él mismo sueña presentarse, en su segunda venida.
Eduardo Grüner, otro de los reconocidos, emplea el término y lógica de sus adversarios (en la que ellos son los especialistas) y, sin saberlo, les da la razón, cuando llama “Fin de las pequeñas historias” a su obra, colocándose como un reaccionario que, para defenderse, tiene que repetir más de lo mismo de Wallerstein, Amín y Gunder Frank, sin saber que para el tema de la globalización crítica, ya se le adelantó Castells con las sociedades redes; en la mediática, Matellard con la Comunicación -- Mundo y, contra la ideología neoliberal, Ramonet con el Pensamiento Único. ¿Qué produce y qué es lo nuevo de Grüner?
"Golpe bajo", digo, en el entendido que descontruyen al postmodernismo (ese escepticismo en relatos liberadores, sano y bien articulado, a mi juicio) que siempre estos autores derrotados, regresivos y reaccionarios, en su hora amarga, amalgamaron con el neoliberalismo sin distinguir a Lyotard de Fukuyama, a Derrida de Huntington y Baudrillard y Vattimo de Brezinsky y Bell. Creen que estudiar a fondo el postmodernismo significa identificarse con él. Cuando les conviene, al citar a críticos de él como Habermas y Jameson, saben que no es así, pero a la hora de atacar no le conceden el beneficio de la duda a Virilio (que se cree más allá del postmodernismo) y a Baudrillard (que lo ironiza), por ejemplo.
Capitanes, sin duda, y es de saludar, que decidieron hundirse con su barco emancipador (lo que habla bien de su ética de guerrero del camino, pero no de su lógica) como los Saramagos, Galeanos, Petras y Borón que miraron, con desprecio merecido, a las ratas que se les alejaban de sus bergantines y las que pronto regresarán a adularlos cuando la ola los vuelva a elevar, teniendo que recibirlos pues los necesitan para justificarse.
Al postmodernismo hay que agradecerle que nos enseñó a desconfiar de cualquier relato emancipador incluso de él mismo. Suficiente para tener siempre la guardia en alto cuando regresen de nuevo estos discursos. Pero también hay que estar claros que este movimiento ya agotó su papel y su tiempo. Pelear contra él, es como remar en seco y la obra de Himkelammert y otras con mención honorífica, reconocidas por un jurado de socialistas ortodoxos, consagrado por Hugo Chávez a través del Ministerio de Cultura de su país, centran sus ataques en el posmodernismo, algo que lo concibieron como posible aliado otros autores que se le acercaron (como Said, Bahba, Spivak) haciéndolo avanzar a otros niveles, en vez de emparentarlo, como hacen nuestros izquierdistas, con el neoliberalismo por pura ignorancia y terquedad ideológica de capitán de barco a pique, confundiendo su ira con productividad y su rabia con imaginación, del mismo modo que los teólogos sólo son creativos cuando persiguen al mal e inventan cómo destruirlo.
Los paradigmas actuales ya son otros (como el postcolonialismo y el postcoccidentalismo) que aún no llegan con fuerza a nuestro país que, como toda provincia, discute sobre cosas viejas y en vez de beneficiarse de sus versiones más actualizadas, decide por medio de sus pensadores de campanario, retroceder cada vez más hacia atrás. Esto explica ese "marxismo mágico", necio e irredento, que añora la Editorial Progreso y defiende aún la editorial de Ciencias Sociales de La Habana, que usan nuestros autores de izquierda y la eliminación de pensadores verdaderamente contemporáneos del catálogo que algunos hacen.
Por su parte, desde las escuelas culturales y subalternas que apenas están llegando con paciencia y profundidad (casos de Erick Aguirre, Erick Blandón, Carlos Midence, Leonel Delgado, Nicasio Urbina et al) corren el riesgo de ser sepultadas por el alud que veo avecinarse. Aunque algunos de ellos siguen bajo la ilusión de poder combinar esta escuelas con una suerte de marxismo abierto. A mí mismo me gustaría hacerlo. Dificil si se cae en la cuenta que la diferencia de estos esquemas está en creer o no en emancipaciones de los demás y buscar cómo salvarlos aún en contra de ellos mismos, terminando en el viejo callejón sin salida de la libertad: ¿tenemos el derecho, aunque creamos tener el deber, de salvar a los esclavos, aunque no estén de acuerdo ni consciente de unas cadenas que muchas veces nosotros se las inventamos, para justificar nuestro papel redentor, mesiánico y prometeico? ¿De dónde rayos nos viene esa maldita enfermedad de estar salvando a alguien, en especial, a quiénes no lo piden?
La tesis doctoral de Leonel Delgado, por ejemplo, es una lectura de autobiografías de escritores artísticos centroamericanos en las que me parece que él busca encontrar cómo sus discursos producen un efecto de nacionalidad y de sentido de nuestras historias, con ellos ya canonizados por otros y por sí mismos con sus autobiografías, fortaleciendo sus cartografías subjetivas, pero que no logra aterrizar en el terreno del Estado nación, donde deberían expresarse, asumiéndolo en Centroamérica sin problematizarlo. Hay autores que creen que jamás América Central ha tenido Estados naciones o son muy débiles y, no sólo inventados como todos, sino impuesto a unas masas desilustradas como un aparato letrado, legal y escriturario.
Carlos Midence hace lo mismo pero con más perspectiva sociológica. Son como dos mitades, un billete de cien partido por la mitad, en las que Delgado lleva la mejor parte "literaria" (profundo y fluido en el tratamiento de esta temática y el uso de autores) pero débil en el aspecto de su efecto en la conformación de nuestras nacionalidades y de la formación del Estado nación (donde Midence lo supera en perspectiva). Presento a los dos señores anunciados en la introducción.
No sé, pero tengo la impresión que estoy ante los dos autores que van a cambiar el modo de ver Nicaragua, que siempre han separado los historiadores tradicionales y los artistas: el de la política y el de los creadores, sin que tengan que ver los unos con los otros. Julio Icaza desde un punto de vista más clásico, platónico, intenta hacer lo mismo.

Es difícil saber qué busca Leonel con las autobiografías. Parece que él sí sabe lo que los autobiografiados no saben de sí mismos, ni sienten ni pueden trascender lo que presentan como lo más profundo de sí. Y reproduce lo que critica en ellas, bajo la idea que detrás de todas hay una estrategia narrativa que busca una “razón periférica del yo y la cultura (modernismo), como impulso del dominio discursivo de los otros para constituir la historia de sí (las vanguardias), y como intervención desde ámbitos no autorizados, ofreciendo la versión de una modernidad alternativa, abyecta o subalterna (el testimonio).” ¿Cómo hace un ilustrado para criticar a otros? Conozco dos modos (a lo mejor hay más): como juego (y hacer del placer de hacerlo un poder) o como silencio infinito que declara imposible conocer a los demás por medio de la representación. Hasta donde sé, los notables escriben su propia vida porque los demás (en realidad una parte de ellos) ya los han declarado importantes como canon (y por tanto las autobiografías nacen viciadas con el gesto hacia la inmortalidad según Kundera) y, por otro lado, sirven a alguno autores (como creía Cioran) para demostrar que la vida misma de los creadores de teorías nada tiene que ver con sus discursos y sólo por ello son más interesantes y reveladores. También sirven para denunciar sus vicios frente a otros biógrafos que los presentan con sus virtudes, como hace Paul Johnson y como trata de hacer de mala fe Hinkemlamert con Nietzsche.
En cualquiera de los casos, se está claro que las subjetividades no pueden objetivarse (como biógrafo de autobiografias !!!!!) en el sentido que parece hacer Leonel, es decir, explicarse desde discursos psiconalíticos (sin usar a Lacan ni una sola vez en el caso de los nombres propios !!!!) que no llegan a parar al lado que promete: el Estado nación. Tema sociológico, político, histórico, además de cultural como ahora sabemos, por excelencia.
En algún momento esta escuela tendrá que polemizar fuerte contra los neomarxistas para imponer sus agendas en el imaginario intelectual del país. Será una lucha de paradigmas a muerte, o tal vez no, y será pactada con los jóvenes, o los viejos incorporarán sus discursos como si desde siempre lo hubiesen dicho o sabido.
Creo que Nicaragua volverá a repetir su vieja historia y tragedia de palimpsesto que no termina de redondear una cosa cuando ya está con otra encima. La diferencia será ahora que esa otra capa que tendremos encima ya la conocimos en su peor momento y queremos dejarnos engañar ahora creyendo que será mejor. ¿Lo será Dr. Malito? ¿Lo será Minimí?


1 comment:

Anonymous said...

me parece que a su análisis le falta conocer en profundidad la obra de hinkelammert. Aplaudo la crítica si es profunda pero me parece que ésta no pasa de unas pocas cosas por aquí por allá, no hay conexión y claramente hay defectos en el análisis de la realidad política latinoamericana desde sus lógicas e instituciones