EN LA OBRA DE JULIO ICAZA GALLARD
En la época de Rubén era sencillo decir esto. Hoy ya no se puede crear desde el vacío, ex nihilo, como decían los existencialistas. La globalización comienza a cruzarse dentro de sí misma con las hibridaciones y sus propios intersticios. No hay nada original. Por eso las creaciones se parecen a las nubes (todo cambia a cada momento) y a los tejidos policromos, donde un color no se sabe cuándo se transforma en otro. Crear ahora es combinar y tratar de seducir a los demás de su hechizo. Si se logra convencer a quienes tienen el poder de presentarlo como fascinante a los demás, será un éxito. Si no, la gente levantará los hombros, como la Pantera Rosa, exquisita y fina en su indiferencia, y continuará caminando por las vidrieras, mientras los Clousseau torpes que somos, haremos desastres, para atraparla, detrás de ella.
El Dr, Julio Icaza Gallard a quien el CIELAC tiene el honor de presentar su obra más reciente “El Estado de Derecho y otros ensayos sobre el poder”, ya nos ha acompañado en otras ocasiones, en especial en las investigaciones colectivas que el CIELAC impulsó durante varios años con el auspicio de la Fundación alemana Friedrich Ebert, y que dio origen a tres textos, en todos los cuales figuran trabajos del autor, de gran profundidad y altamente reflexivos.
La presente obra que hoy nos honramos en comentar y presentar es un análisis enjundioso de dos damas (la justicia y la legitimidad) acompañadas de dos caballeros (el derecho y el poder) de gran respeto en nuestra comunidad ilustrada. Reputaciones que están en entredicho en nuestra situación actual.
Los caballeros, que ahora las prefieren trigueñas, se han dedicado al libertinaje, al cinismo y a la perversión de sus virtudes, haciendo del derecho una asociación ilícita para delinquir con pactos y componendas y del poder, un instrumento para beneficio propio y de sus cómplices. “... en América Latina se profundiza el divorcio entre el mundo real y el mundo legal. Se proclama la República para suspenderla y sustituirla por la dictadura o para anularla con la guerra civil y la anarquía. La Constitución y las leyes ‘se acatan pero no se cumplen’... Entonces se inaugura el reino de la mentira, que perdura hasta nuestros días...” (Icaza, 2005: 72-73). “Por el derecho sabemos qué está permitido y qué está prohibido” (íbid: 105), más allá del principio de Austin de concebirlo como “órdenes sostenidas por amenazas” (íbid: 113), dice en otra parte.
De las damas, en cambio, para no manchar su honra, optaremos por callar gentilmente la confesión de sus secretos que, invitamos al lector, estudiante de derecho o no, los descubra en el cuerpo principal de la obra del Dr. Icaza.
Con todo, sí, queremos referirnos a algo aparentemente marginal en la obra, pero que el propio Dr. Icaza nos hizo llegar por e-mail. Se trata del lugar que debe ocupar la poesía y la política de un país lleno de poetas y saturado de política. Nos parece fecundo que estas dos paralelas se toquen, se intercepten, y generen algo nuevo. Teniendo lo más abundante del material que necesitamos para reinventarnos, porqué no combinarlos.
Sencillo y genial. “Su originalidad incontestable está en que todo lo amalgama, lo funde y lo armoniza en un estilo suyo, nervioso”. ¿Recuerdan? en el prólogo de Azul. Pero, advertencia, al final del alambique, el oro que esperamos, puede resultar estiércol, y no será suficiente el amarillo para distinguirlos, si no el talento y la autenticidad, al igual que el olor y la consistencia.
Pocos ven a la sociedad como algo en constante creación. Todas las matrices sociológicas y políticas recurren a esquemas predeterminados o esclavizadores de un presente, que recuestan en el lecho de Procusto de sus paradigmas, para cortarle la cabeza o los pies y ofrecernos un cuerpo sanguinolento desnortado y sin contacto con el suelo nutricio que debe alimentar toda creación. En América Latina, por ejemplo, tanto ayer por la “izquierda”, desde donde nos llegó un marxismo fácil, dogmático y superficial, siempre nos vimos privados de la riquísima discusión entre sus diferentes variedades (althusseriana, gramsciana, luckasiana, kosikiana, frankfurtiana, existencialista y anarquista) del mismo modo que ahora por la “derecha” (donde nos enteramos en la obra del Dr. Icaza que el neoliberalismo también tiene sus variedades libertarias, comunitaristas, aristotélicas y anarquistas) no podemos pronunciarnos por falta de discusión y acceso sobre estas corrientes, en su lógica y algunos contenidos, parecidas a las viejas discusiones entre los marxismos creadores y genuinos. Qué les parece, en ambos lados se cuecen habas, es decir, en todos lados, si es así, no es de recibo preguntarse, entonces, cuál es la diferencia?
Política y poesía comparten su raíz con la expresión griega poiesis que significa básicamente crear.
Para la política es crear realidades (con la tentación infantil de poderlo todo y el riesgo de estrellarnos algún día con alguien más fuerte) o imponer voluntades a otros y hacerse obedecer para que imaginen o crean en esa realidad como los utopistas de todo género.
Nietzsche, descubrió la capacidad creatriz (inventemos el neologismo) del poder. Confió siempre en esa voluntad creadora. El poder, como el propio Icaza dice, no se deja definir ni fundar, es cierto. Este carácter de fundamento metafísico, debilidad compartida con los demás fundamentos que él mismo combate, es la que han heredado sus más grandes continuadores como Foucault, Deleuze, Said y en nuestras tierras Quijano, Mignolo, Lins Ribeiro y otros. Pero este es el peligro, el reto y el drama que debemos hacer nuestro.
Para la poesía es crear mundos desde sus límites (medio y fin al mismo tiempo) que es el lenguaje y fascinarnos dentro de esas coordenadas como quieren hacer hoy la publicidad y la realidad virtual. Algo de esto nos quiso hacer ver, precisamente, hace mucho, Vicente Huidobro con el creacionismo, pero también los surrealistas europeos.
Crear imaginarios poiéticos en el sentido de Castoriadis (la capacidad performativa de los imaginarios radicales en manos de los que tienen poder en gran cantidad) o en el de la autopoiesis de Maturana y Varela, en la biología, a través de la autorreferencia, es como la creación de círculos, virtuosos o viciosos, que importa, que se construyen a sí mismos en rizomas, en movimientos alveolares, en bosques; en budas gordos y creativos, como la gráfica de los movimientos no lineales, que ha pasado a ser el logotipo de las teorías del caos.
El Dr. Icaza de alguna manera nos invita a articular y romper esa paralelidad de política y poesía, fuerza y cultura, poder y saber, espada y pluma, cada una con su virtud aparte, independiente, y acaso por ello la fuente de los excesos en aquella y de la impotencia en esta, y que las líneas ahora se toquen y ardan, se limiten una a la otra, cuando no puedan fecundarse, creen y crean en ellas.
Pero, siempre el pero prosaico que interrumpe la poesía. ¿Desde la derecha no lo hemos visto ya con Ezra Pound, T.S. Elliot y el fascismo?; ¿con el reconocimiento de los militares del Cono sur a Borges y sus zalamerías recíprocas, ¿a Vargas Llosa y el neoliberalismo? ¿Desde la izquierda, a Neruda con Stalin, a Gabriel García Márquez con Castro, a los surrealistas con la ex –URSS? ¿A Octavio Paz con el bonapartismo mexicano?
La excelente propuesta del Dr. Icaza, versiones blandas y amables del viejo intelectual engagé, comprometido, para no repetir los errores, acaso sea efectuable desde el centro, desde la democracia (esa señora divorciada, y ahora sin apellidos de casada) algo así como establecer una sintonía entre Walt Whitman y Abraham Lincoln (a quien por cierto le dedicó un poema, que todo niño/a gringo sabe de memoria).
Si es así, Castoriadis tiene toda pertinencia y el poder de los imaginarios radicales en manos de los políticos, acaso los mismos que provocaron la tragedia, los obligue a conjugarse noblemente con la publicidad, haciéndole creer a la gente sencilla que es ella la que los ha derrotado. “Dar un sentido más puro a las palabras de la tribu. El político debe realizar también una labor poética”. (Icaza, 2005: 1193), nos dice Icaza en acuerdo con esta idea.
Pero también en escenarios escépticos donde se defina a los políticos como irredentos y a los artistas como mezquinos y se exija la ausencia de una voluntad de poder, dentro de lógicas anarquistas, podemos invocar una autopoiesis, como esa que descubrieron Varela y Maturana, muy parecida a lo que ya dijeron los taoistas, que las aguas turbias y agitadas se aclaran por sí mismas, esperando que vuelva a reposar cristalina y pura.
La política, persiguiendo el poder por el poder mismo, nos ha engañado diciéndonos que lo hace por el bien común y por nosotros. Y le creímos durante siglos, hasta que, desacreditada por sus excesos y el derroche de nuestros propios créditos, ha empezado a rogarnos de nuevo con sus embrujos publicitarios y reencantamientos llorones. ¿Pero será verdad que guarda aún un núcleo pequeño de bien común? ¿La creación artística, busca la realización del creador y el gozo de las criaturas o todo ha sido una huida hacia arriba, hacia adentro y hacia delante?
¿La una, la política, se enmascaró y la otra, el arte, nos hizo pasar sus cobardías como logros? ¿Vaclav Havel con la democracia y Walt Whitman con Abraham Lincoln son deseables? El poder y la creación ( a lo mejor uno es el otro) ya se han unido o a lo mejor jamás se han separado. Por ventura la poesía de la política durante mucho tiempo no fue la utopía y ahora la política de la poesía no debe ser la publicidad (miren los Festivales de poesía de Granada). Los monstruos también tienen su belleza. Y las bellezas sus manchas e imperfecciones. El socialismo, esa promesa alucinante abatida, está despertando otra vez y la democracia, pese a sus imperfecciones, nos persuadió de sus bondades.
¿No es una cosa vieja, con todo el respeto de estos admiradores suyos Dr. Icaza, la que nos pide? No es juntar, por ventura, a Darío con Sandino, la pluma con la espada, pero !!!cuidado!!!, como los griegos, siempre hay que ver detrás de cada cosa, su némesis, la monarquía tiene su tiranía, la aristocracia su oligarquía y la democracia su demagogia. ¿No nos acechará un “otro” pervertido de la política con la publicidad, la mentira con la mentira? Lo “otro” perverso de cada uno nos persigue; somos ellos. Platón se deshace de Homero, su gran rival en la Grecia de su tiempo, pero le retiene su arte, al tiempo que expulsa a los poetas de su República.
Entre Sandino y Darío, el Dr. Icaza nos invita a crear nuestro propio Vaclav Havel, ese poeta lúcido y excepcional, último presidente de Checoslovaquia y primero de Chequia, cuya aparición deseamos cierta y engañarnos, aunque sea por un momento, como Julie Andrews en La Novicia Rebelde, dando vueltas sobre sí misma en la colina más alta del mundo, tomándose el pecho con las dos manos, mirando hacia arriba y cantando feliz: ¡Salve a ti, Nicaragua! En tu suelo, / ya no ruge la voz del cañón/ ni se tiñe con sangre de hermanos/ tu glorioso pendón bicolor...
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