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Monday, March 27, 2006

Tres rounds de cariño

PODER, DIFERENCIA E IDENTIDAD

(para Marcelita Pérez)

Por Freddy Quezada

Tal vez fue Glen Campbell, al oirlo desde el lavabo, con su “By the time I get to Phoenix, she’ll be rising”, popularizada por Pat Henry y sus Diablos Azules, en castellano, o quizás fue Barbra Streisand con Mem’ries, may be beautiful and yet”, las canciones que hicieron preguntarme por qué el peso de la mayoría no puede respetar ya la diferencia, la cultura de élite se está rindiendo a la de masas y la identidad sólo consigue encontrarse a través del otro, provocando desastres. Acaso, me respondí, cepillándome los dientes, porque el poder del número atraviesa todo estos fenómenos.

Nunca entenderé por qué las baladas más melancólicas me hacen huir, tomando de rehén al pensamiento y sintiendo que, al dispararle a la sien al maldito, evito enfrentarme a lo mejor de mí. Entonces miro al espejo del aguamanil y con la boca llena de espuma dentrífica, declaro locuras lo que estoy pensando y combino las melodías para despejarme: “Para cuando amanezca, voy muy lejos... fueron muy felices nuestros años”.

a) La mayoría vs. la diferencia

En un artículo de El Nuevo Diario, Miriam Hooker, no se explica un fenómeno novedoso que puede ponerse al servicio de otros como él, y es cómo la mayoría mestiza en la Costa Atlántica está usurpando los derechos establecidos por ley a los grupos étnicos y originarios del Caribe nicaragüense. Ella demanda que los grupos étnicos sean bien diferenciados en las cédulas y, sin proponérselo, está hablando de una ghettización. “...asegurar una mayor equidad en la representación étnica de nuestros Consejos Regionales Autónomos, es necesario se reforme la Ley Electoral y Ley de Identificación Ciudadana para que la población costeña pueda elegir a sus concejales regionales de acuerdo con su etnia, la cual debe estar codificada en nuestras cédulas de identidad”. Ahora bien, la mayoría mestiza es un hecho. Hay dos tipos: el viejo residente y el de frontera agrícola advenedizo. Pero sea cual sea la modalidad, ellos dominan en peso. Bien puede uno preguntarse, si la diferencia está hoy en todos lados, cuál es, entonces, la diferencia. Bien puede uno responderse: la cantidad de poder entre ellas. Y lo que se plantea es el típico problema de las minorías frente a la mayoría, pero donde ésta última no cuenta con ventajas reglamentarias, más que las del número. Y como número le basta para imponerse, poniendo en peligro a la diferencia, étnica para el caso, que se siente amenazada y responde con alternativas cerradas, sin arriesgar una identidad que imagina esencial. Primer round: punto a favor del peso del número.

b) La cultura de élite vs. la cultura de masas

Un curioso artículo de Umberto Eco terminó por convencerme que la cultura de élite vive momentos amargos en la humillación que sufre a manos de la cultura de masas. Resulta que la defensa, burla burlando, que Eco hace del Código de Da Vinci ante sus acusadores de plagio (Baigent y Leigh), podría aplicársele a él mismo. Los acusadores, dice el semiólogo italiano, “...lo que presentan como revelaciones históricas las han tomado de una miríada de libros que circulan desde hace décadas sobre el misterio deRennes-le-Chateau, sobre el Priorato de Sión, sobre el Grial, sobre Jesús y María Magdalena, etc. No estoy diciendo que lo haya copiado(...) desde el momento en que la verdad histórica se hace pública, se convierte en algo de propiedad colectiva y a mí no se me puede acusar de haber copiado una buena invención ajena”. Al desenmascarar los secretos de los otros, Eco confiesa los propios. De te fabula narratur, magister. La diferencia me parece que es una vulgar envidia, natural entre escritores, hacia Dan Brown quien repitió mejor el éxito que el propio Eco tuvo con El Nombre de la Rosa. A Jacques Derrida le miré un movimiento parecido hace años con respecto al triunfo editorial de Francis Fukuyama. Son pocos los que reconocemos que Espectros de Marx es superior en todos los órdenes a El Fin de la Historia y lo mismo podemos decir del Péndulo de Foucault, versión culta del Código de Da Vinci. Pero pierden en público lo que tienen en calidad. Las novelitas de hoy están pensadas y diseñadas para parecer películas (como Harry Potter y El Señor de los Anillos), no para invitar a reflexionar a nadie o dejarle en el paladar ese gusto estético a alguien como Joyce, Proust y Flaubert hacían. La cultura de élite, o culta, está en crisis, por el poder de masas que sabe imponerse en las variantes virtuales que vehiculan hoy los medios audiovisuales (sobre todo el cine, la televisión y la INTERNET), tal como en su época la imprenta hizo de las suyas con las tradiciones orales. Sólo les resta llorar a los nobles autores cultos frente a las ruinas de sus castillos que nadie quiere ya comprar. Segundo round: punto a favor del consumo de masas.


c) La identidad y las migraciones

Con las últimas manifestaciones, en Francia en Octubre del 2005 y en EEUU en marzo del 2006, de parte de los emigrantes o hijos de emigrantes, en sus senos metropolitanos, los problemas de identidad y de poder están de nuevo a la orden del día. La globalización tiene dos otros: la migración y la publicidad de sus movimientos que cabalga siempre en los medios de comunicación. El tamaño y el número sí que importan. La envergadura, magnitud y profundidad de las protestas están cambiando el mapa geocultural del mundo. Y no en los términos de Samuel Huntington, que ve a los actores geoculturales como tribus cerradas de bárbaros sin posibilidades de cambiar, hibridarse o abrirse paso a través de los intersticios de la cultura dominante. Sino como oleadas incontenibles que bañan tierra firme, cubriendo dominios, territorios y espacios con efectos espectaculares que los propios afectados se encargan de magnificar por el control de los medios que ejercen. Se asustan de algo que entre ellos mismos no soportan y que es la verdadera fuente de sus miedos: ser igual a sus semejantes. Pero, callejón sin salida, la diferencia que primero admiten y después repudian, es peor. La identidad de parte de los bárbaros que, según ellos somos, nos está dando la oportunidad de vernos como unos héroes que no queremos ser y no buscamos, como en "El protegido", donde al final Elijah Pierce (Samuel Jackson), quien ha cometido inocentemente crímenes masivos para encontrar a un sobreviviente David Dunn (Bruce Willis) que pueda aceptar como héroe, le revela como contrapunto, al mismo tiempo, su identidad de villano. Y, así, en este tercer round, y nock out para el adversario, bien puede decirnos Samuel Huntington, la terrible expresión de Elijah a David: "Y ahora que sabemos quién eres tú, sé quién soy yo".


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