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Tuesday, September 20, 2011

Nosotros

NOS -- OTROS

Por Freddy Quezada

El alter (otro) desplazó al allius que era el otro de los “unos” para diferenciarlo del “alter”, propiamente dicho, que son los que pertenecen a los otros. En latín culto se distinguió el nos con su allius, del vos con su alter. El nos alter, el nos-otros, acabó por sobre caracterizarse cubriendo a los “otros de los otros” y poder redondear una unidad que sólo la sociología y la antropología se han encargado de averiguar los lazos que unen a esa masa de personas que se identifican los unos con los otros. Según estas disciplinas hay cinco grandes factores originarios que le comunican consistencia a la identidad del nosotros: los dioses, la tierra, la sangre, el lenguaje y el trabajo.

De los cuatro primeros dan cuenta las comunidades (gemeinschaft) y sólo del último, con la metafísica del trabajo, que inaugura la modernidad con sus Estados-naciones, se fundan las sociedades (gesselschaft). Las primeras del dominio de la antropología y las segundas de la sociología. El nosotros mediado por todos estos factores de identidad han permitido tanto las guerras como el comercio. La diferencia como la semejanza; la igualdad como la libertad; la colonización como la independencia; el todo y las partes.

Hablar en modo nosotros es un viejo truco discursivo para hablar por los demás a quienes le suponemos nuestras mismas afinidades. Strictu sensu, solamente podemos hablar en nombre de los demás cuando estos expresamente lo han determinado, por medio de su voluntad, de ese modo, como en los testamentos legales y en las elecciones de cualquier tipo. La estadística por medio de un cálculo muestral, con errores basculares que no pueden ir más allá del 5%, también puede hacerlo por universos grandes. Pero están reglamentados. Antiguamente, el nosotros discursivo podía ser visto como una virtud, hoy, lo menos que se puede decir es que se mira con sospecha, por las mil diferencias entre unos y otros que lo cruzan por dentro.

Cada uno de los factores de identidad, que hoy son muchos más de los presentados, (basta pensar en las identidades postmodernas que pasan a través de la idolatría a estrellas del cine y el deporte, así como a la devoción hacia las redes sociales) generan un tejido complejo donde la costura corre en varias direcciones a veces opuestas, concurrentes o paralelas. Y todas, si hay que elegir un centro por el cual decantarse, mediadas por un poder que produce, regula y distribuye los sentidos que generan esas identidades. Tal cosa es la que ata fuertemente el concepto sociológico nosotros, al antropológico de identidades.

La globalización ha cambiado incluso los cánones de definición clásica de las identidades en las que un nosotros se ve dividido en varias lealtades sin que signifique desgarramientos o fatalidades electivas, como antes, en la era de los dualismos y separaciones puras, como ha demostrado Bruno Latour. Digámoslo, con Bauman, que se han vuelto líquidas y con Beck, riesgosas.

En realidad, el nosotros es una noción elástica y glocal, cuyo seno recibe el todo, como Cantor explicaba el albergue de todos los números entre uno y otro, en una polvareda paradójica de infinitos, o como descubrió Lorentz, al regresar con su tasa de café, en sus cálculos meteorológicos, el “efecto mariposa”. El nosotros sólido estaba vinculado a certezas y anclajes territoriales, el líquido a incertidumbres virtuales y nomadismos tribales. Cuidado !!!, hay que devolver la aguja tejedora al tapiz, destruyendo el dualismo que acabo de mencionar.

Con las crisis de los metarrelatos emancipadores que, en el caso de Latinoamérica, ha regresado enigmáticamente, las nociones de un nosotros ideológico, nacional se debilitó profundamente y la religión se volvió a beneficiar de tal derrumbe. Ahora somos menos hermanos (citoyens, tovarich o compañeros) en el sentido de las revoluciones modernas que antes y lo somos más, en el sentido religioso y ecuménico del que hablan los ecologistas; el nosotros, ya no puede ni debe imponerse sobre el yo en el que se fundaba, pese a que el individuo sea un invento más joven que el de comunidad (ahora llamadas de destino, sentido, epistémicas, etc.). Casi podríamos decir que el nosotros pertenece al viejo reino de los deberes y el yo al de los derechos.

El nosotros, sin desaparecer, sufrió en su seno el efecto de la fragmentación sin nostalgias que alegan los postmodernos y se puede ser a un tiempo admirador de George Steiner, como de las películas de cómics que él odiaba; o ser fanático de un equipo fuera del continente en que uno vive y defender esos colores con más ardor que la bandera propia; o saber mucho más de la vida de una estrella de cine que la del propio vecino de un lado, con el que sin embargo se comparten preferencia partidarias; o, del otro, con el que se comparten afinidades sexuales alternativas. ¿Dónde rayos está el nosotros?

Lo que parece, es que el nosotros que definen los filólogos a partir del latín vulgar, regresó a su definición original como “yo en asociación con otros”, desde que matrices ideológicas centradas profundamente en el yo lo han hecho posible. El neoliberalismo, pese a la crisis que hoy lo abate, abrió en su seno una discusión entre sus admiradores libertarios y comunitaristas, entre otras cosas, alrededor de los límites del poder del yo en comunidades concretas. Aquellos celebrando la libertad y las energías creadoras, a veces a base de destrucciones, de un yo poderoso, que nos recuerda al “ego conquiro” del que habla Enrique Dussel para precisar al “ego cogito” descartiano; y estos, llamando a respetar los límites de los “otros yo” en comunidad por medio de la diferencia postmoderna. A como fuere, lo cierto es que el nosotros colectivo y cerrado, se ha roto o, al menos, ha sufrido modificaciones sustantivas, al precio de revelar a las comunidades como “inventadas o imaginadas” a través de los discursos del poder.

El nosotros también puede ser visto atómicamente, como lo ven los liberales, como la suma exacta de las partes (Dios es matemático); o como lo ven los postmodernos, como incertidumbre (Dios juega a los dados); o como lo ven los holistas, como el albergue de todos los demás “nosotros” en uno de ellos (Dios está en todos lados y en ninguno).

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