EL FIN DEL PENSAMIENTO
(Y DEL MUNDO)
Por Freddy Quezada
Este es un viejo ensayo que escribí, cuando estuvo de moda poner fin a cualquier cosa, en la que dignaran posar su mirada los intelectuales, en retirada escandalosa después de la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética. Incluso, Jean Baudrillard llegó a burlarse del “fin de los fines” y recuerdo que se largó una de esas parrafadas locas que lo hicieron célebre. Creí, entonces, como observador de un segundo piso epistémico, es decir como observador de observadores, que se tenía que hablar del más oculto de los principios sobre los que se basaba la estampida de los intelectuales y del que han hecho siempre su negocio: el pensamiento. Pero viéndolo bien, hoy, a nadie se le ocurrió proclamar el fin del mundo, que es por donde todo fin debiese comenzar, para ser coherente, con fecha cierta y próxima, atrevimiento sólo visto en Hegel (del que se alimentaron ex aequo Marx y Fukuyama, pero sin fechas exactas), que dató el fin de la Historia, cuando entraron las tropas napoleónicas a Jena, que saludó el filósofo como la encarnación del Geist, a las 6 am del 14 de Octubre de 1806. Curioso procedimiento, del que a veces abusa Gabriel García Márquez en sus novelas, probable descendiente de la estrategia de un tal Dr. Lightfoot, funcionario de la Universidad de Cambridge, Inglaterra que, en su desesperación por defender la Biblia frente a los darwinistas, expresó que un estudio cuidadoso del Génesis nos demostraría que el hombre nació en el Paraíso a las 9 a.m. del 23 de Octubre del año 4004, antes de Cristo.
Ahora, la misma religión que anunció el nacimiento con tanta precisión, nos asegura el fin, que será el 21 de mayo del año 2011, sin más apoyo que una profecía y sin más recursos que las declaraciones de un clarividente en un país pobre y olvidado.
Los intelectuales, al menos los occidentales, se emborracharon con la idea de que "algo" terminaba, o debía terminar y, como tributo a la grandiosidad del nuevo milenio en ciernes, en la última década del siglo XX, anunciaron el fin apocalíptico de casi todo.
Se anunciaron los cierres en muchos órdenes, después del fin del marxismo. Fue, así, anunciado el fin de la historia (Francis Fukuyama); el fin de la filosofía (Richard Rorty); el fin de las ideologías (Daniel Bell); el fin de las certidumbres (Ilya Prigogine); el fin de la economía (Hazel Henderson); el fin del logocentrismo (Jacques Derrida); el fin del arte (Boris Groys); el fin de los fundamentos (Geoffrey Chew); el fin del individuo (Paul Virilio); el fin de la sociedad del trabajo (André Gorz); el fin de la femineidad (Julia Kristeva); el fin de la sociedad industrial (Alvin Toffler); el fin de la escritura (Giovanni Sartori); el fin de la modernidad (Gianni Vattimo); el fin de los metarrelatos (Jean Francois Lyotard); el fin del eurocentrismo (Edward Said); el fin de la colonialidad (Walter Mignolo); el fin de los fines (Jean Baudrillard).
Todos acabaron atrapados por el ''síndrome de abolición", sin enterarse que todos tienen por base el pensamiento, cuyo campo exclusivo es el tiempo y la narración. Ninguno de los fines propuestos pueden terminar realmente, porque vuelve de nuevo a iniciarse todo, en especial, empezando por lo último que dijeron sus enterradores (al fin y al cabo, lo que buscamos todos los escritores es que nos recuerden). Es el poder del pensamiento.
En realidad, terminar con el pensamiento es terminar con el tiempo y las narraciones que éste produce. Lo primero que crea el tiempo es al observador (o narrador que con el tiempo mismo creerá dividirse en científico y artístico). El pasado, juzga y define cada uno de nuestros actos. Desde el fondo de los tiempos, las religiones, cunas del sentido, enseñaron a narrar a las culturas y éstas a las personas.
Paul Ricoeur, un hermeneuta francés, reconoce el asunto pero como virtud; dice "el sentido mismo de la existencia humana es narrativo" y, más adelante, "La narrativa es una redefinición de lo que ya estaba definido, una reinterpretación de lo que ya estaba interpretado...no hay ninguna realidad vivida, ninguna realidad humana o social, que no esté representada ya en algún sentido... Devolver a la gente una memoria es devolverle también un futuro... Los proyectos de futuro de toda religión están íntimamente relacionados con los modos de repasar ella sus recuerdos".
De ahí que la cultura, la educación, la memoria, las raíces, la identidad, el superyo, nos impidan estar en contacto siempre con el presente, con el "es" de las cosas. Por eso la novedad de la vida nunca la podemos "ver" porque sólo se puede apreciar sin memoria, como l@s niñ@s. Todo lo que obtenemos, con el modo "Ricoeur", siempre es lo mismo. Las guerras actuales, por ejemplo, son el testimonio vivo de que las sociedades nunca aprenden por la vía de la memoria, la educación, la cultura y el pasado.
Jorge Luis Borges dijo una vez que lo más que se parece a la muerte es la amnesia. Claro, porque lo que duele es perder lo que conocimos y no lo que no conocemos. Estamos, para decirlo más claramente, contra la anámnesis (todo conocimiento y todo aprendizaje es un recuerdo) de Platón y a favor del olvido. Tal vez por ello todos somos un poco Marcel Proust y nadie un Krishnamurti. Es como "ver" las cosas siempre por primera vez; lo que hacen naturalmente los niños y los jóvenes en conflicto con las cosas pasadas y pesadas que les trasmiten los adultos todos los días (padres, profesores, sacerdotes, pastores, políticos, científicos, filósofos, artistas, medios de comunicación, etc.).
A los detractores les gusta decir (alguna vez esta fue una gran objeción al pensamiento heiddegeriano y, por extensión, al existencialista) que esta es la forma que justifica la vida de los animales; un presente puro, asesino de toda identidad y cultura. Un eterno retorno siempre igual a sí mismo. Esta vieja objeción no toma en cuenta que estar juzgando desde la memoria, desde el pasado, es matar una situación nueva que, pese a todo, (tan fuerte es la vida!!!) logra agrietar de vez en cuando todo el cementerio de ideas muertas (consagradas en las universidades) y hace filtrar algunas cosas a las que se les llama "novedad" o "recreación de imaginarios"( Castoriadis). Debemos, acaso, a ello, esa sensación simultánea de ruptura y continuidad que algunos epistemólogos señalaron hace tiempo. Es el "como si" de Kant que Lyotard recrea a propósito de la Revolución Francesa.
No sé, pero creo que Heráclito, el célebre del río y el Logos, es el sabio que inauguró los dos movimientos más esquizofrénicos al mismo tiempo que uno se puede imaginar: por un lado fundó el concepto que congela todo y, por otro, el río que destruye y cambia todo (en realidad una vieja imagen que le llegó a Grecia desde Oriente, de Egipto y la India). El instante auroral más lúcido, pues, en la cuna de la cultura occidental fue el último. Desde entonces, todo parece repetirse y no al mismo tiempo. Pero eliminando uno de los polos (el concepto, la memoria, el pasado, el Logos) desaparece el otro, el movimiento, la vida, el río visto por un observador que es precisamente lo observado. La paradoja dialéctica, así, no se resuelve con ninguna salida por encima de los términos, como siempre supieron los sofistas, sino que desaparece, más específicamente, se disuelve. Entonces adviene el cese del pensamiento que destruye al pensador, su criatura, como actor de las narraciones culturales en el tiempo; entonces, sólo entonces, ya nadie puede saber dónde termina una persona y dónde comienza otra; dónde la vida y dónde la muerte; dónde uno y dónde el cosmos.
Pero, puestos a hacer sandeces, si el asunto es ponerle fin a todo, entonces, hagámoslo desde el comienzo: desde el pensamiento. De seguro que ninguno de los autores mencionados se atrevería a hacerlo por la sencilla razón que no quieren eliminarse. Nada ofende más a un intelectual que se le pague con el olvido. Todo escritor sabe que el sólo hecho de escribir una sola letra, es querer perpetuarse, como yo en este momento y como todos ellos.
Pero si de lo que se trata es de ser auténtico en esto de las terminaciones y no de recursos, trampas y paradojas del "fin" (incluyendo la de eliminarse a sí mismo), pues, al menos oigamos otra manera de eliminar, ya que estamos en el bacanal, más radical que todas las anteriores. Se trata de las principales ideas (no las llamaba así) de Jiddu Krishnamurti. No vamos a dar su biografía, sólo diremos para los occidentales que admiran a la ciencia, que influyó mucho en los físicos teóricos que hoy tienen "patas arriba" a toda esa polémica disciplina: David Bohm, Karl Pribram, Fritjof Capra y otros. En otras áreas, como la psicología y la epistemología, también se están ensayando estas maneras de ver el asunto. Voy a presentarlas en forma de aforismos para hacerlas lo más sencillas que se pueda. Por favor, presten atención a cada viñeta.
· El pensamiento tiene su origen, su principio, en la conciencia en que hay la división entre el observador y lo observado. Es el padre de los dualismos de todo tipo.
· El pensamiento es tiempo. El pasado siempre está proyectando el futuro. Buscamos lo que una vez perdimos (el paraíso).
· El pensamiento es lenguaje; es decir, sentido, narración, cuya pista de vuelo es el tiempo.
· El observador es memoria, es decir, el pasado. Todo lo que vemos ya lo vimos.
· La existencia carece de sentido.
· Más allá del pensamiento y, por tanto, del tiempo y la narración, está la realidad.
· La vida, lo real no se repite; los conceptos, sí.
· Mientras se mantenga la novedad se mantiene el asombro; nombrada, para controlar, pierde la frescura.
· Hay que saber morir para los mil ayeres.
· No podemos confiar en nadie; no hay guía, maestro, autoridad, sólo está uno mismo y su relación con el otro y el mundo; no hay nada más.
· No le tememos a lo desconocido cuando pensamos en la muerte, sino a perder lo conocido. Perder la memoria no es morir sino realmente vivir.
· El deseo, como placer y dolor, siempre busca repetirse. Cuando uno logra el placer, busca siempre más del mismo u otro; cuando no lo logra, llega el dolor. Después pasan persiguiéndose uno al otro, a eso le llamamos "vida".
· Las cosas no son iguales pero, por el concepto, es que somos iguales.
· Una persona con mucha experiencia no puede estar en el presente.
· Lo que impide el contacto con la realidad es el pasado, la experiencia, que compara, rebaja y juzga. Somos el pasado; lo que no somos.
· Como nunca estamos aquí y ahora, siempre nos evadimos en el "deber ser". Somos el futuro; lo que no somos.
· Uno es el mundo que, a su vez, está en el mundo.
· La atención capta la realidad sin el pensamiento. Es presente; es.