En medio del triunfo más alto del neoliberalismo escribí, hace varios años, “El Regreso del marxismo” y “La Revancha del marxismo” . Esperaba que el marxismo, al menos alguna de sus variedades, regresara combinado y abierto, como en efecto me sugerían algunas evidencias de esos años (el “socialismo cuántico” de Rolando Araya, el “no lineal” de Alan Woods y Ted Grant, el “abierto” de John Holloway, el “postmoderno” de Fredrick Jameson, David Slater y David Harvey, el creativo de Slavoj Zizek y Zigmunt Baumann, el multicultural de Imperio (Negri y Hardt), el comunicacional de Ignacio Ramonet, Manuel Castells y Armand Mattelard o el subalternista indio de Guha y Chakravarty), pero ahora que tal retorno se ha efectuado, como socialismo del siglo XXI a América Latina, mientras en los otros continentes sigue en silencio, cuando no en retirada, deseo, más que todo para las nuevas generaciones, y no para las viejas, a las que pertenezco, ya desencantadas, reiterar mis consideraciones sobre cuatro aspectos básicos.
El marxismo militante se puede resumir en la frase de Trotsky: “La crisis de la humanidad se reduce a la crisis de dirección del proletariado” y, siguiéndolo, ésta a la del partido revolucionario y éste, a las explicaciones de un solo hombre que habla por los demás, debido a un derecho que supone derivado del conocimiento de las leyes de la Historia. Creyéndose el más lúcido entre nosotros, conoce el final del camino y está obligado a comunicárselo a los demás que deben aceptarlo, como una revelación, en función de la solidaridad con los demás miembros de la hermandad.
El marxismo no pudo ignorar las diferencias doctrinarias en su seno, que volvió irreconocible sus principios a través del amplio espectro de sus variedades. A veces, una de ellas era más parecida a las enemigas que a las propias, como el stalinismo, más parecido al autoritarismo zarista, la filosofía de Lukács más parecida al idealismo de Hegel, la de Gramsci y Lenin a la de Maquiavelo, el guevarismo y castrismo, más parecido al caudillismo latinoamericano clásico y el maoísmo más afín al confucianismo.
El marxismo ha tenido dos aspectos muy marcados: uno crítico y otro profético. Pero ambos están anudados uno al otro. Porque son el rechazo a lo que “es” y la alternativa a lo que “debe ser”; crítica al capitalismo explotador realmente existente y propuesta de una sociedad que será mejor. Si sólo hay crítica sin alternativa, se es un intelectual pedante y, si solo hay alternativa sin crítica, se es un borrego. En verdad toda crítica moderna es un profundo desprecio a como “es” la realidad y no le gusta a ningún intelectual porque aman los cambios, el deber ser, colocado en un futuro, como nostalgia de un paraíso perdido y proyección de una memoria mesiánica.
En la parte profética pronosticaban, entre otras cosas, que el desarrollo de las fuerzas productivas, supuestamente detenidas por las fronteras nacionales, no se podría desarrollar más. Sin embargo, el mismo capitalismo las rompió con la tecnología nacida de los laboratorios militares de la guerra fría que, luego se convirtieron en el boom de las comunicaciones, con la desaparición de la URSS. La misión más sagrada del socialismo, el desarrollo de las fuerzas productivas, la cumplió el enemigo.
Todo esquema platónico cuenta con un conjunto de principios que no se alteran con lo realidad. Al marxismo no le importa comprender qué pasó con el “socialismo real” (“hombres malos” para “ideas buenas”), sino cómo se aplica el socialismo que no existe, el de Fernando Bárcenas, por ejemplo, a una realidad que debe terminar por obedecerle; no importa que el proletariado sea ahora una clase casi en extinción y sea “milagro” y no “esclavitud” tener empleo, sino qué estrategias ofrecerle a una clase obrera perfecta, sin divisiones, ni diferencias internas y a un campesinado sin racionalidades intrínsecas, mudo e igual de liso y plano que los obreros y sus dirigentes a los que tiene que seguir; no importan las diferencias de género que acabarán por igualar las fuerzas productivas; no importan las diferencias étnicas profundas entre unos trabajadores y otros, abolibles por la mundialidad de las revoluciones; no importa la colonialidad del pensamiento eurocéntrico; en fin, no importa el reino de las diferencias.
Se inicia con los marxismos, pues, la nueva religión basada sobre la emancipación de los sufrientes y su carácter prometeico, atribuyéndole sentido a un dolor, sólo superable por la obediencia a un mandato de quien sabe muy bien a dónde dirigirse, y conoce los secretos de un porvenir radiante y feliz, en el que convivirá reconciliado el hombre consigo mismo y con la naturaleza.
Sin embargo, la esencia de toda promesa es la de ser traicionada. Y una promesa sólo promete prometerse, como decía Derrida siendo ese, a lo mejor, el secreto de su regreso. Yo, en lo personal, escaldado por las liberaciones, prefiero seguir uno de los tres consejos, con respecto a promesas violadas, que Jack Nicholson brinda a Morgan Freeman en el film “The Bucket List”: nunca confíes en un pedo.
Adendum: Hay cuatro cosas que son del resorte dualista del marxismo, al menos del que yo conocí durante mi militancia, que añado:
a) Hechizo/hechicero:algunas corrientes marxistas creen abrir los secretos de la materia, del universo y las sociedades humanas al reducirlas a seguir cuatro consignas, como llaves maestras, y un par de combinaciones algebraicas, para avanzar programas transicionales de un tipo de régimen a otro. Todas las corrientes marxistas que enumeré al inicio, inversoras de esfuerzos y talentos para resemantizar el marxismo, a la luz de los nuevos sucesos, un marxista del tipo Bárcenas las colocaría en su caja mágica de Revolución Permanente y Programa de Transición y las convertiría en consignas y discursos almidonados que no han cambiado desde 1940 pasándose por lo más sucio de sí el esfuerzo de los demás. Su encanto, que comparten con las religiones, y la sensación de superioridad que sienten sus tenedores, les llega de estas simplezas. En realidad, el marxismo fue víctima de sus propias profecías, al disolverse bajo el conjuro lanzado a sus enemigos de que “todo lo sólido se desvanece en el aire”, siendo alcanzado, también, el hechicero.
b) Redimidos/redentores: la necedad, vicio, enfermedad, obsesión, o como se le llame, a la idea de salvar a alguien, sea quien sea, o le pongan el nombre que le pongan, aunque este no lo desee, lo ignore o presente objeciones y reparos. La sociedad es un infierno de salvadores, como decía Cioran.
c) Inocentes/culpables: siempre alguien tiene la culpa de los fracasos, estancamientos y derrotas que, en ninguno de los casos, son los dirigentes principales. A menos que estos últimos se peleen. Para el caso de los trotskistas, cuando existía la URSS, los que tenían la culpa eran, apunten: el imperialismo, las burguesías, los estalinistas, los maoístas, los castristas, los socialdemócratas, los pequeños burgueses, los burócratas, el atraso e inexperiencia de las masas, las otras corrientes trotskistas, nunca pero nunca, los dirigentes que distribuían las culpas.
d) Medios /fines. Es difícil, casi imposible, discutir sobre fines con alguien convencido de ellos. Estos dirigentes son hombres y mujeres de acción. Están dispuestos a debatir sobre estrategias, tácticas y parcialmente sobre programas y alianzas, pero sobre principios es una locura.
De ahí que, convencidos del favor de una Historia cuyas leyes sólo ellos conocen para redimir a los explotados, oprimidos y humillados del mundo mientras los demás culpables del retraso lo permitan, ellos se dedicarán a diseñar las estrategias para liberarnos con, sin o contra, la participación de la mayoría de nosotros.
2 comments:
Aquí hay unas críticas
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Más de lo más...
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