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Wednesday, July 29, 2009

Ni los K representan al setentismo ni todos los jóvenes de los '70 fueron revolucionarios

Ni los K representan al setentismo ni todos los jóvenes de los '70 fueron revolucionarios

POR CARLOS SCHULMAISTER

Historiador, educador y escritor, además de lector de Urgente24, el autor confiesa tener una tendencia incorregible: escribe largo. Pero no por eso dejan de atraer sus reflexiones que procuran avanzar en una búsqueda compleja: qué le ocurre a la sociedad argentina que, un día, decidió involucionar. El título original de esta columna fue 'Del setentismo y otras categorías fantasmáticas, o los peligros de las generalizaciones indebidas':



VILLA REGINA, Río Negro (Especial para Urgente24). Con frecuencia leemos o escuchamos que el gobierno nacional en Argentina está mayoritariamente compuesto por 'setentistas'. Es decir, no por 'setentones' o septuagenarios sino por quienes integraron las huestes juveniles politizadas de la década del '70.

En realidad, lo que se sobreentiende es que los funcionarios, además de pertenecer a una determinada franja etaria, poseerían una calificación sustantiva de dos posibilidades: una, el haber sido militantes o simpatizantes de los movimientos revolucionarios de entonces, y la otra, el sostener actualmente posiciones o compromisos que aunque no puedan ser considerados revolucionarios como los de aquellos años sí puedan serlo hoy como expresiones representativas de una cierta izquierda.

Esta creencia, llena de inexactitudes que conducen a gruesos equívocos, se expresa en una determinada orientación de los discursos del campo oficialista, así como en la recepción de los mismos por simpatizantes, indiferentes y opositores varios. Veamos más al respecto.

Primeramente, quienes pudiendo ser considerados jóvenes con protagonismo real en la vida política y social de los 'años de plomo' (encabalgados en las décadas del '60 y del '70) debieron haber nacido entre 1940 y 1955, por lo cual hoy (año 2009) tendrían entre 55 y 70 años de edad, mayormente. Pues bien, por más que en el gobierno nacional existan actualmente ex guerrilleros notorios de edad provecta o próximos a ella, no es éste el caso típico.

La nomenklatura K, especialmente en el Ejecutivo y el Legislativo, está integrada por muchos funcionarios jóvenes cuyas edades oscilan entre los 30 y los 50 años. Por lo tanto, en aquella década estruendosa éstos no habían nacido aún, o a lo sumo eran niños.

Conclusión: no es exacto que la generación juvenil de los años '70 está hoy en el gobierno. Quiero decir, repito, mayoritariamente.

Ahora bien, podrían estar en el gobierno aquellas sus viejas y conocidas ideas, ya sea en sus viejas versiones o aggiornadas en diverso grado, y encarnadas en los mismos portadores generacionales -los supérstites ahora avejentados- o bien en nuevas camadas de jóvenes.

Precisamente, es a esto a lo que aluden quienes hablan de los setentistas en el gobierno del matrimonio Kirchner. Ciertamente, con este término se transmiten variados significados y sentidos que exceden holgadamente la simple referencia etaria, es decir, el haber sido jóvenes en 1966 ó en 1973. Y aquí viene el segundo error, consistente en aceptar axiomáticamente la idea de que todos los que fueron jóvenes en torno a esas décadas simpatizaban o sostenían inexorablemente ideologías revolucionarias, antimperialistas y socialistas.

En la actualidad, en ese entendimiento son producidos en serie muchos discursos oficialistas expresos e implícitos, y así también son reproducidos por simpatizantes y opositores no siempre conscientes de su falacia.

Este equívoco es fácilmente desmontable toda vez que constituye una generalización mentirosa, para nada inocente, fruto de la tremenda capacidad mitificante y mistificante de los argentinos, sobre todo cuando hoy, por razones de edad, la mayor parte de la población no ha vivido ni protagonizado la vida política de aquellas décadas, dejándose convencer como niños con una memoria parcial, sesgada con rasgos ideológicos de izquierda.

En realidad, lo que está suficientemente probado es la tremenda diversidad existente en cuanto a concepciones, prácticas y discursos concretos de los protagonistas de los '70 que pueden ser catalogados como izquierdistas. Diversidad que tiñe las condiciones y grados de 'revolucionarismo' de las tendencias y corrientes político ideológicas de entonces, así como su ambigüedad conceptual en torno a ciertas categorías, por caso las de imperialismo y socialismo, así como también la diversidad de sus estéticas políticas.

Consecuencia de esto es que la actual memoria oficial sobre los años '70 posea un aura de verismo histórico falsamente legitimador y acreditador de una supuesta primacía de las corrientes revolucionarias en las adscripciones ideológicas, políticas y hasta culturales de los adolescentes y jóvenes durante esos complicados años de nuestra historia. Dicha presunta primacía es una construcción totalitaria de nuestro pasado que no rinde tributo a la verdad, por más elusiva y compleja que ésta pueda ser.

Ciertamente, las corrientes de izquierda hicieron mucho ruido y movimiento en Occidente en esas décadas, pero hacer ruido y moverse es una exigencia técnica básica de la política y la guerra revolucionarias, con carácter de medio propagandístico para propios y extraños, amén de cumplir otras funciones.

También había millares de jóvenes de los llamados hippies que optaban entusiastamente por la música, la paz, la marihuana y la liberación sexual, y que rechazaban absolutamente la cultura de la muerte, por más contestatarios que fueran a su modo, así como eran hedonistas y escapistas simultáneamente.

Nadie podrá negar que aquellas décadas fueron famosas por la emergencia de la juventud como sector social autónomo y en especial por la cultura hippie. Probablemente haya existido en el mundo mayor cantidad de hippies que jóvenes revolucionarios, pero nunca hicieron tanto ruido ni se movieron tanto como estos últimos.

Podríamos decir sintéticamente que la explicación de esa diferencia está dada por la búsqueda del poder en los revolucionarios, y como éste no se compra en ningún mercado hay que construirlo con esfuerzo... y con inteligencia...

Es decir, mientras los jóvenes en general, incluidos los hippies, vivían el presente, los jóvenes revolucionarios actuaban (me refiero a los que mandaban y tenían encuadramiento militante), lo que explica la naturaleza y las funciones del activismo como medio, como instrumento, de sus ideologías.

Dicho de otra manera, asegurándoles la posteridad de mil maneras reales y simbólicas; cosa que hacen todos los revolucionarios desde Carlos Marx para acá: cuando actúan siembran. Algo absolutamente distinto a lo que hace un cristiano verdadero, que cuando obra el amor y la caridad no las hace jamás como medio sino como fin.

La mayor parte de los jóvenes vivía la vida con esperanzas en el porvenir, con deseos de progresar en base al esfuerzo personal, pero sin dramatismo pese a la desigualdad política y social que particularmente los afectara; y sin opciones dilemáticas originadas en 'llamados' de su conciencia o derivados de sus creencias religiosas, cosa que sí sucedió a otros jóvenes que se enamoraron de 'la Revolución'.

La gran mayoría de la juventud de Argentina estudiaba, trabajaba y se divertía aprendiendo en la escuela de la vida y en la vida político institucional de esos tiempos de dictaduras cívico-militares- a conjugar esfuerzos, luchas y anhelos personales y colectivos con los obstáculos que sus respectivas realidades de clase les brindaban.

Sin embargo, esos jóvenes que constituían la mayoría de la juventud eran despreciados y tenidos por 'individualistas' (en realidad se quería y quiere significar la idea de egoístas, indiferentes) por parte de quienes se autoconsideraban “comprometidos con las luchas de los pueblos”.

En esos años, ser joven y tener militancia estudiantil en agrupaciones y partidos doctrinalmente democráticos como la Democracia Cristiana, el Desarrollismo, el Socialismo Democrático, la Franja Morada y la Unión Cívica Radical, o agrupaciones o partidos del Liberalismo recibían un desdén filosófico por parte de los 'comprometidos' (consciente o inconscientemente influenciados por una amplia gama de ideólogos y conductores) cuando no un hostigamiento “disciplinador” anticipatorio del inminente Juicio Final que se avecinaba.

Así y todo, cualquier persona sensata diría hoy que los primeros eran más sanos y auténticos que los segundos. Sobre todo lo dirían muchos hombres y mujeres que vivieron y fueron protagonistas de aquellas quimeras revolucionarias al pensar cuál de los dos modelos de juventud preferirían hoy para sus propios hijos.

Por mi parte, considero equivocada la mirada romántica que seduce a muchos jóvenes actuales que no han vivido aquella época, y que creen no sólo que existió una épica revolucionaria juvenil, hegemónica, omnipresente y excluyente de toda alternativa para la vida social de entonces, sino que además era éticamente superior.

Como se sabe, la distancia y el tiempo magnifican siempre las ponderaciones del pasado. No obstante, y sin que lo que llevamos dicho pretenda disminuir la intensidad de los fuegos reales ni tampoco la de los fuegos fatuos de entonces, lo cierto es que ese mecanismo psicológico abunda a la hora de las ponderaciones y evaluaciones personales de tanto ego narcisista insatisfecho, sobre todo si posteriormente llega una época en que un pasado personal de supuestas luchas sociales y políticas revolucionarias viste y paga muy bien.

Por lo tanto, ni la nomenklatura K representa el cartabón de edad llamado setentista, ni todos los jóvenes de la década del '70 fueron de izquierda o revolucionarios.

Lo anterior no significa que no existan hoy en el gobierno numerosos setentistas 'verdaderos' (aquellos que además de ser jóvenes por entonces creían y protagonizaban aquellas quimeras), pero ocurre que no todos fueron combatientes armados, como pareciera ser la regla actual de la percepción de esa época.

Es que cuando más uno se aleja del sol hasta los enanos dan sombra de gigantes por efecto de la distancia. De ahí a venderse como lo que no fueron y a sentirse, presentarse y postularse a la categoría senior con destino a la vitrina de los correspondientes partidos dedicados al revival setentista sólo resta un paso muy corto para muchos ex.

Donde mejor se ha visto este fenómeno es en el peronismo, tanto en el ala derecha (con viejos carcamanes engolados e infatuados no se sabe porqué ya que su único mérito indiscutido es haber llegado a viejos y bien entrazados) como en el ala izquierda, donde salvo escasas excepciones no han sido capaces de realizar ninguna autocrítica sincera, pese a continuar haciendo discursos para la posteridad.

Si nos centramos en los setentistas y revolucionarios que no fueron asesinados, torturados y desaparecidos, algunos continúan con sus viejas ideas y no abrevan, precisamente, en los manantiales oficiales; otros, en cambio, las han abandonado y por otras o similares razones también están sideralmente distantes del oficialismo; luego, otros hacen lo que pueden para durar y mitigar sus dolores en silencio. Y todos ellos merecen respeto como personas.

Pero existen otros, demasiados, que habiendo sobrevivido se integraron entusiasta y éxitosamente -ya antes de la llegada de Alí Babá y los Cuarenta Mil Ladrones- en la economía del sistema que antes demonizaban por “intrínsecamente perverso”, llegando a ser emblemáticos 'noventistas', tanto que al interior del presunto setentismo actual, muchos de ellos son considerados piantavotos por todo el mundo, y el Matrimonio no los quiere entre los suyos.

Asimismo, existe otro error de percepción cuya consecuencia es comprar gato por liebre: creer que los que están tras los escritorios del gobierno son los puros, los duros, los inclaudicables, los imprescindibles, etc, etc, aquellos que morirán combatiendo en el puesto que les toque, etc, etc; o, en una versión más lavada, que son muchachos que creen, aunque más no sea, en la justicia social (y un tanto menos en las dos restantes banderas justicialistas por necesidad de sentirse un tanto 'realistas', siendo que el realismo constituye tanto la obsesión como la debilidad de los peronistas, y también de todo aspirante a planta permanente).

En este caso lo verdadero es lo contrario: quienes abundan en el gobierno son otros, los de siempre, los del funcionariado (con una espantosa mezcla de intervencionistas y privatistas según los deseos del Matrimonio) y los del café literario, es decir, los intelectuales, los tecnócratas y los publicistas que producen los discursos legitimadores del capitalismo de amigos que ellos no integran accionariamente, tal como ha sido siempre tratándose de ellos, pues los verdaderos grandes beneficiados aparecen poco, están en las sombras y traen las propuestas.

Los primeros han vivido toda su vida del presupuesto del Estado, soñando con alcanzar al final de sus trayectorias el reconocimiento oficial como 'bolas de bronce' de las repisas y vidrieras del Museo de la Revolución, entendida ésta como “la revolución inconclusa del general Perón” o como la otra, la discursiva, a menudo experimental, aprendida por muchos en los libros y en las células de El Partido, por más que después hayan ido a parar a las Unidades Básicas. Destino, este último, la mayor parte de las veces ni casual ni sincero.

Por lo tanto, lo que habitualmente se entiende como setentista constituye una generalización indebida, arbitraria y sólo parcialmente correcta, ya que esa discutida generación percibida desde afuera y desde el presente con rasgos de homogeneidad y solidez, en una visión superficial y acrítica, abarcaba una amplia gama de diversidad política e ideológica.

Ciertamente, aquellos años son recordados más por la intensidad que revistieron en nuestro país las tendencias contestatarias que giraban a mayor o menor distancia del fetiche de la revolución social de los pueblos que por la cantidad de sus prosélitos.

Prueba de la controversialidad de tan ligeros supuestos discursivos es el hecho de que muchos de aquellos ex jóvenes, luego del histórico fracaso local y mundial de sus emblemáticas quimeras, se hartaron de ellas y de otras del mismo tipo, aunque hayan ido exteriorizado esa sensación durante las décadas posteriores. Lamentablemente, no figuran en las estadísticas, pero seguramente son muchísimos.

Además, algunos integrantes de ese sector escindido se diferenciaron nuevamente por el hecho de no habérseles secado el corazón al llegar a los ´90, y en consecuencia no se volvieron egoístas ni cínicos por haberse puesto a la defensiva respecto de la agresión que sintieron que encerraban y encierran ciertos viejos mitos inservibles cuando son manipulados por las renovadas apetencias de poder de los grupos dirigentes de turno, léase Menem o Kirchners.

Por eso mismo, no cabe referirse a esos años -ni en general a ningún período histórico- como expresión de supuestos estados colectivos de conciencia con características de homogeneidad en el tiempo y en el espacio, y por extensión constituyentes de supuestas identidades monolíticas, tal como, por ejemplo, se hace también incorrectamente al mencionar sin beneficio de inventario una supuesta Generación del 80.

Es bueno advertirse y advertir a los demás de este necesario recaudo, antes de posicionarse individualmente en el análisis histórico, o de expresarse acerca de las condiciones del 'presente'. Por lo menos si uno es honesto intelectualmente.

Por más que toda mismidad, toda subjetividad, sea inexorablemente tributaria de lo social, es honesto no asumir delegaciones, ni representaciones ni mandatos de ninguna clase, ya sean expresos, 'naturales' o tácitos. De modo que cualquier coincidencia -por caso con estas líneas- no será por si misma buena ni mala, ni auspiciosa, ni digna de celebración o de lamento.

Además de no resultar actualmente confiable la eficacia del viejo concepto de generación, cualquier remisión a la famosa generación sesen/setentista debe ser tomada con muchos recaudos no sólo respecto de aquellos jóvenes supuestamente izquierdistas, progresistas o idealistas, sino de todos los otros que vivieron y sobrevivieron sin ser ni autopercibirse como tales.

Toda generalización implica un riesgo potencial o real de caer en los absolutos, en consecuencia, en la regimentación que es consustancial a toda pretensión de uniformidad.

La generalización, o la abstracción, son procedimientos útiles, adecuados y convenientes para propósitos de conocimiento y comprensión de la multiforme y extensa diversidad de lo existente, pero a la vez representan potenciales riesgos de distorsión de la percepción y conocimiento de aquello a lo cual se aplica.

De modo que esta actitud de prudencia y sigilo para la denominación y el rótulo, que algunos probablemente rotulen de 'posmoderna', es a mi juicio un buen aporte de estos tiempos que, por otra parte, son tan contradictorios como lo han sido y lo serán todos los tiempos vividos o imaginados.

Decir lo que llevamos dicho no significa dejar de someterse, ni mucho menos pretenderlo, a las generales de la ley en cuanto a ser un animal generalizador como somos todos los humanos ineludiblemente. No obstante, sostengo la necesidad y la conveniencia de cambiar ese condicionamiento en punto a nuestro presente y nuestro futuro societal.

¿Qué significa esto? Pues que hacia atrás no deseo ni creo conveniente insistir en el revisionismo histórico tendenciado y polarizado, pero no porque no haya motivos, sino porque sería una tarea inacabable a cuyos fines la acumulación sobreabundante de certezas y convencimientos sesgados resultaría permanentemente inútil e ineficaz como herramienta para la convivencia social, que de eso se trata el conocer y comprender puesto que éste sí es un medio y no un fin en si mismo.

Por lo mismo, una nueva actitud será más fácil de sobrellevar y de aplicar permanentemente siempre que dejemos de mirar atrás para vivir como malamente lo hemos hecho hasta ahora.

En tal sentido, ciertamente, muchas generalizaciones sintetizadoras sobre el pasado son y seguirán siendo funcionales por largo tiempo a su apropiación y construcción por hombres de otros presentes históricos, pero en algunos momentos claves del devenir ni esas generalizaciones ni los supuestos determinismos que las sustentaban tendrán ya más valor ni eficacia lógica.

Será entonces cuando ciertas tendencias y dinámicas sociales provenientes del pasado, rígidamente estructuradas en los corset y en las armaduras de sus concepciones políticas, filosóficas e ideológicas, dejarán de tener fuerza transformadora y se convertirán en fantasmas encerrados en el baúl de las cosas inservibles. Ello tendrá lugar cuando se miren en los espejos del presente y comprueben que no les devuelven la imagen que ellas y los demás habían sostenido por largo tiempo.

El reconocimiento de la derogación y eventualmente la destitución consciente de significados y sentidos de las palabras, convertidas a fuerza de uso acrítico en verdades de sentido común, lleva necesariamente a una sociedad mentalmente sana a despojarse de ellas sin traumas psicológicos, antes bien, con entusiasmo y esperanza en el porvenir.

En suma, apostamos a que en el futuro una política con valores humanistas a construir democráticamente entre todos los argentinos desplace definitivamente una historia y una memoria maniqueas que nos retrotraen permanentemente al pasado.

Vayan estas consideraciones con motivo de la inminencia del inicio del Bicentenario del inicio de la Revolución de Mayo, cuyo significado y sentido merecen y exigen reconsideraciones serenas y honestas, así como lo merecen y requieren muchas palabras surgidas desde entonces pero que hoy sólo son muletas y bastones para un farsesco ejercicio intelectual, por caso tal como quedó demostrado durante la crisis política del gobierno en sus relaciones con los productores agropecuarios, en los alcances dados al término 'oligarquía' desde el discurso oficial, aceptados por una parte de la ciudadanía, pero rechazados consciente o intuitivamente por la mayor parte de ésta.

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