LETRADOS: ENTRE LA RIVALIDAD Y LA INVENCION
Por Freddy Quezada
Todas las revoluciones modernas, desde la francesa hasta la nicaragüense, han sido letradas. Han contado, también, con el apoyo de amplias capas semiletradas y desilustradas. El poder y peso de estas últimas, aumenta en las revoluciones que se alejan de las metrópolis y se acercan a las excolonias. Todos recuerdan a Carlos Fonseca, por ejemplo, pero nadie a “Charrasca”. El rol de los intelectuales en los países postcoloniales, es reducido, en efecto, pero poderoso, por el papel que desempeñaron durante la colonia, en medio de una masa que les superaba en número, de aborígenes, esclavos y mestizos incultos, estableciéndose una jerarquía de diferencias no sólo educativas, sino de poder. Las ideas de un intelectual se imponen a las de otros, dependiendo del número de semi e iletrados, que maten o se dejen matar por ellas.
Un intelectual cuenta con la capacidad de crear y hacer circular sentidos, ideas, conceptos, y, en algunos casos, sistemas e imágenes dotadas de una dirección emancipadora. Casi todos, a excepción de intelectuales mansos, se alinean en bandos en función de un sujeto sufriente que, según cada cual, necesita que lo defiendan.
El rival de todo letrado no es un villano, usualmente creado por él mismo, causante de sufrimientos a los demás, sino otro letrado igual a él, que construye “contravillanos”, u otros héroes.
No hay exterioridades fuera de los universos intelectuales, generalmente dualismos dramatúrgicos, equilibrios frágiles o síntesis necesitadas de contradicciones y enemigos.
Nadie, “afuera”, puede saber realmente quiénes son los sujetos construidos dentro, por los letrados. Obreros, campesinos, aborígenes, afrodescendientes, pobres, pueblo, migrantes, niñez, mujeres, naturaleza, son los héroes e inocentes para muchos intelectuales; y los villanos, para ellos, son los capitalistas, colonizadores, ricos, oligarcas, patriarcas, depredadores e imperios; todos, siluetas fugitivas, inasibles, cambiantes y subdivisibles hasta sus opuestos!!! Otra parte de intelectuales, le oponen a los primeros, un seriado alternativo que va desde ciudadanos hasta Estados democráticos, pasando por individuos autónomos, responsables, tolerantes y emprendedores.
Por medio de los intelectuales, en una suerte de dialéctica negativa, sólo podemos saber lo que no son los sujetos que construyen. La gente real es incapturable e inarchivable, mientras no se separe de sí misma. El no escindirse, la incapacita para interesarse en lo que se dice de ella al representarla y ofrecer salvarla. Acaso, debido a ello, sorprenda al descargar esos rayos inesperados, trabajados desde sus silencios estratégicos y sus astucias polisémicas, que asombran, de vez en cuando, al más lúcido de los analistas. Los intelectuales se esfuman al denunciar sus rivalidades entre sí y su invención de los”otros”. El que lo hace, desaparece con ellos.
En realidad, el mensajero está fundido con el mensaje, del que los intelectuales creen separarse. Al final, todo se reduce a una batalla entre mensajeros, altamente letrados, por un mensaje del que se creen a distancia y que es su arena de lucha. La fórmula de los intelectuales sería así: Pensamiento = realidad – pensamiento. La de la gente, paradójica, sería: No pensamiento = realidad + pensamiento.
Los altos letrados han impuesto sus figuras, porque en realidad gran parte de la gente (usualmente letrados básicos, semiletrados e iletrados) nunca se han interesado por romperlas y quiénes realmente lo hacen, son sus iguales y opuestos, pero en las mismas coordenadas de alta letralidad.
Así que, cuando discuten o se ponen de acuerdo es, en resumidas cuentas, entre ellos. A gran parte de la gente real no le importa, sea porque no los entienden y no quieren, o no pueden, estar en los universos altamente letrados que no les reporta un beneficio tangible e inmediato.
Por cada cosa que archivamos de la gente, ésta, al ignorarlo, por el sólo hecho de seguir moviéndose, la destruye y aumenta más la incertidumbre, también sin saberlo, sobre sí misma. Esta es la base de no saber, quiénes son en verdad “la gente”, por parte de los letrados de gran vuelo. El poder de los archivos (memoria) es hacernos ver sólo lo que ya vimos. Para ver lo que es, se necesita prescindir de ellos.
Paul Ricoeur hizo notar la relación que hay entre historia y dramaturgia. Son procesos de composición muy parecidos, decía. Al crear conceptos, los intelectuales crean sujetos y causalidades, universos pequeños, semejantes a los dramas teatrales donde unas personas hacen de villanos, otras de héroes y otras de pueblo. Yo, al despedirme, como las manos dibujándose a sí mismas de Escher, estoy haciendo en este momento lo que denuncio, al hacer de los intelectuales, los villanos; a mí, de desenmascarador y a los lectores, ustedes, de falsos jueces.
Alzado ante unos detritus detrás de otros, como en los retretes, y hechizado por la contemplación de mis miserias, me disuelvo al halar la cadena y arrastrar conmigo a los colegas en el vértigo acuático.
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