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Wednesday, September 24, 2008

Comentario a la obra "Cuánto Cuento"

DEL CREADOR, SUS CRIATURAS Y SUS EVENTOS
(Comentario a Cuánto Cuento)

Por Freddy Quezada

Empezaré diciendo que no puedo hacer ninguna crítica literaria sobre esta obra, en principio por no ser mi especialidad y, además, creo que lo fundamental ha sido dicho por Roberto Aguilar en el prólogo. Pero sí deseo contribuir en el campo epistémico: la relación entre el creador y sus criaturas (como universo propio) y entre estas últimas con la realidad.

La historia y la narración tienen una estructura parecida, ya advertida por Paul Ricoeur, fundamentada en Aristóteles. Ambas se basan en el sentido que le brindan sus creadores y se construyen como tramas argumentales con un origen, un destino y unos acontecimientos dramáticos.

Para el caso de la narración, son los artistas en general y los narradores en particular los que dotan de sentido a todas sus criaturas. En la historia, son los intelectuales en general, y los filósofos en particular, quienes señalan el camino por donde todos debemos avanzar y el drama de quienes se oponen a ese horizonte. La narración y la Historia, coinciden en poseer un sentido brindado por el creador en el caso de esta, o el punto de vista dominante del enfoque histórico, en el caso de aquella.

Tomaré, para lo que quiero decir, un cuento en particular “El rito del silencio”. Roberto habló del bosque, permítanme a mí, ahora, hablar del árbol. Previamente, debo distinguir un evento de un suceso.

Un evento es un hecho de la realidad cotidiana que vivimos todos. Un suceso, es el mismo evento inscrito en las coordenadas de un relato que puede estar a manos de artistas o intelectuales. Si el evento se desfigura totalmente, estaremos en presencia de los primeros y si guarda aún características empíricas verificables por medio de pruebas documentales y rigores causales, estaremos entre los segundos.

Para que un evento se convierta en suceso, decía Sartre, es necesario y suficiente contarlo. Pero ya en el terreno de la narración, un suceso debe responder a sus reglas. Y la primera de ellas, como decía Darío, es la de crear, es decir, inventar criaturas.

En “El Rito del Silencio” hay dos hombres que se han encontrado en la vida desde siempre y, a pesar de que se reconocen con la sola mirada, nunca se saludan, hasta que uno de ellos muere y el primer saludo, será el último. Es una especie de despedida, más que entre dos amigos, de un evento que se transforma en creación y que abandona el nicho de la cotidianidad evanescente, inasible, impresentable, fugitiva… y vuela.

Pero hay que pagar la deuda que, al cerrar la estructura de cualquier narración, contraemos al perder la belleza de lo real de un evento, que no podemos perseguir, encerrar o transformar a fuerza de una imaginación pura. El hombre muerto en el cuento, en la realidad, no ha muerto. Existe y vive. Así que son dos personas: una creada y otra real. Nadie sabe quién es, qué hace y qué piensa esta última; no les importa a los creadores.

El creado y el real, de ningún modo pueden coincidir, porque no tendría sentido el oficio del creador/intelectual (el territorio coincidiría con el mapa), por un lado; y por el otro, el real seguiría siendo lo que es (el territorio seguiría siendo igual a sí mismo) y en la gran mayoría de los casos, ni siquiera se enteraría de la desaparición de los creadores.

La ruptura del silencio de los dos hombres, que se paga con la muerte de uno de ellos, rompe el encanto y el misterio guardado hasta el último momento.

Es ese misterio de lo real, que no puede ser señalado, ni siquiera con el auxilio del dedo adánico ocupado por García Márquez, para señalar las rocas de Macondo, cuando las comparó con grandes huevos prehistóricos. Todo lo real se mueve en el instante siguiente, arrastrando consigo su pequeño universo fractal y autopoietico, para cambiar, una y otra vez, cada segundo y detenerse eternamente en cada uno de los momentos. Tal paradoja es una ilusión aterradora y un caos inaudito, que no pueden soportar unos creadores amantes de la armonía, así como del orden y la obediencia a las reglas.

Un rostro real, sin duda, es más bello que todas las pinturas juntas del mundo y de seguro, los no intelectuales, puestos a elegir en medio de las llamas de su casa, si rescatar a su perro o a su biblioteca, muy posiblemente salvarían a su mascota. No desconozco los méritos de la creación, sino que devuelvo algo de dignidad a lo real, como ese silencio místico de estos dos conocidos que los mantuvo unidos, antes del desastre de saludarse, y ser capturados por el creador, en una representación que destroza toda esa magia y lo simplifica para provocar un efecto estético.

La violación de un silencio llegado de lo real, en nombre de inventar o descubrir su secreto, ejerce su propia vacuidad, y así se protege, coincidiendo con el propio vacío que ya contiene la violencia misma de la representación. Busca "afuera" lo que ya tiene dentro, como medio, para hacerlo.

Los artistas y los intelectuales no pueden ni quieren conocer, si no es a través de sus propias mediaciones, a las personas de carne y hueso, que les sirven de base, alimento y barro. ¿Será por eso que no pueden conocerlas? ¿Y por eso viven escapando de ellas a través de ficcionarlas dentro de una burbuja, que empujan desde dentro, para ilusionarse con un avance o un goce? ¿Cómo se llega a descubrir esto?

Creo que situándose en un punto de vista de segundo orden, donde intelectuales y artistas son vistos como un grupo social que comparte ciertos rasgos identitarios (todos quieren representar “algo” o a “alguien” y todos quieren salvarnos por medio de la emancipación o la belleza) y cuyos frutos son, así como ellos mismos hacen con los seres reales, tomados como la materia prima y el barro para los observadores de segundo piso, de tal manera que cada obra que producen, será inscrita en otro conjunto de reglas narrativas, donde los creadores serán, esta vez, las criaturas.

Los que nos creemos en un segundo observatorio, tenemos que estar claros, a su vez, de ser objetos de un tercero y, así sucesivamente, hasta que uno de los niveles superiores tenga la humildad de reconocer la inutilidad de un vuelo que ya está contenido, por entero, en el primero. En otras palabras, el todo estará siempre en cada una de las partes.

No está en los creadores conocer sin mediación, porque de lo contrario, para ser los eventos, tendrían que negarse y desaparecer en esos mutismos que sirvieron de base al cuento “El Rito del Silencio”, como yo en este preciso momento, que paso a convertirme en el evento mismo, sin suceso alguno que medie, después de cerrar este comentario e invitarlos a leer la obra de Javier González Serrano: Cuánto Cuento.

Sunday, September 14, 2008

El Suicidio de los intelectuales

EL SUICIDIO DE LOS dioses
(Mientras cambio de opinión y/o
reconozco un nuevo error)

Por Freddy Quezada
Introducción

No es nada nuevo decir que a partir del Humanismo y el Renacimiento, los europeos pasaron a ocupar el lugar vacío de su divinidad derrotada o en retiro. Algunos de ellos, en exclusiva desplegaron como herencia, todas las virtudes (que se vieron como horrores desde las víctimas en sus colonias) del Dios cuestionado.

Cada crisis en el pensamiento euro-norteamericano apela a estos fundamentos. A partir de Nietzsche, se abrió la posibilidad de que Dios estuviera muerto, pero aún así, le sobrevivió en el mismo Nietzsche, quien estaba testimoniando intelectualmente su asesinato desde otro fundamento igual de trascendente: la voluntad de poder. Dios seguía viviendo en sus asesinos y retadores más temibles: los intelectuales.

Los que han perdido fuerza, a partir de las crisis de representación epistémica (hablar a, con, de, desde y en nombre de los demás) y de las crisis que sufren todo el espectro de las emancipaciones, desde las más duras (vanguardias, partidos, escuelas, paradigmas, corrientes, etc.) hasta las más blandas (movimientos sociales, coexistencias alternativas, diálogos pluriculturales, etc.). Podemos hablar, entonces, del suicidio de los pequeños dioses, únicos herederos (según ellos) del entendimiento de esa luz “mayor” que contribuyeron a despedazar un buen día de julio de 1789, fecha impuesta como importante para sus colonias a través de sus letrados.


DEL PENSAMIENTO

El pensamiento, es el gran problema de todo y no la solución. Concebido como la gran mediación entre el ser y la realidad, cuya paradoja descansa sobre la idea que nos acerca más a unos objetos y seres a los que pertenece (en virtud de que no hay separación entre el pensamiento y el pensador), en el momento exacto en que su empleo (para justificar al pensador) nos aleja de ellos: nada puede ser visto sin él.

El pensamiento es el verdadero fundamento de toda la cultura occidental. Y lo que más le fascina es perseguirse a sí mismo por medio de un juego de contradicciones que lo afirma aún más. Se ha creído indebidamente que la cabeza es la parte más importante de nuestro cuerpo, donde están cuatro de los cinco sentidos, más el sentido propio de la reflexión (filosofía/ciencia/técnica) y la imaginación (política/moral/arte). De todos los sentidos, dos son ausenciales (visión y escucha que se pueden reproducir en ausencia de los cuerpos) y tres presenciales (olfato, gusto y tacto que no se pueden reproducir). La imaginación, por medio de la memoria, los subsume todos para escenificarlos, pero sólo puede reproducir dos.

Así, pues, a dos sentidos sensoriales, tres dimensiones euclidianas y una representacionalidad intelectual, le llamamos “realidad”. Con esta cadena de definiciones, en realidad, andamos por el mundo “suponiendo” lo visto y pensado que, muchas veces, por efecto performativo propio o impuesto, lo materializamos de verdad.

El pensamiento, además de lenguaje, es sentido. El sentido desde entonces ha sido el ser. Sólo cuando el sentido se quiebra, produce esos latigazos de lucidez sufridos por nuestra cultura y que supo ver bien Husserl, desde las guerras “mundiales” dentro de su continente, para el caso de “su” ciencia europea. El ser, privado de telos, de sentido, es un haz de fuerzas, un campo de batalla e ilusiones, un nodo de entradas y salidas, todas inasibles, fugitivas, cambiantes, irrepresentables e impresentables. La relación básica que se ofrece es de dominio entre un sujeto que “crea” a su objeto y lo investiga para su servicio. Este será negocio, oficio, recreación, obsesión y campo de los intelectuales. Profesionales del pensamiento que harán de sus habilidades, porque es parte del oficio, hacerse pasar por imprescindibles para dar “voz” a los sin voz, argumentos para liberar a los desposeídos, explotados y oprimidos, así como iluminar a los invisibilizados.

DE LOS INTELECTUALES

Son intelectuales, aquellos capaces de generar una opinión entre los demás (con el concurso de los medios de comunicación social) e imponerla por demostración racional o seducción sensorial, a través de una cadena de afirmaciones, dentro de un juego de fuerzas a favor o en contra de algo o de alguien.

El “juego” consiste en tomar en serio lo que dicen. Usualmente desde el ámbito escrito (de mayor prestigio y profundidad) y audiovisual (de mayor amplitud y fuerza) consiguen sus audiencias y consensos. Generalmente, separan su vida cotidiana, de lo que dicen creer. Hasta donde yo sé, sólo el psicoanálisis (bastante devaluado) y algunos historiadores, lograron establecer una conexión entre lo que dicen los intelectuales y lo que ellos creen ser. Los intelectuales prohíben la exhibición de su vida personal (ad hominen), pero necesitan siempre para ilustrar y legitimar sus mensajes, las de los demás, usualmente figuras binarias (para atacar a unos y defender a otros) construidas desde ellos mismos.

DE LA REPRESENTACION

Los intelectuales, en el sentido indicado arriba, parten de fijezas homogéneas y de matar las diferencias reales (y construir otras como virtud y derecho o naturalización y jerarquías) entre los seres y las cosas. Producen subjetividades e intercambian unidades representables con sus iguales, muchas veces adversarios, que son parte del juego.

Da lo mismo eliminar o resaltar, el tiempo, el espacio y las diferencias para convertir en teoría cualquier cosa e imponerla por seducción, fuerza, demostración, convicción o violencia, a otros usualmente débiles, semiletrados o enemigos superiores a sus fuerzas (con nombres abstractos como “poder”, “sistema”, “capitalismo”, “socialismo”, “culturas”, “globalización”, “colonialidad”, etc.), para justificar un poder hurtado a ellos y pasable como resistencia. Sin embargo, hay que saber distinguir dos tipos de representación; las epistémicas, abordadas en este ensayo y, las legales y delegativas, en la cuales los ciudadanos expresan su voluntad y deciden, por medio de procedimientos notariales, de elección, registro y control, disponer de ella.

El problema de la representación epistémica han sido los intelectuales, de los que no me excluyo: no los subalternos o hegemónicos de cualquier tipo, lugar o tiempo. Su relación central es amar (como el Dios severo pero amoroso que venían de derribar) las preposiciones utilizadas para separarse de sus objetos. Estas son pensar; a, ante, con, de, desde, hacia, en, entre, para y por los demás, debidamente representados (incluso negando hacerlo y viéndose a sí mismos en la operación como transparentes). En este último caso se abren alternativas de las que hablaremos en su suicidio.

DE LA EMANCIPACION

Es la madre de las ilusiones modernas. El verdadero núcleo de la modernidad occidental. Junto a la representación, dota de identidad a los intelectuales. No tiene sentido representar a quien sea, si no es para salvarlo en la ciudad, en el cielo, en la historia, en el lenguaje o en, y desde, los márgenes del sistema. Y la emancipación activa, alternativa y revolucionaria (deber ser), tiene su “otro” oculto en la crítica, como método, como acción (ser), de un presente del que se desea escapar hacia adelante; siempre hiede, no nos gusta.

Y esa es la diferencia entre las personas “pobres” o los/as “otros/as” (nobles, indoblegables, puros e inocentes) que construye un intelectual y el pobre y otro/a “real” (la barriada, el lumpen, el delincuente, el violador, la inculta, el indio, el negro, el chino, el árabe, la puta, etc.), a menudo a merced de la definición de otro intelectual adversario. Entre un “pobre” real y un pobre “real”, la diferencia no son solo comillas, sino ilusiones redentoras. Ilusiones de unas criaturas que estamos condenados a no saber nunca quiénes son de verdad y, aunque lo supiéramos, lo mejor para todos es no definirlos, no decirlo.

Cada estudio registrable sobre los/as “otros/as”, sea ejecutado o no con la mejor de las intenciones y por el mejor de los estudiosos, siempre terminará en los archivos de los servicios de inteligencia de potencias y embajadas.

Toda la desgracia occidental, proviene de no estarse quieta dentro de una habitación – como señaló Pascal. Las sociedades se han tornado en un infierno de salvadores. Se parecen a esos autobuses urbanos en las que nos abordan los predicadores, sin pedirnos permiso, obligándonos a escuchar sus amenazas de condenarnos, sino seguimos su camino redentor. La emancipación es una heredera de la esperanza pasiva de las religiones y síntesis del telos moderno. En la cultura occidental aún hace estragos, incluso dentro de los que creen adversarla y suponen no emplearla, para dirigirse a los demás, rehusando reconocer que lo mejor es callarse.

DEL SUICIDIO DE LOS INTELECTUALES

Si partimos de que no podemos representar a nadie, ni siquiera a uno mismo, porque constantemente cambiamos como cambian los demás, y además reconocemos que nadie quiere ser salvado, porque ha sido un invento nuestro sobre ellos, entonces se abren varias salidas a) decimos todo esto como último grito, a guisa del canto de ese cisne negro que pedía Popper, como prueba, para falsar a todos los blancos, y luego disolvernos; b) tenemos que decirlo cada vez que podamos, como aquella paradoja de los trapenses, que ordenan a gritos callar a sus hermanos de orden, cuando violan el voto de silencio; c) lo decimos, lo sabemos y sin embargo, seguimos repitiendo el fenómeno como modus vivendi; d) nos dejamos arrastrar por el curso de las cosas que, con o sin nuestra voluntad, orientación, dirección o sentido “externo”, cambiarán de todas maneras, como lo dijeron taoístas y anarquistas y ahora, teóricos del Caos con la “autopoiesis”, en materia natural y en materia social la “poiesis”; e) no seguir diciendo estupideces y terminar de una maldita vez por todas, aquí mismo

DE LA VIDA

Si fuera consecuente con la opción e) anterior, este apartado debiera quedar en blanco sobre fondo blanco, como el cuadrado de Malevitch. Al desaparecer los intelectuales, como los lemmings que se suicidan en masa para autorregular su especie, la vida se reconciliaría consigo misma, incluyéndolos, sencillamente porque siempre lo ha hecho, sin ellos. Pero, cuidado, la desaparición puede ser una nueva coartada de su borradura. Son especialistas en hacerse desaparecer detrás de puntos ceros de reflexión, separados de sí mismos como biografías y cuyos discursos nadie se los hace cumplir, por medio de controles y penalizaciones.

Si lo lógico es suicidarnos y disparar a nuestra identidad desde un universo que no tiene “afuera”, porque nosotros, sucedáneos de Dios, hemos creado todas sus criaturas, levanto los brazos y me rindo: pertenezco a la opción c) y, precisamente a causa de saberme cómplice de este crimen, por esta vez como un gran lemming disfrazado de flautista de Hamelin, tocaré el instrumento para encabezar el despeñadero de todas las ratas y reírme del chillido de las muy putas.




Friday, September 05, 2008

Ética a la carta

Etica a la Carta

Por Freddy Quezada

Mis alumnos de Ética y Comunicación, me solicitaron presentarles un pequeño esquema de la
discusión sobre la ética en general y entre los comunicadores en particular.

En este trabajo, presentaré las variedades teóricas, tal como les he informado a ellos, como un camarero cuyo menú ofrecido, sólo el solicitante podrá elegir, excepto que pregunte por la especialidad de la casa y, en ese caso, será un placer de este servidor explicar sus bondades.

Para las particularidades de la profesión de comunicador, creo que es mejor emplear una metodología casuística y discutir caso por caso: que lo estamos aplicando con el empleo de algunas películas contemporáneas, referidas a situaciones empíricas que experimentan los comunicadores de todo el mundo.

Partiré de la siguiente idea: Sólo los libertinos y los santos pueden ser integralmente éticos. Dentro de una campana de Gauss, esa curva de distribución normal de datos que se representa en la estadística, serían las “colas” simétricas: los santos son los que hacen del ser un deber y los libertinos, de ese mismo deber, un placer. Jacques Lacan dijo una vez que Kant es el otro de Sade o viceversa. La mayoría de nosotros, sin embargo, estamos debajo del hongo de Gauss: traicionamos todos los días nuestros deberes, por los pequeños y grandes placeres que nos tientan y nos hacen practicar una doble moral. Este es el sentido básico de decir, que la mejor ética es aquella que no puede decirse y su esencia, la de ser traicionada. Sino lo hiciéramos, el planeta estaría poblado de personas como San Francisco de Asís y Madre Teresa de Calcuta en Ciudades de Dios y del Sol o de sátiros y pervertidos en Sodoma y Gomorra.

Con todo, no hay una sola ética. Buena parte de los especialistas del tema, hablan de una ética dialógica (Habermas, Appel, Cortina, Savater, Rorty, Dussel, etc.). Hoy, podemos hablar de un menú de éticas, de una carta discrecional, elegible según el gusto del ciudadano, como lo explicaba Gilles Lipovetsky en su obra “El crepúsculo del deber”. En efecto, hay una ética a la carta, dentro de la cual la ética del deber es sólo una de ellas, ni superior, como se creyó antes ella misma, ni inferior, como creen algunas de las que la derrotaron; sólo diferente; una entre otras. Veamos los tipos.

Ética clásica: Desde Aristóteles hasta Séneca. Es la ética de la realización y la plenitud de los hombres en las ciudades que, por principio, son buenos y tienden al bien común. El único lugar donde podían desplegar todas sus potencialidades, expresables en virtudes ciudadanas, era en la polis griega y en la civitas romana. De aquí que la ética sea a la vez política y filosofía, carácter y sentido. Séneca será el primero, ante la decadencia del imperio romano, quien empezará a decir que uno sólo se puede salvar en el cielo jupiteriano. Será la cama que encontrarán preparada los cristianos.

Ética cristiana: La salvación sólo puede ser encontrada fuera de las ciudades, en el cielo y, por medio de un juicio inapelable de Dios, que nos premiará o castigará, conoceremos también el infierno y la culpa. El paradigma será la garantía de no extraviarnos por un pecado original que nos hace, por principio, pecadores y corruptibles. El pivote central del sistema será la observancia estricta de los mandamientos de la ley de Dios.

Ética del deber formal: Kant continuará y secularizará la ética cristiana. Sólo hay deberes inflexibles sin tiempo, espacio ni justificaciones. El deber mismo es su propia recompensa. Nadie deberá tener excusas para cumplirlo. Variantes de este tipo se le encuentra también en Max Weber, quien opuso la ética del responsable (kantiana) a la del convencido (revolucionaria). Zygmunt Bauman, un sociólogo contemporáneo recoge, un poco a lo Che Guevara, la ética de la responsabilidad a través de hacer propio, el dolor abstracto y lejano de los “otros” que no vemos. En el nacionalismo, el deber más alto será defender a la patria, hasta con la vida misma si fuera necesario.

Ética del deber histórico: Para Hegel, sólo habrá deberes, en forma de leyes dialécticas, para con el espíritu y la historia eurocéntrica. Sólo habrán deberes para con la misión de los oprimidos y explotados, según Marx, su heredero. La revolución será el máximo y el más sagrado de los deberes. Y la Historia el más grande e inapelable de los tribunales. Ningún derecho para los enemigos de clase y todos para los trabajadores, pero hasta que cumplan con el deber de conquistar el poder.

Ética del poder: Maquiavelo dará al traste con toda la inocencia de la ética grecolatina y la hipocresía de la judeocristiana. No le importarán los fines discursivos hacia los que tiende el ser humano, ni la garantía de un discurso ético religioso, entre quienes precisamente descubrió las leyes del poder, donde la ética ejercerá el papel de un arma discrecional en manos de los tenientes del poder o aspirantes a serlos.

El poder será medio y fin, a la vez. Todo lo demás, en primer lugar la ética, tendrá un carácter instrumental y relativo; ejercible y tomada en serio, sólo por los súbditos. Es decir, una Ética para los gobernados y otra, de absoluta libertad, para los gobernantes. Sino fuera por su obsesión de poner al servicio de los nacientes Estados nacionales sus consejos, el maquiavelismo hubiese terminado siendo un delicioso juego para diplomáticos de carrera y ambiciosos en general, sin perjudicar a terceros, un poco como esos juegos electrónicos que les gusta a los niños y jóvenes de hoy, o como esos bailes de luchas ilusorias de los que habla la religión hindú. El rayo de lucidez maquiavélica, lo cerrará de nuevo el nacionalismo.

Ética del derecho: Ya no habrá salvación en las ciudades, ni en el cielo, ni en la Historia, sino sólo en el lenguaje, con el empleo de un vocabulario políticamente correcto y en la lucha por exigir el derecho de los diferentes. Con el descrédito en las grandes promesas emancipadoras de la modernidad, a partir de la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la URSS, Jean Francois Lyotard y otros autores, empezarán a glorificar a los movimientos sociales y su moral de pequeñas esferas. El derecho empezó a reinar sobre los deberes. Todo el mundo empezó a exigirlo a quienes, la víspera, sólo ordenaban obedecer. Así, hubo quienes preguntaron, entre estudiantes, por qué todos los pupitres tenían su paleta de respaldo a la derecha, violando el derecho de todos los zurdos. El derecho de los “diferentes” (muchas veces marginales, minoritarios, subalternos, colonizados, silenciados e invisibilizados) empezó a ganar carta de ciudadanía.

El derecho también contó con sus propios excesos. Llegó a ser respondido por sus enemigos de dos modos: reconocerlo, pero como jerarquía y naturalización, como lo hicieron antes los colonizadores, haciendo fila en la flecha del desarrollo para los inferiores o, reconocerlo, con todos sus atributos, pero enviándolos de regreso a casa, donde deberían practicarlo. Usando el tiempo en aquel caso (con las excolonias, por ejemplo) y el espacio en este (con los inmigrantes, por ejemplo), el eurocentrismo aún defiende sus intereses y su imperio en el área moral e intelectual.

Éticas alternativas: La diferencia reconocida como derecho, y vistas desde las ex-colonias europeas, ha llevado a algunas corrientes a reclamar la coexistencia con “otras” éticas, sentidos y cosmovisiones, que no sean subalternizadas (ego subalter), ni busquen imponerse a “otras” por medio de la jerarquización (ego conquiro) que vienen ellas mismas de sufrir por las éticas hegemónicas y despóticas de los centros dominantes, donde también hay “otras” éticas dentro del “Mismo”. China comunista, como ilustración de esto, siempre ha desautorizado las presiones de las Naciones Unidas sobre su régimen (por otro lado tan marxistamente occidental como el cubano) llamándolo Imperialismo de los Derechos Humanos.

Por su parte, existe también lo que podríamos llamar de modo impropio la ética “oriental”, o aquella que niega, renuncia y rechaza, el “deber ser” que funda toda ética occidental y la disuelve de dos maneras: a) funde el “ser” con el “deber ser” en un sólo punto, que es el todo que se ignora a sí mismo, donde pensar y actuar correctamente es lo mismo; b) coloca dentro del “ser”, al “deber ser” y hace lo mismo en el otro cuadrante, donde coloca el “deber ser” dentro del “ser”, como en el yin yang, anulando el “afuera” y el “adentro”, situados en ambos lados, a través de una sola unidad que se diluye.

Ética del placer: Es un contrasentido hablar de ética para el placer. Son términos excluyentes. También la época contemporánea es la época de Sade, una de cuyas reivindicaciones, separar el placer de la reproducción, en el presente, en el momento, por ejemplo, se convirtió en un nuevo valor, sobre todo entre los jóvenes, las mujeres y las minorías no heterosexuales.

La ética del placer, como la del poder, y la del humor, es no levantar barreras para acceder a ellos. La ética clásica en este sentido es un obstáculo. El Marqués de Sade partía de que el placer en todas sus formas, incluyendo su opuesto, el dolor, no debe ser impedido por nadie, ni siquiera por la cultura, esa forma de reprimir por medio del disciplinamiento y la educación del deseo, como descubrió Freud, en efecto, las pulsiones de Eros y Tanathos, de la pasión y la muerte.