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Tuesday, July 03, 2007

Descolonialidad: el regreso de la emancipación

EL PENSAMIENTO DESCOLONIAL:
EL REGRESO A LA EMANCIPACIÓN


Por Freddy Quezada

Cuando era miembro de la IV Internacional, me impresionaba saber que un aborigen americano, hijo de la revolución boliviana de 1952, podía discutir sobre Hegel. Mucho tiempo después, cuando ya no era miembro ni de la lista de la pulpería donde fío, Leopoldo Zea, le recordó a los europeos en una conferencia en Roma, que las tradiciones precolombinas eran tan universales como las europeas y que ellos, también, tenían la obligación culta de conocerlas. Ahora, los descoloniales desean que la obligación sea la de los europeos provincializados de leer a Waman Puma de Ayala y a Otabbah Cugoano. Las vueltas que da el poder y el pensamiento.

Gustavo Lins Ribeiro habló del postimperialismo y yo le llamé interregno al boom creativo y caótico que explotó en todas direcciones en el pensamiento universal entre la Caída del Muro de Berlín y las de las Torres Gemelas en New York. Entre el 9 del 11 y el 11 del 9. Incluso, al hablar del cierre de ese rico período, señalaba el regreso de la brutalidad y la violencia del pensamiento único no sólo neoliberal, como creen Castells (quien aunque hasta hace poco empezó a reconocer al neoanarquismo) y Ramonet obtusamente, sino del marxismo derrotado (Wallerstein, Amin, Arrighi), que no acababa de morir (refrescado por Negri y Hardt) o los nuevos fundamentalismos teológicos, ecológicos, étnicos y sexuales modernos, a que daban lugar como resistencia ese pensamiento único en todas las culturas y en todos lo continentes.

Pero me quedé corto, pues no incluí a los intelectuales escépticos (algunos postanarquistas y otros neoanarquistas), en especial latinoamericanos en universidades de EEUU, que regresarían a ofrecer de nuevo las promesas de redención y las lecturas prometeicas desde sus aparatos teóricos sofisticados, en la búsqueda de nuevos redentores. Debe ser duro, sin duda, mantenerse sin creencias, sin acción, sin soluciones y sin ofrecer salidas a quienes las exigen. El giro descolonial no es más que la ruptura con la narratología desconstruccionista y el salto hacia la “realidad social”, donde los esperan las viejas doctrinas liberadoras. Al parecer, uno termina por regresar, para morir, de donde viene, como los elefantes y los salmones.

Con el tiempo y la lectura he llegado a convencerme, que la verdadera división de paradigmas del pensamiento está en creer y no creer. Todos los que están situados del lado de los credos, desembocan, tarde o temprano y llamen como le llamen a sus concepciones, en la acción. Del lado del escepticismo, sólo cabe explorar tradiciones “orientales”, que no son tales, pues “occidente”, también cuenta con sus escépticos, cínicos y místicos, cuyas ideas, tarde o temprano, le llamen como le llamen, desembocan en la serenidad. Mientras unos se agitan, los otros meditan; mientras unos actúan, los otros callan. Mientras unos viajan de arriba para abajo, los otros se mantienen quietos. Como se ve, no hay divisiones geográficas, ni culturales, ni económicas. Creer es el fundamento de todo poder; descreer, es el fundamento de nada. De tales principios se derivará todo lo demás.

Los postoccidentales (Walter Mignolo, Edgardo Lander, Fernando Coronil, Santiago Castro -- Gómez, Arturo Escobar, etc.) formaron un grupo que aplicaron las concepciones maestras del postcolonialismo árabe e indio. Los postcoloniales como Edward Said (empleador de la dialéctica negativa para no definir a los “orientales”), Homi Bahba (señalador de los “regímenes” intersticiales) y Gayatri Spivak (dubitativa sobre la representacionalidad de los subalternos) no creían en colonialistas, por supuesto, pero tampoco en anticolonialistas como Frantz Fanon y Aimé Césaire, porque --dicen-- compartían los mismos valores eurocéntricos emancipatorios de sus enemigos. Los postcoloniales aplicaron con creatividad las categorías postmodernas de Foucault, Derrida, Lyotard y Deleuze. Pero, siguiendo a sus maestros, sus construcciones fueron dentro del lenguaje y las narrativas, algo que le criticaron siempre sus propios colegas de grupos iniciales gramscianos (como Guha, Chakrabarty y Chatterjee) o posteriores marxistas (como Ahmad o Dirlik). Para ellos el colonialismo había empezado, como bien dice Said, con el imperialismo británico y sus colonias, en el siglo XVIII y XIX. El orientalismo es la coproducción del colonialismo y de paso la creación de Occidente de sí mismo. Para los europeos, “Oriente” era el competidor islámico, como América era la Utopía y los sueños. El miedo y el deseo.

Los postoccidentales sólo le agregaron al papel de las tres naciones de la Ilustración protagónicas en el paradigma de Said (Inglaterra, Francia y Alemania) otras tres del Renacimiento (la obra clásica de Walter Mignolo se llama precisamente “El lado oscuro del Renacimiento”), el dominio de sus respectivas lenguas (castellano, portugués e italiano) y la relación del imperio español en la modernidad/colonialidad (teoría de Aníbal Quijano) simultánea, un poco como la de Said. Empezaron justificar su lugar epistemológico, como centro aristotélico, diciendo que ellos eran los únicos que podían combinar el culturalismo del postcolonialismo y el economicismo del sistema--mundo. Dualismo generado como fruto de la división disciplinar entre las humanidades y las ciencias sociales. (Ver tabla de Debates Contemporáneos)

Al unirse más gente a ellos, mientras estaban paralizados por la copia, como Enrique Dussel (liberacionista empedernido), Ramón Grossfoguel (defensor de las utopías “otras”), Nelson Maldonado (defensor de la descolonización de los estudios étnicos en EEUU), Santiago Castro –Gómez (admirador del marxismo defensivo de Eduardo Grüner y de los compartimentos estancos regresivos y disciplinarios de Carlos Reynoso, pero, sobre todo, defensor de las sabidurías biodiversas de las comunidades agrarias y étnicas frente a las transnacionales farmacéuticas, biogenéticas y agroquímicas), Catherine Walsh y Freya Schiwy (defensoras miltantes de movimientos indígenas en Ecuador y Bolivia), el movimiento original reclamó un giro.

Estos últimos autores, nunca renunciaron a la emancipación y otros como Fornet Betancourt, ignorado completamente en esta escuela, incluso mucho más radical que ellos, pues no habla de “representar” a los grupos subalternos, sino de darles las palabra, sin mediación mestiza, empezaron la reemancipación con la emergencia de relecturas étnicas y de los pueblos originarios, que han encontrado en Evo Morales su héroe y en los sujetos indígenas sus redentores, hasta el grado de influir en el discurso y el giro descolonial, ni de izquierda ni de derecha, como le llaman ellos mismos, de algunos ministros bolivianos.

Todos están maduros para presentarse como los nuevos intelectuales orgánicos ante el emergente populismo latinoamericano, unos con más énfasis en Evo Morales, otros en Hugo Chávez, (a lo mejor profundizan más en las superficialidades de Heinz Stefan sobre el socialismo del siglo XXI) pero todos luchando por ofrecer de nuevo las promesas emancipatorias esta vez para restañar las “heridas coloniales”, indias y negras.

Walter Mignolo en “El pensamiento descolonial, desprendimiento y apertura: un manifiesto”, es el responsable del giro por atreverse a lanzar con pose de vanguardia, un manifiesto que dice en sus partes centrales que hay que cambiar “los términos de la conversación y no sólo el contenido” y que “el pensamiento des-colonial ya no es izquierda, sino otra cosa: es desprendimiento de la episteme política moderna articulada como derecha, centro, izquierda; es apertura hacia otra cosa, en marcha, buscándose en la diferencia...”.

Waman Poma de Ayala y Otabbah Cugoano, un “indio” y un “negro” letrados, son los nuevos fundamentos del pensamiento descolonial. Todos estos autores diferencian la descolonialidad de la descolonización. Dicen que este es un proceso que hay que completar en la descolonización, con la descolonialidad del ser, del saber y poder eurocéntrico. Aquí, es donde radica su carácter salvífico en los movimientos sociales, sobre todo étnicos y originarios, de los que se sienten intérpretes, otra vez, y traductores.

Se desmarcan de la poscolonialidad, aunque refríen muchas de sus concepciones y de los postmodernos (como la crítica al paradigma cartesiano y al dualismo inherente a él), ocultando sus fuentes, diciendo que la colonialidad todavía está vigente y hay que descolonizar los habitus del subcontinente. Regresan (o los secuestran como dicen sus críticos Pablo Iglesias et al) Frantz Fanon y a Aimé Cesáire. Así concluye este manifiesto: “La actualidad ( 2005), pide, reclama un pensamiento descolonial que articule genealogías desperdigadas por el planeta y ofrezca modalidades económicas, políticas, sociales, subjetivas “otras”. El proceso está en marcha y lo vemos cada día...”.

A mi juicio, lo descolonial de esta propuesta no es más que un anticolonialismo silvestre al que le han agregado un prefijo aburrido más, para la marca de fábrica en las publicaciones académicas.

En la modernidad/colonialidad, no es ni el “ego” cartesiano, ni la geopolítica (Mignolo), ni el cuerpo (Grosfoguel) del conocimiento, sino el poder, el fundamento de todo. Porque es una y la primera relación social, en cualquier parte. El poder es el verdadero “punto cero”, para usar la expresión de Castro Gómez, desde el cual “nadie” mira, pero desde el cual todos somos mirados, representados y seducidos. Porque no es solamente un problema de “dónde” se habla, sino “quién” lo dice. Y no para hacer coincidir expedientes morales de coherencia entre lo que se dice y lo que se hace, sino para conocer el paradigma que se defiende, la biografía del narrador, los amos a los que sirve, las amistades que cita en su bibliografía, su historia evolutiva, su nivel de vida y preferencias, sus ojos, su perfume, lo que dicen sus enemigos, hijas y ex mujeres de él, etc.

En primer lugar, los que siempre han hablado y escrito somos los intelectuales, al servicio de los poderosos “otros” que invisibilizamos con nuestro poder, invisibilizándonos nosotros al mismo tiempo con ellos. Podemos hablar de la modernidad y de la descolonialidad, pero ocultamos, con ello, nuestro poder (hablamos ahora por “negros” e “indios” en una nueva y vulgar recaída emancipatoria, desde universidades gringas). El poder, por ejemplo, de estos descoloniales (que viven y dan conferencias en EEU y la Europa que condenan) es el mío. Aunque, a diferencia de ellos, no tenga ni donde caer muerto, mi poder, pese a que puedo rebatirlos en su propio lenguaje y con sus propias armas, es el mismo de ellos. Este ensayo no saldrá en ninguna revista de peso, por ejemplo, pero yo estoy clarísimo del poder que tengo, el ilustrado y escriturario. Ellos no se miran, son la borradura (el término es de Derrida) de sí mismos. Son fantasmas, “ojos de Dios”, para usar la expresión de uno de ellos, que buscan siempre reencarnarse en mortales para su propia gloria. Es a ellos, (a nosotros), a quiénes hay que engañar con las armas del débil (al que no podremos conocer nunca) y las astucias del subalterno (al que jamás redimiremos), simulando que nos impresionan y nos persuaden. Y apenas damos la espalda, levantarles el dedo anular.

Ahora, sólo me toca despedirme de mis amigos de viaje con los que milité placenteramente todos estos años, mientras estábamos ricamente desorientados, fecundamente inciertos, creativamente dudosos, en un sano escepticismo coloidal, y un cinismo alegre, como dirán después, cuando ya estén sobreseguros de sus certezas mesiánicas. Ahora me tocará a mí, como a su hora a los marxistas firmes, ser el capitán que no huya del barco. Buen viaje, amigos y amigas, que las ratas os escolten hasta la orilla de donde vinisteis. Déjela venir, camañeca...
"Ohla que cosa mais linda, mais cheia do graça, e ela menina..."

1 comment:

transamérica said...

No queda claro que piensa del cambio institucional de Bolivia o Ecuador (papel de SRivera C. y de F. Walsh)