Agradezco a los funcionarios de esta Universidad por honrarme con su hospitalidad y a las instituciones que apoyaron la publicación de esta obra: a la Universidad Paulo Freire, a la UNAN- Managua, en especial a su Decanatura de Educación y Humanidades, al Foro Nicaragüense de Cultura y a la Cooperación Suiza para el Desarrollo COSUDE. A todos les agradezco su desinteresada contribución.
Compañeros muy cercanos, me hicieron llegar gentilmente sus observaciones sobre esta obra que, para ser promovida con las debidas estrategias de hoy, debería acompañarse de un CD gratis, con todas las variedades de La Chica de Ipanema, mi bossa nova favorito, pero, de seguro, la generación exigente de hoy, amante de otros géneros musicales, no se dejaría engañar ni que fuera acompañada de reggaeton.
Opinaban mis amigos, aquellos que han sabido premiar con sus halagos mi mala memoria de acreedor, que esta es una obra fresca y novedosa; otros, más claros, donde la situación anterior es la invertida, es decir, en la que el deudor soy yo, que estaba muy verde para no llamarse con más modestia, manual; hubo quienes manifestaban, que debía trabajar aspectos que se miran muy escandalosos y de mal gusto, anulando así una lección de insolencia que he querido enseñar desde este trabajo; otros, por fin, más sinceros e irresponsables, me recomendaban enviar todo al carajo, secuestrar un bus, llenarlo de meretrices, pasar llenando por la cervecería más cercana e irnos todos al mar, que ya tenía más de la edad debida para pensar en libros y en pendejadas semejantes.
Por su parte, los críticos, sobre todo aquellos de Sudamérica, donde el libro ya tiene buen rato de estar circulando por la generosidad de un grupo de muchachos argentinos que me hospedaron en su sitio web (El Ortiba), y del cual puede ser bajado gratuitamente, expresaban que el libro es un recetario impúdico de citas snobs que lo incapacitaba para alimentar cualquier pensamiento independiente; otros, más despiadados aún, me invitaban a rehacerlo con una profundidad, de la que carecía, partiendo de América Latina, que es donde la obra termina; unos más, se burlaban del número de páginas, delgado para pasar como una gran revelación, donde la gordura y el número de tomos, para temas como estos, según ellos, son virtudes, no defectos; por último, alguien curiosamente señaló el carácter sinóptico de la obra y creyó descubrir una broma de mi parte, en el empleo de la escalera de Wittgenstein, de la que me serví durante toda la ruta, para al final, deshacerme de ella, elogiando el desorden y la incertidumbre.
Cada uno, amigos y críticos, han acordado que la intención de presentar un panorama didáctico de lo que piensan en el mundo actualmente no es una mala idea. Sólo que el empeño puede exceder el talento y los destellos de una sola persona y la empresa exigiría el esfuerzo y la energía de un colectivo. Si he conseguido que admitan esa luz, desde el más comprensivo de mis amigos hasta el más feroz de mis críticos, me siento dispuesto a trabajar con humildad franciscana en tal colegio de autores que quiera profundizar con mayor rigor y sistematicidad esta modesta contribución.
Una de las acepciones de la modernidad, es el modo que las personas tienen de enfrentar su época y la manera que emplean para resolver sus problemas. Moderno viene, pues, de modo. Pero eran dos cosas en una: el modo de ver el futuro y los modos de cálculo y racionalidad para llegar a él. El primero sufrió una crisis tan grande que dio paso a todo tipo de crítica escéptica, cínica y hedonista de los relatos emancipadores, dejando huérfano al segundo, que empezó a tomarse a sí mismo como fin. Esta es la historia del postmodernismo (y sus variedades) por un lado y del neoliberalismo (y sus variedades) por el otro, que dominan, cada vez con menos fuerza, nuestra era. Son las que explican esa paradoja de imaginarnos simultánea y alternamente, como redes e individuos, desde la publicidad y las nuevas tecnologías.
Al vacilar si este trabajo debía llamarlo pensamiento moderno o post moderno, vine a enterarme que no es lo mismo que contemporáneo. Hay, digamos, como dos o más “contemporáneos”. Uno de ellos, el referente (el que impuso Occidente a nuestras clases medias), es más duro. Parece ser inmóvil. Es como la síntesis de todos los tiempos desarticulados (piénsese en América Latina y Derrida) en uno. Es como capa de una cebolla que se ha resbalado para dar paso a otra que quiere coincidir con la siguiente. Pero la que verdaderamente se persigue, se cree que está al final, después de la última capa, donde todos sabemos que no hay nada. Cuidado, sí, con caer en la trampa platónica, donde habría una contemporaneidad eterna y unos paradigmas móviles.
Hasta hace poco lo moderno coincidía con lo contemporáneo, aún hoy muchos autores lo siguen creyendo, empleando lo moderno como lo entendía Baudelaire desde mediados del siglo antepasado o, hace menos todavía, cuando los postmodernos creían ser ellos la contemporaneidad, y ahora cuando son los interculturales 1, y postconsumistas lo que están tratando de hacerlo. Cuando cada uno de ellos ha creído coincidir con el presente en movimiento se disuelve y no logra verse a sí mismo hasta que llega el siguiente. Son víctimas por partida doble de dos ilusiones: un presente inmóvil que saben que existe hasta que dejan de sintonizar con él y otro en fuga constante que no pueden atrapar.
Así como hay dos presentes 2, parece haber más de una contemporaneidad. La que coincide con el paradigma que creía confundirse con ella y la que está sola (una especie de dasein) soportando nuestro peso y, desde el suelo, por efectos refractarios e ilusorios de un estallido extraño de luz a nuestros pies, pero dentro de un cuarto de espejos, a veces, se refleja hacia atrás como remake, revival, kitsch o parodia nostálgica, adelante como futuro emancipador simulado, hacia arriba como cielo salvador de utilería, o hacia adentro como espiritualidad alternativa apta para el comercio. ¿Pero frente a frente, ella misma con ella misma, la contemporaneidad con la contemporaneidad sin mediaciones, el es con el es, lo podremos saber?¿Esta pregunta necia no es la que la parte en dos, la levanta de su unidad lúcida, la sueña real hasta enloquecer y, ya ciega y ebria, la empuja hasta estrellarla contra el suelo, sin disolver la pregunta, porque no sabe que ahí puede estar la respuesta?
La contemporaneidad significó en el imaginario de los modernos una sacralización (herencia de los que venía de derrotar) de la inmanencia que se encadenó a una concepción particular del presente (iluminado desde un futuro prometedor) traducida a economía que se creyó dura y material. Esta se convirtió, primero, en entusiasmo, luego en una pasión y, por último, en una enfermedad, donde se hermanaron desde el liberalismo clásico hasta el marxismo, el neoliberalismo y el neoestructuralismo económico, que ya está cobrando fuerza de nuevo. La obsesión que muchos aún hoy tienen por la economía, les viene de aquí.
En cambio, todos los paradigmas presentados en esta obra (postmodernismos, potscolonialismo, teorías dinámicas no lineales y holísticas), tienen como base tres conceptos claves: la cultura, el sentido y el poder. Creo que los nuevos pensadores, tienen que empezar estudiando la órbita de estos ejes, todos envueltos en la filosofía del lenguaje.
El poder de los imaginarios de los colonizadores, por ejemplo, fue un insumo central para los postcoloniales y los postoccidentales. Mientras que la cultura y el sentido, lo fue para los postmodernos. Los teóricos del caos (que han revitalizado de alguna manera el sinsentido no lineal de muchos fenómenos sociales), han sido menos explotados por las ciencias sociales y, si algo de filosofía del lenguaje tienen, es el descubrimiento de uno de su límites: la paradoja. Tuvieron su momento, es cierto, de éxtasis y furia, pero debido más al snobismo y a una fiebre de los desesperados en busca de nuevos referentes, que no supieron asimilar con paciencia sus frutos, rindiéndose a la primera de bastos y volviéndose a extraviar. Humberto Maturana y Francisco Varela, dos genios que, para colmo, son latinoamericanos, chilenos por más señas, esperan todavía que sus teorías de autopoiesis ( o las de cocreación de las Margulis) sean conjugadas con los nuevos paradigmas sociales.
Con todo, ninguno de mis amigos y críticos, supo ver que esta obra es una extensa carta de amor que abre con una confesión sincera de haber encontrado lo que tanto se buscó y cierra el largo viaje, con otra, donde cansado, busca la mano fiel que lo acompañe de regreso a casa.
Entre el epígrafe de entrada y la frase final de todo el texto, muchos podrán creer que se trata de una obra epistemológica y recapitulativa de los principales esquemas del pensamiento actual. Se encontrarán, en efecto, con ello, pero quiero confesar que es un pretexto banal, un simulacro, un truco melodramático, para engañar a un público que desea actualizarse, amante del presente y las cosas novedosas. Ustedes, con todo el respeto que me merecen, son en realidad parte de una trama y todo el evento, un cómplice involuntario.
En verdad, nada del contenido interno de este inmenso paréntesis que hoy pasa por libro, fue lo importante, sino construir un escenario digno para, desde esta tribuna, confesar el amor y el agradecimiento que le tengo a la persona que más me ayudó en esta empresa. Todo fue como contratar a un Cyrano de Bergerac, en este siglo, y desde un género epistolar cargado de simulaciones epistemológicas y reflexiones, seducir a públicos que fueran testigos de la confesión más madura de mi vida. Una decisión que, ahora sin Cyrano, huérfano frente a ustedes, me queda silenciar, porque no encuentro otro modo de confesarlo en virtud de una vieja promesa de prohibirme amar.
Y sería sencillo, en verdad, decirlo, como lo expresa Neruda:
Esto es sencillo -- dice el poeta.
Muda es la fuerza (me dicen los árboles)
Y la profundidad (me dicen las raíces)
Y la pureza (me dice la harina)
Ningún árbol me dijo:
“Soy mas alto que todos”.
Ninguna raíz me dijo:
“Yo vengo de más hondo”.
Y nunca el pan ha dicho:
“No hay nada como el pan”.
Por mi parte, agrego, el que ama, aunque brinde mil veces las gracias, la amada, en virtud de esa mudez de la bondad que habla Neruda, no necesitará decir jamás: "De nada".
Muchas Gracias María de la Aurora, gracias hijas (Natalia y Adriana), gracias amigas, gracias amigos.
1 Raul Fornet – Betancourt, en una polémica reciente con Luis Villoro, Enrique Dussel y Juan Carlos Scannone, donde sitúa a todos los latinoamericanistas más lejos o más cerca de la interculturalidad que él ha descubierto (en realidad un refrito de la acción comunicativa de Habermas y de la ética de Apel) dividiendo a autores “mayores” o “menores” según se acerquen a él o se alejen, dice que América Latina, en efecto, no existe sino que debemos hablar de “Nuestra América” (en el sentido de Martí) porque la clase media criolla siempre ha negado a los “indios” y a los “negros” desde dentro de esa América Latina de ellos, creyendo Fornet-Betancourt que, por el solo hecho de nombrarlos, ya los conoce y se absuelve así de su complicidad. Al menos, sabemos que este autor ha empezado a señalar que para dejar entrar todas las corrientes de pensamiento hay que destruir el espacio y no encerrarse en América. La idea me llevó a desconocer una América Latina imaginaria para poder ensayar sin remordimientos ni complejos, ideas zen, búdicas y taoístas.
2 Tan confusos son estos tiempos que han alcanzado al concepto mismo de tiempo, con la existencia de “dos presentes”. Uno que, dentro del tiempo histórico, define y distribuye memorias y esperanzas, repartiendo con su poder, imaginarios cambiantes de pasados y futuros y “otro”, que vivimos, pero que no podemos reconocer porque precisamente necesitamos prescindir de todo tiempo (en particular del poder del otro “presente”) para diluirnos en él. Así que vivimos a caballo entre el “presente” como el verdadero poder del tiempo y el presente, sin comillas, que no podemos ver más que sin memoria y sin ilusiones. Ese mismo desde el que nos reconoceríamos como unidades compuestas, por el poder de los otros, de deseos.