PRESENTACIÓN
Por Freddy Quezada
El empleo de los términos políticamente correctos para no ofender a nadie, se llevaron bien recientemente, hasta que los interpelados empezaron a decir, no sin cierta razón, que su empleo por parte de los destinadores, eran poco menos que hipocresías. Muchos de los destinatarios al asumir los viejos epítetos ofensivos, pasaron a usarlos con orgullo, así los gay, los negros, los chicanos, los latinos, etc. Aquí empezó el
problema (Véase mi artículo
“La Venganza de la Política” ). Hasta las caricaturas, como
Speddy González, fueron prohibidas en EEUU (para no ofender a los inmigrantes mexicanos), los
comics de
Memín Pinguín en México, subieron su demanda al retirar de
circulación las estampillas de correo con su imagen (para no ofender a los "negros") y la prohibición de llamar “indios” a los americanos de las comunidades originarias de
Abya Yala, se ha vuelto un imperativo entre los académicos.
Pareciese que el lenguaje se emplea, ahora, para sentirse bien con sólo el hecho de no ofender a nadie, o reparar injusticias, teniendo la conciencia tranquila y la satisfacción del deber cumplido. La doble moral en estos nuevos terrenos (y no en los viejos donde lo fundamental era la práctica, los contenidos y los ejemplos de los actores) es ahora con y en el lenguaje. El malestar debe provenir de
no decir correctamente las cosas (como no llamar a un doctor por su título, por ejemplo) y no necesariamente de
no hacerlas bien (aunque el doctor sólo sepa como debe llamársele). La acción ha sido sustituida por la dicción; la promesa por la regla; el fin por el medio. Hay que sentirse mal si uno no cumple las reglas, y bien si las observa. Es el equivalente a dar limosnas a mendigos a la salida de los templos, para tranquilizar las conciencias y responder al dolor y reclamo ajeno. No importa si mejoran o no realmente los destinatarios. No es la promesa, sino la observancia de la ley. Con el tiempo, terminarán todas estas cosas como formalidades y cumplidos.
Eco lo dice así:
“Ello explica por qué una categoría pide cambiar de nombre y, al cabo de cierto tiempo, dejando intactas ciertas condiciones iniciales, exige una nueva denominación, en una huida hacia adelante que pudiera no tener fin si, además del nombre, la cosa en sí misma no cambia”.El lenguaje ha pasado a ser, pues, el nuevo campo de batalla.
Los artistas, sus mejores conocedores, empezaron a inquietarse, como
Mario Vargas Llosa (quien acaba de rendirse a la cultura de masas con la serie televisiva de acción
“24 horas” ), que se preguntaba si había que correr para hacerse perdonar el empleo políticamente incorrecto de llamar de manera onerosa a ciertos personajes arquetípicos del arte mundial (como
El Cíclope, El Jorobado de
Notre Dame, Yago, Mefistófeles, los ciegos de Sábato, los monstruos de Goya, etc.). Hoy presentamos este artículo de Umberto Eco sobre este tema candente y contemporáneo.
SOBRE LO POLITICAMENTE CORRECTO
Por Umberto Eco Considero que la expresión «políticamente correcto» se utiliza ahora en un sentido políticamente incorrecto. En otros términos, un movimiento de reforma lingüística que ha engendrado usos lingüísticos desviados. Si leemos el artículo que la
Wikipedia (una enciclopedia en línea) consagra a la expresión «políticamente correcto», uno encuentra también su historia.
Parece ser, entonces, que en 1793, la Corte Suprema de los Estados Unidos (en el affaire «Chisholm contra Georgia ») estimó que se citaba con demasiada frecuencia un Estado en lugar del Pueblo, para cuyo bien existe el Estado, y que, por tanto, no era «políticamente correcto», cuando se hace un brindis, hablar de los Estados Unidos en lugar del «Pueblo de los Estados Unidos».
Posteriormente, el movimiento tomó cuerpo en los medios universitarios estadounidenses al comienzo de los años 80 del siglo pasado en tanto que (continúo citando a la
Wikipedia) alteración del lenguaje tendiente a subsanar discriminaciones injustas (reales o imaginarias) y a evitar ofender, encontrando eufemismos para usos lingüísticos que conciernen las diferencias de raza, de género, de opción sexual, impedimentos físicos, religión u opiniones políticas.
Todos sabemos que la primera batalla de lo «políticamente correcto» tuvo lugar para eliminar los epítetos ofensivos hacia las personas de color, no solamente el infame nigger sino también negro, palabra que en inglés se pronuncia «nigro», y que tiene resonancias de préstamo a la lengua española y recuerda los tiempos de la esclavitud. De allí el empleo, primero, de black y después, gracias a una nueva corrección, de african-american.
Esta historia de la corrección es decisiva porque ella subraya un elemento importante de lo «políticamente correcto». El problema no es que « nosotros », los que hablamos aquí, decidamos cómo llamar a los «otros», sino que dejemos decidir a los otros la forma en que quieren ser llamados y que, si la nueva terminología, de una manera u otra, continúa molestándolos, aceptemos la proposición de una tercera denominación.
Si uno no se encuentra en una determinada situación uno no puede saber cuál es el término que molesta u ofende a aquellos que se encuentran en ella; hay que aceptar, por tanto, sus propuestas. El caso típico es el de la decisión de utilizar la expresión «invidente» en lugar de «ciego». Se puede considerar legítimamente que no hay nada de ofensivo en la palabra «ciego» y que utilizarla no aminora, al contrario refuerza, el sentimiento de respeto y solidaridad que se debe a aquellos que pertenecen a esta categoría: hay aún cierta nobleza en hablar de Homero como el gran visionario ciego, pero si aquellos que pertenecen a esta categoría se siente más cómodos como «invidentes», estamos obligados a respetar su deseo.
¿Era insoportable la palabra «barrendero» para aquellos que desempeñaban este honesto oficio? Bueno, si la categoría en cuestión lo desea, emplearemos el término de « técnicos de superficie ». Por amor a las paradojas, el día en que los abogados se sientan incómodos por este apelativo (quizá porque despierta el eco de términos peyorativos como «abogaducho», abogado de causas perdidas o poco talentoso) y pidan ser designados como « operadores jurídicos», sería correcto atenerse a este uso.
¿Por qué no habrían de soñar nunca los abogados con cambiar de denominación? La respuesta es evidente: porque los abogados gozan de consideración social y disfrutan de excelentes condiciones económicas. La cuestión es, por tanto, que con frecuencia la decisión políticamente correcta puede representar una manera de eludir los problemas sociales aún no resueltos, camuflándolos con un uso más cortés del lenguaje. Si decidimos llamar a las personas en sillas de ruedas minusválidos y no paralíticos, y que, a continuación, no construimos rampas de acceso a los lugares públicos, habremos dejado de lado la palabra de manera hipócrita, pero no el problema. Vale lo mismo para el bonito reemplazo de « desempleado » por « buscador de empleo »
Ello explica por qué una categoría pide cambiar de nombre y, al cabo de cierto tiempo, dejando intactas ciertas condiciones iniciales, exige una nueva denominación, en una huida hacia adelante que pudiera no tener fin si, además del nombre, la cosa en sí misma no cambia.
Hay incluso retrocesos, cuando una categoría pide cambiar de nombre, pero, en su propio lenguaje, mantiene el antiguo, al que regresa como un desafío: la
Wikipedia menciona que, en ciertas pandillas de jóvenes afroamericanos, se utiliza con arrogancia la palabra nigger pero, naturalmente, cuidado si no es uno de ellos mismos el que la utiliza, un poco como los chistes sobre los judíos, los escoceses o los habitantes de Cuneo que solamente pueden contarlos los judíos, los escoceses o los habitantes de Cuneo.
Traducido del francés por Antonio Ward a partir del artículo
«Digressions sur le politiquement correct», traducido del original italiano por Pierre Laroche
LE MONDE,
jeudi 10 août 2006 (c) 2006 RCS libri S.p.A., Bompiani, Milano.
(c) 2006,
éditions Grasset et Fasquelle pour la version française.