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Thursday, December 01, 2005

El Güegüense y las identidades en Nicaragua


Por Freddy Quezada

De Francia, sólo recuerdo a una señora de edad, parecida a esa figura que usaba en sus filminas la Alianza Francesa hace años, para representar a la dueña de los apartamentos donde vivían Pierre Bertin y Michelle Deschamps, los dos jóvenes con los que uno aprende a decir las expresiones más comunes: bon jour, au revoir, j´ te aime, etc. La señora, regaba agua sucia en una calle de París, exactamente como en los barrios pobres de Managua. Creo que fue Julio Cortázar el que definió al realismo mágico como si al doblar la esquina de una ciudad, sin sobresaltos, uno se encontrara en otra.

Ahora que la UNESCO declaró como patrimonio universal oral al baile sainete El Macho Ratón, en Nicaragua se ha producido algo muy curioso cuya dinámica también es advertible en otras ramas de saberes. Nos sentimos más nicaragüenses porque nos reconoce una entidad internacional. ¿Tenemos que sentirnos más nicaragüenses porque la UNESCO lo diga? Si lo sentimos es porque las identidades tienen un componente de poder en manos de los "otros" que lo pueden construir, determinar o influir. Supongo que es algo parecido a lo que cuentan los escritores del boom cuando dicen que fue en Francia donde maduraron su lucidez y conciencia latinoamericana, como yo encontré la mía por medio del agua sucia de una madame.

A veces necesitamos perder algo para recuperarlo. Lógica algo absurda cuando se intenta pasarla a otros campos.

La identidad de los nicaragüenses no es la del güegüense (con "c" o con "s", qué diablos importa!!!). Es un símbolo instituyente que sirve para muchas cosas. Su aspiración a canon identitario nacional es fruto de otras épocas. Erick Blandón en su estupendo estudio (El Barroco Descalzo) lo descontruye (mi comentario), pero el reconocimiento de la UNESCO es la típica rivalidad entre la academia y el poder. Si ya lo mencionan poco, menos que mencionarán el trabajo de Blandón de aquí en lo sucesivo. Será marginado y sepultado por miles de otros estudios (los ingenieros de canon, me ahorro nombres, ya están preparando sus consultorías y frotándose las manos para el negocio) que ayudarán hacernos creer lo que insinúa la UNESCO, que nosotros nos parecemos al símbolo, como las películas, las telenovelas y las noticias ya no son el reflejo de la realidad, sino nosotros el de ellas.

Como el concepto "pobre" (un categoría bíblica) que el BM, el FMI, la ONU, el PNUD y otros, le impusieron a nuestros centros más prestigiosos de investigación que antes usaban otros más finos y aproximados (CEPAL, FLACSO, en menor medida y con resistencias débiles la CLACSO, etc) y por extensión a nuestras universidades y a nuestros intelectuales. Así funcionan las cosas hoy. Así han funcionado siempre realmente. Sólo que hasta ahora nos enteramos.
El nicaragüense es una composición múltiple, pero también todas la nacionalidades del mundo lo son. No sólo "nosotros" (estas comillas ya son lazos débiles que reclaman no sólo delimitación de territorios, parentesco, habla y valores) somos los hipócritas y malhablados. Los hay en cualquier sitio. Entonces no hay diferencias porque está en todos lados. (Sabiduría taoista: si lo negro y lo blanco, en el yin yan, está en ambos lados, quiere decir que no hay dos lados, sino uno solo, cuya diferencia es de cantidad, que no lo vemos). En realidad, el derecho de la diferencia es el consumo.

Probablemente yo como nicaragüense comparta muchos más valores con los costarricenses que con algunas comunidades originarias de mi propio pais como los miskitos (sobre todo con aquella corriente que ya tiene hasta una constitución con sus preceptos y ley orgánica para el día que se separen). O que los afrocaribeños "nuestros" se sientan más solidarios con los afroamericanos de EEUU y con los criollos de Puerto Limón, en Costa Rica, que con mestizos como yo.

"Lo que llamamos 'mestizo' -- nos dice un antropólogo latinoamericanono -- no es a menudo más que un indio que se niega o no se asume como tal, en virtud del estigma que pesa sobre su identidad y la discriminación que él mismo conlleva. Darcy Ribeiro afirma... que nosotros surgimos de una negación, de la desindianización del indígena, de la desafricanización del negro y hasta de la deseuropeización del europeo..." A lo mejor, por esto último, agregaría yo, es que "sentimos" (básicamente la clase media) que nos falta algo, que carecemos de algo, que debemos buscar hacia arriba y hacia afuera algo que precisamente es lo que ya tenemos.

La situación recuerda esa expresión de Fredrick Jameson sobre el "candor y la inocencia" que él cree mirar en las obras de García Márquez que le recuerdan al pasado de su propio país, el mismo, para regresarle el cumplido a este caballero revolucionario, que nosotros advertimos en las de Noam Chomsky, en las que miramos el "candor y la inocencia" que recuerdan al Lenin duro del "Imperialismo fase superior del capitalismo".

El mismo "indio" que los europeos y los norteamericanos ocupan para borrar las diferencias internas entre ellos, es la ocupamos también nosotros al llamarlos "euronorteamericanos", sin advertir que hay varias Europas y que la cultura estadounidense también son múltiples y entre ellas, a veces, se detestan. Definitivamente el dolor (la narración que busca liberarse de su propia caída) no es más que el placer (el instante eterno) cuando se hace historia a la manera occidental.

Ciertamente hay conflicto de valores identitarios. ¿Son rígidos o flexibles? ¿Cuál de ellos es el dominante? ¿Cuál de ellos me informa, determina y condiciona? ¿O cuál es el que derrota con más facilidad a los demás? Hay travestis que son "mujeres". La comilla aquí significa el misterio del ser, porque no tienen ninguna diferencia a excepción del sexo, que no tiene la menor importancia para estos casos. Es curioso que en los casos “normales”, el género está condicionado culturalmente por el sexo, pero cuando es al revés, en el caso de los travestís, nos damos cuenta que no cuenta. Es muy posible que el sexo, también, sea un invento.

Hay culturas donde es má importante diferenciar a las personas por la edad que por el género (donde hay hasta cinco tipos). Hubo razones de poder en nuestra cultura para que fuera el sexo y no el tipo de sangre (biológicamente más diferenciador; hoy seríamos algo así como seis tipos de personas), por ejemplo, lo más distinguidor, por decirlo así.
La identidad es una máscara de la nada, ese crimen perfecto sobre la realidad de la que todos somos cómplices, porque no nos decimos que el más perfecto de los crímenes es el que no se comete. Cuando decimos que no hay identidades, no somos verdugos, ni desenmascaradores, sencillamente nos asumimos como la nada de la nada. Los hindúes le llaman a toda esa danza de la identidad una "maya", una ilusión.

La pregunta sobre la identidad es la pregunta sobre el "yo" o los "yoes". Y su vinculación con el deseo (a través de la publicidad) hace converger la temática "occidental" con la "oriental". Hace poco me sorprendió la expresión de un estrella de cine, deprimida por el tedio de sus triunfos, que confesaba tenerlo todo, pero le hacía falta, ahora, no tenerlo, para conseguirlo de nuevo. Del mismo modo, el que no tiene nada, ignora que lo tiene todo; al empezar a buscarlo, lo pierde, el cretino. El precio de toda conciencia es la escisión del sí mismo, que produce la ilusión. Esta operación es lo que separa al uno del uno; al sí mismo del sí mismo. A Shiva de Brahman. Como pueden ver, donde empieza su historia (el relato de una caída) "Occidente", termina "Oriente" la suya. Aquel abre lo que este ha cerrado para siempre.

Entre comillas, occidental y oriental, porque están en ambos lados. Y si una se ha impuesto a la otra es por puras razones de poder. No hay sabiduría "oriental", como nos ha hecho creer Occidente con su complejo de culpa de haber colonizado sus tierras de origen y su arrepentimiento de haber rebajado a "sabiduría" lo que nunca quiso llamarle ciencia como a la suya. Ni el "Oriente", es lo que imaginamos de él. Son tan occidentales como el que más. Krishnamurti supo ver tan bien esto, y no hay que confundirlo con el universalismo eurocéntrico de la Ilustración cuando decía que la identidad es separadora, que aún no entiendo cómo nadie ha recogido sus lecciones. “Trazamos un círculo alrededor de nosotros: un círculo alrededor de uno mismo y un círculo alrededor de los demás. Habiendo trazado el círculo -- sea el círculo del `mí´ y del `tú´, o el de la familia, o el de la nación, o el de la fórmula de dogmas y creencias religiosas, o el círculo del conocimiento que uno teje a su alrededor -- estos círculos nos dividen”.
El güegüense puede ser entendido como Don Quijote, por lo viejo, no por lo "nica", como ahora nos distinguen los "ticos" (ya llegará el día a que estos últimos también los distingamos de los costaricenses por sus niveles culturales). Más por su astucia que por su hipocresía; por sus estrategias de venta que por sus ofensas; por su humor que por sus trampas; por su rebeldía que por su veneno; por su sabiduría que por su nacionalidad. Detrás de la máscara del güegüense, por supuesto, hay un anciano que, a su vez, está detrás otro (sus ancestros concretos). Pero hoy su rostro ya no lo podemos ver como es, porque “otros” precisamente nos han dicho que es un mestizo o un indio que reniega de sí mismo. El verdadero ha desaparecido y ha ido a reunirse con el que no existe, y como ironía al cerrar un trabajo como este, para cubrir un rostro que ya no tiene.

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