Nudos tensivos de la
decolonialidad
(con los decoloniales contra ellos)
Freddy Quezada
Digo, en el subtítulo, "con ellos contra ellos", como Derrida decía de Heidegger, para justifcarse por su empleo: "con Heidegger contra Heidegger". Antes que nada, quiero saludar a la decolonialidad, un movimiento descentrador
del pensamiento eurocéntrico en Nuestra
América, que ha encontrado en los representantes decoloniales, y su nuevo (u “otro”,
como ellos prefieren llamarlo) programa emancipador, a sus más grandes deconstructores. Animo, y que se cuente conmigo en cualquier momento y lugar para publicitar este paradigma "otro", sobre la realidad de las excolonias.
Pero, como
en las fórmulas rituales de los tribunales académicos examinadores de tesis, después de los elogios protocolarios,
es de recibo presentar, a mi juicio, lo que considero tres nudos tensivos de
esta nueva propuesta emancipadora en tierras americanas. “Nudos”, en el buen término.
Como un encuentro y desencuentro, a la vez, de los múltiples hilos que cruzan
un enjambre hasta alzarlo para abrirse en distintos sentidos, incluso opuestos,
en contra de la voluntad e intención, muchas veces, de sus emisores.
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1. El papel del pensamiento.
Sin duda, la crítica al eurocentrismo por
parte de los decoloniales, es del todo pertinente, haciéndonos ver que toda la
historia europea se presenta como modelo para sociedades que no son ellas, de
donde derivan un poder epistémico que sigue colonizando nuestras cabezas, aunque
ya no nuestras naciones, a partir de
seis lenguas --tres renancentistas (italiano, castellano y portugués) y tres modernas
(francés, alemán e inglés) y una ruta que va de Atenas hasta Alemania, pasando
por Francia e Inglaterra, en un tejido complejo de rivalidades y colaboraciones
alternas entre ellas. Fuera y debajo de tal tejido, todo es inferior, hasta el
grado que la denuncia por parte de los decoloniales, los autoriza a presentar un programa que emancipe a los "otros" (en especial originarios y afrodescendientes), cuya diferencia se emplea para jerarquizarlos. Hasta aquí, todo bien. Pero la solución desde la que los decoloniales brindan sus recomendaciones,
el pensamiento “otro” es, precisamente,
el problema. Y aquí, si vamos a romper el candado eurocéntrico, que sea por
todo lo alto, incluyendo el salto por
los aires del cerrojo, del pensamiento mismo, sin apellidos. No se trata de dividir al pensamiento en dos:
uno bueno (”
Besinnliche Denken”) y otro malo (
Rechnende Denken), como hizo en
su momento Heidegger, (guardando para sí, la reflexión y, para los demás, la metafísica, la tecnología y el cálculo) probablemente el mejor explorador del pensamiento en
occidente. Se trata de verlo en su unidad y de cuestionarlo con la colaboración
de otras tradiciones, “orientales” por más señas, que desde siglos lo han
examinado.
“¿Puede el pensamiento que
crea los problemas, resolverlos? “. Krishnamurti.
2. El papel de la esencialización de los sufrientes No resolvemos nada, si de resolver
cosas trata la tradición occidental, si sustituimos unos sufrientes por otros
en el recibimiento, por parte de intelectuales, de un programa que los emancipe
del Mal. Hay una crítica de Javier Franzé a la teoría decolonial que le recomienda dar un paso atrás para no desembocar en un llamado salvífico, lo que termina haciendo todo programa emancipador; les aconseja también, mantener así una suerte de pureza teórica que no la envenene. Es como aquellos pequeñoburgueses que censuraba Marx al proponer regresar a la comunidad agraria frente a la destrucción ocasionada por la revolución industrial, cuando de lo que se trataba, según Marx, era de empujar con más fuerza hacia delante. Y empujar hacia adelante, para el caso que nos ocupa, significaría arrastrar al empujador y deshacerse en las mezclas que lo reciben. Puede reconocerse que haya cierto avance (en el campo de las preposiciones)
de cómo la representacionalidad de lo sufrientes ha pasado de “hablar por” o “para”
a hablar “con” los sufrientes. Se admite ya, en este último escenario, el bajo
peso de las vanguardias y sus arquitectos, los intelectuales, pero aún se hacen
necesitar de un papel coadyuvante (como Simón Cirineo que ayuda al Señor en su
calvario) que más bien pareciera resistencia ante la voluntad soberana de los
propios sufrientes a decidir por sí mismos, como siempre lo recomendaron los
anarquistas clásicos. La liberación aunque sea epistémica, creída como la más alta,
puede ser una ilusión óptica que nos deslice una vez más por la pendiente de
las utopías, tal como parece demostrar la alianza entre la decolonialidad y el
socialismo del siglo XXI. Siempre, como decía Octavio Paz, tendemos a confundir
el resplandor de la aurora con los destellos de una pira sangrienta.
3 3. El papel de los mestizajes epistémicos Vivimos un mundo de impurezas, (algunos autores
dicen que siempre ha sido así), cuya base es combinar más impurezas aún, sobre
todo por la aceleración de las nuevas tecnologías, hasta el grado de adquirir una autopropulsión
creadora, a base de dejarse interrumpir por otras tradiciones que se le imbrican, cuyos resultados ya no se pueden prever ni calcular. Los decoloniales no han sabido ver
esto, pese a incorporar a su oferta, a las pensadoras de fronteras, que hacen
mezclas no sólo culturales, sino epistémicas, sin desgarramientos intelectuales,
agentes estos, a quienes les interesa mantener unas purezas conceptuales (tentaciones de las que no se libran los decoloniales mismos) de las
que viven para justificar su oficio e impedir una segura sepultura por las
mezclas que efectúa la gente común y corriente todos los días. Pero, los
supermestizajes no son más que dejar entrar en uno, o hacer explícito, el todo
mismo que ya portamos. Es una concepción hologramática, viejamente explorada
por las tradiciones hinduistas del pensamiento y recuperada incluso por algunas
corrientes científicas desde las dinámicas no lineales. Si en las partes ya está
el todo, hay que reconocer, como daba a entender Nagarjuna, en consecuencia, que
no hay partes ni hay todo.