SOS: Cultura partidizada
Douglas Salamanca
El actual gobierno sandinista se ha caracterizado por una actitud persecutoria hacia la cultura que no se había visto desde el primer gobierno de Daniel Ortega en los años ochenta. Entre los casos más sonados dentro de este contexto se encuentran el acoso al padre Ernesto Cardenal, por sus declaraciones críticas en el extranjero, la prohibición a la publicación en España de un prólogo de Sergio Ramírez a un libro de Carlos Martínez y las amenazas de muerte anónimas contra el caricaturista Manuel Guillén, las que lo obligaron a emigrar del país.
El hecho es muy preocupante, dado que la partidización de la cultura entraña una violación a los derechos humanos. Más grave aún resulta el hecho de que en diversos casos se hayan empleado las amenazas de violencia en contra de los artistas. Otras dos víctimas de la represión a la libertad de expresión son el humorista Luis Enrique Calderón y el comentarista deportivo y cultural Edgard Tijerino Mantilla. En particular, se ha observado que el mayor ensañamiento se ha concentrado en aquellos que recurren como su arma principal para la crítica a la parodia, la sátira y la comicidad.
Un poco de historia
La partidización de la cultura no es un fenómeno nuevo. Se ha dado históricamente en muchos países y está presente aún en otros, como Cuba, y reviste un grado variable de gravedad, dependiendo de la rigidez de los controles gubernamentales establecidos.
Fue en la Unión Soviética, bajo el gobierno de Stalin, donde se dieron, a partir de la tercera década del siglo XX, una serie de lamentables manifestaciones orientadas a ejercer un control ideológico férreo sobre la actividad de los artistas, escritores e intelectuales. Esta represión estuvo a cargo del comisario de Cultura, quien, irónicamente, no era ningún analfabeto, sino más bien considerado por muchos un eminente políglota y erudito. Su nombre era Anatoly Lunacharsky (1875-1933), y escribió muchas obras que en la actualidad están todas piadosamente olvidadas. Esta misma persecución se dio también bajo el gobierno nazi en Alemania, estando su implementación a cargo del tristemente célebre Joseph Goebbels, quien ejercía el cargo de ministro de Propaganda e Ilustración pública. Algo similar ocurrió también bajo la férula de Mussolini en Italia. Una víctima del fascismo italiano fue el connotado intelectual neo-marxista Antonio Gramsci, quien acabó sus días en la cárcel, donde escribió prácticamente toda su obra. En Cuba, son conocidos los casos de Reinaldo Arenas, Edmundo Desnoes y Guillermo Cabrera Infante, todos los cuales se vieron precisados a buscar el camino del exilio. Sin embargo, los escritores y artistas que muestran su adhesión al régimen castrista gozan de una serie de ventajas importantes. Es decir, que son recompensados por su obediencia. De hecho, ellos ejercen su labor dentro de condiciones de bienestar material superiores a las que tienen la mayoría de sus homólogos en los países capitalistas en desarrollo. Dicho de otra manera, el Estado recompensa su respaldo incondicional apadrinándolos y acogiéndolos bajo su protección.
El caso de Cuba cobra enorme relevancia para nosotros, ya que este ha sido y sigue siendo el modelo y el paradigma en que se ha inspirado el orteguismo para modelar su política oficial hacia el sector cultural. El objetivo del orteguismo respecto a la cultura es militarizarla. Pero no ha podido hacerlo completamente, debido a la resistencia que opone la ciudadanía. Sin embargo, la tendencia a la militarización de la cultura, en el ámbito que cae bajo la influencia del gobierno, se mantiene latente, e incluso se ha perpetrado de manera parcial en algunos sectores y bajo ciertos aspectos. Algunos recursos de tipo militar empleados al interior de la cultura son: la uniformización del pensamiento, a través de la propaganda, la intimidación a los disidentes y el silenciamiento de las voces críticas a través de la exclusión.
Vale la pena señalar, dentro de este particular, que algunos militantes sandinistas han sido purgados por exponer opiniones divergentes respecto al dogma oficial. Uno de los casos más sonados de ese tipo fue el del sociólogo Oscar René Vargas, cuyas veleidades y cuyas desviaciones de “librepensador” fueron drásticamente castigadas por el gobierno, revocándole el nombramiento que se le había hecho como embajador de Nicaragua en Francia.
Polarización de la cultura
En la década de los ochenta, en Nicaragua, el sector cultural se vio en la disyuntiva de tener que alinearse a favor o en contra del gobierno. La figura que encabezó a los artistas y escritores independientes fue sin lugar a dudas el poeta Pablo Antonio Cuadra, quien dejó oír su voz y su posición de manera reiterada y muy firme a través del diario La Prensa. Tras el triunfo presidencial de Violeta de Chamorro esa situación se terminó, y pareció convertirse en otro infame capítulo más de nuestra lamentable historia nacional que no volvería a repetirse.
Pero, contrariando todas las expectativas, el repudiable fenómeno ha vuelto a presentarse, adoptando características acaso más sutiles, pero no menos insidiosas ni nefastas. Previsiblemente, muchos artistas y escritores se han visto precisados a practicar el camaleonismo político, para evitar ser objeto de represalias. Así, por ejemplo, el pintor Sergio Velásquez, que tiene un cubículo en el Centro Cultural Ruinas del Gran Hotel. El considera que la represión de las turbas orteguistas en contra de los ciudadanos que reclamaban por su voto fue demasiado brutal y violenta. Pero se abstiene de manifestar su inconformidad en público, por miedo a ser despojado del lugar que ocupa como su taller e incluso como galería para exhibir sus obras. El mantiene una relación fluida y amistosa con Luis Morales Alonso.
Curiosamente, no ha surgido hasta ahora ninguna entidad connotada de intelectuales opuestos al gobierno que se haya manifestado claramente en contra de lo que sucede en el sector oficializado de la cultura, aunque hubo un intento (frustrado) de conformarla al interior del Centro Nicaragüense de Escritores.
La gestión del aparato cultural es una de las atribuciones de la señora Rosario Murillo, quien funge como secretaria del Consejo de Comunicación y Ciudadanía. Es de ella de quien emanan, en principio, las directrices y orientaciones que se ejecutan por el ministro de cultura. Fue ella también quien elaboró la política cultural que se ejecuta o se aplica actualmente en el país. Según declaraciones del actual codirector de Cultura, Luis Morales Alonso, expresadas en un encuentro con artistas de Ciudad Sandino, la prioridad del Instituto de Cultura son las fiestas religiosas populares.
Mientras en la década de los ochenta tuvo mucho protagonismo la llamada Asociación Sandinista de Trabajadores de la Cultura, hoy en día se ha creado una instancia nueva que son los Consejos del Poder Ciudadano, los cuales contienen una sección o capítulo referente a la cultura. Es de señalar que el Gabinete de los Consejos del Poder Ciudadano también es coordinado por Rosario Murillo, de manera que ella tiene dos vías complementarias para incidir sobre la cultura desde dos posiciones de poder, el cual ejerce de una manera que sólo puede considerarse maquiavélica. Si bien los Consejos del Poder Ciudadano relativos al capítulo de la cultura son absolutamente incapaces, e inoperantes en cuanto a estimular la cultura, y están en manos de personas ignorantes, ellos juegan sin embargo un rol político importante, desde el punto de vista represivo, y se revisten de un carácter policial, para fiscalizar, excluir y castigar a intelectuales y artistas que no comulgan con el oficialismo. Esta actividad represiva, excluyente e intimidatoria está focalizada a nivel de cada uno de los territorios en que esos organismos ejercen su lamentable influencia.
Un ambiente de temor
No hay ecuanimidad, ni puede haberla, en los concursos, certámenes y otras convocatorias realizadas por el Instituto de Cultura, que se ha convertido en un instrumento de propaganda al servicio del orteguismo. Ellos convocaron, por ejemplo, a un concurso para escribir un prólogo al libro La insurrección solitaria, de Carlos Martínez Rivas, poco después de prohibir el prólogo de Sergio Ramírez. Sobra decir que ese concurso tenía una connotación eminentemente política, y poco o nada de preocupación por promover en nuestro país el amor a la literatura, y tuvo tan poca acogida que fue declarado desierto. El Instituto de Cultura, al igual que todos los otros entes y ministerios e instituciones del Estado, se ha convertido en un reducto del más abierto y sectario partidismo sandinista.
Según el poeta Guillermo Rothschuch Tablada, el lnstituto de Cultura “es otra dependencia del gobierno, que obedece a lineamientos del partido en el poder”. El añade que esta situación estanca la cultura, pero es optimista al asegurar que “a pesar de eso avanzamos, y es que nada se puede hacer contra la inteligencia, ya que esta termina siempre por imponerse”.
Los mismos escritores se autoexcluyen de aquellos concursos y convocatorias que se hacen mediante llamados públicos, pero que, como se sabe, están orientadas a favorecer a los militantes y simpatizantes del partido gobernante. Transcribimos a continuación, a manera de ejemplo, una actividad anunciada en la Agenda del Instituto Nicaragüense de Cultura:
04:00 p.m. El Ministro-Director del Instituto Nicaragüense de Cultura, Arquitecto Luis Enrique Morales Alonso, se reúne con el Alcalde del Poder Ciudadano de Ciudad Darío, compañero José Ángel Cardoza y con autoridades locales para efectos de planificar la “Jornada Dariana 2011”. Participan: Delegados de la Juventud Sandinista, JS19J, del Movimiento Cultural “Leonel Rugama”, Gabinetes de Cultura y Turismo del Poder Ciudadano, profesores del MINED y personalidades e intelectuales locales.
Lugar: Casa Natal “Rubén Darío”, Ciudad Darío, Matagalpa.
Como puede verse, la actividad de conmemoración dariana, que debería ser abierta a todos los ciudadanos, adquiere un carácter eminentemente partidista, lo cual en la práctica excluye la participación de personas que no comulgan con esa ideología.
Ellos han logrado imponer entre intelectuales y artistas el miedo a las represalias y a la exclusión, por lo cual la inmensa mayoría de ellos han optado por una actitud cautelosa y evitan manifestarse abiertamente al respecto. De acuerdo al sociólogo Freddy Quezada, el discurso cultural del gobierno es consustancial a su naturaleza y asegura que él “haría lo mismo”, de encontrarse en la situación de Rosario Murillo. Sin embargo, él manifiesta que firmó una carta colectiva protestando por la prohibición de que se publicara el prólogo de Ramírez citado antes. Lo hizo, según manifiesta, por “combatir la intolerancia y defender la libertad de expresión”.
Según declaraciones de Luis Enrique Calderón al periódico Nica Times, él recibió ofertas del gobierno, a través de Fidel Moreno, para ayudarle a pagar su casa, darles becas a sus hijos y librarlo de todas sus deudas. A cambio de ello, él debía, según afirma, “no burlarse de los programas sociales del gobierno, ni atacar al cardenal Obando y Bravo”. Tampoco debía criticar a la “pareja presidencial” ni seguir apareciendo en el programa televisivo de Carlos Fernando Chamorro”. Según Calderón, él rechazó ese ofrecimiento, pues atentaba contra su dignidad.
En la versión digital del periódico sandinista “El 19”, se publica esta noticia:
Movimiento cultural Leonel Rugama impulsa concurso de arte.
09 de Septiembre de 2010 | Celia Méndez Romero.
El Movimiento Cultural Leonel Rugama hizo el lanzamiento oficial del concurso de artes en tres categorías, música, literatura y pintura, que tiene por lema “Previniendo la violencia construimos Patria y Revolución” y que está dirigido a las personas entre las edades de 13 y 29 años.
Como se puede ver, el concurso en mención, financiado con fondos estatales, establece un sesgo partidista y excluyente, al hablar de que lleva por lema algo relacionado con la “revolución”. Queda por lo tanto descartada de esa concurso la participación de cualquier obra que muestre una actitud crítica o cuando menos independiente en relación al gobierno orteguista. Eso conduce, necesariamente, al triunfo del servilismo y de la mediocridad, como lo demuestra elocuentemente nuestra deplorable realidad cultural.
Pero el Instituto de Cultura recibe ayuda de la cooperación internacional, la cual debería condicionar sus aportes al establecimiento de un clima político que sea propicio y conducente al florecimiento de la tolerancia, la pluralidad y de la divergencia. Esos donantes foráneos poseen, a través de los resortes económicos, diversos mecanismos de influencia para incidir sobre la situación prevaleciente, moderando las tendencias excluyentes y sectarias. Las represalias aplicadas contra aquellos intelectuales connotados envían una señal muy elocuente a otros que tengan intenciones de sublevarse, creando un ambiente de intimidación y chantaje.
Una cultura empobrecida
A través de incidentes como el de la prohibición al prólogo de Sergio Ramírez, el gobierno envía un mensaje elocuente y amenazador, a todos los potenciales disidentes. Ellos deben contar con el hecho de que sus críticas al gobierno orteguista no quedarán impunes, y la venganza contra ellos no se hará esperar, y se hará sentir de una manera u otra. En el mejor de los casos, se les aplicará el ostracismo y la ley del hielo, condenándolos a ser ignorados por completo y a no recibir ningún tipo de apoyo, reconocimiento ni subsidio. También se les cierran las puertas para participar en ningún tipo de convocatoria a certámenes, concursos, o patrocinios. Ante estas circunstancias, son pocos los que se atreven a adoptar una actitud de abierta oposición, o cuando menos mínimamente crítica. Muchos optan por actitudes ambiguas o contradictorias, cuando no por el más rotundo silencio. Mantener un criterio propio, dentro de este ámbito y dentro de estos estamentos, se ha convertido en un grandísimo lujo. Sólo están en capacidad de manifestar sus criterios sin ambages aquellos que disfrutan de una posición social destacada, una situación económica sólida, y no tienen juicios pendientes en los tribunales. Ellos sí pueden, dentro de algunos parámetros, ser explícitos al expresar su inconformidad con la política cultural del gobierno, pues se sienten, relativamente, a cubierto de cualquier maniobra intimidatoria. Sin embargo, la mayoría de los testigos o informantes consultados para escribir este reportaje, se muestran temerosos, y se niegan rotundamente a hacer, ni siquiera bajo el amparo del anonimato, declaraciones que puedan exponerlos a algún tipo de represalia.
Una situación contradictoria
Una situación insólita y contradictoria al interior de la cultura en Nicaragua es la siguiente. El gobierno orteguista, que se dice revolucionario, ha optado por endosar acríticamente lo que podría llamarse “el proyecto cultural de la burguesía”. Esto significa que, en aras de no complicarse la vida, y de no abrir un nuevo frente para la pugna político-ideológica (y también por ignorancia), el orteguismo ha tomado la vía de refrendar los postulados de la cultura oficial pre-existente, lo cual equivale a adoptar, en la práctica, los valores implícitos en la misma, lo cuales son en esencia retrógrados.
Asistimos, pues, en la práctica a un espectáculo inconsistente y absurdo, que nadie parece percibir. Lo que ocurre es que los supuestos “ideólogos” del régimen, incapaces de hacer distinciones muy sutiles, en el ámbito del pensamiento abstracto, siguen apegados a conceptos y visiones que son un legado y una supervivencia de una cultura alienante, reaccionaria y arcaizante, que arrastramos inercialmente desde el tiempo de la Colonia.
Al igual que todos los ministerios y entes autónomos, el Instituto de Cultura se ha convertido en una instancia partidaria, y la cultura se ha visto objeto de manipulaciones de orden burocrático para convertirla en un instrumento de control y de propaganda. En todos los eventos culturales de carácter oficial, se nota la presencia de la propaganda y de los símbolos del partido rojinegro. En los discursos de los funcionarios, tampoco deja nunca de enfatizarse que cualquier logro o avance, por mínimo que sea, es por obra y gracia del “gobierno revolucionario” y de su encomiable proyecto a favor de las masas populares. Al mismo tiempo, se aprovecha para descalificar cualquier tipo de oposición, así como la herencia de los gobiernos anteriores, a los que se llama “neo-liberales” y a los cuales se les achacan todos los males que padecemos. Eso se ha convertido en una especie de estribillo y de cantinela que resulta ya trillado y aburrido, al extremo de hacer que muchos artistas, escritores e intelectuales rehúyan asistir a esos actos culturales por no tener que someterse a esas alocuciones que falsean y tergiversan la triste realidad. No faltan sin embargo, en esos eventos, algunos personajes incondicionales que aplauden indiscriminadamente las acciones del gobierno en el ámbito cultural, con la esperanza de ser recompensados con algún tipo de prebenda. Un ejemplo concreto es el del pintor Ricardo Velásquez. El pintó un mural panfletista, de corte roji-negro (propagandístico) en el Barrio Los Laureles, y es un militante sandinista ortodoxo. El ejerce como director de la Escuela de Bellas Artes, y, desde ese cargo, vela por impedir que se promueva a ningún artista ni crítico de pintura que manifieste la menor oposición al gobierno. Fue él quien impidió que este analista presentara su libro “Panorama pictórico de Ciudad Sandino” en el Salón Azul del Palacio de Cultura, a inicios del presente año.
Por otra parte, se recompensa a los que muestran su absoluta incondicionalidad. El poeta Juan Chow, quien encabezó un evento en contra de Sergio Ramírez, promovido por el Instituto de Cultura, es hoy profesor en la citada Escuela de Bellas Artes. Y es necesario decir que muchos otros también disfrutan de posiciones envidiables, incluso sin poseer ningún mérito ni capacidad que los acredite para ello. Estas prebendas incluyen no sólo cargos que son virtuales sinecuras, sino también becas, viajes, paseos, asistencia subsidiada a eventos culturales locales, difusión de sus producciones y otros tipos de “incentivos” y “estímulos” de tipo material, incluyendo cocinas de gas venezolanas, la donación de casas, terrenos, y materiales de construcción.
Un ejemplo muy elocuente
El siguiente ejemplo, permitirá adquirir una visión más concreta del panorama cultural imperante. En el mes de febrero del presente año 2010 se presentó en el Centro Histórico de la Alcaldía de Managua el libro “Héroes cotidianos”, del periodista Mario Fulvio Espinosa. Al tomar la palabra, él hizo una apología de la alcaldesa, Daisy Torres, a quien exaltadamente llamó “compañera de sueños, de luchas y de esperanzas”. Posteriormente se reveló, en ese mismo acto, que la Alcaldía había adquirido 200 ejemplares del libro citado, a razón de 150 córdobas cada uno, “para distribuirlo entre las bibliotecas de la municipalidad”. Como se puede ver, el gobierno sabe recompensar generosamente a quienes lo apoyan incondicionalmente. Por esa razón, no es de extrañar que haya muchos dispuestos a respaldarlo de manera visceral e incluso furibunda. En el cónclave citado, Espinosa aprovechó para decir que “estamos en guerra” y lanzó un feroz ataque en contra de los periodistas que se oponen al orteguismo.
El gobierno practica, sin embargo, cierta ambivalencia, que le permite mantener las apariencias de alguna apertura. Esto consiste en la concesión, dentro de diversas restricciones, de ciertos espacios (el teatro nacional, la biblioteca del Banco Central, las instalaciones del Palacio de Cultura, etc.) para eventos protagonizados por personajes que los adversan. Sobresale en este particular un incidente realmente excepcional, el caso del politólogo y ex-embajador Emigdio Alvarez Montalván, quien aprovechó un cónclave oficial en el que se le rendía homenaje para expresar sus críticas en contra el gobierno. Otro caso similar de ambigüedad, orientada a confundir a la opinión pública, se dio cuando Rosario Murillo presidió un evento oficial en memoria del ingeniero Xavier Chamorro, el recordado director de El Nuevo Diario, un medio que, como se sabe, se ha mostrado verticalmente adverso al proyecto totalitario del orteguismo. Cabe señalar que, a ese homenaje, asistieron los deudos del citado Xavier Chamorro.
Otro aspecto muy chocante y escandaloso ha sido el impedimento, que se ha hecho a diversos intelectuales opositores, ligados a la cultura, de acceder a las aulas universitarias, para exponer sus ideas a los estudiantes. Estas acciones, lejos de ser espontáneas, han sido orquestadas desde los más altos niveles del gobierno, apoyándose en sectores sandinistas que controlan los resortes del poder en esas casas de estudio.
Cabe hacer notar que muchas entidades como academias, museos, casas de cultura, institutos y centros de investigación se han visto cooptados o neutralizados por el gobierno, de manera que ellos han optado por una especie de “neutralidad” política con el fin de evitarse problemas. En otros casos, estas entidades han pasado a ser presididas por personas adictas al orteguismo. Entre los más connotados ejemplos de estas agencias e instituciones están: la Academia Nicaragüense de Geografía y de Historia, la Academia Nicaragüense de la Lengua, el Instituto de Historia Centroamericana, de la UCA, la revista “Cultura de Paz” y el Instituto Martin Luther King (ambos pertenecientes a la UPOLI) y el Foro Nicaragüense de Cultura. Sobresale por su actitud crítica la revista Envío, de la UCA, la cual ha mantenido su carácter independiente, y ha logrado hasta ahora sobrevivir sin interferencias, debido acaso a que se dirige a un público culto y por tanto muy limitado (una élite cultural). Esta es leída también, sin embargo, en el extranjero y tiene incluso una edición en inglés, por lo cual no deja de tener cierta repercusión o influencia, a nivel internacional.
Un panorama sombrío
En términos generales, este clima adverso ha producido un grave efecto negativo, que consiste en un radical empobrecimiento de la cultura nacional, la cual se encuentra sumamente decaída. Reconocidos intelectuales y artistas extranjeros han condenado la represión del gobierno orteguista en contra de los representantes nacionales del sector cultural. Así por ejemplo, el recientemente desaparecido premio Nobel de Literatura José Saramago, dijo lo siguiente: “Ernesto Cardenal, uno de los más extraordinarios hombres que el sol calienta, ha sido víctima de la mala conciencia de un Daniel Ortega indigno de su propio pasado, incapaz ahora de reconocer la grandeza de alguien a quien hasta un papa, en vano, intentó humillar”.
El autor de Ensayo sobre la ceguera, entre otras obras literarias, opinó que en Nicaragua la justicia “se dejó corromper por los rencores y las envidias del poder”, y advirtió: “Una vez más una revolución ha sido traicionada desde dentro”.
Las obras de los artistas e intelectuales que se muestran acríticos, serviles o incondicionales ante el poder se han destacado siempre por la mediocridad, y Nicaragua no ha sido la excepción en este particular. El panorama literario y artístico de nuestro país es actualmente desolador, y tiende incluso a empeorar, a medida que el control del gobierno sobre la vida política nacional se vuelve cada día más absoluto. Se cierra alrededor de los disidentes un círculo de hierro cada vez más asfixiante. Y por si esto fuera poco, el gobierno ha impuesto los llamados Consejos del Poder Ciudadano, los cuales complementan, a través del terrorismo cultural, la nefasta labor que lleva a cabo el Instituto de Cultura.
El gobierno cuenta también con historiadores a sueldo, los cuales están refugiados en la biblioteca del Banco Central. Estos supuestos investigadores se han convertido en vulgares plumíferos, desarrollando una labor de desinformación importante, falsificando los hechos y adecuando la interpretación de nuestro pasado reciente a las necesidades y conveniencia del partido de gobierno.
El proyecto de partidizar la cultura es peligroso, contraproducente y absurdo. La comunidad artística e intelectual del exterior ha manifestado ya su posición adversa, de una manera categórica y explícita. Sin embargo, el oficialismo ha ignorado ese clamor y repudio, y sigue adelante impertérrito con su demencial proyecto, indiferente a las protestas procedentes del extranjero y del propio país.
Ausencia de una literatura contestataria.
Un aspecto que sobresale al analizar la situación de la cultura nacional es la casi total ausencia de producciones artísticas o literarias de carácter contestatario. Algunos pensadores han sostenido, acaso irónicamente, que los regímenes represivos pueden tener como única justificación el engendrar un arte y una literatura rebelde, que los denuncie lúcidamente y que se les oponga. Un ejemplo de ello sería la novela “El señor presidente”, del premio Nobel guatemalteco Miguel Angel Asturias. Otro sería la novela “Yo, el supremo”, del paraguayo Augusto Roa Bastos, la cual está basada en la vida del dictador perpetuo de la República de Paraguay, José Gaspar Rodríguez de Francia
En la década de los ochenta llegó a representarse una obra teatral de sátira política, titulada “El líder”, la cual era una adaptación de una obra del escritor rumano Eugene Ionesco hecha por el intelectual boaqueño Armando Incer Barquero. En la actualidad no se conoce nada semejante. El mismo Armando Incer guarda silencio, o se concentra en escribir piezas poéticas y en atender su museo histórico y antropológico. Sólo pueden acaso citarse algunos esfuerzos de promover ciertas manifestaciones, muy limitadas, de parte de la Coordinadora Civil, al interior de un grupo de actores aficionados, protegidos y financiados por ellos, para promover el teatro político de corte satírico. Estos esfuerzos, sin embargo, se han limitado al parecer al contexto de esas organizaciones y no han trascendido al gran público. En el mejor de los casos, no han tenido mucho éxito ni mucha divulgación. Otras dos producciones de sátira política dignas de mención serían acaso una fábula sobre la represión al periodismo, y una tragi-comedia en un acto, sobre la política sectaria del Instituto de Cultura, escritas por el periodista y traductor Douglas Salamanca, publicadas en El Nuevo Diario y en el blog El Uliteo, respectivamente. Luis Enrique Calderón, pese a las amenazas sufridas, sigue adelante con su empeño de llevar la sátira política a un público pudiente, tras haber cesado sus apariciones por televisión.
Este comediante se sirve de las imitaciones paródicas de personajes públicos, para entretener a su público y de paso llevar un mensaje político satírico, pero esclarecedor. Los caricaturistas Pedro Xavier Molina y Manuel Guillén siguen trabajando y publicando en los dos principales diarios del país sus trabajos humorísticos, que el segundo de ellos envía, por cierto, desde el exterior. El optó por el exilio, según dijo, en aras de garantizar su integridad física y la de su familia. Tanto Edgard Tijerino como Ernesto Cardenal declararon que se abstenían de seguir criticando al gobierno por temor a represalias, en el primer caso violentas y en el segundo de naturaleza económica. Obligados por las circunstancias, ellos se han impuesto a sí mismos la mordaza.
La situación de la cultura se presenta poco alentadora, sobre todo considerando las aspiraciones de Daniel Ortega para reelegirse, lo cual lo lleva a recrudecer el control del aparato estatal con el fin de silenciar, intimidar o neutralizar por diversas vías a sus oponentes. Ante estas circunstancias, se impone la necesidad de que los intelectuales, artistas y escritores independientes adopten una postura firme y monolítica. Ellos deben encontrar la manera de superar sus temores, asumiendo algún grado de riesgo, y adoptando una actitud firme que el país les exige y nos exige, en aras de defender la democracia, en aras de lograr que la cultura disponga de un entorno más libre y por ende más favorable para su desarrollo.