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Monday, March 22, 2010

Albert Camus, el filósofo transparente

Albert Camus, el filósofo transparente

Por Carlos Yusti

(Tomado de Letralia)


Albert Camus













En el barrio de mis andanzas adolescentes, mi amigo Juan Aponte era un nietzscheano de piel oscura y racista. Por mi lado yo leía en sí no a Jean Paul Sartre y a Albert Camus. Juan me decía que leyera filósofos de verdad y no propagandistas partidistas con labia seudofilosófica. Como es lógico le hice poco caso a Juan, aunque también leí a Nietzsche y al final me atrapó Camus.

Sartre siempre me resultó algo vedette y estaba convencido de su rol de mandarín espiritual. Camus era la otra cara del rol del intelectual en la sociedad: reservado, prudente, humanista, con un alto sentido de la mesura y el equilibrio.

Sus libros siempre variados (novela, cuento, ensayo, teatro) no rehuían ningún tema y hurgaban en las sombras de la miseria humana para encontrar la luz perfecta de un humanismo activo y solidario.

Su pieza teatral Calígula escudriña el poder desde el absurdo y la locura, dejando al descubierto una lógica monstruosa, pero infalible en cuanto abyección y método. Su otra obra El malentendido enfoca el crimen como mecanismo de supervivencia y al final una vida sustentada en la vileza del asesinato descubre el absurdo doloroso como drama y tragedia.

Camus al igual que Sartre no es ese gran escritor modélico. En ambos el estilo pobre de narrar es sustituido por el armazón sólido de las ideas. En Camus hay mucho acartonamiento en sus novelas, redunda en explicaciones filosóficas que exploran la culpa, el nihilismo sin patrón, el caos social a causa de una tragedia colectiva, etc. En sus novelas y cuentos todo parece estudiado al detalle lo que le resta frescura a su estilo, sólo sus planteamientos e ideas sostienen sus propuestas literarias. Su novela emblemática, El extranjero, me resultó en su momento un recorrido en cámara lenta sobre el sin sentido de la condición humana, sobre ese proyecto del hombre sustentado en el vacío de sus acciones.El interés que todavía hoy despierta Camus radica en la flexibilidad de sus paradojas, urdidas tanto en sus novelas, piezas teatrales y ensayos, en esa elasticidad ética y esa fuerza moral reflexiva que impregna todo su obra. Susan Sontag hace bastante tiempo escribió: “En Camus no encontramos arte ni pensamiento de primera calidad. La extraordinaria aceptación de su obra sería explicada por una belleza de otro orden, la belleza moral, cualidad ésta descuidada por la mayoría de los escritores de este siglo. Otros escritores han estado más comprometidos, han sido más moralistas. Pero ningún otro aparece con más belleza, con más convicción, en su profesión de interés moral. Desgraciadamente, en el arte la belleza moral, como en la persona la belleza física, es extremadamente perecedera”.

Al existencialismo militante de Sartre es necesario oponerle esa rebeldía nihilista (sin pancarta) de Camus. Su actividad como conciencia cívica le empujó a mantener un delicado equilibrio. Nunca dio muestra de flaquezas y su separación del partido comunista en un momento histórico en el que el comunismo a la soviética estaba en la cúspide como organización social y política debió ser atosigante. Las voces fanáticas de siempre lo tildaron de traidor. Repudiado y vilipendiado en su momento fue reivindicado después que el gran Stalin murió y se pudo exhibir su armario repleto de crímenes, atrocidades, injusticias y caprichos sangrientos de tiranuelo caligulesco.

A Camus quizá se le recrimina su soltura, su informalidad a la hora de hacer de filósofo; ese estilo transparente y sin complejos de asumir la filosofía. El filósofo académico con cátedra y seguidores le resultaba irrisorio lo que lo llevó a decir: “No camines delante de mí, puede que no te siga. No camines detrás de mí, puede que no te guíe. Camina junto a mí y sé mi amigo”. Este estilo familiar, mundano, de filosofar, lo llevó a ser considerado un filósofo entre comillas. No obstante Bernard-Henri Lévy parece dar en el clavo cuando asevera que Camus es un filósofo artista: “Un filósofo que toma de todas partes las armas que necesita. Un filósofo que, además, nunca ha separado su vida de su aventura intelectual y, por tanto, siempre ha ejercido el doble juego de una vida escrita y unos libros intensamente vividos. Este tipo de filósofo inventa una actitud al mismo tiempo que produce una obra. Es autor de un estilo antes que de un sistema. ¿Pero no es ésa, según sus queridos griegos, la propia definición de la filosofía? ¿No es la imagen suprema de una disciplina que no se atribuía entonces más fin que el de decir bien cómo vivir bien y cómo vivir según el Bien? A ese Camus, ese moralista del que el mismo Sartre elogia, cuando muere, ‘su humanismo testarudo, estricto y puro, austero y sensual’, se le quiere como a un hermano, un hermano pequeño, eternamente joven...”.

Por la Internet viaja el documental sobre Camus Una tragedia de la felicidad, de Jean Daniel y Joël Calmettes, que se inicia con el filósofo haciendo una pantomima de una corrida de toros y un parlamento inicial que de alguna manera lo define: “La felicidad, al fin y al cabo, es una actividad original, hoy en día. Queda demostrado al tener que ocultarnos para disfrutarla. La felicidad hoy es como el crimen de derecho común: niéguelo siempre. No vaya diciendo, así, sin mala intención, ingenuamente: soy feliz. Porque enseguida se topará alrededor suyo, con su condena en bocas caninas. ‘Con que usted es feliz, joven, ¿y qué piensa de los huérfanos de Cachemira, de los leprosos de Nueva Zelanda que no son felices, eh?’. Y de repente, nos volvemos tristes como mondadientes. Pero a mí me parece que hay que ser fuertes y felices para ayudar a la gente en su desgracia”.

Sartre dijo de él, en la apasionada polémica, que terminó enemistándolos sin remedio, que llevaba a todas partes un pedestal portátil. Pedestal que muchos de sus lectores del pasado, de hoy y del futuro, le cargarían con gusto, cuestión que de seguro no harían con Sartre.

La gran lección de Camus fue que la rebeldía tiene límites si lesiona a otro ser humano, si se le causa daño a otro individuo y restringe, reprime o mutila su libertad, o como él lo escribió: “El revolucionario es al mismo tiempo rebelde o entonces ya no es revolucionario, sino policía y funcionario que se vuelve contra la rebelión. Pero, si es rebelde, acaba por levantarse contra la revolución”.

Wednesday, March 17, 2010

Discurso de Camus al recibir el Premio Nóbel

LA VIDA CONTEMPORÁNEA

(Discurso de Albert Camus al recibir el Premio Nóbel)


Al recibir la distinción con que vuestra libre Academia ha querido honrarme, mi gratitud es tanto más profunda cuanto que yo mido hasta qué punto esa recompensa excede mis méritos personales.

Todo hombre, y con mayor razón todo artista, desea que se reconozca lo que él es o quiere ser. Yo también lo deseo. Pero al conocer vuestra decisión me fue imposible no comparar su resonancia con lo que realmente soy. ¿Cómo un hombre, casi joven todavía, rico sólo de sus dudas, con una obra apenas en desarrollo, habituado a ‘vivir en la soledad del trabajo o en el retiro de la amistad, podría recibir, sin cierta especie de pánico, un galardón que le coloca de pronto, y solo, en plena luz? ¿Con qué estado de espíritu podía recibir ese honor a tiempo que, en tantas partes, otros escritores, algunos entre los más grandes, están reducidos al silencio y cuando, al mismo tiempo, su tierra natal conocer incesantes desdichas?

Sinceramente he sentido esa inquietud, y ese malestar. Para recobrar mi paz interior me ha sido necesario ponerme a tono con un destino harto generoso. Y como era imposible igualarme a él con el solo apoyo de mis méritos, no he hallado nada mejor, para ayudarme, que lo que me ha sostenido a lo largo de mi vida y en las circunstancias más opuestas: la idea que me he forjado de mi arte y de la misión del escritor. Permitidme, aunque sólo sea en prueba de reconocimiento y amistad, que os diga, con la sencillez que me sea posible, cuál es esa idea.

Personalmente, no puedo vivir sin mi arte. Pero jamás he puesto ese arte por encima de toda otra cosa. Por el contrario, si él me es necesario es porque no me separa de nadie, y me permite vivir, tal como soy, al nivel de todos. A mi ver, el arte no es una diversión solitaria. Es un medio de emocionar al mayor número de hombres, ofreciéndoles una imagen privilegiada de dolores y alegrías comunes. Obliga, pues, al artista a no aislarse; le somete a la verdad, a la más humilde y más universal. Y aquellos que muchas veces han elegido su destino de artistas porque se sentían distintos, aprenden pronto que no podrán nutrir su arte ni su diferencia más que confesando su semejanza con todos.

El artista se forja en ese perpetuo ir y venir de sí mismo, a los demás, equidistante entre la belleza, sin la cual no puede vivir, y la comunidad, de la cual no puede desprenderse. Por eso, los verdadero artistas no desdeñan nada; se obligan a comprender en vez de juzgar. Y si han de tomar un partido en este mundo, sólo puede ser de una sociedad en la que, según la gran frase de Nietzsche, no ha de reinar el juez sino el creador, sea trabajador o intelectual.

Por lo mismo el papel de escritor es inseparable de difíciles deberes. Por la definición no puede ponerse al servicio de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la sufren.

Si no lo hiciera, quedaría solo, privado hasta de su arte. Todos los ejércitos de la tiranía, con sus millones de hombres, no le arrancarán de la soledad, aunque consienta en acomodarse a su paso y, sobre todo, si en ello consiente. Pero el silencio de un prisionero desconocido, abandonado a las humillaciones en el otro extremo del mundo basta para sacar al escritor de su soledad, cada vez, al menos, que logra, en medio de los privilegios de su libertad, no olvidar ese silencio, y trata de recogerlo y reemplazarlo, para hacerlo valer mediante todos los recurso del arte.

Ninguno de nosotros es lo bastante grande para semejante vocación. Pero en todas las circunstancias de su vida, obscuro o provisionalmente célebre, aherrojado por la tiranía o libre poder expresarse, el escritor puede encontrar el sentimiento de una comunidad viva, que le justificará sólo a condición de que acepte, tanto como pueda, las dos tareas que constituyen la grandeza de su oficio: el servicio de la verdad, y el servicio de la libertad. Y pues su vocación es agrupar el mayor número posible de hombres, no puede acomodarse a la servidumbre que, donde reina, hace proliferar las soledades. Cualesquiera que sean nuestras flaquezas personales, la nobleza de nuestro oficio arraigará siempre en dos imperativos difíciles de mantener: la negativa a mentir respecto de lo que se sabe y la resistencia a la opresión.

Durante más de veinte años de una historia demencial, perdido sin recurso, como todos los hombres de mi edad, en las convulsiones del tiempo, sólo me ha sostenido el sentimiento hondo de que escribir es hoy un honor, porque ese acto obliga, y obliga a algo más que a escribir. Me obligaba, especialmente, tal como yo era y con arreglo a mis fuerzas, a compartir, con todos los que vivían mi misma historia, la desventura y la esperanza. Esos hombres nacidos al comienzo de la primera guerra mundial, que tenían veinte años a tiempo de instaurarse, a la vez, el poder hitleriano y los primeros procesos revolucionarios, Y que para completar su educación se vieron enfrentados luego a la guerra de España, la segunda guerra mundial, el universo de los campos de concentración, la Europa de la tortura y de las prisiones, se ven hoy obligados a orientar sus hijos y sus obras en un mundo amenazado de destrucción nuclear.

Supongo que nadie pretenderá pedirles que sean optimistas. Hasta llego a pensar que debemos ser comprensivos, sin dejar de luchar contra ellos, con el error de los que, por un exceso de desesperación han reivindicado el derecho al deshonor y se han lanzado a los nihilismos de la época. Pero sucede que la mayoría de entre nosotros, en mi país y en el mundo entero, han rechazado el nihilismo y se consagran a la conquista de una legitimidad.

Les ha sido preciso forjarse un arte de vivir para tiempos catastróficos, a fin de nacer una segunda vez y luchar luego, a cara descubierta, contra el instinto de muerte que se agita en nuestra historia.

Indudablemente, cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sábe, sin embargo, que no podrá hacerlo. Pero su tarea es quizás mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga. Heredera de una historia corrompida —en la que se mezclan las revoluciones fracasadas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos, y las ideologías extenuadas; en la que poderes mediocres, que pueden hoy destruirlo todo, no saben convencer; en la que la inteligencia se humilla hasta ponerse al servicio del odio y de la opresión—, esa generación ha debido, en si misma y a su alrededor, restaurar, partiendo de amargas inquietudes, un poco de lo que constituye la dignidad de vivir y de morir. Ante un mundo amenazado de desintegración, en el que nuestros grandes inquisidores arriesgan establecer para siempre el imperio de la muerte, sabe que debería, en una especie de carrera loca contra el tiempo, restaurar entre las naciones una paz que no sea la de servidumbre, reconciliar de nuevo el trabajo y la cultura, y reconstruir con todos los hombres una nueva Arca de la alianza.
No es seguro que esta generación pueda al fin cumplir esa labor inmensa, pero lo cierto sí es que, por doquier en el mundo, tiene ya hecha, y la mantiene, su doble apuesta en favor de la verdad y de la libertad y que, llegado el momento, sabe morir sin odio por ella. Es esta generación la que debe ser saludada y alentada dondequiera que se halle y, sobre todo, donde se sacrifica. En ella, seguro de vuestra profunda aprobación, quisiera yo declinar hoy el honor que acabais de hacerme.

Al mismo tiempo, después de expresar la nobleza del oficio de escribir, querría yo situar al escritor en su verdadero lugar, sin otros títulos que los que comparte con sus compañeros, de lucha, vulnerable pero tenaz, injusto pero apasionado de justicia, realizando su obra sin vergüenza ni orgullo, a la vista de todos; atento siempre al dolor y a la belleza; consagrado en fin, a sacar de su ser complejo las creaciones que intenta levantar, obstinadamente, entre el movimiento destructor de la historia.

¿Quién, después de eso, podrá esperar que él presente soluciones ya hechas, y bellas lecciones de moral? La verdad es misteriosa, huidiza, y siempre hay que tratar de conquistarla. La libertad es peligrosa, tan dura de vivir, como exaltante. Debemos avanzar hacia esos dos fines, penosa pero resueltamente, descontando por anticipado nuestros desfallecimientos a lo largo de tan dilatado camino. ¿Qué escritor osaría, en conciencia, proclamarse orgulloso apóstol de virtud?

En cuanto a mi, necesito decir una vez más que no soy nada de eso. Jamás he podido renunciar a la luz, a la dicha de ser, a la vida libre en que he crecido. Pero aunque esa nostalgia explique muchos de mis errores y de mis faltas, indudablemente ella me ha ayudado a comprender mejor mi oficio y también a mantenerme, decididamente, al lado de todos esos hombres silenciosos, que no soportan en el mundo la vida que les toca vivir más que por el recuerdo de breves y libres momentos de felicidad, y por la esperanza de volverlos a vivir. Reducido así a lo que realmente soy, a mis verdaderos limites, a mis dudas y también a mi fe difícil, me siento más libre para destacar, al concluir, la magnitud y generosidad de la distinción que acabais de hacerme. Más libre también para deciros que quisiera recibirla como homenaje rendido a todos los que, participando el mismo combate, no han recibido privilegio alguno y si, en cambio, han conocido desgracias y persecuciones. Solo me resta daros las gracias, desde el fondo de mi corazón, y haceros publicamente, en prenda de personal gratitud, la misma y vieja promesa de fidelidad que cada verdadero artista se hace a si mismo, silenciosamente, todos los días.

Wednesday, March 10, 2010

Introducción a la obra "El Debate Contemporáneo"

Aurora y yo iniciamos a mediados del año pasado, el proyecto de elaborar un libro "Debates Contemporáneos" , para dar continuidad al libro "El Pensamiento Contemporáneo" (Quezada, 2006), nos permitimos presentar algunas reflexiones y parte de las polémicas más relevantes que compilamos para su realización.

“EL DEBATE CONTEMPORÁNEO”
(Versión breve)

Aurora Suárez y Freddy Quezada

Toda polémica, en nuestra cultura, responde a las reglas del Organon de Aristóteles, al método de Descartes, y a las lógicas de Kant y Hegel, expresables en las polémicas, a veces rudas, entre liberales y marxistas, y dentro de las variedades de cada uno.

Los compiladores hemos descubierto, también, la fascinación que han ejercido Paul Feyerabend (que polemizaba humorísticamente contra los mejores), Cioran (que desafiaba al mundo entero), Krishnamurti (que no entraba en conflictos con nadie como recurso polémico) y Wittgenstein (que polemizaba violentamente consigo mismo adelantándose así al peor de sus críticos).

Camus vs. Sartre, modelo de polémica contemporánea por su altura, hoy luce inalcanzable, porque el debate serio es alérgico. Donde las seguridades son superficiales, las argumentaciones frívolas, la profundidad rápida y los horizontes cambiantes, parecería arbitrario iniciar el debate contemporáneo con la polémica modernidad/postmodernidad.

El inicio del debate postmarxista, lo marca un sólo hombre, reaccionando ante las nuevas propuestas, como el guardián de la modernidad, a la defensiva ante las duras críticas de la que ha sido objeto: Jürgen Habermas. Este pensador alemán (heredero de la teoría crítica frankfurtiana y del pragmatismo anglosajón) ha polemizado con varios hombres que han significado distintos niveles de crítica y pensamiento: Ratzinger, Luhman, Castoriadis, Gadamer, Appel, Dussel, Foucault, Lyotard y Sloterdijk. Cada uno de ellos representó la doctrina cristiana, la legitimidad del sistema, la praxis social, la hermenéutica, la ética universal, la filosofía liberacionista, el saber y el poder, la decadencia de los metarrelatos y el cinismo de la razón ilustrada, respectivamente.

A partir de estos debates (ver su obra El Discurso Filosófico de la Modernidad), se han desencadenado muchos más que se enlazan y a veces pierden sus orígenes, pero que están condicionados por estas batallas. De hecho, podemos decir que si Habermas fue el polemista del último tercio del siglo XX, Foucault (que influyó desde postmodernos hasta decoloniales, pasando por los subalternistas indios y latinoamericanos) ya lo es, de inicios del siglo XXI.

La obra “El Debate Contemporáneo” tiene una división sencilla: inicia con una introducción, a la que le siguen cuatro capítulos geoepistémicos, donde se logrará situar en el primer capítulo, las discusiones euroestadounidenses (con Habermas, Petras, Stiglitz, Zizek, Butler y las feministas, entre otros); luego, las polémicas entre subalternistas indios y postcoloniales (con Said, Ahmad, Dirlik, Bhabha, Spivak y otros), seguido de los debates entre latinoamericanos (con el debate central entre Rama y Cornejo, las escuelas culturales y decoloniales); y, por último, las discusiones de mayor relieve entre nicaragüenses.

¿Por qué “geoepistémicos”? Por el peso que le acuerdan las corrientes más influyentes al “pensamiento” y a la capacidad que tienen sus tenedores más poderosos de imponerlo, de grado o por fuerza, a quienes los reciben, según los sitios donde habitan. Así, Europa y EEUU, constituyen un capítulo donde no figuran en sus discusiones debatir con pensadores de sus antiguas colonias o zonas de influencias, a quienes no les reconocen dignidad ni estatura para hacerlo. El pensamiento, en términos epistémicos, contribución alemana a la Europa misma, se cree en la mayor parte de los casos, un fruto y una facultad exclusiva de ellos. Y si alguna contradicción hay sobre él, entre europeos y estadounidenses, es el carácter grave que le atribuyen aquéllos, y el pragmático, instrumental y gestor, éstos.

Por su parte, los subalternistas indios y postcoloniales, son sus herederos y rivales, sobre los imaginarios que nos imponen los colonizadores y las estrategias que usan los subalternos para moverse dentro de ellos. Su mundo es señalar, sin contrapartida, cómo nos ven los eurocentristas o, en el caso de los subalternistas, cómo deshacernos de ellos a través de sus propias promesas emancipatorias, como hicieron Fanon y Sartre.

Por su lado, latinoamericanistas de todo tipo (desde la filosofía de la liberación, hasta los decoloniales, pasando por los dependentistas culturalistas y teóricos de la hibridez), se combinaron con los postcoloniales y subalternistas. Algunos de ellos, igual pero invertido, le asignan al “pensamiento” (haciéndolo, sin saberlo, el verdadero eje de debate) por encima de lo racial, político, económico e ideológico, el mismo peso y alcance de los eurocentristas, pero a cargo esta vez de aborígenes, afrodescendientes y, en menor medida “mestizos”, a través de experiencias “otras”. Al parecer, su Platón “otro”, es Guamán Poma de Ayala, un mestizo peruano de la primera hora, y su Aristóteles, Ottobha Cugoano, un africano liberto. Ambos letrados.

La obra cierra con debates representativos entre pensadores/as nicaragüenses, en muchos de los cuales no interesa saber ya, como le manifiesta Dios a Aureliano de Aquilea y Juan de Panonia (los teólogos del cuento de Borges), quién tenía la razón y quién no, desde un presente eterno donde se reconcilian el ortodoxo y el hereje, en una sola persona.