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Monday, November 09, 2009

Mi homenaje a la caída del Muro de Berlín

EL FIN DEL PENSAMIENTO ALEMÁN

Por Freddy Quezada

¿Desde cuándo se apoderó Alemania del pensamiento, si Descartes (discípulo de jesuitas españoles) y Hume, el maestro de Kant, eran los amos anteriores?


Es probable que haya sido desde que los franceses empezaron a preocuparse más de política, y los ingleses más de negocios, a través de sus respectivos imperios coloniales.


Marx nos hizo creer que, al colocar de último a Alemania, estaba señalando lo menos importante, en un país casi sin colonias. Pero Hegel estaba de primero, antes que Saint Simon y Adam Smith, en la cabeza de Marx y, después, en la de todos nosotros. Pensar se volvió casi sinónimo de alemán.



Aunque nacieron en el siglo inmediato anterior, Kant dominó todo el siglo XIX, Hegel el XX y Foucault lo que llevamos del XXI. Pero este último, francés, se rindió, (como antes Sartre, usando de escudo a Kierkegaard, lo hizo con el dialéctico), al final de su vida, al primero, buscando una ética que terminó por reconocer como una estética de la existencia.

Kant estableció una jerarquía de diferencias epistémicas cuyo techo eran los blancos y cuyo suelo eran los indios americanos, pasando por los "amarillos" astutos y los negros "inferiores". Hegel dijo que en América tod era pequeño y disminuido y los indios perezosos hasta en el sexo. Marx, por último, celebraba, aunque con lágrimas de dolor, que los ingleses destruyeran con sus ferrocarriles, electricidad y buques de vapor, a las castas hindúes; aplaudía que los "gringos" le hayan arrebatado territorios a los mexicanos perezosos y llamó a Bolívar un dictador mulato.

El film La Solución final”, dramatización de la única acta rescatada de la reunión del cuerpo de oficiales nazis, que planificó la muerte de 6 millones de judíos en las cámaras de gas, me hizo ver dos cosas, antes separadas:

a) el número, en virtud de su volumen y peso inercial, se convierte en un problema cuando desborda a las élites. Los nazis quieren exterminar a todos los judíos, que ya no pueden sostener en los campos de concentración por su magnitud, y que los superan en cantidad, en cierto modo, como hoy le sucede a la alta cultura con la de masas y a los mestizos con los grupos “puros” minoritarios. Y las alternativas que emergen son las de siempre: adaptarse al dominante por medio de estrategias de subalterno si no se consigue derrotarlo, o seguir dominando de grado o por fuerza, con el riesgo de ser ahogados por la mayoría;

b) una cosa se revela sólo en sus límites, para devolverle la frase a Heidegger o, cuando se encuentra en el área de intersección de varios campos diferentes, como los mestizajes que, al señalar el abogado del Reich (Colin Firth) en la película que llamo a ver, si no se respetan matrimonios mixtos entre judíos y alemanes, bienes compartidos entre descendientes de la primera generación, imposibilidad de dividir una sangre de otra, linajes a negociar, etc., se derrumba todo el orden de los nazis mismos. Vieja cosa sabida desde el derecho romano.



La pureza de sangre de los alemanes con respecto a los judíos, tiene sus antecedentes, entre otros, en la pureza de sangre que los Reyes Católicos exigieron ante moros y judíos y, después, ocuparon peninsulares contra criollos en América, y estos contra mestizos, aborígenes y afrodescendientes. Ingleses, franceses y holandeses, harán lo mismo en sus colonias, a través de la jerarquización de la diferencia y la “minoría de edad” kantiana.


Recuérdese que una vez España, los países bajos, y lo que sería conocida mucho después como Alemania y Hungría, pertenecieron a la casa de Austria o Habsburgo.


Carlos V, el emperador de la Conquista, se dice que ni siquiera hablaba castellano. Del mismo modo, los Tudor (Inglaterra/España) con Enrique VIII y Catalina de Aragón eran los dominantes durante el Descubrimiento de América y los Borbones (Francia/España) con Carlos III, poco antes de las independencias de las colonias americanas. Realmente todos, desde aborígenes y afrodescendientes hasta alemanes, éramos súbditos no de países, sino de Casas Reales.


El paso de súbditos a ciudadanos, tránsito de poder entre la Alta Edad Media y la Modernidad europea que, en América, será ejercida por una minoría letrada, se verá afectada por un océano de mestizos semiletrados y, en menor medida, aborígenes, afrodescendientes y otros migrantes.



Desde un punto de vista mestizo, es más importante saber hasta dónde ha llegado el campo de fuerza (si lo cubre un sistema de derecho a medias, aunque sea, en medio de una servidumbre jurídica que lo domina) que discutir si la modernidad/colonialidad la inició (como hasta hace poco hacían los franquistas) España o Francia, cuando ambas, incluso, estaban bajo la Casa de los Borbones o, más complejo aún, inventarse los nuevos Platón (con mestizos cristianos de la primera hora) y Aristóteles (con libertos afros liberales), para despegar desde una plataforma “otra”, en efecto, pero ridículamente “pura”.


La tiranía real en América Latina, como lo sugiere Ángel Rama, será la de unos letrados burócratas directamente vinculados al poder colonial. Los intelectuales críticos, sólo pondrán un brazo de distancia, nada más, a esta tradición que, por lo demás, no logran romper y en la que yo mismo, corro el riesgo de terminar atrapado por autorreferencia.


Los certificados de pureza de sangre, fueron heredados por los apellidos de abolengo, en las colonias ya independientes, donde lo importante terminará siendo el carácter letrado de sus tenientes y sus vínculos con las metrópolis, que se morirán por imitar, en una escala descendente que cubrirá, incluso, a algunos mestizos que los halagarán por dejarlos ascender y excluirá a otros que correrán ofendidos a inventarse purezas en aborígenes y afrodescendientes.


Es irónico, a fin de cuentas, que todos seamos alemanes por el pensamiento y judíos por nuestros nombres. Hay que ser mestizo para estar en contacto con tal ironía.


El/la mestizo/a, se ve a sí mismo, como lo hacen sus marcadores dominantes eurocéntricos; siempre nos vemos como nos ven ellos, igual que en el caso de las mujeres con respecto a los hombres. Cuando lo hacen desde sí, tienen que decidir: o repiten el vacío desde cero, como si fueran puros u “otros”, como sus marcadores dominantes y terminan imitándolos; o anulan, rebajan y combinan, el sentido emancipatorio “euro” y renuncian a ser representados por actores externos (como hacen los presos, los AA, las prostitutas, los homosexuales, los aborígenes, los cyberanarcos, y otros, consigo mismos).


La idea que el pensamiento es el techo de las capacidades humanas, idea muy joven, probablemente le llegue a Occidente de Descartes, quien lo puso por encima de la res extensa.


Desde entonces, el pensamiento ha retirado de su rostro, como fruto del desenmascaramiento de su racialización, seis velos para empezar a combatir a nombre propio: la religión, la política, la economía, la ideología, la historia y la geografía.


Ahora es el pensamiento combatiendo consigo mismo para prolongarse. Es su última línea de flotación. Y este es el campo donde reina Krishnamurti, a mi juicio, uno de los pocos que ha señalado el carácter de archivo y memoria, que impide comunicarnos con el presente, de todo pensamiento. Pensar contra el pensamiento, pero sin reforzarlo con su opuesto, es el modo que recomienda, casi como un koan zen.


Si el color de piel, clase social, sexo, lengua, religión, economía o ideología, no importan, o son diferencias irrelevantes frente a un pensamiento que las cubre y trasciende, entonces se debe creer que un pensamiento dominante puede ser sustituido por otro, y con ello se logra reforzarlo aún más. Su alimento es la oposición.


Me explico bien: el asunto no es que el pensar sea alemán, mestizo, "negro" o "indio", sino que esté por encima de todo. Eso es lo alemán. Que el pensamiento esté por encima de lo demás, no importa de donde sea, es hacer de los intelectuales el centro de todo.


Son amigos o enemigos, debe ser visto desde una lógica de campos de fuerzas.


Cuando se cree que el pensamiento es el centro de todo, se termina diciendo, como los marxistas, neoliberales y decoloniales, que hay que cambiar la conciencia, la mentalidad y la episteme, según cada caso. Todos ellos creen que el pensamiento es la solución, cuando precisamente es el verdadero problema.

Cambiar la conciencia alienada por una revolucionaria, como creyó Marx; una vieja por una nueva, como los neoliberales de derecha e izquierda; o una eurocéntrica por una episteme otra, como los decoloniales; es decir, unas conciencias por otras, ¿no es, a fin de cuentas, la misma persiguiéndose?


Krishnamurti, decía que los rivales de un pensamiento, como esos que hoy le han salido al camino para emboscarlo, son iguales a él mismo. Exigen las mismas premisas y las mismas condiciones para derrotarlo. Hay que ‘atender’ al pensamiento; no atacarlo ni favorecerlo. Sólo mirarlo cómo se persigue a sí mismo” -- decía.


En realidad, no se trata de poner de pie al pensamiento o de sustituirlo por otro distinto, sino de cortarle la cabeza, ya que nunca en verdad ha estado ahí, ni nunca ha precedido a la acción. Es acción y está en todo el cuerpo y todos los cuerpos. Osho relata cómo, una vez, un sabio hindú se rió de Alejandro Magno, cuando amenazó con cortarle la cabeza: “!Córtala, no esperes! La cabeza que vas a cortar ya la he cortado yo hace mucho. No es nada nuevo, en realidad no tengo cabeza. Córtala. Y te digo que cuando la cabeza ruede la verás caer y yo también la veré caer, porque yo no soy la cabeza.”


Pensar no es actividad exclusiva de nadie y menos de intelectuales que cobran por eso. Pensar es un acto no separado de sí mismo. Es acción y reflejo al mismo tiempo y en el mismo lugar, y lo ejercemos todos. Es como lanzarle un borrador a un estudiante sin previo aviso. Pensamiento y acción será uno sólo, al momento que capture el objeto o le golpee la cabeza… o se nos venga encima, a golpearnos la nuestra.


Los occidentales al separar el pensamiento de los cuerpos (placeres) y de los sentimientos (pasiones) lo hicieron para que el primero dominara a los demás. Sólo un mestizaje ha venido a reunirlos de nuevo sin perder de vista quién manda todavía. La reunión se parece a la del matrimonio que integró en una sola unidad lo antes separado: alianzas (intereses), cortesanías (placeres) y amor (sentimientos).


¿Qué quise decir? Una sola cosa: la racialización del pensamiento moderno, justificada desde Kant, y tenido en exclusiva por europeos en general y alemanes en particular, ha sido derribada, lo admitan o no los eurocéntricos o los antieurocéntricos, por una suerte de super mestizaje que ha dejado al descubierto que estamos en un campo de fuerzas, donde se ha impuesto un sólo modo de saber que no puede ser combatido, a su vez, por otros iguales de puro, que terminarán por reforzarlo aún más. Lo “super” de este mestizaje, a contrariu sensu del clásico latinoamericano, es que reúne en sí mismo no sólo varias episteme en conflicto que no son vistas como techo, sino órdenes religiosos, de clase, sexuales, culturales y otros, en un juego destructor y constructor simultáneamente consigo mismo.

Ahora lo sabemos: nunca hubo exterioridad y lo que eternamente buscamos afuera, siempre lo tuvimos dentro.

A 20 años de la caída del Muro de Berlín 9/11/09

2 comments:

Aurora Suarez said...

Excelente¡¡¡ T felicito. Te amo

Anonymous said...
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