INOCENCIA Y PUREZA DE LA DIFERENCIA
Por Freddy Quezada
Lo que diré a continuación sobre este tema, voy a ilustrarlo en tres cuadritos sencillos, tipo comics de Condorito y está dedicado a las personas que no les gustan los temas complejos que, estoy claro, son la mayoría. La diferencia moderna tiene una tradición en Europa que va de Durkeim (diferencia dentro de las sociedades orgánicas) a Heidegger (diferencia entre el ser y el ente), pasando por Levi Strauss (la diferencia articulada a la mismidad), Derrida (la “diferancia” en la escritura como espaciamiento y temporización a la vez), Lyotard (el diferendo como juego de lenguaje), Lévinas (el “Otro” absoluto) y Lacan (el Gran “Otro”). Los dos últimos, rompieron la diferencia del “otro” con el “mismo” de modo radical, hasta independizarlo completamente del ego, sea como respeto superior y debido por encima de uno mismo, como decía Levinas; o, como el gran determinante de nuestros actos, como pensaba Lacan. La diferencia absoluta y pura, supone la inocencia de los “otros”, cuyas consecuencias para el que se siente fuera de ellos y los defiende, debe abrazar, incluyendo sus totalitarismos, abusos y perversidades: si algunas tienen y quienes los defienden se las reconocen. Les llegan, según estos, de articularse como subalternos al poder que los domina. Es decir, siguen guardando su inocencia. La diferencia y el otro, son categorías ontológicas y espaciales. Desde ellas, se puede rechazar la historia lineal y eurocéntrica y abrazar la geografía y la episteme en su “alteridad”, en su pureza. Baudrillard le llamó una vez a esto las “orgías de la diferencia” que no eran más que el “mismo”, pasando de una máscara a otra, para ocultar su vacío. La cultura occidental, donde los mestizos colonizados hemos sido reducidos por el eurocentrismo a la obediencia debida, con la gran salvedad de hacerlo con simulacros, engañifas, artificios, mímicas y burlas, ha girado siempre alrededor de la igualdad y su otro: la desigualdad; de la libertad y su otro: la esclavitud. Sus luchas han sido juegos de poder dentro de lo “mismo”. En esta línea, si hay algo que no soporta la democracia contemporánea es la diferencia absoluta, porque ella se siente la única, y sufre por el desafío de las alteridades puras - que no quiere comprender -, las que tarde o temprano la derribarán. ¿Por qué? Porque la inocencia se la vincula con la diferencia pura. Y esa es la nueva articulación que están tejiendo los emancipadores de turno. Por principio, los “otros” son inocentes, al menos para quienes los defienden de sus satanizadores, y su derecho a la diferencia descansa precisamente en “dejarles” (por supuesto con los intelectuales de guardián) hacer lo que les impide el poder que los subalterniza. Camus decía, “el día que todos nos sintamos culpables, empezará la verdadera democracia”. Frase misteriosa que aún aturde. Pero, cada vez que vemos inocentes desde la pureza de una diferencia (de los pueblos originarios y de los grupos étnicos, por ejemplo), se repite la rueda en víctimas y verdugos y, alguien que denuncie a estos últimos, salvará a los inocentes, salvándose él mismo. ¿Acaso no es esta la historia de la Ilustración y de los colonizados que quieren repetirla? Conclusión, Ungenio: la diferencia es sólo una relación de poder entre el alter y el ego. Cuadro No. 2: Condorito le explica a Pepe Cortisona: La pureza La espacialización de la diferencia multicultural en contraposición de la temporalidad de la homogeneidad eurocéntrica, ha abierto un nuevo problema: el de la “inocencia” de los sectores sufrientes, articulada a la pureza de las diferencias. Los intelectuales que “ven” todo esto, asumen diversas posiciones: se salen (como los estructuralistas), están adentro y afuera al mismo tiempo (como Derrida), se comprometen decididamente con ellos (como los decoloniales) o suspenden su juicio (como los postcoloniales). Pero todos, a excepción de una poscolonial (Spivak), se borran a sí mismos, presentando sus puntos de vista como universales, indecidibles, polisémicos, marginales o comprometidos (como lo demostró para el caso de los académicos franceses, Pierre Bourdieu). Sin embargo, nadie expresa a como dijo Cioran, esto es un invento mío y quiero que me alaben y se me reconozcan los bienes y placeres que merezco. Porque incluso los más convencidos de sus causas, son los que menos advierten su borradura y al revés, su “transparencia” (Spivak) es más pura, según ellos, entre más convencidos estén de luchar por cualquier liberación. Las certezas siempre han sido la fuente de todos los despotismos. Temed a cualquiera que os asegure cualquier cosa. Para ser consecuentes hasta el final con los defensores de la inocencia de los diferentes, se podría optar por varias salidas: derribar hasta la última piedra del sistema responsable que los esclaviza, coexistir con el sistema (y correr el riesgo de ser llamado traidor por sus iguales), reformarlo (y enfrentarse a los que quieren derrocarlo o mantenerlo), negociar con él (y abrirse a mil fórmulas), hacer como si (y jugar a las tretas del débil), etc. Todas ellas, caen dentro del campo de las estrategias de poder, conocidas y repetidas. Cabría mejor preguntarnos ¿No corremos el riesgo de trasladar todo el andamiaje eurocéntrico del tiempo lineal y sucesivo a una reconceptualización igual de eurocéntrica sobre el espacio por la vía de la inocencia y la pureza de la diferencia? ¿Qué quiero decir? Que hoy la inocencia tiene una relación de discurso, como fundamento, con la diferencia. Este posibilita a la diferencia para desplegar todas sus potencialidades, incluidas sus miserias y vicios, contra sus verdugos. Esta inocencia es una construcción exclusivamente intelectual que ha pasado de víctima en víctima (desde los “pueblos” hasta la “democracia”, pasando por el “desarrollo”, la “niñez”, los “pobres”, entre otros.) y que lo único que podría romperla es declarar la culpabilidad de todos y arrojarnos a un mundo sin ingenuidades ni certezas. Pero no es suficiente, aunque sí necesario. Entonces, ¿Qué quedará de un discurso donde hay inocentes de un lado (la “democracia”) y de otro (“grupos originarios y étnicos”) sabiendo de antemano que los culpables, sostenedores de esos discursos, se reparten en todos los bandos? ¿Habrá llegado la hora de hablar en nombre propio, con nuestros expedientes privados a la vista, para someterse a la prueba de todos, igual de miserables que uno? ¿Tendremos en consecuencia que hablar no de certezas ni demostraciones discursivas, ni siquiera de las éticas de los mensajeros, sino, sobre todo, de un control inclemente y rígido, de unos sobre otros? O ejecutar la otra alternativa: no expresar discurso alguno, saberse culpable y hacer lo que se tiene que hacer. Y el riesgo, aún callando, de ser pasto de “otro” discurso que no podemos impedir ¿cómo evitarlo? Conclusión, Saco de Plomo: la pureza no existe, es una construcción intelectual para justificar proyectos liberadores. Cuadro No. 3: Condorito Quezada le pide matrimonio a Yayita Suárez: La solución. No hay salidas, sólo controles. Aunque, se podría invertir todo lo sufrido en carne propia de un sistema (creador de impurezas y subalternidades, solo por su contacto), que ha convertido todos sus deberes en placeres, para controlar a nuestros líderes (manteniendo una brecha sana de desconfianza), enseñándoles el garrote de la penalización por promesas incumplidas cada vez que rompan el compromiso acordado entre sus miembros ¿Cuál es el escándalo? Algunas “tribus” de Australia, apalean antes, en un ritual, a quienes les dirigirán y les va bien en su comunidad, y existen otras aún más duras. Pregunto ¿Podría ser esta la salida? Plop !!!
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