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Thursday, August 23, 2007

Los Nuevos Intelectuales

LOS NUEVOS INTELECTUALES
Por Freddy Quezada

Pese a que, muchos años después, me fue indiferente esa vieja película de terror de los años cincuenta, donde aquel hombre de dos cabezas que, no soportando la unión se estrella violentamente contra un poste, para dividirse físicamente en dos, no me dejó dormir durante muchas noches. Ahora que intento decir algo sobre los nuevos intelectuales recuerdo su figura. Son dos tipos diferentes, sin duda, pero que guardan un mismo tronco común.

Los del tipo "Post", son intelectuales que guardan en distintos grados un escepticismo en las grandes palabras, conceptos universales y macrosujetos de los que desconfían. Hay diferenciasy subcategorías entre ellos, no obstante. Unos son descendientes de Nietzsche, nihilistas activos y amantes de las fuerzas creadoras de nuevos mundos y valores y otros son pasivos, un poco como esas doctrinas mal llamadas "orientales", que creen en la quietud y la serenidad, versión propia de la ataraxia griega. Otros más, no pocos, se dedican al cultivo del placer y de las delicias de la hora. A veces defienden al sistema, en un destello de lucidez que nos hace responsables y culpables a la vez de tal defensa, colocándolos como cínicos; otras veces, lo condenan junto a sus adversarios, pero todos señalan el secreto oculto de su eficacia: proporcionarnos comodidad, laxitud y deseos satisfechos que, más bien, son para ellos, pero que no advierten la más de las veces, esa parte común con los otros, los resemantizadores.

Los nuevos intelectuales usan técnicas audiovisuales, logrando, sin importar si vienen de contradecirse o no, imponerse con el último argumento que nos impresiona la retina, apoyándose en la memoria corta de las audiencias. También, al revés de los tradicionales, que exponen largos y complejos argumentos, para rematar con una lección o comprobar una hipótesis inicial, estos escupen ideas categóricas, que necesitarían libros enteros para demostrarse y de los cuales prescinden, remitiendo a los lectores a Discovery y History Channel o a vínculos situados en otra parte para compartir una responsabilidad que no les importa si se asume o a las enciclopedias electrónicas abiertas y corregibles por cualquiera.

Son más jóvenes que la generación de intelectuales anteriores; también más pobres, porque proceden de capas menos altas. Y más democráticos, condición, esta última, que les llega no de ser menos arrogantes y aristócratas, como sus precursores, sino de una tecnología que siempre les representa en sí misma una competencia formidable en manos de un cualquiera, sino la manejan ellos mismos, para evitar las humillaciones y vergüenzas del caso que sufren los viejos.

Suelen escalar, (venga la expresión que me salvará de ofender a algunos:“con honrosas excepciones”), como las arañas, con mucha rapidez en organizaciones de cualquier tipo, gubernamentales o no, tal vez por los desplazamientos que saben efectuar en las redes informáticas y presentarse como intérpretes, como los define Zygmunt Bauman, de cualquier paradigma de moda, turno o dominante, volviéndolos poco menos que ingenieros de discursos, después de venir de ser jueces universales, a destajo o con sueldo permanente, según calculen el costo de las adulaciones y el precio de las servidumbres. Quizás estas características les debilite protagonismo individual, teniendo que efectuar más esfuerzo para destacar sobre equipos colectivos muy competitivos, que lo igualan en mañas y virtudes.

Saben moverse simultáneamente en la alta cultura y la cultura de masas, así como en las “otras” culturas no occidentales o premodernas. Sin desearlo, ni buscarlo, han terminado siendo tan universales como sus antecesores. No sé por qué estoy pensando en Umberto Eco. De ciencias duras, saben ligerezas, que les llegan de los paradigmas de moda que han considerado a las ciencias exactas y “naturales”, desde las humanidades, las ciencias sociales y las artes.

No les apena hablar de tiras cómicas, dibujos animados, telenovelas, música popular o películas universales saturadas de publicidad previa y de efectos especiales. Y las usan no en los términos que lo hacen los intelectuales más clásicos, para hacerse oír con este truco a las generaciones más jóvenes, sino sencillamente porque crecieron con ellas. Y les parecería absurdo que nadie sepa quienes son los Power Rangers, Condorito, El Exterminador, Tierra de Pasiones o Matrix. Acaso, alguien puede resistirse a repetir una y otra vez ese estribillo de Los Backyardigans: “Náufragos, somos náufragos...

Los nuevos intelectuales son, pues, una combinación de Woody Allen con los hermanos Wachorski. Para hablar dentro de los dibujos mismos, una combinación de ese hijo de la gallinita Patsy, de gruesos lentes y siempre leyendo cuando su mamá corre detrás del Gallo Claudio, con todos los demás amigos de Porky.

En música, ni nos pronunciemos. Los nuevos intelectuales quizás sean menos refinados, pero no es menor el buen gusto. Han elevado a rango universal obras populares en la sutura donde las ha juntado la cultura de masas. Y no es menos el disfrute que les llega de un Santana, que el de un Bach para sus antecesores.

Los otros son los resemantizadores, que regresan con las viejas categorías a darles un segundo aire y sólo consiguen, además del ridículo, frente a sus iguales, un esfuerzo inútil por explicar las cosas que suceden. Otros, más imaginativos, toman esa viejas categorías, las deconstruyen, a veces las rodean, las olfatean, las muerden, las quiebran por dentro y las devuelven revitalizadas y casi irreconocibles, sino fuera por la esperanza de esta vez sí, que invocan para ser aceptadas.

Los “intelectuales científicos”, si se me permite esta extraña combinación, cuyo nacimiento le llega de los medios de comunicación que los han incorporado como especialistas (dentro de ellos mismos antiguamente eran conocidos como populizadores de la ciencia del tipo Assimov, Sagan, Hawking) y los ha terminado por desfigurar, el formato audiovisual que les obliga a decir verdades (cagarse de la risa aquí, porfa) en menos de cinco minutos, con un tipo detrás de las cámaras descontando los dedos de una mano. Cuando llegan a impresionar de verdad en hora y media, como Al Gore, imitando a Peter Ustinov en sus mejores tiempos (un político copiando a un actor, y ambos hablando de ciencias), se ven expuestos a cantidad de correcciones en revistas especializadas, que uno termina por descubrir una gran estafa (cagarse de la arrechura aquí, porfa).

Los viejos intelectuales, han sufrido la indiferencia y hasta la compasión de los nuevos, por su ineptitud, odio y miedo no sólo ante las nuevas tecnologías, sino sobre todo ante los nuevos paradigmas, que muchos no comprenden o descalifican con facilidad desde sus esquemas centrales. Se abrió un nuevo modo de oponerse entre ellos; entre un saber alto, culto, elitista, y otro numeroso, horizontal y rebajado.

El intelectual de nuevo cuño, puede sintetizar sin mayores traiciones los antiguos esquemas, pero a los intelectuales clásicos se les hace más difícil hacerlo con los nuevos.

El puente que han reconstruido los continuadores de los intelectuales clásicos ha sido a base de resemantizar los viejos conceptos, dando entrada y lugar a los nuevos, pero sin desplazar la centralidad de los antiguos. Y, en el mejor de los casos, recobran una vez más ese aburrido equilibrio aristotélico, recurso de moderados y señoras que no quieren pelearse con nadie. Y consiguen el acuerdo de todo el mundo, porque nadie en su sano juicio puede oponerse a generalidades del tipo “todos tienen derecho a presentar su punto de vista”, “nadie debe imponerse a los demás por la fuerza y la violencia”, “una discusión debe basarse en argumentos”, “lo mejor es la moderación y el diálogo”, etc

Ambos comparten modos de vida, soportes escriturarios, tecnológicos, linguísticos y diccionales. Son cobardes (de nuevo, llamas a mí:
"Con honorables excepciones") y profundamente engreídos.


Que más se puede esperar de quienes siempre han creído poseer algo que imaginan una "técnica" y no es más que un gran garrote: la escritura, el habla, la representación y el pensamiento.

Todos estos desdichados se sienten solos, como el monstruo de esa vieja película de mi niñez, al estrellarse contra el silencio y la mudez, que no saben distinguir si es indiferencia, sabiduría, ignorancia o desprecio, y los parte, a los muy infelices, en dos.

Wednesday, August 01, 2007

El redibujo de las clases sociales

EL REDIBUJO DE LAS CLASES SOCIALES

Por Aurora Suárez y Freddy Quezada

Hoy le llamamos a la pequeña burguesía, ese agente portador de todos los vicios humanos según el viejo esquema marxista, cariñosamente “clase media”, la que vehicula todas las bondades del sistema triunfante y se sabe cómoda en las coordenadas globales; a los burgueses, se les conoce como “empresarios” y a los que quieren ser como ellos, “emprendedores”; los campesinos y obreros, después de apagarse sus luces prometeicas, se han subsumido en ese viejo concepto cristiano de “pobres”; muchos campesinos hoy se autoperciben como comunidades étnicas y los verdaderos “pueblos originarios” se están hibridizando con la globalización y todo lo que se mueva lleva ya un signo identitario, repartido en miles de movimientos sociales.

Las transnacionales se autobautizaron a sí mismas como firmas globales y el imperialismo desapareció del vocabulario político. El cuadro clásico del marxismo partía de demostrar la desigual distribución de la riqueza de una sociedad por la existencia de clases sociales que luchaban entre sí para imponer sus modos de ver el mundo. Los que estaban a favor de la Historia, que sólo una vanguardia la conocía muy bien, se llamaban revolucionarios y los que estaban en contra, reaccionarios. Elegir a unos, nos aseguraba la salvación, y los que se oponían, abrazaban su perdición. Como se ve, la espina dorsal del discurso, continuaba el metarrelato cristiano.

En realidad, en Nicaragua no teníamos más que un gran trapichón que era el Ingenio San Antonio de la familia Pellas y unos obreros, en la carretera norte, que los imaginábamos como los proletarios aguerridos de Chicago. Los inscribíamos en una bandera por la que muchos estuvimos dispuestos a morir. Algunos, que se enteraron tempranamente de la ilusión, sólo cambiaron de actor y apostaron después por un campesinado que nada tenía que ver, también, con el real.

Hemos aprendido con Orlando Núñez, ese oligarca político en el más puro sentido de la “ley de bronce” de Robert Michels, quien investigó la formación de la oligarquía en el seno de todo partido político, un curioso retroceso que ha sufrido el cuadro clásico de todo régimen de clases sociales dentro del paradigma marxista. Es todo un guiñón a la derecha.

Núñez, puso en circulación la noción vieja y anticuada de oligarquía económica y financiera para evitar hablar de la emergente burguesía nacionalista, representada por los capitalistas sandinistas, de cuyos intereses es su ideólogo. Y el imperialismo recobró su antigua odiosidad para encumbrarlo en la nueva división social de los enemigos de los “pobres”. El resto de las clases sociales han desaparecido de los análisis y discursos de los populistas de todo tipo.

Ya no digamos los movimientos sociales. El autor nos ha decepcionado por partida doble, habla de una oligarquía, que sólo la cree económica y financiera, y de la cual no se reconoce miembro en su parte política, y ha eliminado de sus discursos a unos movimientos sociales que lo sostenían cuando creía en la sociedad civil. Ni como anarquista ni como gramsciano, el autor logra pasar la prueba. Y recibirá coscorrones tanto allá como aquí. Ya se sabe, el mejor modo de criticar y desestabilizar a un ideólogo de cualquier signo es por medio de burlas y sarcasmos, como saben hacerlo los suplementos cómicos.

Es curioso que sean, desde el extremo opuesto, después de efectuar la vuelta entera, los descoloniales quienes se perfilen como los nuevos intelectuales que vengan a insuflar aire fresco a los viejos ideólogos populistas. Son ellos, los que ahora dicen que los “indios” y los “negros” son los nuevos redentores de la modernidad/colonialidad. Y no sería remoto que estos dos grupos se abracen y los unos (más graves, académicos, profundos y serios) les enseñen el nuevo paradigma, con vocabulario adjunto, a los otros, que terminarán por ser sus sirvientes. Lo más alto del espectro, el imperialismo y la oligarquía, puede encontrar su otra mitad, como contraparte prometeica, en los pueblos originarios y los afrodescendientes, para eliminar todo lo que se encuentre en el centro del mapa.

Francisco Mayorga, al seguir la corriente con su estudio sobre los megacapitales en Nicaragua, especie de continuidad de la obra de Jaime Wheelock, Imperialismo y Dictadura, al presentar la radiografía de la clase dominante en cinco grupos financieros, se guarda bien de investigar a la emergente burguesía nacionalista, al silenciar escandalosamente los capitales nacionales y regionales de Humberto Ortega, mencionando como débiles a los grupos Agricorp (donde uno descubre el protagonismo de otro comandante sandinista, sólo porque nombra a su esposa con el apellido de casada) y Conagro, que presenta como fracaso, pateando cadáveres financieros, como los Centeno Roque. Todo con el objetivo de invisibilizar al nuevo grupo de capitalistas nacionalistas, si cabe el término contradictorio en sí mismo. El precio que tienen que pagar algunos por su libertad.

Antes que toda esta discusión regresara, con esa resaca que a todo bebedor le sabe a rayos al día siguiente, las cosas estaban, y siguen por mucho, centradas en los movimientos sociales, en el derecho a la diferencia y en la libertad de opinar. Los grupos “post” (desde los postmodernos hasta los postanarquistas, pasando por los postcoloniales y los postoccidentales), desconocieron la centralidad de las clases sociales, teorizaron y profundizaron sobre el papel de un mesianismo de baja intensidad o pequeños metarrelatos que operarían en una dimensión local o un espectro donde las bases pudieran controlar a sus propios dirigentes por medio de decisiones rápidas, directas, masivas y democráticas, con dispositivos electrónicos que ya están a la mano.

Es, como si dijéramos, que el primer artículo de reglamentación de los Consejos de Participación Ciudadana en Nicaragua, fuera el derecho a destituir en cualquier momento, si lo ameritase, con la mitad más uno de votos procesados instantánea y electrónicamente, al más intocable de nuestros dirigentes. Esta sería la gran diferencia entre unos consejos espurios y uno real. El derecho sagrado a destituir a nuestros dirigentes de modo masivo, democrático y rápido.

Ser dirigente, debe ser casi un castigo y no un favor que nos hacen. Sería bello gozar, a través de una pantalla gigantesca de un procesador estadístico de grandes números, con el dedo pulgar hacia arriba para verlo, después, como se va doblando lentamente hacia abajo, al conocer los resultados de una votación contra un mal dirigente; por supuesto que con una sonrisa y un frotadito de manos como el del señor Burns, el jefe de Homero Simpson.