Apostillas a un "mesorrelato"
Por Freddy Quezada
Debo agradecer, desde mi nueva identidad de Tin Tan asignada, las aclaraciones sobre la decolonialidad que mi ex – carnal Marcelo (identidad que, en reciprocidad, devuelvo) ha efectuado. Una verdad se pone a prueba según el número de bromas que soporte.
Cuando un creyente va a las cruzadas, si me permite el consejo, mi estimado carnal, lo primero que solicita es la bendición de unos señores, como los que se cuentan entre los suyos y luego desenvainar con furia la espada contra unos infieles, como los que se cuentan entre los míos. Sin embargo, no veo a sus superiores por ningún lado, a menos que, como aquellos seres cabezones del Planeta de los Simios, nos estén observando a través de su pirámide de cristal.
En mi casillero electrónico muchas personas me expresaron que no han entendido nada de la polémica. Algunos groseros, incluso, dicen vernos a Midence y a mí, como dos payasos riéndose, no el uno del otro, sino los dos de los demás. Cierro, por mi parte, esta polémica y presentaré mis ideas principales ante las dos objeciones que me parecieron básicas de la contracrítica de Carlos Midence:
a) El método que empleo de “atacar sin proponer” que yo celebro y, él censura y;
b) La insistencia por “la genealogías de las ideas” (en verdad más que el origen, lo que me importa es el destino, el sentido). Me parece que la descolonialidad son 4/5 copias del postmodernismo y del postcolonialismo (sin citarlos) y 1/5 regreso a la emancipación, que se presenta como alternativas "otras", diferenciándose de lo "nuevo" para superar a una modernidad/colonialidad, donde los EEUU están disueltos. Sería bueno que se dieran una vuelta por el texto de Boris Groys (algo visto desde siempre por los budistas y más cercanamente por Krishnamurti) para ver la diferencia entre lo "nuevo" y lo "diferente" que lo hace a ambos, el museo en el caso de aquel y la memoria en el caso de este. A propósito de Krishnamurti, Mignolo dice que en una entrevista reciente que "El pensamiento es más grande y amplio que la filosofía occidental", esta huida hacia adelante le hace creer que obtiene un refugio en una certeza que es precisamente el problema de todo ya señalado por Krishnamurti: el pensamiento. Este fundamento es el que todavía les hace falta a los postcoloniales seguir presentando. Ellos están más de cerca del asunto que cualquiera de nosotros.
La modernidad, no importa si colonial o no, de segunda o primera generación, enseñó dos cosas (ellas mismas dentro de su dualismo platónico inherente) por encima de cualesquiera otras: a) A soñar y b) A rebelarnos. La utopía y la crítica. Una no se puede entender sin la otra. Jamás pueden ir separadas. A excepción del postcolonialismo y de algunas filosofías orientales, todas las críticas, enseñadas por el mismo sistema bajo cuestión, hacia un paradigma, es para superarlo, retarlo, sustituirlo, competir o simplemente destruirlo.
Los "descos" proponen y critican, como hacen todos los paradigmas nuevos, al mismo tiempo. Crítica, tic, utopía, tac. Tic, tac. Cuando dicen colonialidad del poder, tienen que criticarla y proponer la descolonialidad como superación; del mismo modo, con la del saber, tienen que repudiar a los autores canónicos que la representan y proponer los propios, incluyéndose ellos mismos; o, por último la del ser, inventándose como centro (el del odiado Aristóteles) entre un conquiro y un sub alter. O entre un nazi feroz (Heidegger) y un judío indefenso (Levinas)
La utopía pura es religión. La crítica sin alternativa, es decir criticar por criticar, produce solo placer si se hace desde el humor y el arte. Pero la crítica mantiene intacto los sueños, al cambiarlos, cada vez que ella se renueva. Este es el gran secreto de la modernidad. Vive y se mantiene del uso de un instrumento que ella misma prepara: la crítica. Esta apertura (en el sentido de Heidegger) la hace aparentemente invencible. La mayor parte de los críticos, por muy sofisticados que sean, al no desconocer los sueños, las utopías y las emancipaciones, de hecho, las continúan en distintas versiones, haciendo correr el carro del sistema sin enterarse y terminando asombrados cuando sus críticas y modelos han sido absorbidos (¿será esto lo inconcluso de la modernidad habermasiana?).
El escepticismo (algunas variedades de nihilismo también) son las únicas propuestas que se enfocan más en los fines utópicos que en los medios críticos. Tal vez pues tengamos que hablar de un ego utopicus, en vez del conquiro, esa chifladura de Dussel que sólo los descoloniales le paran pelota, y del ego cogito, esa sutil extensión tomista de Descartes.
Soñar, se convirtió por medio de la colonización (América era el sueño y “Oriente” el terror) y del racionalismo, en la capacidad de construir utopías, emancipar a los indefensos y víctimas del sistema, construir paraísos para ellos, deshacerse de los enemigos. Para ello, la modernidad nos educó a todos metropolitanos y colonizados (como les gusta dividir el mundo ahora a los descos), en criticarla y uncir sus resultados al carro de las alternativas utópicas (liberalismo, marxismo, neoliberalismo, anticolonialismo, postmodernismo, decolonialidad, etc).
Cada vez que creíamos derribarla, la fortalecíamos. Incluso el neoliberalismo, que cree que la utopía se ha consumado en nuestro presente, tiene que impedir (con una crítica sin cabeza en las nubes pero con los pies en la tierra) que los otros consigan la suya y el sueño cumplido se les está convirtiendo en una pesadilla. He excluido deliberadamente a los postcoloniales porque son los únicos que no prometen nada alternativo. Pero todavía funcionan como los escépticos clásicos al suspender su juicio o como los dialécticos negativos al negarse a definir sus alternativas. Y me parecen muy simples. Empero, estoy a la espera que los postcoloniales empiecen a incluir en sus lecturas la filosofías y enseñanzas de los grandes maestros de sus propias culturas, como Lao Tse, Buda, el Zen y algunas ramas del hinduismo, cuyas paradojas y lecturas han sido más aprovechadas, a su manera, por científicos occidentales de la última generación (Bohm, Capra, Morin, Bateson, Wilber, Caólogos, etc).
Imagino que la critica no es la única ni la mejor manera de superar un obstáculo. Hay miles de maneras más y muchas las usan los débiles para sobrevivir y los subalternos para manejarse con los hegemónicos. Por ejemplo, hacerse el muerto, el idiota, el payaso, el ignorante, adular, colocar trampas, invisibilizarse, callar, burlarse, calumniar, dar la razón al ilustrado sin entender ni papa, hacerse el admirado, etc, etc.
El eje central de todo paradigma moderno (y creo que también antiguo) es asignarle sentido al dolor humano. De ahí que, el propósito de todos ellos para reducirlo o superarlo sea: a) liberar del sufrimiento a los más débiles, vulnerables e inocentes, concebibles como muy unidos entre sí; b) castigar a los responsables, concebibles como muy crueles e insensibles y c) ofrecerles una salida feliz a los dolientes, que sólo quienes la han descubierto, pueden ofrecerla. Esta espina dorsal constituye el núcleo de toda historia contada, como narración, en especial las emancipadoras. Paul Ricoeur (apoyado en Aristóteles, a quienes cito no por europeos sino por honradez) señala bien este parentesco de las leyes del arte y de la Historia (con la mayúscula que le gusta seguir usando a sus creyentes) y demuestra que las “leyes” de toda historia responden a las reglas de las composiciones narrativas (Lyotard lo único que hizo fue denunciar la ilusión, Derrida descontruirla, Baudrillard burlarse de ellas y los postcoloniales usarlos a todos, para tomar distancia de sus propios héroes anticolonialistas y luego suspender su juicio o abstenerse sobre cualquier otra alternativa que repitiera lo criticado).
Camus, desde otro punto de vista, también lo supo ver cuando dice que el sentido (material de todo horizonte y tejidos ficcionales) de la vida (no la vida misma, obsérvese bien) es la más importante de las preguntas. Heidegger mismo pasa más de la primera mitad de su obra monumental hablando del sentido (herencia de su maestro Husserl) del ser y sólo más adelante del ser mismo.
Pero si por un instante uno desconoce que el sufrimiento tenga sentido (no digo que el dolor no exista, obsérvese bien, sino que
tenga sentido), cualquier paradigma liberador se derrumba. El sentido en sí mismo une el texto y la realidad. Fuera de él, a riesgo de repetir paradójicamente, para demostrarlo, el dualismo que se denuncia, sólo está la locura, el sinsentido, el vacío. "
Cada uno es el otro y nadie sí mismo", decía Heidegger. Separar el dolor de un placer sólo encontrable al final de un camino es propio de nuestra cultura.
Y no obstante, hoy todos tememos y deseamos, al mismo tiempo, ser el otro. Tememos, por una parte, que los otros/as en su infinita subdivisión desparezcan y deseamos, por otra, encontrar en ellos el poder que suponemos desaparecido en nosotros. Algunas sabidurías “orientales”, han sabido ver esto durante milenios y muy pocos la consideran importante. Incluso, la borradura del "yo" en la escritura y el uso del
"Se" reflexivo heideggeriano, que los descoloniales creen que empezó con Descartes, tiene relación directa con el pensamiento, algo intocable para los occidentales. El pensamiento siempre ha sido el problema y en ningún caso la solución. El techo y límite de todo pensamiento, occidental o no, así como del lenguaje, es la paradoja. Y además, entre otras cosas, y para lo que interesa en estas apostillas, echa por la borda cualquier narrativa. Cualquiera !!!!
Jorge Luis Borges, en
El Jardín de los Senderos que se bifurcan, habla del libro incoherente de Ts' ui Pên, donde aparece un personaje vivo en un capítulo y muerto en otro. Y los herederos lo declaran, por eso, inservible. Pero es el "fundamento escrito" de su sabiduría que sus sucesores no pudieron ver. Es en efecto el fundamento de todo escéptico que lo lleva, para decir la verdad, a traicionarse e interrumpirse a sí mismo a cada instante cuando habla (un poco como el elogio de la inconsecuencia al que se refiere Kolakowski), o a callar para decirnos de ese modo la verdad y que el observador externo puede confundir con un ignorante, pero jamás con un sabio. Ya lo intentaron y a su modo lo obtuvieron Bohm/Krishnamurti; Capra/El Tao; El Wittgenstein de
El Tractatus/Mística; Morin /Budismo; Teorías del Caos/Zen, Wilber/holismo y otros.
Los “descos” han invertido la vieja idea que somos “enanos a hombros de titanes” y se creen ellos, ahora, los gigantes a hombros de aquellos. Empiezan a entusiasmarse (a veces a enceguecerse) con sus propias ideas, pero no se saben repitentes del ritual. Y el burro, otra vez, empieza a perseguir la zanahoria. Los descoloniales han desplazado (a lo mejor porque empiezan a valorar hasta ahora la magnitud profunda de la derrota del paradigma emancipador liberal, marxista y neoliberal en América Latina) a EEUU del eje de las reflexiones (es como sino existiera y sus efectos de poder visibles en la industria cultural y las nuevas tecnologías no pesaran) y han regresado a Europa (pero a la vieja y vigorosa de ayer y no a la decadente y débil de hoy) dejando la impresión que la contradicción gira alrededor de metrópolis y colonias como en la época, tal vez por eso han regresado a ellos, de Fanon y Cesaire. Operan un giro hacia atrás, como buscando raíces, antes incluso de la aparición de EEUU, que en el viejo esquema de Quijano y Wallerstein, todavía es importante y que los "descos" descabezan a conveniencia.
Conscientes que un esquema metrópolis/colonias tiene que dar cuenta de las libertades reales y formales obtenidas a través del tiempo (independencia, abolición de la esclavitud, libertad de prensa, empresa y pensamiento, derecho al voto de las mujeres, revoluciones, democracias, etc), sea fruto de la lucha de los colonizados o concesiones de los hegemónicos, además de unas migraciones salvajes, corren el riesgo de flexibilizar todo el esquema y eventualmente echarlo por tierra. O presentar como falsas las conquistas. Porque ya no somos colonias europeas, somos países deudores de las IFIS controlados por EEUU. Y no somos aborígenes sufridos, ni afrodescendientes encerrados en ghettos, sino una mezcla inextricable de todo. Pero mezclados están también los dominantes y lo estarán más por las migraciones sucesivas. Estamos claros, sí, que las mezclas no son las mismas y el poder que ejercen no es igual. El poder construye diferencias e igualdades a conveniencia. Y el contrapoder es su arma secreta (y la acción el eje que los une). No es casual que Mignolo diga que ya superaron la etapa de "Estudios" y están en la de "proyecto", es decir, preparándose para la acción tras un objetivo, que es lo que significa "proyecto" (arrojado "yecto" hacia adelante, hacia el futuro) en los términos más modernos que uno puede imaginar. ¿Repiten o no la historia? Venga la maldita pregunta occidental que ocasiona todo y que no se advierte a sí misma: ¿Entonces, qué hacemos? Respuesta : nada.
Los descoloniales, esa especie de mesorelato que descree en los grandes (recogiendo con ello lo mejor de la tradición postmoderna y postcolonial), pero al mismo tiempo no le satisfacen los pequeños (en particular los movimientos sociales de los que creen ser sus Cirineos epistemológicos), bien pueden representarse a través de varios elementos que, por razones pedagógicas, ofreceré de manera individual y aparentemente suelta (como un guión cinematográfico), pero que en su tejido y composición narrativa cuenta con todo el sentido de los paradigmas que le han precedido. Tejido (mérito de ellos que nadie discute) que saludamos como un esfuerzo académico más pero que no sabemos a dónde irá a parar. Si los jesuitas intervienen desde sus Universidades con más fuerza, puede que reediten discursivamente una suerte de republica Guaraní descolonizada en segundas nupcias. O a lo mejor van a parar al socialismo del siglo XXI, conviviendo con Heinz Stefan Dietrich o a la CLACSO con Emir Sader y Eduardo Grüner. Les deseo suerte, profesores, pero no los acompaño.
1. Villanos: modernos/coloniales. El grosor del enemigo comunica la magnitud a un relato emancipador. El tamaño desmesurado de los enemigos (debe presentársele sin fisuras internas o, de haberlas, tienen que ser secundarias) es casi siempre inversamente proporcional al de sus adversarios. Entre más pequeños son los unos, más grandes se imaginan a sus enemigos. Entiendo que se hace para impresionar (¿a quiénes, no sé?) con la magnitud de sus tareas hercúleas y prometeicas.
2. Héroes: en el relato descolonial son los profesores mismos, con un grado sustantivamente menos que los líderes redentores clásicos. Buscan la segunda descolonización para completar la primera de los Fanon, Cesaire y Cabral pero desde locus universitarios. Estos héroes y heroínas pasan así de Mesías a Cirineos.
3. Lugares: nada hay más parecido a una Universidad que otra, esté donde esté. Alguien decía que pasa lo mismo con hospitales, hoteles, restaurantes, aeropuertos, avenidas, Shoppings. Es la arquitectura de Le Corbusier hecho para el ciudadano del mundo. La única diferencia entre Universidades (pese a la INTERNET) son los recursos y el poder de agenda. Fue desde una universidad rica que se fabricó la descolonialidad; es desde otra (pobre), donde le respondemos. Los verdaderos lugares de los descoloniales son las Universidades ricas, para descolonizar desde ahí a las pobres a donde migrarán en la que medida que las vayan “concientizando”; discursivamente, son los espacios de los países colonizados, los locus como le encanta decir en ese latín que odia, a Mignolo.4. Teorías: postcolonialismo en reversa. Prohibición autoritaria del uso de autores eurocéntricos (permiso sólo el de ellos para criticarlos, en algunos casos para plagiarlos y terminar siendo como los amos blancos que desprecian a sus esclavos negros, pero les encanta violar a sus mujeres) en vez de sumar más y más autores no eurocentristas (budistas, taoistas, hinduistas, zen) y desaparecer a los villanos por ahogamiento masivo.
5. Aliados: marxistas abiertos, teólogos de la liberación reciclados, eurocéntricas arrepentidas, ex -- subalternistas latinoamericanos, desertores del postcolonialismo, desencantados del postmodernismo.
6. Sujetos privilegiados: pueblos originarios, afrodescendientes y colonizados.
7. Precursores: Aníbal Quijano en exclusiva, pero por qué no Darcy Ribeiro, más radical que todos ellos juntos (¿porque puede descentrar el foco escriturario, incluyendo a Poma y Cugoano, hacia las culturas ágrafas?
); o Raúl Fornet Betancourt (¿porque puede disputar el centro del Tawantinsuyu descolonizado o sería, ya con él, intercultural?) u Orlando Fals Borda (¿porque sus métodos son totalmente antiuniversitarios?
) que apenas uno de ellos lo cita. 8. Horizonte: emancipación horizontal y a medio alcance (meso), acompañada de héroes, sujetos privilegiados y aliados contra los villanos. Núcleo de la trama La Misión II parte. Propongo, si es épica, de nuevo a Robert de Niro en el papel de Mignolo; pero si es comedia a Jim Carrey.
9. Métodos: demostrativos, racionales y académicos. A veces cinematográficos alternativos. Todos con el propósito de descolonizar almas, cuerpos y mentes.
10. Corrientes internas: a) teóricos (Mignolo que las equilibra a todas) ; b) mujeres (Schywi, Walsh), curiosamente de origen europeo y norteamericano, militantes de movimientos sociales étnicos sudamericanos, claramente emancipadoras; c) liberacionistas cristianos y seculares, recién llegados (Dussel, Maldonado Torres, Castro Gómez, ahora Midence;); d) semi escépticos (Coronil, Lander, Grosfoguel).
11. Escritores canónicos que no se usan: Poma de Ayala y Cugoano.
PD: Para los interesados en el libro "El Giro decolonial" (Copyright 2007) aquí se los obsequio de forma gratuita.