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Wednesday, August 01, 2007

El redibujo de las clases sociales

EL REDIBUJO DE LAS CLASES SOCIALES

Por Aurora Suárez y Freddy Quezada

Hoy le llamamos a la pequeña burguesía, ese agente portador de todos los vicios humanos según el viejo esquema marxista, cariñosamente “clase media”, la que vehicula todas las bondades del sistema triunfante y se sabe cómoda en las coordenadas globales; a los burgueses, se les conoce como “empresarios” y a los que quieren ser como ellos, “emprendedores”; los campesinos y obreros, después de apagarse sus luces prometeicas, se han subsumido en ese viejo concepto cristiano de “pobres”; muchos campesinos hoy se autoperciben como comunidades étnicas y los verdaderos “pueblos originarios” se están hibridizando con la globalización y todo lo que se mueva lleva ya un signo identitario, repartido en miles de movimientos sociales.

Las transnacionales se autobautizaron a sí mismas como firmas globales y el imperialismo desapareció del vocabulario político. El cuadro clásico del marxismo partía de demostrar la desigual distribución de la riqueza de una sociedad por la existencia de clases sociales que luchaban entre sí para imponer sus modos de ver el mundo. Los que estaban a favor de la Historia, que sólo una vanguardia la conocía muy bien, se llamaban revolucionarios y los que estaban en contra, reaccionarios. Elegir a unos, nos aseguraba la salvación, y los que se oponían, abrazaban su perdición. Como se ve, la espina dorsal del discurso, continuaba el metarrelato cristiano.

En realidad, en Nicaragua no teníamos más que un gran trapichón que era el Ingenio San Antonio de la familia Pellas y unos obreros, en la carretera norte, que los imaginábamos como los proletarios aguerridos de Chicago. Los inscribíamos en una bandera por la que muchos estuvimos dispuestos a morir. Algunos, que se enteraron tempranamente de la ilusión, sólo cambiaron de actor y apostaron después por un campesinado que nada tenía que ver, también, con el real.

Hemos aprendido con Orlando Núñez, ese oligarca político en el más puro sentido de la “ley de bronce” de Robert Michels, quien investigó la formación de la oligarquía en el seno de todo partido político, un curioso retroceso que ha sufrido el cuadro clásico de todo régimen de clases sociales dentro del paradigma marxista. Es todo un guiñón a la derecha.

Núñez, puso en circulación la noción vieja y anticuada de oligarquía económica y financiera para evitar hablar de la emergente burguesía nacionalista, representada por los capitalistas sandinistas, de cuyos intereses es su ideólogo. Y el imperialismo recobró su antigua odiosidad para encumbrarlo en la nueva división social de los enemigos de los “pobres”. El resto de las clases sociales han desaparecido de los análisis y discursos de los populistas de todo tipo.

Ya no digamos los movimientos sociales. El autor nos ha decepcionado por partida doble, habla de una oligarquía, que sólo la cree económica y financiera, y de la cual no se reconoce miembro en su parte política, y ha eliminado de sus discursos a unos movimientos sociales que lo sostenían cuando creía en la sociedad civil. Ni como anarquista ni como gramsciano, el autor logra pasar la prueba. Y recibirá coscorrones tanto allá como aquí. Ya se sabe, el mejor modo de criticar y desestabilizar a un ideólogo de cualquier signo es por medio de burlas y sarcasmos, como saben hacerlo los suplementos cómicos.

Es curioso que sean, desde el extremo opuesto, después de efectuar la vuelta entera, los descoloniales quienes se perfilen como los nuevos intelectuales que vengan a insuflar aire fresco a los viejos ideólogos populistas. Son ellos, los que ahora dicen que los “indios” y los “negros” son los nuevos redentores de la modernidad/colonialidad. Y no sería remoto que estos dos grupos se abracen y los unos (más graves, académicos, profundos y serios) les enseñen el nuevo paradigma, con vocabulario adjunto, a los otros, que terminarán por ser sus sirvientes. Lo más alto del espectro, el imperialismo y la oligarquía, puede encontrar su otra mitad, como contraparte prometeica, en los pueblos originarios y los afrodescendientes, para eliminar todo lo que se encuentre en el centro del mapa.

Francisco Mayorga, al seguir la corriente con su estudio sobre los megacapitales en Nicaragua, especie de continuidad de la obra de Jaime Wheelock, Imperialismo y Dictadura, al presentar la radiografía de la clase dominante en cinco grupos financieros, se guarda bien de investigar a la emergente burguesía nacionalista, al silenciar escandalosamente los capitales nacionales y regionales de Humberto Ortega, mencionando como débiles a los grupos Agricorp (donde uno descubre el protagonismo de otro comandante sandinista, sólo porque nombra a su esposa con el apellido de casada) y Conagro, que presenta como fracaso, pateando cadáveres financieros, como los Centeno Roque. Todo con el objetivo de invisibilizar al nuevo grupo de capitalistas nacionalistas, si cabe el término contradictorio en sí mismo. El precio que tienen que pagar algunos por su libertad.

Antes que toda esta discusión regresara, con esa resaca que a todo bebedor le sabe a rayos al día siguiente, las cosas estaban, y siguen por mucho, centradas en los movimientos sociales, en el derecho a la diferencia y en la libertad de opinar. Los grupos “post” (desde los postmodernos hasta los postanarquistas, pasando por los postcoloniales y los postoccidentales), desconocieron la centralidad de las clases sociales, teorizaron y profundizaron sobre el papel de un mesianismo de baja intensidad o pequeños metarrelatos que operarían en una dimensión local o un espectro donde las bases pudieran controlar a sus propios dirigentes por medio de decisiones rápidas, directas, masivas y democráticas, con dispositivos electrónicos que ya están a la mano.

Es, como si dijéramos, que el primer artículo de reglamentación de los Consejos de Participación Ciudadana en Nicaragua, fuera el derecho a destituir en cualquier momento, si lo ameritase, con la mitad más uno de votos procesados instantánea y electrónicamente, al más intocable de nuestros dirigentes. Esta sería la gran diferencia entre unos consejos espurios y uno real. El derecho sagrado a destituir a nuestros dirigentes de modo masivo, democrático y rápido.

Ser dirigente, debe ser casi un castigo y no un favor que nos hacen. Sería bello gozar, a través de una pantalla gigantesca de un procesador estadístico de grandes números, con el dedo pulgar hacia arriba para verlo, después, como se va doblando lentamente hacia abajo, al conocer los resultados de una votación contra un mal dirigente; por supuesto que con una sonrisa y un frotadito de manos como el del señor Burns, el jefe de Homero Simpson.

2 comments:

Anonymous said...

que pajista chino que sos !!!

Anonymous said...

Como ganadora del Neustadt en donde también fue considerado el actual premio Nobel Orhan Pamuk, creemos que Alegría es mejor candidata que nuestro poeta y amigo Cardenal. Como Mujer, amiga, esposa, hija, madre y poeta independiente de creencias políticas y con una obra literaria y una trayectoria de los más altos niveles comprometida con los valores más excelsos del espíritu humano.

Apoyemos a nuestra gloriosa Claribel, poeta de la Centroamérica integrada!