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Saturday, April 28, 2007

La Sobreoferta de Sentidos

LA SOBREOFERTA DE SENTIDOS

(caso “Jesús Hombre”)

Por Freddy Quezada

Sólo conozco en la cultura occidental a un hombre que despreció el sentido de todo, con una valentía y dignidad admirables. Pero aún a Cioran, lo sostenía un sentido oculto y dulce: su amor por Bach, por la música clásica. Me pasa lo mismo con mi melodía favorita. Es difícil sino imposible, vivir sin al menos un sentido.


Uno de las tentaciones de abordar temas religiosos desde el punto de vista sociológico, es el clásico riesgo epistemológico: ¿cómo puede un científico social neutral o comprehensivo, saber lo que piensan y quieren creyentes de cualquier signo? ¿Cómo puede alguien comprender sin creer y, explicar sin compartir una fe? El desgarramiento ya fue advertido por Weber. Y es el mismo del sentido que trabajaron a su modo Brentano y Husserl. Incluso, Heidegger, con sus dos primeras preguntas sobre el ser (el ser mismo y su sentido), advertidas por Adorno, sigue las líneas maestras de la metafísica occidental, como él mismo la bautizó, para superarla

Frei Betto, defensor de un sentido profundo de fe, decía: Doy gracias al Señor por la fe que me arrebata y me quema, que calcina mi espíritu y me hace atravesar las noches de oscuridad, y me ilumina de relámpagos, y dobla mis rodillas ante el Misterio, y arranca de mis secos labios susurros orantes.

Si hay alguna expresión comprensiva alrededor del sentido de nuestra cultura es aquel que considera que todas las cosas tienden al bien y, lo importante es el fin de ellas. Los medios serían subordinados violentamente, en el peor de los casos, o adecuados en el mejor y más ético. Tal principio, con todo, ha imperado en Occidente desde los tiempos de Aristóteles. Y sólo hay verdaderas crisis en nuestra cultura (hablo como mestizo heredero de ella, pero no por las otras que igualmente nos componen: precolombina, afroamericana y asiáticas) cuando este fin se ve amenazado por otros, o por ninguno, y nos horrorizamos ante el vacío (horrror vacui).

Las tradiciones “orientales”, por el contrario, abrazan el vacío, el absurdo, la nada, y no corren a abrazar el suicidio cuando se privan del sentido, más bien se calman y encuentran en ello la serenidad. En nuestra cultura, incluso, los místicos nuestros lo saben (Eckart y los místicos españoles). En definitiva, el sentido de la vida es la vida misma y cuando se trata de trascenderla con el reflejo de ella misma, estamos preparados para vivir fuera de nosotros, del ser.

El telos, la finalidad, considerada generalmente virtuosa en sí misma, buscará lo que ha perdido: los orígenes. Es un círculo perfecto, aún en los casos asintóticos en que somos prisioneros de la ilusión óptica moderna del horizonte kantiano. El futuro pues no es más que memoria y deseos. Buscamos hacia delante, sólo lo que hemos perdido: el paraíso.

Hay tres fuentes mayúsculas del sentido de onda larga y de núcleo muy duro en el pensamiento: la religión, el nacionalismo y las ideologías. Cada una al triunfar, o ganar la hegemonía de amplios sectores sociales, se constituyen en instituciones como las iglesias, los estados naciones y los partidos, desde donde despliegan estrategias para consolidar el sentido invocado y excluir a quienes se les oponen. Muchas veces sectores salidos de su seno mismo, hasta desembocar desde las religiones, en búsquedas de espiritualidades; desde los estados nacionales, en fragmentaciones; y desde las ideologías, en la globalización, como hoy la conocemos.

La cadena se ha sucedido, absorbiendo, el último de los goznes, las funciones de los eslabones inferiores: de las iglesias, a los partidos, a los medios de comunicación, al medio de medios, INTERNET. Educar, informar y entretener, las funciones originales con las que nacieron los medios, en ese orden, terminaron mezclándose y siendo dominadas por la diversión. Quizás a eso debamos esa ligera sospecha que tenemos hoy que todas las cosas parecen reírse de nosotros.

El sentido de la religión occidental, desde Séneca, que servirá de bisagra entre las decadentes tradiciones grecorromanas y las nacientes judeo-cristianas, será trascendente, fuera de la polis, donde hasta entonces se venían ejerciendo todas las virtudes. El Estado nación hará de la religión un asunto privado y del poder laico y secular un asunto público. Desde ellos mismos nacerán al mismo tiempo las ideologías universales, imitando el ecumenismo de sus antecesoras religiosas, tanto de la aspiración de una democracia y un mercado planetario o, desde un socialismo fraterno e internacionalista.

El sentido cuando se quiebra o se abre, replantea de nuevo su legitimidad y su fundamentación. Por eso cuando suceden derrumbes espectaculares se abren períodos nihilistas y profundamente creyentes al mismo tiempo, así sucedió con el epicureismo, la reforma, el renacimiento, el existencialismo, el postmodernismo. En este último, incluso, que no llegó a saltar el abismo, pese a reconocerlo, se detuvo en microrrelatos, como ya últimamente concedió Lyotard, o a no exterminar del todo el pensamiento, como todavía considera Vattimo.

El sentido hoy se abrió a un reemplazo, en especial con el género (redención mundial de las unas por los otros, perversos y abusadores), a los ecologistas (defensa planetaria) simultánea de la abolición del espacio por la mediática, y a la velocidad del tiempo contra la memoria. Reedición sin buscarlo, de las tres dimensiones de onda larga: tiempo, espacio, sujeto.

Fue necesario un rodeo, para explicar un poco de donde viene este exceso de sentidos que hoy tenemos, fruto del estallido de los antiguos (escasos y simples), y donde no podemos ya distinguir un sentido duro de uno light, uno fuerte de uno blando, porque todos nos parecen lo mismo. La situación me recuerda esa solicitud que hago siempre a la señora que sirve diez vasos de refrescos en la UPOLI: cuál me recomienda –le pregunto con ingenuidad, y ella me confiesa lo que me oculta el sistema: “cualquiera, todos son iguales” y yo le respondo, como espera el sistema que lo haga: “no, el que yo elija será la diferencia”.



Somos, en efecto, lo que elegimos, como unos Sartres de terracota, pero todos elegimos siempre lo mismo (como elegir algo en el cable que pasa las mismas películas en distintos canales, las mismas noticias a horas diferentes, y los mismos espectáculos deportivos y musicales en diferentes idiomas) bajo la bandera de distinguirnos unos de otros. Así, podemos recorrer el arco desde el tarot hasta el budismo zen; desde la astrología hasta el taoísmo más genuino; desde las religiones clásicas hasta las sectas electrónicas y mediáticas. El sentido ya no sirve de consuelo, sino de consumo. Su espacio no existe, o está en todos lados, mientras el real está destruyéndose con su complicidad e indiferencia; su tiempo es la muda y el descarte; sus redenciones están paralizadas por la diferencia.

Ahora que está ocasionando un escándalo fácil, un provocador de la teología neoliberal, como José Luis de Jesús Miranda, hay que recordar el antecedente inmediato de su antítesis liberacionista en Nicaragua, con el Jesús de los Pobres, Marco Antonio Aráuz, hace mas de diez años. Kierkegaard es el único que se ha hecho una pregunta digna de estos fenómenos: ¿Cómo distinguimos a un Cristo vivo entre nosotros? ¿Cómo distinguieron a Cristo sus contemporáneos? ¿Y si de verdad fuera El?

Boris Groys tiene una interpretación muy sugerente de este asunto: para Kierkegaard lo nuevo es una diferencia sin diferencia, o una diferencia más allá de la diferencia –una diferencia que no somos capaces de reconocer porque no está relacionada con ningún código estructural previamente dado.

Kierkegaard utiliza la figura de Jesucristo como ejemplo de esta diferencia. En efecto, Kierkegaard declara que la figura de Cristo inicialmente se parecía a la de cualquier ser humano corriente en aquel momento histórico. En otras palabras, un espectador objetivo de aquel momento, confrontado con la figura de Cristo, no hubiera sido capaz de encontrar ninguna diferencia visible y concreta entre Cristo y un ser humano ordinario –una diferencia visible que pudiera sugerir que Cristo no era simplemente un hombre, sino también Dios. Por tanto, para Kierkegaard la Cristiandad está basada en la imposibilidad de reconocer a Cristo como Dios –la imposibilidad de reconocer a Cristo como diferente. Además, esto implica que Cristo es realmente nuevo y no simplemente diferente –y que la Cristiandad es una manifestación de la diferencia sin la diferencia o de la diferencia más allá de la diferencia.

He aquí, pues, que para reconocer a alguien divino entre nosotros debe ser nuevo, no diferente. Y esa novedad no puede provenir de la comparación, ni de la memoria, sino del silencio, de lo no otro.

Una vez me definí, dentro de una lógica procesual, como una persona “cada vez menos atea”. Signifique lo que signifique esta expresión, confieso que me sorprendió en medio de un hecho que me he negado a explicármelo. Sucede que todas la veces que tomo un Nuevo Testamento de Salmos y Proverbios que se encuentra en mi escritorio y lo abro por cualquier página, mientras espero que cargue mi vieja computadora, siempre me encuentro con Romanos 1, 2 que dice “Por lo cual eres inexcusable, Oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas; pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo”. Entonces me regocijo por un instante, pero retrocedo y huyo ante la luz, para terminar de rodillas ante una elección más profana. Suéltala DJ.
Managua, mayo 2007

1 comment:

Freddy Quezada said...

Nota para los lectores de este blog: Informo que por problemas técnicos (no manejo muy bien todavía la colocación de videos) suprimí, por no sé qué razón, las pestañas interactivas que están integradas de oficio en los blogs. Yo mismo me mandé una prueba a este artículo que después se borró y que a la letra decía: "Informo y repito para los que lo han olvidado: Aurora Suárez es la Chica de Ipanema. No hay otra."