Y LA OPINION
Visitando algunas páginas de INTERNET, que de oficio hago para actualizarme sobre las discusiones contemporáneas, me encontré con una polémica entre Mario Bunge, el más grande representante de la epistemología científica en América Latina, y los lacanianos de Argentina, a propósito de los métodos en las ciencias naturales y las nuevas corrientes culturalistas y postmodernas. La polémica me recordó una propia que tuve con Alan Sokal hace varios años a propósito de su libro explosivo contra los más grandes representantes del postmodernismo, “Imposturas Intelectuales”.
Alan Sokal un físico teórico norteamericano, procedió a juntar un collage de citas de los más caracterizados autores postmodernos de EEUU, le puso su nombre al artículo de marras, y lo envió a una revista especializada (Social Text) en 1996 para darle a entender que un científico cuántico ya estaba convencido de la pertinencia del postmodernismo. Resulta que, después el propio Sokal, desde otra revista (Lingua Franca), se denunció a sí mismo y confesó que la sarta de tonterías que había enviado no tenía pies ni cabeza. Sus amigos le animaron para que escribiera la crítica a través de un libro que, en efecto, hizo junto a un colega belga, Jean Bricmont, y que titularon "Imposturas Intelectuales", pero esta vez dirigido a toda la más selecta intelectualidad postmoderna francesa desde Lyotard y Derrida hasta Kristeva y Virilio. La denuncia principal con la argumentación correspondiente consistía en demostrar la incapacidad y profunda ignorancia de todos estos autores en el manejo de conceptos científicos. Virilio, por ejemplo, "no sabe distinguir entre cinética y cinemática", Kristeva e Irigaray "no saben nada en absoluto de mecánica de fluidos", Lacan es "incapaz de diferenciar entre números imaginarios y números irracionales", Baudrillard no sabe nada de las teorías del caos, Deleuze sólo escribe disparates, Lyotard tiene un conocimiento débil sobre la teoría matemática del derrumbe. Latour, está convencido que la teoría de la relatividad de Einstein es la base del relativismo cultural, etc.
En lo personal, la charada de Sokal me recordó una mejor de Paul Feyerabend, por cierto uno de los blancos del joven físico norteamericano. Y es aquella célebre defensa de tesis que hizo ante Bertrand Russell, el insigne lógico analítico, que por cierto nunca le perdonó, sobre una teoría física totalmente "inventada y actuada" (Feyerabend era un actor aficionado) que, ante un auditorio de estudiantes, todavía aguantó la risa al ser aprobado con honores. El episodio lo contaba Feyerabend, para demostrar lo contrario de Sokal con el suyo: cómo los científicos "duros" podían aprobar cualquier cosa con la condición que quién les hablara fuera otro colega con una reputación tan buena o mejor que la propia. Es Feyerabend quien empieza a denunciar a los científicos como una "banda de vividores del presupuesto del Estado" y que la democracia de la ciencia consistía no en votar si la ecuación de Einstein era corecta o no, sino en ejercer el derecho de los contribuyentes a determinar el destino y la utilidad de las investigaciones. Estas cosas son las que tomarán después los postmodernos para también hacer de las suyas, pero el exceso no eliminará los cargos contra los científicos en general y las ciencias duras en particular. Robert Oppenheimer, el paradigma de científico desgarrado, desilusionado y traicionado, pagará con su vida estas miserias.
Después de leer el texto de Sokal y Bricmont empecé a creer que nos movíamos entre charlatanes postmodernos y neopositivistas autoritarios. Sobre Mario Bunge le advertí a Sokal en medio de la polémica:
“Lo de «autoritarios» es más bien por los que vienen detrás de ustedes, (hay un chileno de apellido Otero que me pareció vengativo y un viejo diosecillo del positivismo en el área latinoamericana, Mario Bunge, que estaba rabioso de la alegría calumniando a las ciencias sociales en general). Después de abrir las ventanas para ventilar el ambiente, mérito de ustedes, vienen también los microbios. Sé que es un riesgo que debemos asumir todos”.
Mario Bunge en una entrevista que le hizo la Revista Ñ, suplemento cultural de El Clarín, periódico argentino, nos dice:
“P: Siempre ha fustigado a cuatro pasiones argentinas: el psicoanálisis, la homeopatía, el existencialismo y el posmodernismo. ¿Por qué cree que en
R: — Son fáciles, no requieren un aprendizaje riguroso y largo. Cualquier diletante, aficionado, puede tomar un libro de Freud o de Lacan o de alguno de los posmodernos y, aunque no lo entienda, puede repetir. El caso del existencialismo es más complejo porque los existencialistas emplean un lenguaje muy oscuro, al punto de ser ininteligible. Por ejemplo, cuando Heidegger cree definir el tiempo diciendo que es la maduración de la temporalidad, es una frase sin sentido, es para épater le bourgeois, para deslumbrar a los amigos: "Ah, qué bien, habla en difícil". Eso da prestigio en ciertos lugares”.
La revista electrónica Antroposmoderno se le dejó ir con el artículo “Mario Bunge: un charlatán más en el reino de los charlatanes” de Leandro Andrini, un físico de profesión, que desencadenó una cascada de reacciones en la pestaña interactiva del ensayo correspondiente.
Sin embargo, quiero referirme a algo que, más bien, es un efecto menor de esta discusión, la diferencia entre distintos modos de expresar verdades y juicios a través de artículos científicos, ensayos y periodismo de opinión.
Nada de lo dicho abajo, tiene carácter definitivo ni cerrado, incluso, es posible que sea una opinión más a la altura de cualquier otra, pero de lo que se trata es precisamente de provocar la reflexión y motivar a interrogarnos sobre sus diferencias, cruces, límites, definiciones y pertinencias.
El debate entre postmodernos y neopositivistas, no es más que la continuidad de uno más antiguo, entre las natürwissenschaft y las geisteswissenschaft, entre las ciencias naturales y las ciencias del espíritu o humanas. Entre los métodos para explicar (erklaren) la realidad no humana y los modos de comprender (verstehen) esta última. Max Weber fue quien expuso con mucha sencillez esta diferencia. Decía algo así como que al sol (o a Plutón, para el caso, a quien le importa un rábano la expulsión de los astrónomos) se lo podía explicar, pero no comprender y viceversa, las personas asignaban sentido (sinn) a todas las cosas que hacían, de tal manera que no se las podía explicar como a insectos o colonias de hormigas, sino que había que tratar de comprender sus comportamientos con arreglo a distintos tipos de fines. Brutalmente podemos decir que era una diferencia entre el sentido de los actores y las leyes ineludibles. Entre la voluntad de poder y la obediencia ciega; entre el determinismo y la libertad relativa.
Presentamos a continuación una caracterización de cada uno de ellos.
A) Artículos científicos. Son frutos de investigaciones puras o aplicadas, naturales o sociales que siguen una normativa y procedimientos muy rigurosos. Se enmarcan y encadenan dentro de lógicas aristotélicas, cartesianas y empíricas de demostraciones y presentaciones de hipótesis. Tienen que inscribirse en un juego de lenguaje rígido y lineal, consecuente y conclusivo, además de contar con un respaldo fuertemente verificable en el terreno o en el laboratorio, bajo el principio clásico que la verdad (correspondiente, coherente, evidente y útil), puede ser comprobada por observadores independientes en cualquier momento y lugar. Deben contar, al menos, dependiendo de los criterios de las revistas científicas, con el IMRYD (Introducción, Métodos, Resultados y Discusión) como le llaman los especialistas. Sus dos consecuencias prácticas son: pronosticar y resolver problemas. Sin embargo, una tercera, que es el poder de sus reglas, normas y sistemas, aceptadas a través de demostraciones o consensos, por la mayoría de una población, se descubrieron que es el fruto de una comunidad de científicos que dominan alrededor de un paradigma estable (Thomas Khun), mientras no llegue un grupo rival que lo rompa y lo sustituya por otro. Paul Feyerabend, el más radical de todos los epistemólogos, fue más allá denunciándolos como “bandas hambrientas de poder y de dinero”. Para ser aceptados por esta comunidad que cuenta también con rangos, liturgias, sacralidades y escalafones, que autorizan o no investiduras, hay vehículos como las revistas científicas que los autorizan y canonizan. Son viejos métodos parecidos a las órdenes monásticas o a los rituales militares, que han roto el poder de los medios de comunicación, quienes hoy se reservan el derecho de decidir y otorgar el boleto para saber quién es el especialista o el doctor de moda o de turno. La situación recuerda la polémica célebre en Francia entre Jurgen Habermas y Michel Foucault, donde uno pareció derrotar al otro, sólo por el manejo que uno de ellos, Habermas, tenía ante las cámaras. Oid el manejo maniqueo de uno y el empantanamiento del otro, al pisar el terreno de la ciencia:
"Habermas: -- ¿Pero quieres decir que la verdad puede ser buena pero también mala?
Foucault: -- Usamos la verdad para excluir a otros. La verdad funciona en nuestras sociedades como un principio de exclusión. Incluso en la ciencia..."
Hay artículos científicos naturales y sociales y de ahí la vieja rivalidad de la que venimos hablando. Durante mucho tiempo, las ciencias exactas (en especial las matemáticas, física y biología) dominaron por reflejo los paradigmas de las sociales. Es hasta hace poco, con el desarrollo de las teorías dinámicas no lineales, que se está reconociendo la complejidad, y al mismo tiempo simpleza, (“lógicas”paradójicas) de la materia, tal como, desde hace mucho tiempo, se ha dicho de las sociedades humanas. Pero, otro juego de lenguaje que ha cobrado importancia en medio de estas hermanas gemelas y rivales, es la literatura. Y de hecho han servido de puentes y bisagras entre ellas la lingüística (lo que importa es conocer las reglas de los "juegos de lenguaje"), la antropología (todo es cultura) y la arquitectura (la ciencia del arte).
B) Ensayos. Son muy populares en Latinoamérica. De hecho, se han distinguido desde el “descubrimiento” de América como identitarios de la región. Sus fuentes son literarias, de crónicas e históricas, compuestas de tejidos narrativos, que le llegan de un cruce de etnografía y literatura, potenciados hoy por los estudios culturales, subalternos y postcoloniales que ocupan las reglas del lenguaje tanto para el tiempo (Historia) como para las narraciones ficticias fundantes, un poco como lo pensaba Ricoeur. Durante la hegemonía del positivismo, fueron vistos como testimonios menores, perezosos, subjetivos y de escaso valor social, más objeto de las artes literarias que de los archivos; más del lado de las opiniones subjetivas y las especulaciones sin fuentes ni respaldos empíricos, que de los registros con valor documental. Hasta que la ciencias sociales lo usaron con moderación, fue que los ensayos empezaron a distinguirse entre filosóficos (linajudos y con trayectoria propia), científicos y artísticos.
C) Artículos de opinión. Este es el género con menos valor de verdad colectivo. Sin embargo, como dicen analistas contemporáneos, el periodismo de opinión se ha vuelto el refugio del mundo instantáneo, volátil, veloz y fragmentado de la información. El viaje y la rumia son aquí, en efecto, más lentos, reflexivos y fecundos. Es una burbuja que ahora se combina con rutinas literarias, navegaciones electrónicas, hallazgos científicos publicitados, impresiones de expertos y especialistas en programas televisivos, etc. Todo combinado con experiencias profundamente personales y puestas en primera persona, desde medios impresos hasta electrónicos (web, blogs, etc). Son territorios de la subjetividad pura, a veces es cierto son basura, pero también nudos de provocación y reflexión que pueden usar o no, los recursos del artículo científico y de los ensayos clásicos con imaginación, arte y profundidad. Probablemente los científicos y filósofos se terminen rindiendo a él. Porque los artistas, primero en todo, ya lo han hecho.
D) Combinación. Puede que toda esta situación se deba a que las ciencias en general, hermanas gemelas de la “alta cultura”, estén sufriendo, como ella, los embates de la cultura de masas. Y estemos asistiendo a una batalla campal entre sus formatos rígidos, formales y objetivos en el caso de las primeras y, entretenidos, ligeros y subjetivos, en el caso de las segundas. Así se están desdibujando las fronteras entre artículos científicos (revistas de ciencias que no tengan un website interactivo es como si no existieran y no hay Premio Nóbel vivo que no tenga al menos un blog), ensayos (los que marcan las grandes polémicas) y artículos de opinión (sencillos y lúcidos), por la fuerza de los nuevos paradigmas culturalistas (que incorporaron las ficciones fundadoras como parte de los cánones socionarrativos de los estados naciones y la idea motriz de que las comunidades “imaginadas o inventadas” seguían reglas de lenguaje parecidas a las de la narración, donde se incluía a las ciencias) y el empuje de las hibrideces, intersticios y derrumbes de certezas etnometodológicas. Todo se ha vuelto fecundo en sus combinaciones, donde podemos encontrar, como cuenta Umberto Eco (ese Leonardo Da Vinci de nuestros tiempos, artista y científico a la vez) que le sucedió con el abate Vallet, las revelaciones más brillantes en un humilde artículo de opinión refrito o pistas para imaginar mundos o pensarlos en ensayos locos y despiadados, como los de Cioran o Baudrillard, cuyas frases muchas veces tiene el poder iluminador del relámpago y la fuerza heurística de reconocer el universo entero en los guijarros.