NO HAY IZQUIERDAS NI DERECHAS,
SÓLO EMPODERADOS Y DESEMPODERADOS
Por Freddy Quezada
En Scareface, después de lavar platos en un restaurante newyorkino, Al Pacino, ya convertido en narco poderoso, desde un jacuzzi, puro habano en los labios y con Michelle Pfeiffer, amante arrebatada a su ex -- jefe, esperando su menor señal para hacer el amor, se hace la pregunta más filosófica que he oído en una película. Lanzando al aire una bocanada de humo y removiendo su whisky, dice, entre ligeramente desencantado y perplejo: ¿así que esto es el maldito poder?
Durante el interregno postimperialista entre el 9/11/89 (Caída del Muro de Berlín) y el 11/9/01 (Derrumbe de las Torres Gemelas) la explosión del pensamiento universal fue tan fuerte, caótico, y en todas las direcciones imaginables que, términos modernos como “izquierda” y “derecha”, desaparecieron del horizonte cosmovisivo.
El poder, rebajado ya su sentido redentor a discursos estratégicos, pasó a ser la categoría
central para comprender las nuevas situaciones sociales. Y hacía ver lo que unía más a la izquierda y a la derecha de lo que las separaba.
La izquierda (abusiva para hablar en nombre de los demás) se disolvió en los movimientos sociales aprendiendo, más por necesidad que por virtud, a ser modesta y tolerante; y, la derecha (abusiva en hablar en nombre de individuos abstractos y sueltos), al mismo tiempo, se proclamó vencedora desde el neoliberalismo.
Por su lado, el postmodernismo, ese “otro” del neoliberalismo, dio por cancelado los grandes conceptos usados en los relatos emancipatorios y prometeicos, tanto de la izquierda como de la derecha: libertad, igualdad, fraternidad, paraísos reconciliantes como socialismo, mercado absoluto, fraternidad universal, sólo eran discursos y estrategias al servicio del poder.
Pasaron a hablar entonces de pequeños relatos que habrían de popularizar los movimientos sociales. Ni Marx ni Popper: Nietzsche.
¿Cómo surgió de nuevo el discurso (digo discurso y no situación, obsérvese bien) de las izquierdas (y su división divertida entre “moderadas” y “populistas”) en América Latina? Si apenas se estaban complejizando teorías con Ernesto Laclau, Norbert Lechner, Guillermo O’ Donnel y otros, desde ese dualismo simple entre democracia (ya sin apellidos) y autoritarismo.
Probablemente están renaciendo, en la intelectualidad derrotada latinoamericana, los nuevos espejismos, por las medidas de seguridad que pasaron encima de las libertades, a partir del 11 –S, de parte del imperialismo norteamericano y la reasunción de su viejo papel de gendarme duro y brutal, sumado a la terminación de la luna de miel y un tiempo (15 años) razonable de espera a las promesas del neoliberalismo.
Pero, si hay que revivir un cadáver, que empiecen a revivirse todos, pues la “ultra izquierda”, como la bautizaron oficialmente los que tenían el poder de hacerlo, tiene también tanto derecho a la resurrección como la izquierda. Y yo conozco varias historias que me reservo el derecho de recordárselas al más pintado de los revolucionarios oficiales.
Nuestros intelectuales “institucionales”, que antes eran los “orgánicos”, ahora están echando plumas de gallito y en vez de imaginar nuevas categorías, prefieren la pereza de repetir categorías viejas, ilusorias e inservibles para comprender la situación actual. !Qué vicio de apoyarnos en el pasado para justificar las mismas utopías. No aprendemos!
No hay diferencias entre derechas e izquierdas, sepultadas ante los ojos de la gente sencilla, por esa lógica de prometer y no cumplir. Entre Wilfredo Navarro y Bayardo Arce, dos ex chicos de origen humilde, uno de izquierda y otro de derecha, por ejemplo, yo no encuentro ninguna diferencia.
Esa mirada de Al Pacino en el jacuzzi, sólo la he vuelto a ver en Bayardo Arce, brindando declaraciones a los medios de comunicación, cuando presidía la Comisión Parlamentaria de Asuntos Económicos, con millones van y millones vienen, como si fueran suyos, tal como ahora de seguro lo hará su alter ego, Wilfredo Navarro. Son hombres con poder. Esos los iguala mucho más de los que los distingue. Frente a un desempoderado/a no se diferencian del todo.
Ahora es más fecundo para cualquier analista dividir a los actores en los que tienen gran cantidad de poder y los que la tienen en pequeña o no la tienen del todo, cosa esta última muy difícil.
El poder tiene sus leyes y el que no las cumple, sea quien sea, sucumbe o pierde que es lo peor que puede pasarle a un jugador en política. Los empoderados, sin embargo, tienen sus límites en las conquistas de los contrapoderes cuando estos logran codificarlo como derecho, pero su arte está en romperlo para beneficio propio sin que se note mucho o se disimule. Es Maquiavelo contra Montesquieu.
Los desempoderados, por su parte, están condenados a vivir en el ámbito de la ética, los valores de la comunidad, de la justicia, de la lucha continua, del reclamo de derechos conculcados, violados o insuficientes. Son victimizados o criminalizados en el imaginario que han construido de ellos los ilustrados (revolucionarios o liberales) que hablan y, muchas veces, viven de ellos.
Los empoderados no las tienen todas consigo. Se pelean entre ellos, se anulan, se persiguen, se meten zancadillas, se calumnian, se abrazan, se alían con los enemigos del enemigo, etc. Los desempoderados en boca de ellos son actores hechos a la medida de sus discursos. El “pobre” es la misma ficción usada por el BM y el FMI que por las izquierdas. En realidad no los conocen, pero es que también nadie puede dar cuenta de un imaginario social. Los imaginarios son efectos de verdad, creadores de estructuras de sentimientos.
Los desempoderados tampoco son totalmente impotentes, tienen siempre algo de poder sobre gran parte de las mujeres que forman sus hogares, las mujeres mismas con los niños, los animales domésticos, los “otros” que consideran inferiores, y aún el que no tiene absolutamente nada, dispone del poder más grande de todos, la vida propia para suprimirla y suprimir, si hay un objetivo de poder, inocentes o no, a los que lo rodean.
Los desempoderados también fabrican un “poder” que imaginan y que pueden correr el peligro de ser traicionados por él. Quieren y persiguen en círculos concéntricos lo que ya tienen y ejercen en pequeñas cantidades, pero no lo saben. Realmente es mejor llamarlos “contrapoder”, en efecto, pero se corre el riesgo de hacer creer que son iguales al “poder” en tamaño, potencia y eficacia. Y no lo son y tal es la única diferencia que importa
Es mejor, pues, emplear, para efectos de comprensión de la nueva situación latinoamericana, estas categorías más ricas u otras y no repetir un círculo donde detrás de cada izquierdista vendrá un ultra izquierdista, pero a ambos, siempre, para desgracia de todos, los esperará un General.