LA OPOSICIÓN EN NICARAGUA?
I. MARCO GENERAL
Para hacer oposición política basta descargar una jugosa pedorreta ante la imagen de los gobernantes en televisión o mandarlos a comer donde deben hacerlo todos ellos. La capacidad de hacer oposición a cualquier gobierno no necesariamente nace de un programa coherente que agita un partido político, o grupo que se le parezca, y aspire a tomar el poder. Basta que desafíe y rivalice al grupo de turno sobre cualquier punto de la agenda de su gobierno. Cuando la política representacional entró en crisis en el mundo occidental, los movimientos sociales renunciaron a tomar el poder y el juego terminó donde comenzó, en manos de unos partidos políticos debilitados y en descrédito que encontraron en los medios de comunicación a sus rivales mortales.
Tradicionalmente los grupos que han detentado el poder, no sólo de imponer sus ideas a los demás, sino de representarlos en la tradición occidental, han sido las iglesias, los partidos políticos y ahora los medios de comunicación. Todos se han basado en la representación de los demás (sea la cristiandad, la humanidad, el proletariado o la opinión pública). Cada uno ha subsumido el poder del anterior, subordinándolo y absorbiendo sus potencias, sin hacerlo desaparecer ni evitar sus rivalidades.
En el caso de la izquierda, su propia “lucidez”, les ha llevado a creer en su imprescindibilidad para leer e imponer de grado o por fuerza sus convicciones y programas a los demás. Probablemente aquí esté la vieja diferencia entre la izquierda autoritaria y prometeica, y la libertaria y autogestionaria.
Cada aparato tiene su objetivo. En el caso de las iglesias es preservar sus bolsones de fieles llegados desde sus viejos reinos y principados (poder del número) para influenciar en las políticas públicas de Estados laicos o semilaicos como los nuestros.
Por su parte los partidos políticos, empezaron a interesarse en los ciudadanos no sólo como categoría filosófica, sino como un número por medio del derecho de unas votaciones ampliadas, a su despecho, en círculos concéntricos, por la lucha de sus sectores más oprimidos, explotados y marginados y que terminarían por reglamentar sistemas representativos de distribución del poder. Los llamados partidos de izquierda, por su parte, en su época dorada, contaban con militantes y “masas” simpatizantes cuyo fin era y es alcanzar el poder de los Estados nacionales (incluso las Internacionales políticas siempre tenían que decidir desde qué Estado nacional, generalmente uno convulso y en crisis pre o revolucionaria, desencadenar una actividad revolucionaria mundial que fatalmente terminaba por dividirlos aún más) y cuyos instrumentos son y siguen siendo los programas políticos, generalmente impulsados por revolucionarios tenidos a sí mismos por lúcidos y consecuentes.
Por último, los medios de comunicación, hijos de la postmodernidad globalizada y de la presión de las diferencias culturales, introdujo un viejo principio que le antecede como el derecho de la gente (poder del ciudadano) a saber todo lo relacionado con lo público. Dos deberes, pues, uno divino y otro laico (subdividido en uno liberal y otro revolucionario) y un derecho de opinión de los medios de comunicación, han sido los aparatos de poder que han venido sucediéndose unos a otros. Todos (Dios, Ciudadanos/masas, Opinión Pública) hablando en nombre de los demás, como si fueran homogéneos y supieran qué desean realmente los subalternos.
Ahora bien, la judicialización de la política, o la politización de la justicia, pero también de la economía y la cultura, de la que algunos sectores amigos de la fijeza de los conceptos y de la inmovilidad de los encuadres, se quejan, aunque no nos guste, es una ley que siempre rige los asuntos del poder. Y todo en Nicaragua, como en los demás países, pasa por tal asunto, sumamente elástico y, como los tiburones, en eterno movimiento. Michel Foucault le llamó la lucha entre la soberanía (la capacidad de un Estado de dotarse de sus propias leyes) y la gubernamentalidad (la capacidad de suspenderlas o crear otras que las negasen) y, en otros terrenos más claros, la lucha entre las normas de las democracias a la Montesquieu y las lógicas de poder a la Maquiavelo. Entre el deber y la obediencia que imponen los poderosos para que los gobernados lo cumplan y el poder que se reservan ellos, con sus propias leyes, para canibalizarse entre sí cuando vuelan seguros de sí mismos y, otros iguales a ellos, los persiguen.
Los límites de seguir haciendo política hoy son las fronteras nacionales destruidas, en reflujo y desacreditadas, pero en vez de sacar las lecciones más consecuentes, el internacionalismo político ha desaparecido, por lo demás, para dar paso a internacionalismos flojos y culturales o carnavalescos y turísticos.
II. LA AGENDA EN NICARAGUA
En Nicaragua, los tres aparatos (iglesias, partidos y medios) se han llevado siempre de las greñas. Unas veces dos de ellos se alían para combatir al otro, o una parte de ellos mismos, se cruzan al aparato adversario y terminan enredados en una madeja difícil de separar hilo por hilo. Una buena parte de los partidos y la mayoría de los medios en general, en coyunturas pre o revolucionarias, van juntos, pero en contextos regresivos y escépticos, usualmente son las iglesias y los medios los que se alían, o los partidos y las iglesias las que se reencuentran en situaciones de estabilidad. Y aquí se plantea el problema de la hegemonía de la agenda política entre los adversarios y aliados.
La agenda actual de la oposición nicaragüense no ha podido ser promovida desde los partidos políticos mismos (PLC, ALN y MRS) porque además de estar divididos, están sin un eje central alrededor del cual aglutinarse (aunque ha habido tentativas de hacerlo en contra del Pacto del FSLN y el PLC, en contra de las reformas constitucionales suspendidas por un año entre el ALN y el FSLN, recientemente por un Plan Nacional de Desarrollo, etc)
La derecha partidaria (PLC y ALN) está desarticulada, sin consignas centrales, dividida, con un imperialismo norteamericano errático o preparándose, al parecer, para crear una estrategia de largo aliento y más paciente, para esperar frutos a mediano plazo, dejando tal vez que el FSLN se confíe o que sea víctima de las contradicciones con sus aliados (socialcristianos, afrocaribeños, resistencia, étnicos costeños) y con las corrientes internas que lo componen (Arce, Marenco, Murillo), aún débiles e imprecisas.
La iglesia está tomando distancia del Cardenal Obando, aunque a un ritmo perezoso, y el COSEP se satisface con acuerdos a puertas cerradas del FSLN con ellos, ignorando el impacto de sus discursos públicos. Apenas, como no, se rompan algunos acuerdos de gran alcance entre ellos, como por ejemplo, políticas tributarias, exoneraciones fiscales, impositivas e irrespeto a los contratos, saltarán y romperán las lanzas. Mientras la policía y el ejército se dejan abrazar amistosamente en nombre de los viejos tiempos y se dejan ver gozosos en los círculos inmediatos y actividades protocolarias del presidente Ortega.
Por la izquierda, después de la cooptación de algunos de sus miembros más prominentes como Ruth Selma Herrera, por parte del FSLN en las estructuras del gobierno, no hay una oposición basada en los reclamos y luchas populares. Los organismo sindicales, gremiales y profesionales influenciados por el FSLN no tienen independencia, y sus aparatos burocráticos responden a los vaivenes del FSLN. Los movimientos sociales barriales, étnicos y agrarios verdaderamente autónomos, aún no asoman la cabeza con fuerza; quizás sean los barriales los que están empezando a reactivarse en contra del FSLN, pero muy débilmente. No hay, pues, izquierda a la izquierda del FSLN y posiblemente el propio FSLN la invente o resucite a la vieja, con la complicidad de otros o los mismos, para contar con un chivo expiatorio que le ayude a desviar los ataques de la derecha y de los organismos internacionales, cuando los haya.
Por el centro, está una parte de la sociedad civil, que no es más que Movimiento por Nicaragua, Ética y Transparencia, IPADE, Hagamos Democracia, Coordinadora Civil de Nicaragua, MRS, actores notables y algunos medios de comunicación. Son aparatos ilustrados, movimientos sociales y mini-partidos, compuestos por profesionales y miembros de clase media, que tratan de situar la agenda y su propuesta ante el gobierno bajo el expediente simple de respetar el Estado de Derecho y la institucionalidad, ofreciéndose ellos mismos como guardianes que nadie ha solicitado, y cuya capacidad de convocatoria no es fácil, rápida ni de desbordes masivos, y cuenta con recursos exiguos y militancias cómodas. En el agro, nadie sabe nada, ni nadie se ha preocupado de auscultar el movimiento subterráneo de los actores que, al saltar, creemos que por los viejos problemas insolubles de la tierra, nos sorprenderán a todos.
Desde el punto de vista del FSLN, todo esto quiere decir que no sólo debe contar con una estrategia política para derrotar a sus enemigos, ganarse nuevos aliados y neutralizar a los vacilantes, desconfiados y escépticos, sino que debe armar una estrategia de medios, política, inteligente y versátil. Las batallas políticas se ganan o se pierden hoy día en los medios, especialmente en la televisión. Una buena polémica en la prensa escrita, con un efecto de ganador, produce más simpatías y renta política, que un baño de multitudes en una plaza alegre. Y una cadena efectiva de listados monumentales, a favor o en contra de alguien en la Internet, a través de cascadas, efectos de “bola de nieve” y lógicas de la “teoría de enjambres”, puede producir resultados asombrosos.
En consecuencia, a la oposición de izquierda debe interesarle construir una estrategia que no sólo incluya los aspectos más sentidos de sectores marginados, explotados y oprimidos, sino que debe aprovechar los intersticios que ofrecen los medios más grandes para proponer y rivalizar con la agenda que los propios medios hacen y de la que ya la derecha empieza también a beneficiarse. Hay que recordar de nuevo que la política contemporánea ya no se hace en las plazas públicas y a través de periódicos revolucionarios solamente, sino a través de los grandes medios de comunicación, en especial de la televisión y la INTERNET. Incluso las encuestas políticas no llegan a saber qué piensa la ciudadanía, sino qué piensa la ciudadanía de la agenda de la que es víctima y recibe por parte de los medios de comunicación. Las encuestas en verdad son muestras representativas de lo que la gente piensa de la agenda de los medios de comunicación, de ahí esa complicidad oculta entre medios, publicidad, ciencia y poder.
Pero una política de despliegue eficaz y más o menos masiva entre la juventud por parte de una oposición de izquierda (que incluya neoanarquistas y postanarquistas), reclama el empleo de las nuevas tecnologías (blogs interactivos con contador de visitas, listas universales de emails, website abiertos incluso a la oposición de las ideas propias, links a sitios de debates dinámicos, actualización temática de las nuevas ideas políticas, etc.) y el aprovechamiento de los medios más masivos (entrevistas en programas de analistas, participación en mesas redondas y foros, figuración en listas de medios de formadores de opinión, etc.)
Hay dos dimensiones para posicionar una agenda mediática en la ciudadanía. De un lado, la de élite y para élites en la formación de opinión ilustrada con programas a base de especialistas y profesionales o formatos audiovisuales muy parecidos a revistas de análisis (como estar viendo Envío, esa mala síntesis política de recortes de periódicos de la UCA); y, de otro, las políticas informativas (con la presencia de sectores populares a través de notas rojas, última hora, coberturas in situ, información representacional clásica, etc.) de los dueños de medios que filtran y llenan el ambiente de sus estudios de posiciones claramente a favor o en contra de alguien.
III. EL PAPEL DE CARLOS FERNANDO CHAMORRO
Los medios de comunicación, pues, son los que han propuesto una agenda alrededor de la lucha contra la corrupción y el secretismo en Nicaragua (El “affaire” Tola, la confusión Estado Partido, la judicialización de la política, la política exterior, la rendición de cuentas por programas energéticos de Venezuela, la publicidad de las negociaciones con el FMI, el respeto a la Constitución, etc). Pero no todos los medios de comunicación, es cierto, sino sólo END, La Prensa y el Canal 2, como los más beligerantes. Y, dentro de ellos, Carlos Fernando Chamorro, quien casi a solas (desde todos su programas mediáticos y lugares que asesora e integra: Esta Semana, Esta Noche, CINCO, Confidencial, asesorías en END, la resonancia que consigue también en La Prensa, Ética y Transparencia, Fundación Violeta Barrios, etc) se ha encargado de articular algo parecido a una agenda opositora, que debieran hacerla los partidos políticos de oposición formal y oficial.
La relación de los diputados con la agenda mediática de Carlos Fernando es, con todo, ambigua, incierta e irresoluta. Los diputados apoyan a medias, protestan tibiamente, son rígidos en sus fórmulas contestatarias, les falta imaginación en sus modos de oponerse, especulan sobre alianzas que no se efectúan y sobre las que hacen descansar sus acciones de futuro, esperan señales de sus caudillos que, por su parte, la envían lo más ambiguas que pueden, etc.
Es posible que Carlos Fernando Chamorro, sienta los rigores del FSLN y sus métodos de presión (ya obtuvo la destitución del diputado Alejandro Bolaños Davis y la moderación de Armel González en sus declaraciones), que debe conocer bien desde los tiempos de su militancia con ellos, y que el FSLN le haga pagar su desafío de algún modo, por el carácter que tiene este actor, pero lo de fondo que hay, es que el gobierno no puede cooptar a intelectuales, analistas y pensadores políticos para subirlos a su planilla de defensores abstractos y simbólicos del poder asumido. Este es uno de sus talones de Aquiles.
IV. PROPUESTAS
Ciertamente, en política, un actor llega hasta donde los demás lo dejan. Y el FSLN se ha enseñoreado sobre los demás partidos y movimientos parlamentarios y extraparlamentarios, a excepción de algunos medios de comunicación activos y beligerantes, casi por inercia y parálisis. El FSLN es un caso de burguesía tardía y nacionalista, de orígenes plebeyos, que se encuentra apurada por negociar con la burguesía clásica, conservadora y mezquina, y un imperialismo discreto, un lugar para acomodarse en un nuevo bloque hegemónico, donde sus discursos populistas y antimperialistas serían mercancías para el “pueblo”, mientras ellos crecen, se consolidan y maduran un nuevo proyecto nacionalista para el país.
Lo cierto es que no hay banderas, consignas, ni lugares, desde donde partan las iniciativas populares. Y pese a que dos son inmediatas y claves: los servicios básicos (luz y agua), están atadas a una Red de Consumidores poco autónoma y vacilante. Pero, además de obligarla a romper con las ataduras oficiosas que pueda tener con el FSLN, debe llenarse de contenidos más allá de los relacionados con el consumo.
Quizás si se pensase en una Asociación de Suscripción Popular para combatir por el regreso de sus viejos derechos de postularse a cargos públicos, al mismo tiempo que dotarla de un contenido luchador por los servicios básicos (agua y luz), la profundización de los públicos (salud y educación), la titulación de una reforma agraria integral que al mismo tiempo ponga un punto final al problema de la propiedad, la formulación de un plan de medios de comunicación para su promoción y expansión, el descongelamiento sobre las reformas constitucionales acordados entre el ALN y el FSLN, para debilitar la discrecionalidad del Ejecutivo y preparar en su momento un llamado a una Asamblea Constituyente, etc., todos objetivos capturables e intercambiables con partidos revolucionarios de nuevo tipo, donde los haya.
De materializarse estas salidas, tales asociaciones (fundibles con todo tipo de redes civiles, incluso las propuestas por el gobierno) de suscripción popular, plurales, democráticas y luchadoras, serán las verdaderos fuentes de un poder ciudadano directo.
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