INTACTILES E INSIPIDAS
Por Freddy Quezada
Vengo de pasar un apuro que superé cómodamente por medio de dos movimientos al no recordar el nombre del niño protagonista de “Inteligencia Artificial”, la célebre película futurista de Spielberg. Curiosamente mi mente recordaba el icono publicitario del film (una especie de cono de luz azul oscuro, donde había un chico componiendo con su silueta las letras de “A.I.”, sus siglas en inglés).
Pero el nombre del chico no lo recordaba, aunque también me asaltaban unos muertos que sólo él podía ver, en otra película, y un niño en manos de dos leones de segunda mano, Michael Caine y Robert Duvall que, como sucede siempre, eran nombres que no estaba buscando.
Pasaba, sin cesar, de una imagen a otra sin precisar el nombre. Disminuyó mi angustia al saber que podía buscarlo en la INTERNET. Después de hacerlo, reparé en dos cosas. Por un lado, no necesitaba el nombre (Haley Joel Osment) frente a la imagen que tenía su propio universo. Y, por otro, aún cuando fuera necesario saber el nombre, sabía donde buscarlo en cualquier momento. Concluí que no se necesitan abstracciones simbólicas ni operadores abstractos, para orientarse en el mapa iconográfico de hoy. Y, también, que tenemos aligerada nuestra memoria, porque ya hay recipientes externos que pueden almacenar todo y mantener nuestra memoria ligera, semivacía y apta para ser llenada, sobre todo, de imágenes y vuelta a vaciarse de nuevo. Esta es la insoportable levedad del ser que hoy vivimos.
Tal constatación me hizo preguntarme por la relación entre la imagen (homo videns) y la reflexión (homo sapiens) y la discusión que desgarra aún a los teóricos sobre la escritura y la pantalla.
El pensamiento es la mediación originaria entre las cosas y un observador. Es la más importante de todas. Y su base constitutiva es la acumulación de sensaciones, de experiencias, de imágenes, en una palabra del pasado, desde el que responde y construye mundos y juegos de lenguajes. Hay un refrán entre hindúes que habla “del fuego de la antorcha en la pupila” que, ya uno en la oscuridad, sigue bajo su efecto. Las demás mediaciones (presencial, oral, escrita y audiovisual) se desprenden de esta fuente originaria. Los filósofos postmodernos, siguiendo a Heidegger, le llaman al fenómeno “metafísica de la presencia”. Y se ha complejizado tanto que las narraciones sobre el asunto, se han vuelto autónomas y sus referentes reales se han escondido, invisibilizado, descontruido o desaparecido.
Viendo la película basada en la novela de Patrick Suskind “El Perfume” (con Dustin Hoffman y Alan Rickman), por cierto muy apegada al texto (como esa viejas películas soviéticas sobre las obras de Tolstoi y Dostoievsky, demasiados literales) encontré, no lo que separa al libro de la película, a la imagen de la imaginación, a la letra de la visión, a la razón de los sentidos (vieja discusión desde Descartes y los empiristas ingleses), que aún empantana a los teóricos, sino su intersección: la carencia de los otros sentidos (esta vez el olfato, pero también el gusto y el tacto). A nadie se le ocurre todavía pasar la lengua por una pantalla, por ejemplo, u oler a los actores en escena. Tocarlos, se puede aún bajo ciertas reglas y en ciertas obras teatrales, pero no en las audiovisuales. Cuando estas cosas se puedan hacer, ya sabremos cuánto podremos soportar la halitosis de Tom Cruise y la hedentina axilar y pedicura de Bruce Willis, así como probar con un mordisco, si de verdad las nalgas de Skarlett Johansson saben a naranjas y sentir las arrugas, que no se ven, de Michell Pfeifer.
La representación, pues, hasta ahora, está basada sobre dos sentidos y una abstracción (la razón). O, si se prefiere, sobre la escritura y la audiovisión. Pero todas, sin cubrir todavía el tacto, gusto y olfato, sentidos presenciales (homo ludens) que de ser representables harían inútil toda representación. Siempre hemos vivido una representación mutilada que se nos ha presentado como completa.
Lo que hace parecerse la película a la obra (El Perfume -- Historia de un asesino), a diferencias de otras que se escriben para que se miren, aún cuando hubiese sido dirigida con más creatividad, es que ambas no recogen el olfato. Ambos campos hacen uso del viejo recurso de la imaginación para operar sobre una intersección vacía, sobre una ausencia. Ambos no pueden representar una carencia, que uno de ellos, lo audiovisual, ya cuenta con autonomía de la razón o la imaginación, que hasta hace poco dominaba el imaginario moderno.
La diferencia entra la imagen y la imaginación (los conceptos no pueden traducirse a imágenes) es parecida a la de la razón y los sentidos, que una vez fue despachado por Leibniz frente a Locke: como “no hay nada en la inteligencia que no haya pasado por los sentidos, excepto la inteligencia misma”. La discusión, como se sabe, viene de más lejos, de la pertinencia de las imágenes religiosas de la Europa pagana en la Roma cristiana.
La imagen paraliza la abstracción y atrasa la reflexión. Puede producir éxtasis o dolor, pero no encadenamientos causales. Entregamos todos los sentidos, en el caso de las películas, aunque sólo sean afectados dos: la vista y el oído. El aficionado a películas de ciencia ficción y acción, películas rápidas y veloces, sabe muy bien de este aturdimiento que uno sufre. Pueden pasar varios días y permanecer en uno la sensación del “círculo de fuego” en las pupilas del que hablan los hindúes. Cualquiera puede experimentar la sensación con Duro de Matar 4. La lentitud es, pues, el verdadero enemigo de nuestros tiempos. Se ha invertido la vieja idea que mientras la realidad avanza, el espíritu medita. Hoy podemos decir que mientras la realidad viaja, el espíritu se marchita.
La imaginación, sueño de la razón, por el contrario, se adelanta a los sentidos convirtiéndose en utopías pacientes, en futuros fatigosamente construidos, en críticas monumentales (ese odio al presente), en demostraciones alambicadas, en explicaciones causales. La imaginación opera sobre un vacío que de común es llenado por ejercicios escriturarios que liberan, pero también disciplinan ritmos y reglas. Cuando la imaginación no pisa el futuro y se detiene, se hace “presente”, se muestra, produce el arte hic et nunc. Se abraza con la vida y desaparece. Pero esta es otra discusión.
La imaginación (mundus inteligibilis) es lenta pero profunda, a diferencia de la imagen (mundus sensibilis), rápida y superficial. Sus diferencias son rítmicas y de espesor. En contenidos, en ambas hay tanto pornografias como bellezas, tanto basuras como joyas. Y no puede haber complementación entre una y otra, porque una está subsumiendo ya a la otra, produciendo sus propias hibrideces y abriendo intersticios en los que ya están circulando las nuevas familias de videoproposiciones, regímenes de iconofrases, y géneros de imagodiscursos. Subalternidad de la cultura de élite a la cultura de masas. Tal relación ya la han visto y se resisten a admitirla George Steiner, Harold Bloom, Alan Finkielkrauth y otros.
Como la película ni la obra tienen olor propio, sólo nos quedará esa escena de Dustin Hoffman sacudiendo el pañuelo para disfrutar del aroma creado por Grenouille quien sabe que, como la vida misma, se disipará y cuyo secreto estará en saberlo aspirar mientras dure. Ese placer con que Grenouille sabrá cubrir a todos en la plaza de su propia ejecución, para que después simulen olvidar el bacanal de todo origen (pecado que jamás le perdonarán a Sade) al que se entregaron; placer, por último, en nombre del cual, el propio Grenouille se dejará devorar por sus fascinados, para reunir en sí mismo, como en todos nosotros, a Eros y Thanatos.
No comments:
Post a Comment