Por Freddy Quezada
Una de las estafas más grandes de la historia (los emancipadores todavía la escriben con mayúscula) que escribieron los vencedores, fue hacernos creer el cuento que los marxistas eran los científicos y los anarquistas los utópicos. Si de verdad los socialistas, como los liberales, fueron los creadores y sepultureros a un tiempo de sus propios sueños racionales y modernos, lo contrario no fue menos cierto, que los anarquistas, esos terceros incómodos y silenciados por sus continuas derrotas, fueron los verdaderos “científicos”, si le acordamos la acepción que una de sus variedades más radicales, le ha atribuido siempre a una ciencia en la que, por lo demás, no creen: el poder de controlar a quienes nos controlan. Fourier, con su manojo de reglas, en este sentido, nunca tuvo nada de ingenuo. Así, pues, los marxistas fueron los verdaderos utópicos y los anarquistas los verdaderos previsores. Los unos creyeron en leyes históricas risibles; los otros, en la ubicuidad de un poder tan creador como peligroso.
Hace un buen rato escribí un trabajo sobre estos cuatro hombres que llamé “Los cuatro jinetes del porvenir”, pronosticando un papel de primer orden de la herencia de estos maestros en los paradigmas del siglo XXI.
Una de las cosas más cautivante es el empleo de las paradojas por parte de los cuatro.
Cioran: la idea del suicidio es la única que puede detenerlo.La mayoría de nosotros no nos matamos, precisamente porque podemos hacerlo.
Feyerabend: Para conocer la verdad hay que disponer de todos los métodos, incluyendo ninguno.
Krishnamurti: no hay que creer en ninguna autoridad, ni siquiera en mí.
Wittgenstein: para encontrar el sentido de las cosas, hay que recorrer una escalera donde, sólo al final, descubrimos su inutilidad.
Todas estas paradojas siguen el sencillo método de incluir a su opuesto. Y el asombro, la parálisis y la confusión, estallan. Sucede que le siguen la anulación (para parecer místico), la suspensión del juicio (epojé) para parecer escéptico y la polisemia para parecer anarquista. Aquí algunas recomendaciones derivadas de los maestros para controlar a los zánganos. Empezamos con el viejo truco taoista.
1. El mejor modo de controlar a los controladores es no hacerlo, porque de lo contrario seremos uno de ellos.
3. Penalizar a los controladores. Estos pillos, buenos o malos, que importa, sino cumplen sus promesas políticas, hay que arrestarlos en nombre de la violación del Contrato Político (Contrato anarquista a diferencia de ese concepto inútil de Contrato Social o de ese peor llamado Constitución) o que paguen sus fiadores políticos. El chiste es pasar toda la lógica contractual del mercado a la política. En los contratos mercantiles quien no cumple se expone a penalizaciones. Igual debe ser en la política. Como en la compra y venta de mercancías, que importa si es de derecha, izquierda, centro, rico, ateo o no, gay o travesti, ideólogo, anarquista, etc. Sino cumple, va preso. Es sencillo.
4. Aplicar sin piedad las normas sencillas de
Y no nos dejes caer en tentación...
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