Con todas las letras: Fidel Castro es un dictador. ¿Cuál es el miedo a decirlo? Hasta hace poco, todo tipo de intelectual lo decía sin escrúpulos, remordimientos o vergüenza. Pasaba que había caído el socialismo real e imaginario y los intelectuales, a quienes le debemos el encumbramiento de todos los dictadores, césares y líderes (el Himno “La Internacional”, de inspiración anarquista, de E. Pottier, a contra pelo dice en unos de su párrafos “ni Dios ni Césares”), se habían desencantado. Y estaban rabiosos. Con el ascenso del populismo latinoamericano, lo están cada vez menos. Hoy se dice en voz baja y con vergüenza: Castro es un dictador.
La izquierda mundial y en especial la latinoamericana, viene de manifestarlo tímidamente con la caída del Muro de Berlín, pero desde que han venido asumiendo en AL los gobiernos neoestructuralistas, para usar un eufemismo venido de la economía, lo vienen diciendo cada vez menos. Esta actitud ambigua, más que sus obsesiones, fue lo que les valió ese largo chiste de Carlos Alberto Montaner y sus cómplices en “Manual del Perfecto Idiota Latinoamericano”. Huyendo como ratas, se fueron del barco muchos intelectuales que desertaron del sueño de la razón moderna: la utopía socialista. Y ganaron algo de lucidez, al reconocer en sus antiguos ídolos, dictadores vulgares y siniestros. Pero ahora que olfatean el poder de nuevo, muchos de ellos se están acercando sigilosamente a los capitanes (Galeano, Benedetti, Chomsky, Borón, Petras, Saramago, etc) que prefirieron hundirse con su viejo código de honor.
Nada hay más fácil que decir que Pinochet era un dictador, pero, pregunta para la izquierda latinoamericana, Fidel? Aquí se quiebran y se hacen un “colocho” para explicar su posición: " sí pero no; es un dictador necesario; es un dictador ilustrado; es un gran dirigente; es un líder brillante, etc".
Michel Matellart, una investigadora de verdad brillante sobre el papel de las comunicaciones, llegó incluso, en el colmo del retroceso, a lamentarse que Castro, como en otros tiempos los revolucionarios con Marx, fuera mortal. Y nos dejara solos y en el desamparo. No lo logro digerir aún.
La Dictadura del proletariado que se usaba con franqueza y hasta orgullo en otros tiempos (Mao y Trotsky en esto fueron proverbiales), se definía como la dictadura de una clase sobre la otra. Todo era sencillo y claro. Y la democracia era la dictadura “blanda” de la burguesía; más sencillo aún. Nadie se podía equivocar.
El creyente en la democracia, cree que ambas dictaduras son iguales y simétricas (en la de izquierda se sacrifica la libertad, tanto como en la de derecha la igualdad, nos dicen) y se equivocan, por que el régimen que ellos defiende es otra dictadura más. Y una hermana juzga a las otras, siendo que todos ellas están atravesadas por el poder de la riqueza, del número y de la representación. El problema no es el reparto de la riqueza, la distribución de las libertades y la cobertura del poder, sino el poder mismo. La solución es el problema.
El anarquista (esos “locos” que rescataron lo mejor del liberalismo clásico y lo mejor del socialismo antiautoritario) es el único que supo ver los signos autoritarios en cualquier lado, por eso es enemigo de todo el mundo moderno organizado en autoridades del Estado (monopolio de la violencia legítima) en pensamiento (autores canónicos) y reglas y normas de los juegos de lenguaje (autorizaciones y prohibiciones), etc. Su pasión es la libertad y su enemigo el control. Los más inteligentes de ellos, han sabido devolver el golpe proponiendo controlar a los controladores con las viejas normas sencillas de la Comuna de Paris de 1871 y la penalización de las promesas dentro y fuera de las organizaciones.
Para la derecha, es un placer repetir una y otra vez que el castrismo es una dictadura violenta y sanguinaria, y están esperando su muerte en Miami para dejarse ir en la más larga y alegre conga de todos los tiempos con música de Celia Cruz de fondo. Mientras, dentro de la Isla, la mayor parte se prepara para el entierro más faraónico de todos los tiempos, como el de los Funerales de la Mamá Grande que sin darse cuenta, al parecer, le hizo su amigo al Patriarca en su otoño. El placer y el dolor desgarran a Cuba y ninguna es menos cierta que la otra.
Augusto Pinochet murió, como una ironía de la Historia, el día de los Derechos Humanos, Castro lo hará, como otra, el día de los Inocentes? Entonces, creeremos la broma de esa señora que absolverá a un cadáver?
No comments:
Post a Comment