Por Freddy Quezada
Si de verdad alguien quiere impresionar con el lenguaje (pero no el de los charlatanes que se dirigen a uno con ese tonito de Naciones Unidas para no pelearse con nadie o de informes para organismos internacionales, con un vocabulario neutro e irritante, cuya precisión confunde por el empleo abusivo de eufemismos y cuya ambigüedad ofende cuando no los logran inventar), hay que leer a Heidegger o a Derrida.
La representación mental (vorstellung) o como modelo (darstellung), cree en una verdad que le llega de una correspondencia del objeto con su sujeto a través de un método científico. Desde el punto de vista del poder, sólo puede ser legítima en aquellos casos expresamente señalados, como las representaciones legales (abogados) y las electorales (liderazgos). Incluso aquí, sigue siendo oportuno recomendar un escepticismo sano y un rígido escudo de reglas anarquistas (como las de la Comuna de París) de los representados para controlarlos a través de la penalización de las promesas. Pero de lo que en verdad queremos hablar es de los registros de la representación.
¿Cómo pueden los conceptos, esos asesinos de diferencias, dar cuenta de la infinita variedad y movimiento continuo de los seres y cosas, perfectas en sí mismas, sin profundidad inventada ni historias liberadoras, ignorándose unas a otras o comunicándose y cambiando fluidamente, abriéndose sólo por un instante suficiente para donarse, ofrecerseal arte de sorprenderse sin deseos, rayo celeste que captura sin juicio sólo un arte gratuito? Se es lo que se es. Ses.
Hay, además de los cuatro tipos (positivo, negativo, poietico y epicúreo) ya presentados en otro trabajo, tres registros de la representación:
1) O estamos viendo lo que ya vimos, siempre de espaldas, como el ángel exterminador, no al futuro sino al presente, viendo las cosas destruidas. Hablando siempre de ausencias y manipulando imaginarios que la llenan, la crean y la hacen retroceder para desde ahí construir futuros. El imaginario reversible lacaniano. Soñar que podemos regresar al vientre; que la presa devora al depredador. Crear mundos como los artistas o inventar utopías como los ilustrados.
2) O seguimos el curso del ser y estamos diciendo una cosa para deshacerla en el movimiento siguiente y contradecirnos en el sucesivo y regresar al primero y retorcerlo, anularlo, romperlo o repetirlo, etc. Es decir, contradecirnos sin importarnos en lo más mínimo las reglas impecables de la lógica y el pensamiento lineal, dual y geométrico. El real irreversible lacaniano. Salimos del vientre para siempre y la presa no puede ser el cazador. La realidad de los escépticos que “es”, sin más. Crear realidades como los políticos.
3) O callarnos, como los místicos, en el proceso segundo, en virtud de que el mapa y el territorio coincidan en la escala (1:1) haciendo sobrancero el lenguaje y el pensamiento o usándolos para jugar. El simbólico agonístico lacaniano, que incluye al silencio. Crear juegos para explicar (ërklaren) y comprender (verstehen) mundos como los científicos.
Tales salidas son precisamente las que nos hacen circular dentro de las burbujas clásicas: recordar a través del sentido constituyente (grund) o enloquecer (las incoherencias) o callar (la disolución). O contar los fundamentos desde las nostalgias; o a través de uno mismo decirnos disparates; o desaparecer. El fundador (Darío), el loco (Cortés) y el místico (Pallais). Todos, el mismo: Ses.
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