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Thursday, September 03, 2020

ENTRE BORGES Y HEIDEGGER: NAGARJUNA

 ENTRE BORGES Y HEIDEGGER: NAGARJUNA


(Ni pensar como borradura de diferencias ni como su recuerdo)


Por Freddy Quezada




Nada hay más ceremonioso ni sagrado entre los occidentales que el pensamiento, sea bajo la forma filosófica, científica, experticia y pericial. La prueba es que cambie lo que cambie el pensamiento, permanecen en pie tres cosas básicas, a las cuales les agregaremos su opuesto oculto, pero en cohabitación con él. Obsérvese que decimos cohabitación de opuesto donde, en un paradigma platónico, diríamos Falso


  • Desde la cabeza, el pensamiento, domina todo el cuerpo.


  • Cohabitación de su opuesto. Cada célula es hologramática y toda la información de un cuerpo ya está reunida en ella, como en la sangre, donde cada gota contiene todo el torrente y por eso es posible conocer el estado de él con una pequeña muestra. Es lo que explica, asimismo, que se pueda clonar entero a un ser vivo a partir de su unidad más simple. Pensamos también con las manos y con cada una de las partes de lo demás.


  • El pensamiento está antes de toda acción


  • Cohabitación de su opuesto. El pensamiento ya es acción vieja, acumulada como archivo separador de lo observado. La mente es una construcción que forma engramas que reaccionan desde el pasado como unidades praxeológicas cerradas, creando al observador. Es el mismo principio que hoy gobierna a los algoritmos, al hacernos elegir desde archivos sobre nuestras anteriores decisiones, lo que creemos como una nueva decisión nuestra.


  • El pensamiento se cree superior a todas las cosas


  • Cohabitación de su opuesto. No está separado de lo observado y por lo tanto no puede, como parte, estar por encima del todo. No puede verse a sí mismo porque sino se desdobla de nuevo en observador y observado y, como unidad, sólo puede serlo sin opuesto o, fundido con él, permanecer en silencio.


El pensamiento ha viajado en los últimos siglos en occidente entre dos extremos que, como un péndulo cuando disminuye su velocidad, tiende a oscilar suavemente alrededor de un centro al que jamás se ancla, sino que genera pequeñas vibraciones próximas a él, como cuando un niño va disminuyendo su llanto hasta dormirse.


Unido al pensamiento como un concepto maestro, van siempre de modo sucesivo, la memoria y el olvido. La memoria es lo que permite pensar desde los orígenes, como creía Platón con la anamnesis, que funda la cultura, y el último Heidegger con la andenken, que funda el pensamiento. Pero ese arco sufrió en su despegue una doble operación con Platón mismo. A la vez que reconocía el papel de la rememoración en la episteme, borraba las diferencias que ocasiona el movimiento de lo real en sus conceptos perfectos y metafísicos. Hegel perseguirá el reconocimiento del esclavo como parte de su paradigma de la contradicción y establecerá esa identidad sólo como un momento del propio amo que lo ignora y que lo sabrá sólo al final, en la reconciliación del espíritu consigo mismo.


Jorge Luis Borges, el fabulador más filósofo en lengua castellana que tenemos, solía sintetizar con esa pasmosa violencia simple con que sintetizaba las cosas, como una bofetada Zen, diciendo que pensar era borrar diferencias.


Y, en efecto, pensar hasta hace poco era disponer de categorías maestras, como ser, saber y poder. Separadas sirvieron a las ciencias, las leyes y la ética. El arte las volvía a juntar a todas, casi siempre a pesar de la voluntad de los creadores.


Eran una especie de pedacitos de cielo, sin tiempo ni espacio, a discreción de intelectuales que invertían, hacían circular y consumían entre ellos, colaborando u oponiéndose, para arrastrar tras de sí a la doxa, a través de consejos suyos a gobernantes sobre cómo persuadirla. La fuente primaria de poder de estos saberes, y los intelectuales que la manejaban, eran los libros sagrados que ellos mismos se permitían escribir, interpretar y exigir obedecerlos, a través suyo. La secularización y la alfabetización obligatoria redoblaría la sacralización de estos intérpretes autorizados por ellos mismos, colegas seguidores y rivales.


Siglos de dominio de un imperialismo de categorías universales que borraron diferencias por mantener obediencias y contradicciones, hizo del pensamiento un amo de cuerpos, pieles, territorios y programas y de universidades y lenguas elegidas, sus casas de habitación. Se le conoció a ese largo período como la tiranía de los universales.


Fue Heidegger el que empezó a agrietar los muros con varias cosas a la vez. Situó la reflexión in media res, el presente como tiempo privilegiado, con el Dasein abierto a todas las posibilidades en busca de su autenticidad propia, herencia de la fenomenología de su maestro Husserl, y convirtiendo todas esas posibilidades en una hermenéutica del ser que será heredada por Gadamer, conjugada con la escuela de Constanza, las lecturas del Kant de la Crítica del juicio y, más adelante, el escepticismo postmoderno en las promesas de liberación de los metarrelatos, para coronar los regímenes de las diferencias que hoy gozamos o padecemos ex aequo. La diferencia será el nuevo fundamento de todo.


En el giro hacia atrás, renunciando al presente, el Heidegger tardío llegará a decir que "pensar es recordar", con el andenken, la rememoración epistémica. Bastará unir los dos períodos para revelar que, al revés de la síntesis magistral de Borges, Heidegger llegará a decir que pensar es recordar diferencias.




De la aspiración totalitaria a la fragmentación por las diferencias, el espejo de los saberes occidentales ha estallado en mil pedazos, sin todavía reconocer que cada astilla sigue conteniendo al todo, como en los fractales de Mandelbrot y lo que nos explicaría porqué se siguen reproduciendo los vicios del paradigma totalitario dentro de los regímenes de diferencias de hoy.


Acaso, pensar no sea ni olvidar diferencias, ni recordarlas, ni ambas, ni ninguna. 


Podemos llegar a decir, si así fuera, que entre Borges y Heidegger, como en las polvaredas de Cantor, el matemático que demostró que el infinito ya se encuentra entre un número natural y otro, siempre estuvo Nagarjuna.



Monday, May 29, 2017

Comentario a la obra "El meñique del ogro" de Erick Aguirre

COMENTARIOS SOBRE LA OBRA EL MEÑIQUE DEL OGRO


Freddy Quezada



Siempre que miro la estatua del combatiente popular, esa que ahora sirve de portada a la última novela de Erick Aguirre, “El meñique del ogro”, donde se observa su cabellera, desde abajo y desde atrás, como el peinado de Gokú, apuntando al cielo con su fusil, me digo que es el homenaje a “Charrasca”, héroe olvidado y despreciado de la revolución sandinista, que se movió entre las frágiles líneas de la delincuencia y el arrebato justiciero; del fusil del guerrillero urbano y el zapapico del trabajador, que posee en cada una de sus manos, un monumento descamisado, repartido entre la violencia y el trabajo; entre la semiletralidad y las pasiones de alto riesgo; los desplantes suicidas y el respeto por las buenas causas; la desobediencia a cualquier autoridad y la lealtad a sus amigos. Muchacho compuesto de todas las faltas, sin duda, pero también de todas las virtudes que, como miles de ellos, sin nombre propio, hicieron la revolución nicaragüense y, en general, han hecho siempre todas las revoluciones modernas.


Por abajo, los “Charrascas”, fueron el espejo anónimo que sigue enterrado, de otro, por arriba, que es el que siempre vimos, con nombres y apellidos ilustres (Chamorros, Cuadras, Cardenal, Baltodanos, Mánticas, etc) que dirigieron y gobernaron la revolución y que abandonaron cuando ya no les hizo falta y no les siguió representando beneficios. Toda revolución moderna es el sueño de la razón. Y, como ya se sabe, los sueños de la razón son monstruos. Octavio Paz en otro “Ogro”, que él llamó filantrópico, como ironía para referirse a los Estados de hoy, creo que dice que las revoluciones modernas sólo la pueden encabezar militantes geométricos, hijos de la razón cuya servidumbre hacia la historia, los hace sentirse superiores a los semiletrados, o letrados primarios, al sentirse confidentes de un porvenir del que derivan su autoridad, profecías y despotismos. Sólo en sus fracasos, llegamos a saber que todo emancipador está condenado a ignorar el monstruo que más adelante prepara.


El halago de haber servido de referencia para la construcción de un personaje, “El Flaco Pastrán”, en la novela “El meñique del ogro”, no impedirá pronunciarme esta tarde, a despecho de la experticia y respondiendo agradecido al autor, en virtud de las reglas de cortesía y reciprocidad, con esa violencia a manotazos, propia del “Flaco Pastrán”, personaje desaliñado y siempre bajo arrebatos, del profesor universitario, autor de las provocaciones teóricas que generan algunas discusiones de la “mesa maldita”, así llamado el sitio de reserva de un grupo de amigos en el club nocturno “El Panal”.


Creo que la novela es un buen tejido y conjugación de varios géneros (histórico, thriller, de tesis, aventuras, costumbres y sociológica) que corre al inicio riesgos de perder lectores, no sólo por una prosa plana, sin sorpresas ni requiebros que nos asombren, al salirnos al encuentro y prepararnos para dejarnos hechizar, si no por las conexiones a fuego lento que efectúa el autor de capítulo a capítulo (que ya he visto con maestría en Mario Vargas Llosa y Milán Kundera) pero que termina, en los capítulos finales, para prueba del talento de Aguirre y del agrado nuestro, bien librada, recuperando ritmo y temperatura, que se hizo extrañar en los primeros capítulos, como parte de la estrategia narrativa del autor, sólo para sorprendernos por medio de la reunión de todos los hilos en una desembocadura final, que nos recuerda a Juan Rulfo y a Carlos Fuentes, escritores de cabecera del autor, que anuncian una influencia discreta, pero fecunda y ya propia, en Erick Aguirre.


Todo la novela sigue girando alrededor de las angustias identitarias de un grupo de intelectuales, amigos y rivales entre sí, que se preguntan por las causas de la derrota de la revolución sandinista, los límites de la democracia y la identidad de América Latina, cuyo autor las lleva tan lejos en su examen como el asesinato de Sandino y la obsesión por responder reflexiones provocadoras del “Flaco Pastrán”. El plexo de sentidos abiertos por los misterios que ya son leyenda en nuestro país, la muerte de Sandino, el ajuste de cuentas reales y metafóricas, en las calles y en las mesas de tragos, entre revolucionarios derrotados, los recupera la imaginación de Aguirre y se obliga a tratar con los inmigrantes como objeto de reflexión y peso en nuestro mundo actual, para construir su ficción, anclado sobre el nomadismo, diletantismo y vagabundeo al que se entregan todos esos amigos en sus noches de bohemia.


La rabia, el desencanto y la desesperación para dotarse de una nueva identidad a partir de la explicación de lo que sucedió con la revolución sandinista y todas las conexiones de ese derrumbe con una identidad latinoamericana desafiada en nuestra época, abiertamente, por aborígenes, afrodescendientes y asioamericanos, bajo la cubierta de las nuevas escuelas post y decoloniales, me llevan a creer que pasión inútil, como creía Sartre, no es el hombre, si no las causas que se obliga a perseguir y de las que está absolutamente claro que es su constructor, condición que deja en sus manos, soluciones sin misterios, avances sin trascendencias imperativas y fracasos sin dramas, ni telurismos epistémicos.


Leído con las claves “otras”, aludidas de nuestra época, recibidas por una muy distinta, la que se refiere el autor como contexto, creo que se mueve entre las angustias de una identidad perdida (o bajo examen) y los excesos, hoy, de una alteridad triunfante que empieza a asfixiarnos. Una combinación que puede llevar a interrumpir y terminar por crear un producto no programado, una especie como de anacronismo retrospectivo, como prueba de que nada cambia tanto como el pasado, revisitado una y otra vez por intereses y paradigmas de unos jueces que opinan, como expertos, de sucesos épicos, con el agravante de haber sido participantes directos.


La trama del “Meñique del ogro” nos hace viajar hasta la New York del post 11 Septiembre, donde se urde una bella trama que hace pasar a la novela por uno de sus momentos más brillantes. Son fascinantes esas descripciones de los trabajadores ilegales, saltando de los edificios en llamas, agitando sus brazos como avecillas con sus “alas rotas”.


El autor nos recuerda aquella célebre escena donde Dustin Hoffman, en “Midnight Cowboy”, golpea un auto que escapa de atropellarlo, diciendo “Oye, qué te pasa, hay gente aquí”. Yo prefiero recordar otra escena, más apacible, suelta y abandonada a sí misma, que nos recuerda las zonas de confort de los jóvenes de hoy y con la que despediré estas pequeñas digresiones. Es aquella donde Jon Voight, con unos walkman en sus oídos, como un anuncio de Sony, asoma su cabecita rubia y feliz, en medio de la multitud indiferente y cruel de las calles de New York que nos desocultó John Schlessinger, oyendo, por dentro, la banda sonora que todos los espectadores escuchan, también, por fuera, y que nos hace casi ponernos de pie, como ante un himno. Las notas de Harry Nilsson “Everybody's talking at me/ I don't hear a word they're saying/ Only the echoes of my mind…”

Monday, October 17, 2016

Notas sobre el poemario "El ÁNGEL DESCALZO"

Reflexiones sobre el “Ángel Descalzo” 

 Por Freddy Quezada



En la primera presentación de esta obra, a cargo de Iván Uriarte, le confesé, en privado, a Adrián, el autor, que sentía que no le había hecho justicia al contenido de su obra. Me ofrecí para establecerla. Ahora que estoy aquí, frente al amigo, cumpliendo mi palabra, temo que tendrá que buscarse a un tercero que despeje la injusticia, porque lo que soy yo, creo seguirla continuando. Por razones de tiempo no pude rendir lo que el mensaje de esta poesía merece. Y con su comprensión e indulgencia me atreveré a leer estas notas en desorden que me han impuesto una agenda detestable que me encadena y las pocas luces que siempre me acompañan.

I. La Música

Ahora que la Academia sueca premió en Bob Dylan la música de sus letras, muy apreciada por la generación que ahora está aquí presente, reconoció tarde y después, como toda institución, lo que ya domina las calles y el espíritu de millones: la música, descentrando a la escritura, algo que sólo el oxígeno del planeta supera en cantidad. Pero el tipo de música que premia el Nóbel, es la más alta, la de la poesía. Esa misma que, en su día, dijo Borges que Darío le trajo al castellano desde el francés y que, de estar vivo, como contraparte, invertido y con la misma honra, se llevaría hoy el Grammy, por las letras de su música.

La poesía produce música, porque las cosas no se pueden decir, como la que hoy escucharemos de la voz de Adrián, cuando dos palabras que no se conocen entre sí, el poeta las hace encontrarse con asombro y las invita a cantar con nosotros. En muchos de los poemas del “Ángel descalzo” se acusa ese murmullo, no siempre pacífico porque, como creía Joaquín Pasos, la guerra tiene también sus cantos, que va creciendo de poema en poema, con ligeros descansos aforísticos, remansos de sabiduría oculta y divertimentos ingeniosos.

Adrián nos hace llegar su poesía como el temblor de las cosas con que, al abrazarse unas con otras, producen ese melodía suave e inteligente que nos toma de las manos, nos lleva hacia la cima de una colina, sin zapatillas, “prueba definitiva… que los ángeles caminan descalzos”, como la Novicia Rebelde que, con las manos en el pecho y girando sobre sí misma, nos hace mirar al cielo y cantar.
Atrincherado en un frente que se ha condenado a ser la última línea de la emancipación humana, después de la decepción que nos ocasionaron las demás y, para muchos, el regreso pródigo a una religión que siempre aguardó nuestro regreso, este soldado aturdido en medio de los fuegos cruzados, ebrio de pólvora, sangre y humo, cae de rodillas ante nosotros que no lo merecemos.

Pero si tal cosa es la forma y en ello Adrián sólo confirmaría el linaje al que pertenece desde que sus amigos lo conocemos, al continuar la tradición de la poesía de buen cuño, pues, no hay buenos y malos poetas, sino buena y mala poesía, debemos lealtad de oficio al contenido que cubre su melodía. A mi juicio, dos conjuntos de motivos se anuncian en el reino de su creación: la ironía y la nostalgia.

II. La Ironía

La ironía es un quiebre, más delicado que el humor pero con su mismo poder, de la correspondencia de las cosas. Acompaña a la rectitud de ellas, hasta un punto que elige el poeta para despertarnos, descargándonos una bofetada como suele hacerse en el budismo Zen. Y tal despertar puede ser violento, o sutil, servicios de lucidez que nos ofrece el poeta, según la discrecionalidad de un reclamo que nos guarda o de una protesta que nos hace llegar de un modo oblicuo y siempre musical. Advertible en la Anti - Oda a CMR, en Conversión y otros poemas relacionados con la revolución y su dirigencia, asistimos a esa ranura por donde el poeta nos invita a asomarnos para enterarnos de cómo son las cosas, cuando no funcionan. Y circular dentro de sus cortocircuitos, quemaduras y peladuría de cables para sonreír por la ilusión que, afuera, se creó para nosotros. Un “nosotros” que se recoge en círculos concéntricos cada vez más pequeños y parte a dejarse habitar por un silencio en abandono, pero vigilante y creador. Cito del Testamento de Judas: “no me ahorco por arrepentido, sino porque sé, cuánto vale para todos, mi silencio”.

III. La Nostalgia

Esta última familia de motivos merece, para un grupo como el nuestro, cerrar este pequeño y humilde homenaje a este poemario hermoso de Adrián. Los ecos y sordinas que hay en ello, nos devuelve a una fraternidad que hoy de nuevo nos reúne. Hemos sido hermanos dos veces. Como iguales ayer y como diferentes hoy. Supimos bajo una sabiduría que se ignoró siempre a sí misma, acordarle más valor a la amistad que a la verdad. Al revés de la famosa expresión de Aristóteles “Soy amigo de Platón, pero soy más amigo de la verdad”, fuimos más amigos entre nosotros que de la verdad a la que juramos defender y que ha terminado por ser repartida entre todos, en una época que renuncia a considerarla única y por fuera de los demás.

Sólo el que ha renunciado a fines, perseguibles de oficio, es el que ha decidido no seguir renovando con cada nuevo esquema que hace suyo, los recuerdos que le parecen eternos e inamovibles, sin advertir que con cada retrospección, volvemos a bañar de una luz diferente los sucesos. Nada cambia tanto como el pasado. La nostalgia nos lo oculta en nombre de una continuidad que no podemos tener. Si prescindiéramos de ella, el contacto que obtendríamos del tiempo sería parecido al de los alcohólicos anónimos y al del budismo zen: un día discontinuo, diferente del siguiente, y a la vez igual, absorbiendo los tres tiempos en uno solo que serían todos y ninguno. Lejos de esa sabiduría, llevada con simpleza y sencillez vecina sólo por los AA a los que conocemos más de cerca, nosotros no podríamos soportar la carga de renunciar a recuerdos demasiado épicos y tan generosos que llegamos a borrar nuestra identidad en provecho de otros, llegados a identificar con clases sociales y que, en verdad, terminaron siendo nuestros propios dirigentes.

La nostalgia que nos presenta Adrián, no la podemos recibir dulce, como la deseáramos, sino que carga la ironía con ella, cuando no la ira y la tristeza de un “no me olvides”, marchito en nuestras manos y viajando entre ellas con una luz que sólo nuestra amistad y generosidad sabrá siempre comunicarle.

“Yo no soy de los muertos que nunca mueren. Soy de los muertos sobre los cuales, muchos quisieran ahora, con una flor en la mano, perder la memoria”.


Wednesday, August 31, 2016

CONSIDERACIONES CRÍTICAS SOBRE EL SISTEMA DE REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS APA

Consideraciones críticas sobre el sistema de referencias bibliográficas conocido por sus siglas en inglés como APA

Por: Aníbal Alemán y Freddy Quezada


1) INTRODUCCIÓN

La lectura del presente ensayo en esta revista, probará que no fue rechazado para su consideración, a pesar del empleo de unas reglas bibliográficas contraindicadas y que, de atribuirle un carácter excepcional a su publicación, que será de recibo agradecer a su Consejo Editorial, será, también de suyo, la prueba que existen otros modos de citar autores, a la espera de un dictamen experticio que certifique su invalidez y superación que, en nuestra investigación, nosotros no logramos encontrar.
El presente artículo nace de observar las angustias que pasan muchos estudiantes a la hora de utilizar referencias bibliográficas, para soportar la solidez de sus trabajos investigativos de curso y las distintas modalidades de defensas de grado, donde su mal empleo se penaliza, a veces, desproporcionadamente.

En la UNAN-Managua, en muchas universidades del país, así como en Centros de Investigaciones Regionales, Instituciones de Estudios Superiores y Revistas indexadas de América Latina, se usa el sistema de referencias bibliográficas conocidas por sus siglas en inglés llamada APA (American Psychological Association) cuyo manual de procedimientos ya va por su sexta edición (http://www.cifcomlatinoamerica.com/Presentacion_Estilo_APA_6ta_Edicion.pdf) [1]

En este escrito, por razones demostrativas, pues usaremos el  estilo como prueba, no emplearemos tal modo de referencias para citar, sino el anterior (a base de numeraciones sucesivas en superíndices dentro del cuerpo del texto y cuyas referencias bibliográficas, dispensándose de presentarlas al final, para no interrumpir la lectura, se deja a discreción del lector continuar o informarse de ellas al pie de página [2]), conocido como sistema de Vancouver [3] y así demostrar, por la vía del ejemplo, su pertinencia y recordar que no sólo existe el APA como modelo hoy dominante, sino otros, cuya validez y eficacia nadie ha concluido, por medio de un dictamen de colegio de expertos, hasta hoy, como improcedentes e inútiles.

En muchas universidades de Nicaragua, en parte, un trabajo para ser calificado como científico debe utilizar las normas APA como sistema de referencias bibliográficas. Se ha llegado incluso a llamar, por algunos miembros de la comunidad académica, al empleo de unas reglas imperativas como indicador científico, confundiendo los medios con los resultados. Sin embargo, no sólo este sistema existe. Y, aún más, cualquier sistema de referencias hunde sus raíces en el problema de la representación que se hacen unos pensadores con, y de, otros y todos ellos con respecto a sus objetos, sean naturales (a los que los científicos suponen mudos) o sociales, a los que los pensadores, por sí y ante sí, a través de macroconceptos, deciden representar sin su concurso. Entre Boyle y Hobbes.[4]
Todo intelectual, por principio, establece en gran parte su autoridad, en una cadena hermenéutica,  a través de referencias de otras autoridades, que considera mayores y trascendentes, para criticarlas o servirse de ellas. El problema de un intelectual que cita a otro, es un fenómeno que no sólo cae dentro de la teoría de la representación, que veremos a continuación, sino de las interpretaciones y significados por parte de los receptores, que veremos al final. Y este es el nudo que une esta explicación ensayística, a la espera de indagaciones más empíricas, de lo que representa el APA en términos epistémicos y la severidad con que se invita a obedecerlo.

2) El APA como parte de un problema de representación

La representación epistémica moderna fue definida y, al mismo tiempo criticada, por Heidegger. Decía más o menos que era la adecuación (exadaequatio) entre un sujeto y un objeto, fórmula que habría sido fundada por Kant, quien la presentó por vez primera como su “revolución copernicana”. Pero Heidegger, yendo más allá, observó que tal atributo haría de todas las cosas un “objeto para un sujeto” que, sin advertirlo, haría del sujeto mismo, también, otro objeto más, concluyendo que jamás llegaremos a ser un sujeto[5] y arrastrando todo, a un mundo de manipulaciones y cálculos, donde permanecería prisionera la metafísica, la ciencia y la técnica, descendientes unas de otras.[6] Y todas, olvidando a un ser que se movería entre ellas, abriéndose a su posibilidad más auténtica (como lo planteó en Ser y Tiempo) y, ya en sus obras tardías, simplemente sucediéndose en los acontecimientos cotidianos, mediante una especie de apropiación disolvente (ereignis) y un darse (es gibt) gratuito, dejando ser al Ser.

Quizás no sea tan claro en qué medida una representación calculadora, puede beneficiar a los intelectuales que la emplean, al decidirse por programas emancipadores, necesitados de sujetos sufrientes que soporten el esquema y se les reconozca como autoridad en los dos sentidos, como autores y como líderes.

Gayatri Spivak[7], una pensadora india, y en la línea de su maestro Jacques Derrida, a su vez tributario de Heidegger, parece ser más clara, al establecer dos tipos de representaciones que, en alemán, cuenta con dos términos: vertretung y darstellung. El primer término es “hablar por alguien”, lo que hacen, por lo general, los intelectuales al hablar por los subalternos; y el darstellung, que se ocupa mucho en el arte y que es  hablar “como si fuera otro”, lo que se conoce como representación escénica o imaginación literaria. Esto ha sido un recurso intelectual de toda la vida, porque siempre los pensadores han hablado por unos subalternos que existen de manera empírica, pero que ellos construyen, cargándolos casi siempre de virtudes especiales, hasta el grado de conseguir borrarse ellos mismos durante el acto. Entonces se presentan transparentes y proyectan la impresión que invitan a una voz “otra” a que hable, como si fuera autónoma.[8] Este asunto, en sí mismo crucial para la interpretación que tenemos sobre la hegemonía del APA,  no puede ser abordado aquí por razones de espacio. Pero sí podemos articularlo, dentro de la misma línea, de lo que hicieron algunos antropólogos estadounidenses, durante la embriaguez postmoderna que sufrieron muchas disciplinas entre las décadas de los ‘80 y un poco más del año 2000.

El APA no sólo son alertas tempranas, expresables en nuevas reglas para devolver la autoestima a unos autores deprimidos, sino la respuesta a la crisis provocada por ellos mismos, a partir del giro postmoderno de reconocer el debilitamiento de la autoridad (despotismo del emisor) en todos los sentidos, incluyendo el epistémico. En particular fue Stephen Tyler, y un grupo de autores denominados a sí mismos antropólogos posmodernos, quienes originaron el registro de la amenaza a la estabilidad de todo el sistema representacional de autores, al exigir créditos editoriales y derechos, al menos de coautoría, para los grupos étnicos que estudiaban como “objetos”. Tyler alborotó el avispero.

El rehúso de reconocer la coautoría de los “objetos” de estudio, desencadenó lo que después pasó a conocerse como la “contrarrevolución copernicana” que no era más que la insubordinación de los actores sociales, construidos por los intelectuales desde sus programas emancipadores. Aún en el desorden de su retirada, para la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la URSS, algunos pensadores mantuvieron una especie de guerrilla, que terminaron por reducir luces mesiánicas a sus sujetos sufrientes y, sin embargo, por otro lado, mantenerles privilegios epistémicos a algunos movimientos sociales. El caso de los decoloniales es ilustrador.

El intelectual empezó a resentir su papel representacional con la entrada de los medios de comunicación de masas, en donde se desplazó todo el acento de los emisores ilustrados a los usuarios, a la doxa, que es ahora la que reacciona desde esas pestañas interactivas en las redes sociales y desde donde se permite expresar groserías e insultos, es cierto, pero también  opiniones muy elaboradas y donde ya no se distingue quién es el letrado simple y quién el doctor, por la disponibilidad del mismo banco de archivos electrónicos para todos.

La sacralidad del intelectual, empezó a debilitarse, pues, y llevar a algunos de ellos, a reconocer su rebajamiento y humillación de jueces de la humanidad a vulgares intérpretes, como nos confiesa Zygmunt Bauman.[9] Los intelectuales en la actualidad son facilitadores porque, a su despecho, se obligan a saberse “otros” diferentes y sentirse, al mismo tiempo,  igual que los demás. Han sufrido un golpe que le viene de deslegitimar su capacidad representativa en nombres de valores abstractos, sin lugares ni historias.

Para  colmo, la carga interpretativa de los intelectuales ha llegado donde ya está siendo distribuida entre los receptores, por medio de los nuevos medios de comunicación interactivos. Ahora, recién ingresados al reino de la recepción, paso facilitado por la hermenéutica de los textos, se abre a la recuperación de una dignidad de las personas comunes y corrientes, que pueden tener acceso electrónico a unas redes desde las que ejercen, al menos, un poder reactivo. [10] Es muy difícil en nuestros días que, por ejemplo,  un paciente acepte la declaración pasivamente, por parte de su médico, de una dolencia severa acompañada de la respectiva medicación, si luego, para la siguiente cita, tal paciente no lleva ya varias preguntas y alternativas de curación, tomadas de Google.

3) APA como problema de antropólogos


Los antropólogos postmodernos estadounidenses, hemos dicho más arriba, cuestionaron la autoría de sus obras elaboradas sobre sus objetos de estudios, que eran algunas “tribus” no occidentales. Stephen Tyler[11], el más radical de todos ellos, creía que las obras de los antropólogos no eran propias, sino, al menos parcialmente, de los grupos étnicos estudiados. Tyler, decía que no podía ser posible que una historia étnica llevara el nombre de quien había efectuado un papel parecido al de un editor de historias ajenas.

Stephen Tyler y su escuela, amenazó todo el sistema de referencias por autor, que la antropología venía de compartir con los psicólogos estadounidenses del APA desde que se fundó tal régimen citacional, usado casi como ghetto por ellos, y toda la estima atesorada por los intelectuales, a base del reflejo de sus apellidos en el seno de unos textos ya amenazados por la teoría finita del receptor, [12] atravesó un nerviosismo a la que habría que sumarle la epistémica, que pasaba de la tiranía del emisor a la polisemia de los receptores.

Tyler, pues, concentra el solo, los dos frentes de batalla abiertos con su crítica: por un lado, la decisión de los psicólogos de devolver la confianza a los autores por medio de la masificación de su particular método de referencias, ya sin la compañía de los antropólogos que,  más  o menos para la misma época, estaban, por el otro lado, criticando epistémicamente a sus propios autores. En tal marco es donde se une una cosa con otra.

Los antropólogos gringos, pues, activaron algo que parecía más bien una denuncia y que se regó como pólvora en las demás disciplinas, al grado que los intelectuales no podían permanecer impunes, sin recibir un castigo al menos, o una censura de los “objetos”  que, en el caso de ellos, grupos étnicos no occidentales, no podían reclamar derechos de autor, ni protestar por múltiples razones.
Mientras esta tormenta tomaba lugar, muchas universidades y países continuaron usando el  sistema inglés, el clásico. Este sistema proviene de la sociedad médica de Gran Bretaña y fue promovida por editores de sus revistas. Una conjetura altamente probable es que las diferencias entre psicólogos y médicos anglosajones, pueda provenir de rivalidades de mercados, usuarios, consumidores y financiamiento de proyectos científicos y el efecto que podría originar la sobre presencia o no, de autores en promoción abierta. Sospecha que, de ser cierta, vista desde las Universidades del Sur, sería la triste confirmación de una esclavitud epistémica practicada por unas instituciones subalternas que, en puridad, deberían resistirla, sobre todo aquellas que dicen combatir todo tipo de enajenación y obediencia ciega a centros imperiales de decisiones externas.


DIFERENCIAS ENTRE SISTEMAS DE
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
SISTEMA DE VANCOUVER
APA
SISTEMA ELECTRÓNICO            
Privilegia obras 
Privilegia autores
Privilegia enlaces
Mensaje
Emisor
Receptor
Gentil con el lector al recogerse en notas al pie de página, al final de capítulo u obra
Interrumpe lectura en el seno de las obras, con apellidos
Admite reacciones de usuarios en pestañas interactivas
Proviene de sociedades médicas inglesas
No admite combinaciones con el sistema anterior
Admite todo tipo de combinaciones
Sin conocimiento de estudio de liquidación de uso
Discusión en antropología sobre legitimidad de los etnógrafos, fue resuelta por alza de autoestima de autor por APA
Teoría de receptores y poder del número
Flexible
Rígido
Hipertextual

Fuente: elaboración propia

Al APA, según su última edición, parece preocuparle más las formas de citar electrónicas que  derrotar al sistema inglés, más el futuro que el pasado, porque se nota el esfuerzo de compatibilizar dentro de su oferta, los sistemas electrónicos, más cambiantes de suyo,  inseguros y con pocas garantías de poseer una originalidad inusual en los archivos rediáticos.[13] Y, con todo, más fecundos y con una altísima capacidad, muchas veces anónimas y/o seudónimas, de conectar unas ideas con otras y estas, a su vez, con millones más, a través de hipervínculos retroalimentarios. No sabría decirse si lo que el APA siente hacia los sistemas de referencias electrónicos es una amenaza que podría representar su sepultura, o una promesa que podría ser su nueva residencia como inquilino.

FORMAS ELECTRÓNICAS DE CITAR EN APA


4) Recomendación

Citar no es un pecado. Es parte del oficio de un intelectual. De eso vivimos también muchos críticos, profesores y profesionales, de citar, haciendo muchas veces refritos y, en medio de eso, brindando alguna que otra idea original, acompañada de resultados empíricos y datos estadísticos al gusto, dándonos por bien pagados. Sólo los genios son los que hacen nuevas teorías que rompen con sus propios antecesores y eso es precisamente lo que los presenta a ellos ante la sociedad como tales.

Todas las universidades tienen derecho de adoptar el sistema de referencias que ellas estimen más eficaz y conveniente. Nadie discute ese derecho. El problema es que no se puede decir que un sistema sea superior a otro, hasta no contar con un dictamen de expertos que señalen las fallas de uno y las virtudes del otro. Es decir, no hay una resolución experticia que concluya que el sistema inglés no sirve para nada y el APA es superior. Como esto no existe, tenemos derecho a preguntarnos: ¿cómo se impuso el uno sobre el otro? Y, más aún, ¿hay justicia en penalizar desmesuradamente, en virtud de “vanidades de pequeñas diferencias”, a estudiantes, doctorandos y maestrantes por no emplear la versión sexta que no mandata negrillas, propia de la versión cuarta, y que huelga en aquella el uso destacado de las obras en favor de apellidos? Sólo se puede denominar como una violencia epistémica, que se ha hecho pasar por científica, la imposición inconsulta de un sistema referencial sobre otro en las universidades, sean cuales sean.

Aún cuando existan justificaciones legítimas de aceptar el APA, no se exime de presentar la historia y las causas de su recibimiento y la recomendación sana de despenalizar su uso y permitir un margen relativo de libertad y creatividad al usuario, de utilizar el sistema de referencias que más estime conveniente o combinarlos, siempre y cuando se guarde la coherencia y transparencia debidas.
En el espíritu de este ensayo ha dominado un sentido abierto y democrático, sin perjuicio de sus críticas y recomendaciones, siempre a favor de la excelencia de la enseñanza en nuestra Universidad, y sólo nos resta, como cierre, llamar a la discusión académica de altura sobre las bondades y desventajas que representan todos los regímenes citacionales que se emplean, y emplearon, en nuestra Alma Mater.





BIBLIOGRAFÍA

Bauman, Zygmunt. La cultura como praxis. Paidós. Barcelona, 2002
    ----               Legisladores e intérpretes. Ed. Quilmes. Argentina, 1997

Eco, Umberto. Los límites de la interpretación. Ed. Lumen. Barcelona, 1992

Latour, Bruno. La Esperanza de Pandora. Gedisa. Barcelona, 2001
    ----               Nunca fuimos modernos. Siglo XXI. Bs. As. 2007
La prensa “Revista Domingo”. Nicaragua. 2014
Sloterdijk, Peter.  Ira y Tiempo. Estacao Libertade. Sao Paulo, 2012
Spivak, Gayatri. “¿Puede hablar el sujeto subalterno?” en Orbis Tertius. Año 3. No. 6. Universidad de La Plata. Argentina, 1998

Tyler, Stephen.   “Acerca de la ‘descripción/desescritura’ como un ‘hablar por’. C. Geertz, J Cliffor et al. El surgimiento de la Antropología Postmoderna, Gedisa, Barcelona, 1991; págs: 289-294

Zizek, Slavoj. Viviendo el final de los tiempos. Akal. Madrid, 2010


N       O       T      A         S     





[1] Consiste en lo esencial en citar, in media res, referencias por medio del apellido de los autores, con la fecha entre paréntesis de las obras aludidas y la página exacta si la cita es textual. Al final, se dispone la bibliografía por orden alfabético. Las diferencias entre las últimas ediciones son muy pequeñas (ver https://es.scribd.com/doc/169507715/APA-Diferencias-5ta-y-6ta-Ediciones), en lo que respecta al núcleo duro del formato propiamente dicho, por ejemplo, los títulos de las obras, en la sexta edición, ya no necesitan presentarse en cursivas. La parte gruesa de las diferencias, corre a cuenta de ajustar el canon a las formas electrónicas de citar, muchas veces prescindiendo de apellidos y cuya presentación, a través de esos largos y alambicados códigos del protocolo html, rompen la belleza y economía que sus creadores creen haber logrado. Véase cuadro sinóptico más abajo.

[2] En el APA se interrumpe la lectura en el seno de las obras, con apellidos, como cuando se ve una película en televisión abierta que, constantemente, rompe la  atención y coherencia con anuncios publicitarios. Mientras que el sistema inglés, más gentil, se recoge en notas al pie, como esta misma, brindando la opción al lector de leerla o seguir de corrido la lectura en la parte superior.

[3] En Europa, una parte significativa de académicos de renombre, véase Peter Sloterdijk, en Alemania, Rector de la Universidad de Karlsruhe (Cfr. Ira y Tiempo. Estacao Libertade. Sao Paulo, 2012), Zygmunt Bauman (Cfr. La cultura como praxis. Paidós. Barcelona, 2002 ) en Inglaterra y Slavoj Zizek (Viviendo el final de los tiempos. Akal. Madrid, 2010) en Francia y Argentina, entre otros, citados sólo porque son la moda hoy en América Latina, vivos y laureados, continúan usando el sistema inglés y, en algunas universidades estadounidenses, como Harvard, se permite una combinación flexible.

[4] Bruno Latour ha trabajado este asunto. Ver su obra  Nunca fuimos modernos. Siglo XXI. Bs. As. 2007. Sin embargo, no llegó tan lejos, pese a ser desprendible de su estudio, como para proponer la penalización de las promesas, por parte de los políticos y la de los pronósticos, por parte de los científicos.

[5]  Este es el principio que heredará Derrida, para establecer la diferancia, que consistirá en pasar de un significante a otro y de este a otro más y así sucesivamente sin alcanzar nunca la presencia o el significado pleno (Ousia). Tal registro lo llevó a expresar esa fórmula que lo hizo célebre: “no hay nada fuera del lenguaje”.

[6] En este contexto es donde Heidegger expresa que la “ciencia no piensa, calcula”.

[7] Gayatri Spivak. “¿Puede hablar el sujeto subalterno?” en Orbis Tertius. Año 3. No. 6. Universidad de La Plata. Argentina, 1998.

[8] En realidad, en tal construcción, lo que hay es una cadena binaria que, desde Sócrates, voz narrativa de Platón, nos han hecho creer que ellos, los sabios y los sofistas, manejan la episteme, como Platón y Aristóteles, y otros, la retórica, como los sofistas. Tanto estos como aquellos, se unen en medio de sus diferencias, a veces violentas entre el saber y el poder, en contra de los que Sócrates llamó  los “diez mil necios” de Atenas, conformados por hombre, mujeres, niños, atenienses, que cuentan sólo con una doxa, es decir, que ellos solamente pueden opinar, pero no pueden formular teorías ni saberes. (Cfr Bruno Latour. La Esperanza de Pandora. Gedisa. Barcelona, 2001, en especial la parte “Sócrates y Calicles contra el pueblo de Atenas”, págs: 262-281). Se puede afirmar que lo que inaugura la relación y ese juego eurocéntrico de una categoría despreciable y oculta determinada por otra, maestra y brillante, se muestra entre la doxa de los atenienses necios y la episteme prestigiada y privilegiada de Platón y Sócrates, funcional a todo el juego binario, desde entonces, entre plebeyos romanos y patricios, siervos y sus señores, pecadores y sus pastores, burgueses y obreros, hasta desembocar en subalternos y hegemónicos y en una categoría muy especial, la de “ciudadano”, que sólo crecerá en círculos expansivos y concéntricos  a costa de sí misma.
[9] Zygmunt Bauman. Legisladores e intérpretes. Ed. Quilmes. Argentina, 1997

[10] La misma tecnología se encargará de proporcionar herramientas para ejercer más este poder en la red. Un ejemplo es la creación de una Internet tan rápida como la luz. Nos referimos a la tecnología LIFE  (fidelidad Lumínica, por sus siglas en inglés), que podría ser una realidad comercial en octubre de este año. Se trata de una tecnología que utiliza la luz eléctrica para la transmisión de datos a una velocidad cinco veces superior a la del WIFI. La tecnología LIFE se considera todavía en fase experimental, debido al corto tiempo que tiene en desarrollo. En el año 2010, el físico alemán Harald Haas empezó a desarrollar esta tecnología en la universidad de Edimburgo en el Reino Unido y México será el primer país de América Latina que usará este tipo de tecnología por medio de la empresa Sisoft.

[11] Stephen Tyler, antropólogo norteamericano, dice todas estas cosas en una antología de varios autores. C. Geertz, J Cliffor et al.  El surgimiento de la Antropología Postmoderna, Gedisa, Barcelona, 1991.Véase el capítulo propiamente de Tyler “Acerca de la ‘descripción/desescritura’ como un ‘hablar por’; págs: 289-294

[12] Ver Umberto Eco. Los límites de la interpretación. Ed. Lumen. Barcelona, 1992.
[13] El problema por su magnitud, (y el peso del número puede aquí cambiar las perspectivas, invirtiendo los términos y siendo los censuradores los llamados a cambiar de actitud) como se sabe, está dejando de ser un asunto ético y se está volviendo un problema epistémico, porque es tan masivo el plagio de los textos electrónicos (a través del copy and paste), que, a su vez, muy posiblemente, estos son plagiados y así retroactivamente, de tal manera que se amenaza con declarar que no hay originales sólo copias de copias, un poco como Nietzsche decía de la realidad: “no hay hechos, sólo interpretaciones”.