Consideraciones críticas sobre el
sistema de referencias bibliográficas conocido por sus siglas en inglés como
APA
Por: Aníbal
Alemán y Freddy Quezada
1) INTRODUCCIÓN
La lectura
del presente ensayo en esta revista, probará que no fue rechazado para su consideración,
a pesar del empleo de unas reglas bibliográficas contraindicadas y que, de
atribuirle un carácter excepcional a su publicación, que será de recibo
agradecer a su Consejo Editorial, será, también de suyo, la prueba que existen
otros modos de citar autores, a la espera de un dictamen experticio que
certifique su invalidez y superación que, en nuestra investigación, nosotros no
logramos encontrar.
El
presente artículo nace de observar las angustias que pasan muchos estudiantes a
la hora de utilizar referencias bibliográficas, para soportar la solidez de sus
trabajos investigativos de curso y las distintas modalidades de defensas de
grado, donde su mal empleo se penaliza, a veces, desproporcionadamente.
En la
UNAN-Managua, en muchas universidades del país, así como en Centros de
Investigaciones Regionales, Instituciones de Estudios Superiores y Revistas
indexadas de América Latina, se usa el sistema de referencias bibliográficas
conocidas por sus siglas en inglés llamada APA (American
Psychological Association) cuyo
manual de procedimientos ya va por su sexta edición
(http://www.cifcomlatinoamerica.com/Presentacion_Estilo_APA_6ta_Edicion.pdf) [1]
En este
escrito, por razones demostrativas, pues usaremos el estilo como prueba, no emplearemos tal modo
de referencias para citar, sino el anterior (a base de numeraciones sucesivas
en superíndices dentro del cuerpo del texto y cuyas referencias bibliográficas,
dispensándose de presentarlas al final, para no interrumpir la lectura, se deja
a discreción del lector continuar o informarse de ellas al pie de página [2]), conocido como sistema de
Vancouver [3] y así demostrar, por la vía
del ejemplo, su pertinencia y recordar que no sólo existe el APA como modelo
hoy dominante, sino otros, cuya validez y eficacia nadie ha concluido, por
medio de un dictamen de colegio de expertos, hasta hoy, como improcedentes e
inútiles.
En muchas
universidades de Nicaragua, en parte, un trabajo para ser calificado como
científico debe utilizar las normas APA como sistema de referencias
bibliográficas. Se ha llegado incluso a llamar, por algunos miembros de la
comunidad académica, al empleo de unas reglas imperativas como indicador
científico, confundiendo los medios con los resultados. Sin embargo, no sólo
este sistema existe. Y, aún más, cualquier sistema de referencias hunde sus
raíces en el problema de la representación que se hacen unos pensadores con, y
de, otros y todos ellos con respecto a sus objetos, sean naturales (a los que
los científicos suponen mudos) o sociales, a los que los pensadores, por sí y
ante sí, a través de macroconceptos, deciden representar sin su concurso. Entre
Boyle y Hobbes.[4]
Todo
intelectual, por principio, establece en gran parte su autoridad, en una cadena
hermenéutica, a través de referencias de
otras autoridades, que considera mayores y trascendentes, para criticarlas o
servirse de ellas. El problema de un intelectual que cita a otro, es un
fenómeno que no sólo cae dentro de la teoría de la representación, que veremos
a continuación, sino de las interpretaciones y significados por parte de los
receptores, que veremos al final. Y este es el nudo que une esta explicación
ensayística, a la espera de indagaciones más empíricas, de lo que representa el
APA en términos epistémicos y la severidad con que se invita a obedecerlo.
2) El APA como parte de un
problema de representación
La
representación epistémica moderna fue definida y, al mismo tiempo criticada,
por Heidegger. Decía más o menos que era la adecuación (exadaequatio) entre un sujeto y un objeto, fórmula que habría sido
fundada por Kant, quien la presentó por vez primera como su “revolución copernicana”.
Pero Heidegger, yendo más allá, observó que tal atributo haría de todas las
cosas un “objeto para un sujeto” que, sin advertirlo, haría del sujeto mismo,
también, otro objeto más, concluyendo que jamás llegaremos a ser un sujeto[5] y arrastrando todo, a un
mundo de manipulaciones y cálculos, donde permanecería prisionera la
metafísica, la ciencia y la técnica, descendientes unas de otras.[6] Y todas, olvidando a un ser
que se movería entre ellas, abriéndose a su posibilidad más auténtica (como lo
planteó en Ser y Tiempo) y, ya en sus
obras tardías, simplemente sucediéndose en los acontecimientos cotidianos,
mediante una especie de apropiación disolvente (ereignis) y un darse (es gibt)
gratuito, dejando ser al Ser.
Quizás no
sea tan claro en qué medida una representación calculadora, puede beneficiar a
los intelectuales que la emplean, al decidirse por programas emancipadores,
necesitados de sujetos sufrientes que soporten el esquema y se les reconozca
como autoridad en los dos sentidos, como autores y como líderes.
Gayatri
Spivak[7], una pensadora india, y en
la línea de su maestro Jacques Derrida, a su vez tributario de Heidegger,
parece ser más clara, al establecer dos tipos de representaciones que, en
alemán, cuenta con dos términos: vertretung y darstellung. El primer
término es “hablar por alguien”, lo
que hacen, por lo general, los intelectuales al hablar por los subalternos; y
el darstellung,
que se ocupa mucho en el arte y que es
hablar “como si fuera otro”, lo
que se conoce como representación escénica o imaginación literaria. Esto ha
sido un recurso intelectual de toda la vida, porque siempre los pensadores han
hablado por unos subalternos que existen de manera empírica, pero que ellos
construyen, cargándolos casi siempre de virtudes especiales, hasta el grado de
conseguir borrarse ellos mismos durante el acto. Entonces se presentan
transparentes y proyectan la impresión que invitan a una voz “otra” a que
hable, como si fuera autónoma.[8] Este asunto, en sí mismo
crucial para la interpretación que tenemos sobre la hegemonía del APA, no puede ser abordado aquí por razones de
espacio. Pero sí podemos articularlo, dentro de la misma línea, de lo que
hicieron algunos antropólogos estadounidenses, durante la embriaguez
postmoderna que sufrieron muchas disciplinas entre las décadas de los ‘80 y un
poco más del año 2000.
El APA no
sólo son alertas tempranas, expresables en nuevas reglas para devolver la
autoestima a unos autores deprimidos, sino la respuesta a la crisis provocada
por ellos mismos, a partir del giro postmoderno de reconocer el debilitamiento
de la autoridad (despotismo del emisor) en todos los sentidos, incluyendo el
epistémico. En particular fue Stephen Tyler, y un grupo de autores denominados
a sí mismos antropólogos posmodernos, quienes originaron el registro de la
amenaza a la estabilidad de todo el sistema representacional de autores, al
exigir créditos editoriales y derechos, al menos de coautoría, para los grupos
étnicos que estudiaban como “objetos”. Tyler alborotó el avispero.
El rehúso
de reconocer la coautoría de los “objetos” de estudio, desencadenó lo que
después pasó a conocerse como la “contrarrevolución
copernicana” que no era más que la insubordinación de los actores sociales,
construidos por los intelectuales desde sus programas emancipadores. Aún en el
desorden de su retirada, para la caída del Muro de Berlín y la desintegración
de la URSS, algunos pensadores mantuvieron una especie de guerrilla, que
terminaron por reducir luces mesiánicas a sus sujetos sufrientes y, sin embargo,
por otro lado, mantenerles privilegios epistémicos a algunos movimientos
sociales. El caso de los decoloniales es ilustrador.
El
intelectual empezó a resentir su papel representacional con la entrada de los
medios de comunicación de masas, en donde se desplazó todo el acento de los
emisores ilustrados a los usuarios, a la doxa,
que es ahora la que reacciona desde esas pestañas interactivas en las redes
sociales y desde donde se permite expresar groserías e insultos, es cierto,
pero también opiniones muy elaboradas y
donde ya no se distingue quién es el letrado simple y quién el doctor, por la
disponibilidad del mismo banco de archivos electrónicos para todos.
La
sacralidad del intelectual, empezó a debilitarse, pues, y llevar a algunos de
ellos, a reconocer su rebajamiento y humillación de jueces de la humanidad a
vulgares intérpretes, como nos confiesa Zygmunt Bauman.[9]
Los intelectuales en la actualidad son facilitadores porque, a su despecho, se
obligan a saberse “otros” diferentes y sentirse, al mismo tiempo, igual que los demás. Han sufrido un golpe que
le viene de deslegitimar su capacidad representativa en nombres de valores
abstractos, sin lugares ni historias.
Para colmo, la carga interpretativa de los
intelectuales ha llegado donde ya está siendo distribuida entre los receptores,
por medio de los nuevos medios de comunicación interactivos. Ahora, recién
ingresados al reino de la recepción, paso facilitado por la hermenéutica de los
textos, se abre a la recuperación de una dignidad de las personas comunes y
corrientes, que pueden tener acceso electrónico a unas redes desde las que
ejercen, al menos, un poder reactivo. [10]
Es muy difícil en nuestros días que, por ejemplo, un paciente acepte la declaración
pasivamente, por parte de su médico, de una dolencia severa acompañada de la
respectiva medicación, si luego, para la siguiente cita, tal paciente no lleva
ya varias preguntas y alternativas de curación, tomadas de Google.
3) APA como problema de
antropólogos
Los
antropólogos postmodernos estadounidenses, hemos dicho más arriba, cuestionaron
la autoría de sus obras elaboradas sobre sus objetos de estudios, que eran
algunas “tribus” no occidentales. Stephen Tyler[11],
el más radical de todos ellos, creía que las obras de los antropólogos no eran
propias, sino, al menos parcialmente, de los grupos étnicos estudiados. Tyler,
decía que no podía ser posible que una historia étnica llevara el nombre de
quien había efectuado un papel parecido al de un editor de historias ajenas.
Stephen
Tyler y su escuela, amenazó todo el sistema de referencias por autor, que la
antropología venía de compartir con los psicólogos estadounidenses del APA
desde que se fundó tal régimen citacional, usado casi como ghetto por ellos, y toda la estima atesorada por los intelectuales,
a base del reflejo de sus apellidos en el seno de unos textos ya amenazados por
la teoría finita del receptor, [12] atravesó un nerviosismo a
la que habría que sumarle la epistémica, que pasaba de la tiranía del emisor a
la polisemia de los receptores.
Tyler, pues, concentra el solo, los
dos frentes de batalla abiertos con su crítica: por un lado, la decisión de los
psicólogos de devolver la confianza a los autores por medio de la masificación
de su particular método de referencias, ya sin la compañía de los antropólogos
que, más
o menos para la misma época, estaban, por el otro lado, criticando
epistémicamente a sus propios autores. En tal marco es donde se une una cosa
con otra.
Los
antropólogos gringos, pues, activaron algo que parecía más bien una denuncia y
que se regó como pólvora en las demás disciplinas, al grado que los
intelectuales no podían permanecer impunes, sin recibir un castigo al menos, o
una censura de los “objetos” que, en el
caso de ellos, grupos étnicos no occidentales, no podían reclamar derechos de
autor, ni protestar por múltiples razones.
Mientras
esta tormenta tomaba lugar, muchas universidades y países continuaron usando
el sistema inglés, el clásico. Este
sistema proviene de la sociedad médica de Gran Bretaña y fue promovida por
editores de sus revistas. Una conjetura altamente probable es que las
diferencias entre psicólogos y médicos anglosajones, pueda provenir de
rivalidades de mercados, usuarios, consumidores y financiamiento de proyectos
científicos y el efecto que podría originar la sobre presencia o no, de autores
en promoción abierta. Sospecha que, de ser cierta, vista desde las
Universidades del Sur, sería la triste confirmación de una esclavitud
epistémica practicada por unas instituciones subalternas que, en puridad,
deberían resistirla, sobre todo aquellas que dicen combatir todo tipo de
enajenación y obediencia ciega a centros imperiales de decisiones externas.
DIFERENCIAS ENTRE SISTEMAS DE
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
SISTEMA
DE VANCOUVER
|
APA
|
SISTEMA ELECTRÓNICO
|
Privilegia
obras
|
Privilegia
autores
|
Privilegia
enlaces
|
Mensaje
|
Emisor
|
Receptor
|
Gentil
con el lector al recogerse en notas al pie de página, al final de capítulo u
obra
|
Interrumpe
lectura en el seno de las obras, con apellidos
|
Admite
reacciones de usuarios en pestañas interactivas
|
Proviene
de sociedades médicas inglesas
|
No
admite combinaciones con el sistema anterior
|
Admite
todo tipo de combinaciones
|
Sin
conocimiento de estudio de liquidación de uso
|
Discusión
en antropología sobre legitimidad de los etnógrafos, fue resuelta por alza de
autoestima de autor por APA
|
Teoría
de receptores y poder del número
|
Flexible
|
Rígido
|
Hipertextual
|
Fuente:
elaboración propia
Al APA,
según su última edición, parece preocuparle más las formas de citar
electrónicas que derrotar al sistema
inglés, más el futuro que el pasado, porque se nota el esfuerzo de
compatibilizar dentro de su oferta, los sistemas electrónicos, más cambiantes
de suyo, inseguros y con pocas garantías
de poseer una originalidad inusual en los archivos rediáticos.[13] Y, con todo, más fecundos y
con una altísima capacidad, muchas veces anónimas y/o seudónimas, de conectar
unas ideas con otras y estas, a su vez, con millones más, a través de
hipervínculos retroalimentarios. No sabría decirse si lo que el APA siente
hacia los sistemas de referencias electrónicos es una amenaza que podría
representar su sepultura, o una promesa que podría ser su nueva residencia como
inquilino.
FORMAS ELECTRÓNICAS DE CITAR EN APA
4) Recomendación
Citar no
es un pecado. Es parte del oficio de un intelectual. De eso vivimos también
muchos críticos, profesores y profesionales, de citar, haciendo muchas veces
refritos y, en medio de eso, brindando alguna que otra idea original,
acompañada de resultados empíricos y datos estadísticos al gusto, dándonos por
bien pagados. Sólo los genios son los que hacen nuevas teorías que rompen con
sus propios antecesores y eso es precisamente lo que los presenta a ellos ante
la sociedad como tales.
Todas las
universidades tienen derecho de adoptar el sistema de referencias que ellas
estimen más eficaz y conveniente. Nadie discute ese derecho. El problema es que
no se puede decir que un sistema sea superior a otro, hasta no contar con un
dictamen de expertos que señalen las fallas de uno y las virtudes del otro. Es
decir, no hay una resolución experticia que concluya que el sistema inglés no
sirve para nada y el APA es superior. Como esto no existe, tenemos derecho a
preguntarnos: ¿cómo se impuso el uno sobre el otro? Y, más aún, ¿hay justicia
en penalizar desmesuradamente, en virtud de “vanidades de pequeñas
diferencias”, a estudiantes, doctorandos y maestrantes por no emplear la
versión sexta que no mandata negrillas, propia de la versión cuarta, y que
huelga en aquella el uso destacado de las obras en favor de apellidos? Sólo se
puede denominar como una violencia epistémica, que se ha hecho pasar por
científica, la imposición inconsulta de un sistema referencial sobre otro en
las universidades, sean cuales sean.
Aún cuando
existan justificaciones legítimas de aceptar el APA, no se exime de presentar
la historia y las causas de su recibimiento y la recomendación sana de
despenalizar su uso y permitir un margen relativo de libertad y creatividad al
usuario, de utilizar el sistema de referencias que más estime conveniente o
combinarlos, siempre y cuando se guarde la coherencia y transparencia debidas.
En el
espíritu de este ensayo ha dominado un sentido abierto y democrático, sin
perjuicio de sus críticas y recomendaciones, siempre a favor de la excelencia
de la enseñanza en nuestra Universidad, y sólo nos resta, como cierre, llamar a
la discusión académica de altura sobre las bondades y desventajas que
representan todos los regímenes citacionales que se emplean, y emplearon, en
nuestra Alma Mater.
BIBLIOGRAFÍA
Bauman,
Zygmunt. La cultura como praxis.
Paidós. Barcelona, 2002
---- Legisladores e intérpretes. Ed. Quilmes.
Argentina, 1997
Eco,
Umberto. Los límites de la
interpretación. Ed. Lumen. Barcelona, 1992
Latour,
Bruno. La Esperanza de Pandora.
Gedisa. Barcelona, 2001
---- Nunca fuimos modernos. Siglo XXI. Bs.
As. 2007
La prensa “Revista Domingo”. Nicaragua. 2014
Sloterdijk,
Peter. Ira y Tiempo. Estacao Libertade. Sao Paulo, 2012
Spivak,
Gayatri. “¿Puede hablar el sujeto subalterno?” en Orbis Tertius. Año 3. No. 6. Universidad de La Plata. Argentina,
1998
Tyler, Stephen. “Acerca de la ‘descripción/desescritura’ como un ‘hablar por’. C.
Geertz, J Cliffor et al. El surgimiento de la Antropología Postmoderna, Gedisa, Barcelona, 1991; págs:
289-294
Zizek,
Slavoj. Viviendo el final de los tiempos.
Akal. Madrid, 2010
N O T A S
[1] Consiste en lo esencial en citar, in media res, referencias por medio del
apellido de los autores, con la fecha entre paréntesis de las obras aludidas y
la página exacta si la cita es textual. Al final, se dispone la bibliografía
por orden alfabético. Las diferencias entre las últimas ediciones son muy
pequeñas (ver https://es.scribd.com/doc/169507715/APA-Diferencias-5ta-y-6ta-Ediciones), en lo que respecta al núcleo duro
del formato propiamente dicho, por ejemplo, los títulos de las obras, en la
sexta edición, ya no necesitan presentarse en cursivas. La parte gruesa de las
diferencias, corre a cuenta de ajustar el canon a las formas electrónicas de
citar, muchas veces prescindiendo de apellidos y cuya presentación, a través de
esos largos y alambicados códigos del protocolo html, rompen la belleza y
economía que sus creadores creen haber logrado. Véase cuadro sinóptico más
abajo.
[2] En
el APA se interrumpe la lectura en el seno de las obras, con apellidos, como
cuando se ve una película en televisión abierta que, constantemente, rompe
la atención y coherencia con anuncios
publicitarios. Mientras que el sistema inglés, más gentil, se recoge en notas
al pie, como esta misma, brindando la opción al lector de leerla o seguir de
corrido la lectura en la parte superior.
[3] En Europa, una parte significativa
de académicos de renombre, véase Peter Sloterdijk, en Alemania, Rector de la
Universidad de Karlsruhe (Cfr. Ira y
Tiempo. Estacao Libertade. Sao Paulo, 2012), Zygmunt Bauman (Cfr. La cultura como praxis. Paidós.
Barcelona, 2002 ) en Inglaterra y Slavoj Zizek (Viviendo el final de los tiempos. Akal. Madrid, 2010) en Francia y
Argentina, entre otros, citados sólo porque son la moda hoy en América Latina,
vivos y laureados, continúan usando el sistema inglés y, en algunas
universidades estadounidenses, como Harvard, se permite una combinación
flexible.
[4] Bruno Latour ha trabajado este
asunto. Ver su obra Nunca fuimos modernos. Siglo XXI. Bs. As.
2007. Sin embargo, no llegó tan lejos, pese a ser desprendible de su estudio,
como para proponer la penalización de las promesas, por parte de los políticos
y la de los pronósticos, por parte de los científicos.
[5] Este es el principio que heredará
Derrida, para establecer la diferancia,
que consistirá en pasar de un significante a otro y de este a otro más y así
sucesivamente sin alcanzar nunca la presencia o el significado pleno (Ousia). Tal registro lo llevó a expresar
esa fórmula que lo hizo célebre: “no hay nada fuera del lenguaje”.
[6] En
este contexto es donde Heidegger expresa que la “ciencia no piensa, calcula”.
[7] Gayatri
Spivak. “¿Puede hablar el sujeto subalterno?” en Orbis Tertius. Año 3. No. 6. Universidad de La Plata. Argentina,
1998.
[8] En realidad, en tal construcción, lo
que hay es una cadena binaria que, desde Sócrates, voz narrativa de Platón, nos
han hecho creer que ellos, los sabios y los sofistas, manejan la episteme, como Platón y Aristóteles, y
otros, la retórica, como los sofistas. Tanto estos como aquellos, se unen en
medio de sus diferencias, a veces violentas entre el saber y el poder, en
contra de los que Sócrates llamó los “diez mil necios” de Atenas, conformados
por hombre, mujeres, niños, atenienses, que cuentan sólo con una doxa, es decir, que ellos solamente
pueden opinar, pero no pueden formular teorías ni saberes. (Cfr Bruno Latour. La Esperanza de Pandora. Gedisa.
Barcelona, 2001, en especial la parte “Sócrates y Calicles contra el pueblo de
Atenas”, págs: 262-281). Se puede afirmar que lo que inaugura la relación y ese
juego eurocéntrico de una categoría despreciable y oculta determinada por otra,
maestra y brillante, se muestra entre la doxa
de los atenienses necios y la episteme
prestigiada y privilegiada de Platón y Sócrates, funcional a todo el juego
binario, desde entonces, entre plebeyos romanos y patricios, siervos y sus
señores, pecadores y sus pastores, burgueses y obreros, hasta desembocar en
subalternos y hegemónicos y en una categoría muy especial, la de “ciudadano”,
que sólo crecerá en círculos expansivos y concéntricos a costa de sí misma.
[9] Zygmunt
Bauman. Legisladores e intérpretes.
Ed. Quilmes. Argentina, 1997
[10] La
misma tecnología se encargará de proporcionar herramientas para ejercer más
este poder en la red. Un ejemplo es la creación de una Internet tan rápida como
la luz. Nos referimos a la tecnología LIFE
(fidelidad Lumínica, por sus siglas
en inglés), que podría ser una realidad comercial en octubre de este año. Se
trata de una tecnología que utiliza la luz eléctrica para la transmisión de
datos a una velocidad cinco veces superior a la del WIFI. La tecnología LIFE se considera todavía en fase
experimental, debido al corto tiempo que tiene en desarrollo. En el año 2010,
el físico alemán Harald Haas empezó a desarrollar esta tecnología en la
universidad de Edimburgo en el Reino Unido y México será el primer país de América
Latina que usará este tipo de tecnología por medio de la empresa Sisoft.
[11] Stephen Tyler, antropólogo
norteamericano, dice todas estas cosas en una antología de varios autores. C.
Geertz, J Cliffor et al. El surgimiento de la Antropología Postmoderna, Gedisa,
Barcelona, 1991.Véase el capítulo propiamente de Tyler “Acerca de la
‘descripción/desescritura’ como un ‘hablar por’; págs: 289-294
[12] Ver Umberto Eco. Los límites de la interpretación. Ed.
Lumen. Barcelona, 1992.
[13] El
problema por su magnitud, (y el peso del número puede aquí cambiar las
perspectivas, invirtiendo los términos y siendo los censuradores los llamados a
cambiar de actitud) como se sabe, está dejando de ser un asunto ético y se está
volviendo un problema epistémico, porque es tan masivo el plagio de los textos
electrónicos (a través del copy and paste),
que, a su vez, muy posiblemente, estos son plagiados y así retroactivamente, de
tal manera que se amenaza con declarar que no hay originales sólo copias de
copias, un poco como Nietzsche decía de la realidad: “no hay hechos, sólo interpretaciones”.