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Monday, March 23, 2009

El Regreso del Mestizaje

EL REGRESO DEL MESTIZAJE



Por Freddy Quezada

1. Es posible ver, paradójicamente, desde las teorías del poder que, con Platón, entre los europeos, nace la idea que la teoría no puede ser afectada por la geografía, la historia y las pasiones que pertenecen al mundo real, contingente y cambiante. Desde él y sus sucesores, los intelectuales, la teoría siempre las ha escondido en su seno desde la cual descargan sus juicios revestidos de eternidad. Nada los afecta, ni los cambios, ni los avatares, ni la presencia de extraños, ni otras geografías, ni otras historias con las que establecen (si son potencias) relaciones de centro/periferia; de hegemonía frente a subalternos.

2. Los conceptos y sus rivales (otros como ellos), están hechos para ejercer el dominio de los intelectuales como cortesanos o adversarios del poder. Sus “otros” ocultos, que los sostienen y justifican, son los semiletrados y desilustrados. Su campo es la eternidad y, sucedáneos de los dioses, su oficio, compartible con teólogos y artistas, es crear mundos y lenguajes, sobre la base de odiar, huir y calumniar al presente para proponer otro tiempo nuevo, arriba o adelante; o regresar al viejo, atrás; o a un espacio alternativo, abajo y adentro.

3. Una de las consecuencias de las dos premisas anteriores es la idea que, al parecer, según Walter Mignolo, es de Carl Pletsch, pero que yo encontré en Homi Bhabha, fecunda para lo que quiero decir, y es que los antiguos tres mundos contaban con una asimetría epistémica donde el primero se reservaba la creación de ciencia y conocimiento; el desaparecido “segundo mundo”, la ideología científica y el tercero, condenado a producir sólo cultura. Entre todos se estableció una especie de normas dentro de los cuales, cada mundo producía, por su naturaleza interna, lo suyo y brindaba la explicación del progreso de unos y el atraso de otros. No se debía, por ejemplo, llamar ciencia a la herbolaria indígena, ni filosofía a la sabiduría “oriental”. La misma distinción que el primer mundo guardaba hacia “afuera”, sigue guardándola hacia dentro y hacia abajo de sí mismo, cuando diferencia “alta cultura”, de cultura popular y de masas. Dentro del Tercer Mundo, estas últimas divisiones darán lugar al despotismo de pequeñas élites ilustradas contra amplia capas desilustradas.

4. La idea que el Tercer Mundo, más específicamente Latinoamérica (área que me resisto a admitir pero, vaya, concedamos por hoy) no produce ciencia aunque sí cultura, me parece que llega de una obediencia con los hegemónicos que nos lo dicen. Si desconocemos la idea de Pletsch (y su seguidor Mignolo) que, por el hecho que lo digan los emisores, los receptores lo obedecen automáticamente, y abrazamos la otra, más fecunda de Homi Bhabha, que su encuentro produce un “más allá” que lo arroja la propia complejidad de la unión en que desaparece el dualismo colonizador/colonizado (sin que desaparezca la relación de poder), encontramos el conocimiento y la ciencia de América Latina en su cultura.

5. Cuando un órgano no existe para ejercer una función, otro termina por efectuarla. Dentro de la cultura latinoamericana, fijada por los eurocentristas, y por mucho de los latinoamericanos mismos, estuvo siempre nuestra filosofía y nuestra ciencia. La prueba son el Darío de “Lo Fatal” y el Cortés de “Ventana”, así como el Borges de “El jardín de los senderos…”o el Paz de “El Laberinto de la Soledad” y muchos más. Nadie tiene, debe, ni puede exigir autonomía de esos reinos en el seno de un producto que no es ni una cosa ni la otra, sino algo “más allá” y “más acá”. No se trata del mestizaje romántico que va de Rodó hasta Vasconcelos; de Darío hasta PAC; o desde Zea hasta los latinoamericanistas en Europa y EEUU.

6. La búsqueda de nuestra identidad es exclusivamente mestiza. De hecho, Fornet Betancourt (otro hombre blanco defendiendo aborígenes y afros) lo llama con justicia "mestizocentrismo". Los criollo, afros y originarios no tienen esos problemas. Lo peor es que mestizos y mulatos la han encontrado en el seno de los imperios. Bolívar jura en Roma, lo mismo que Martí en New York. Los independentistas iberoamericanos defienden constituciones francesas, los emancipados, esquemas de gobierno como el estadounidense, los revolucionarios desgarrados entre Moscú y Pekín, del mismo modo que casi todos nuestros artistas descubren su identidad en París, Madrid, Berlín y Londres, como hoy los inmigrantes letrados descubren la suya en EEUU. La identidad del mestizo no sólo es buscarla, como dicen algunos de ellos, sino encontrarla en las metrópolis, como les gusta recordarlo con orgullo a quienes triunfan. Y debido a lo cual son considerados, eso sí, sólo en el reglón del arte, iguales a los euronorteamericanos, incluso hasta maestros de ellos, como suelen decir los Cioran, Kundera, Sontag y otros, de los Borges, Fuentes y Paz, latinoamericanos.

7. Todo el asunto nos devuelve, y al menos yo se lo debo a Bhabha, al mestizaje y a sus frutos derivados, el tomismo, el barroco, el melodrama, el sincretismo y ahora la hibridez, todo digerido a medias y semisepultado. Hay que terminar de abrir las tumbas. Tanto que huimos del mestizaje y henos aquí de vuelta.

8. Uno de los problemas del mestizaje, sentido más en México, Centroamérica y El Caribe que en la Sudamérica blanca, nos ha llevado a la idea incómoda, ya descrita por Bhabha en términos lacanianos, y que los latinoamericanistas más insistentes en ella, no logran ver por el dualismo español/indio o esclavista/afroamericano, que el mestizo al imitarlo “asusta al colonizador”, pero también a este le hechiza saberse el original y ver su grandeza en los ojos del colonizado. Esa combinación de deseo y miedo (como se ve, en nada debido a una mezcla sabia y equilibrada de lo mejor de dos o tres mundos), también la sufre el colonizado. Al copiar, está casi seguro de ser rechazado (como la sabe bien la intelectualidad latinoamericana) pero también sueña con ser reconocido como igual por sus antiguos amos, a quienes constantemente cita, aunque sea para refutarlos. Quizás esto explique esa actitud basculante de mestizos y mulatos, y por extensión de la clase media blanca subalterna que, cuando se sienten ofendidos por los euronorteamericanos corren a refugiarse a unas tradiciones “afros” y “aborígenes” desfiguradas por las mezclas, y que presentan como “puras” y, cuando el sistema los asciende, se avergüenzan de ellas.

9. Llegamos al punto: si la combinación de deseo y miedo, está en ambos lados ¿qué queda? Un baile de fuerzas puras, destructoras y creadoras, consigo mismo, como la danza de Shiva. Pero Bhabha y los postcoloniales, en contra de las tradiciones hinduistas de donde proceden ellos mismos, no llegan a decirlo: todo es una ilusión!!!

10. Los descoloniales, a los que hay que reconocerles aproximaciones al asunto, tienen sin embargo, a mi juicio, tres problemas: a) creen en la pureza (en virtud del derecho a la diferencia) de pueblos originarios (creyentes de religiones que no son suyas, como el Poma de Ayala que mira Mignolo) y de afrodescendientes (hablantes de la lengua de sus amos) como el Cugoano que también mira Mignolo). Aquellos se ven envueltos en sincretismos religiosos altamente jerarquizados y estos encuentran, como decía Wittgenstein, los límites de su mundo en su lenguaje; b) creo que al descubrir el modelo de “pensamiento de fronteras” de las pensadoras chicanas Gloria Anzaldúa, Norma Alarcón y Emma Pérez (discípulas de Bhabha), totalmente opuesto al modelo de pureza anterior, no lo aplican a Latinoamérica y, a los mestizos por ello, los entregan sin resistencias a blancos y criollos. El esquema sólo lo aplican a los inmigrantes dentro de EEUU; c) creo que los descoloniales vuelven a dividir el mundo en colonizadores/colonizados, para beneficiar a un esquema emancipador a donde regresa todo escepticismo derrotado.

11. Y, sin embargo, si el punto b) lo aplicamos al punto a), haciéndolo extensivo a todo Latinoamérica y, mantenemos el escepticismo dentro del punto c), todo el esquema cambia. Tendremos entonces tres relaciones (no importa si “nuevas” u “otras”) de poder: a) todos en Latinoamérica somos mestizos pero al modo chicano/bhabhiano, contra otros mestizos que ejercen sus dominios desde “purezas” que nos las hacen creer por medio de distintos dispositivos de poder; b) por puras razones de poder, el esquema que se nos ofrece encaja dentro del dualismo hegemonía/subalternidad o resistencia, pero él también es víctima de la hibridación y de ser central (creación de intelectuales) pasa a ser uno más dentro del arco (¿ilusorio?) de fuerzas que bailan en todos los sentidos, en el campo de fuerzas; c) como todos pertenecemos al baile, siempre nos tocará divertirnos. Aquel que sepa ver la ilusión de todo esto, será el próximo de nuestros sabios.

12) El super mestizaje, postmulataje o mestizajes "otros", se distingue del mestizaje clásico en varias cosas: a) ser postmestizo, no es ninguna virtud, ni bondad, ni garantía de llegar a ningún lado. No hay en ello deseos de liberar a una de las partes que lo componen. Es su modo de desconocer y al mismo tiempo de cohabitar con la diferencia. Es la unidad básica de un poder universal que lo constituye, lo refleja y lo crea y que tiene la capacidad de devolver todo para reimpulsarse; b) el super mestizaje no está compuesto de un dualismo, o triángulo si incluimos a los afrodescendientes, armónico, sino de un conjunto de capas en forma de palimpsesto, cuyo orden le llega del dominio de una de ellas sobre las demás; c) la capa dominante ejerce su hegemonía por la vía de la seducción y del menor esfuerzo audiovisual; d) la identidad y/o la alteridad ya no constituyen problemas para el postmestizo.Son al mismo tiempo una cosa y la otra y, de ser una búsqueda angustiosa, ha pasado a ser un fundamento; e) el eje de toda la acción de los supermestizos son estrategias subalternas o de dominados que son muy creativas frente a unos hegemónicos tan flexibles, mestizos y creadores como ellos.

Thursday, March 05, 2009

Tres reglas de oro del periodismo

ALGUNAS REGLAS DEL PERIODISMO

Por Freddy Quezada

Es un hecho: hay una repolarización en los medios de comunicación en Nicaragua. Estos son los momentos en que las universidades deben aprovechar para presentar salidas sensatas e incluyentes y colaborar en disminuir las tensiones. Y no es situándonos ridículamente en medio, como amables componedores, donde nos acribillarán moros y cristianos; ni por encima, como jueces infalibles, donde nos apedrearán todos; ni como tercer alternativa, que enmascarará la preferencia por uno de los bandos; ni como testigos de la repolarización; sino como bailarines en medio de la batalla, tensos, bien entrenados y sorprendentes. Aquí presentamos tres reglas del periodismo en general y del escrito en particular. No son las clásicas recomendaciones gramaticales y éticas que ya son lugares comunes. Se trata de reglas epistémicas, donde la verdad no es la resultante de una sumatoria de verdades relativas, ni una sinergia más allá de su suma, sino un sencillo efecto de poder.

1. Dudar de todas las fuentes. Este es un principio que no debe alarmar a nadie. Es el mismo de Descartes, Hume, Marx y de cualquier disciplina moderna que comprenda metodología de la investigación en su seno. Omnia dubitandum. Si yo fuera más radical la ampliaría a “desconfiar de todas la fuentes”. Aunque tal atrevimiento nos lleva directo a la pregunta autorreferente que disolvería en sí misma la pregunta librada a su propio peso: ¿si debo desconfiar de todos los puntos de vista, puedo desconfiar del mío? Esta regla la llamaremos duda epistémica, para diferenciarla de la duda metódica descartiana, la escéptica de Hume y la revolucionaria de Marx.

2. Incluir el máximo número de puntos de vista. Deben incluirse no sólo puntos de vistas cualesquiera sino, en especial, los opositores al dominante y al de uno mismo. No hay que buscar ningún punto medio, ni ningún equilibrio precario que, por efecto de la complejidad social, podría terminar en los lugares más inimaginables, como demostró Illya Prigogyne. Entre mayor sea el número de visiones, mejor será la calidad de la información. Debemos saber, sin embargo que, en los medios es casi imposible hacerlo, por el tiempo en que se deben publicar los puntos de vista. Incluir el mayor número puede retrasar la salida de un periódico, romper el tiempo televisivo destinado a un programa, consumir por una de las secciones todo el espacio radial de las demás, o en fin, desactualizar un tema. Y aquí no sólo tiene que ver el hecho de ganar en profundidad lo que perdemos en cobertura, o viceversa, sino el poder de imponer agendas de los dueños de los medios si son privados, o la línea política del partido gobernante, si son públicos. Esta regla la llamaremos, con todo, la democrática.

3. Luchar contra nuestro propio punto de vista. Esta es la regla más dolorosa que, sin embargo, cuenta con cierta belleza trágica, dado que la mayor parte de los periodistas la pierde, al sucumbir ante el poder de los agentes privados o públicos a los que sirve. Casi siempre, no obstante, se desarrollan juegos estratégicos entre subalternos y hegemónicos; entre periodistas, dueños de medios y políticos, donde todos se engañan, simulan, retroceden, traicionan, se hacen los héroes individuales, dicen sacrificarse redentoramente por los demás, se hacen los ofendidos, lloran, amenazan, adulan, se arrepienten, redoblan su agresividad, obedecen, sonríen, calumnian en voz baja, se callan, etc. Todo esto tiene que ver de modo directo con la objetividad, un principio exportado desde las ciencias naturales a las ciencias sociales. La objetividad, sin embargo, no existe. Los fenómenos sociales no se pueden explicar, sólo comprender. Lo que hay en las sociedades son intersubjertividades que se imponen unas a otras, según el poder del que nos narra las historias. De todas las reglas, quizás esta sea la más importante, porque en derrotar nuestro punto de vista -- incluso desde un “punto cero” de observación, como si no existiera un sitio (dónde) y una biografía (quién) desde el que lo hacemos --, estará nuestro triunfo. El Tao decía que no hay dominio más grande que el de vencerse a uno mismo y ni mayor éxito que vencer sin combatir.

Así, pues, las tres reglas se reducen a obrar con unos fundamentos de desconfianza epistémicos; a incluir el mayor número de sectores y a batallar contra nuestras propias certezas. A dudar, a incluir y a luchar contra uno mismo.