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Thursday, November 17, 2005

Apostillas al mayo "negro" francés




APOSTILLAS AL MAYO “NEGRO” FRANCÉS

Por Freddy Quezada


Leopoldo Zea
J.C. Mariátegui

He recibido varias reacciones en este blog, de parte de estudiantes, profesores universitarios e intelectuales latinoamericanos, a propósito de mis apreciaciones sobre los disturbios en Francia. Las reacciones giran alrededor de si hay o no cabida para los latinoamericanos en los paradigmas clásicos que mencionaba para leer, y combinar a placer, la situación en Francia, en particular, y en Europa en general.

En efecto, debo un suplemento a los lectores sobre el mayo "negro" francés. Cuando hablé de los tres dúos (Sartre/Fanon, Williams/Hall y Foucault/Said) vacilé si incluir un cuarto por dos razones: una, que tenía a la vista dos juegos (Hegel/Zea y Sorel/Mariátegui); dos, que por ser latinoamericanos los términos subordinados de la ecuación, me pregunté si no era mejor trabajarlo de manera independiente, visto que soy y trabajo en un centro latinoamericanista (CIELAC/UPOLI). A como sea, estas notas, por la importancia de los autores y la procedencia de quien los cita, debían convertirse en un artículo aparte.

Puesto a elegir, por preferencias personales, opto por el dúo George Sorel y José Carlos Mariátegui. Quizás porque es más radical que las concepciones del maestro Leopoldo Zea, tributarias de un hegelianismo debilitado por su traducción ortegagassetiana y de José Gaos. Sin duda, el mérito del filósofo mexicano fue alertar siempre y deconstruir, como se dice ahora, el eurocentrismo por medio de la diferencia cultural y la relación con los tiempos de la cultura americana que debía ser asuntiva de su pasado.

El peruano, en cambio, quiso combinar la fuerza del mito soreliano con el peso y el poder de los indígenas reales en la América profunda. No hay otro autor latinoamericano que haya puesto más empeño en esta tarea que Mariátegui.

El discurso maestro de Zea se puede resumir así: asumir nuestro pasado para enfrentar el futuro, resolviendo nuestros propios problemas y, de ese modo, encontrar la autenticidad como la clave de una filosofía que se hará universal.

Mariátegui, por su parte, extrae su poesía de nuestro pasado (las comunas incaicas) y lo hace desear como nuestro futuro con la fuerza de los mitos, en los términos que los concibió Sorel. Parece ser que la clave de ambos pensadores está en la memoria de nuestros países, del peso de la cultura popular por encima de la clase ilustrada (a pesar de pertenecer a ella). Cómo recordamos nuestro pasado, cómo construimos nuestras heridas y humillaciones.

Pero el sentido en verdad es que, nos resistamos o no, seguimos dándole vueltas al mismo asunto de siempre: la identidad. Originales o no, auténticos o no, híbridos o no, seguimos poniéndonos de acuerdo o no, como ilustrados. Desde el marxismo fácil y “religioso” (ese que con cuatro claves simples nos bastaba no sólo para comprender el mundo sino para salvarlo), el único que pudo admitir la intelectualidad de izquierda latinoamericana, fue por el que nos partimos el alma para redimir a los pobres del mundo. Ya tarde, sabríamos que era una de las peores copias que hemos hecho. Luego vendrían otros, cuya novedad sería ocultar sus autores fuentes (Barbero con Weber; Laclau con los postmodernos; García Canclini con Bahba; Mignolo con Said; Richards con Spivak, etc). Y no es ningún pecado hacerlo, desde el punto de vista gadameriano, incluso es inevitable y necesario. Nadie de los autores contemporáneos que conozco, a excepción de Krishanmurti, Wittgenstein y Cioran, deja de citar a otros autores, a favor o en contra, para apoyar lo que dice.

Pero detrás de la máscara que usa la clase ilustrada latinoamericana (esa que Angel Rama denunció en sus afanes de control), seguimos girando en el vacío, evitándolo, sin dejarnos fascinar por él. Sabemos escribir en la lengua de los que responsabilizamos de nuestro dolor; pensamos, aún en contra de sus sistemas y valores, como nos enseñaron ellos. Nos enseñaron hasta cómo deberíamos maldecirlos, criticarlos y superarlos (probablemente el secreto de su éxito). Aún hoy, los latinoamericanistas europeos, gozan leyendo a los pensadores latinoamericanos criticando al eurocentrismo y se aburren cuando empiezan a repetir lo que ellos creen saber mejor. Hans Schelkshorn, por ejemplo, a propósito de Crítica de la razón Latinoamericana del postoccidental Santiago Castro-Gómez, dice: “Un punto fuerte de la filosofía latinoamericana, que yo como europeo siempre he admirado, ha sido la relectura crítica y distanciada de la filosofía europea desde la perspectiva de los mundos de la experiencia (Erfahrungswelten) latinoamericana. Esto extraño yo en la recepción que sin ninguna mediación hace Castro-Gómez del postmodernismo europeo”.

Pasa que es la clase media, culta, ilustrada, pequeña y esquizofrénica, la que como el perro, quiere morderse la cola. Es ella la que lucha consigo misma. Los otros actores sociales, los reales, fuera de ella, no los que la ilustración se hace a su medida, no se pueden conocer. Porque lo que conocemos es lo que nos imaginamos de ellos. Sólo sabemos nuestra equivocación cuando nos desobedecen o nos sorprenden, exactamente como los chicos de Francia.

A nuestra clase media tal vez les falte un sentido de responsabilidad ("cada cosa que hagamos tendrá consecuencias para los demás y para uno mismo"), pero no en el sentido de Weber, que la rebaja a una ética por el temor del mañana, sino como actitud, como la aconseja el Buda. También le falta el riesgo, pero no el del capitalismo cimarrón, y que parece contradecir a la responsabilidad, pero que en verdad la complementa. Hay que derrotar a los imaginarios que se nos imponen, y que nosotros mismos asumimos como verdad performativa, con el riesgo. No dejarnos llevar por la superficie, la imagen, el concepto, la memoria, el pasado, lo conocido. No conocemos quiénes son realmente los representados por los imaginarios. Con el riesgo (puede ser o no ser) asumimos las consecuencias de lo que sea. Pero si ya es imposible convencer a la sociedad que su camino no es la acción, pues vayamos hasta las últimas consecuencias con ella y decidamos de una vez por todas arriesgarnos a equivocarnos, también, en grande. ¿De todas maneras, no es lo mismo que venimos haciendo desde siempre?

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